Yo el Supremo

Yo el Supremo Resumen y Análisis Tercera parte (páginas 133-196)

Resumen

En la circular -llamada “perpetua” por el Compilador-, el Dictador relata que, en julio de 1810, el Cabildo le aconsejó al gobernador Velazco que organizara un congreso con el fin de decidir la suerte de la provincia; para entonces, el virrey Cisneros ya había sido derrocado en Buenos Aires por una Junta Gubernativa y se acercaba la misma suerte para Velazco. Este intentó huir, pero al ver que era imposible, llamó a un concilio de notables; el Dictador anticipó que esta asamblea sería inaugural de la Patria.

En dicha asamblea, los españolistas sostienen el deseo de defender el poder de la Corona sobre estas tierras y proponen levantar un ejército para cuidar esta provincia del Virreinato de la amenaza del Imperio de Brasil-Portugal. Entonces interviene el Dictador, diciendo que el gobierno español ya ha caducado en el Continente, y que el pueblo paraguayo tiene la voluntad de ser libre y de defender su soberanía e independencia contra España, Lima, Buenos Aires, Brasil y toda potencia extranjera que quiera someterlo. Ante el horror de los españolistas, el Dictador saca dos pistolas y exige que se vote su moción en asamblea. Ante ello, el gobernador le recuerda que prometió ayudarlo en la lucha antisubversiva y él responde que ahora los subversivos son españoles y porteñistas. La asamblea termina, sin embargo, porque los disturbios, y el Dictador debe irse, pero entiende que ya ha plantado la semilla de la Revolución.

La circular se interrumpe con un comentario que, como señala el Compilador entre paréntesis y en cursiva, es una nota al margen realizada con letra desconocida. En esa nota se le reprocha al Dictador el haber convertido al país en un embrión eterno de lo que hubiera podido ser el país más próspero del mundo.

El Dictador vuelve a tomar la palabra, diciendo que se alejaba de la asamblea al galope, cuando vio un bólido que atravesaba el cielo. Entonces, recordó haber leído que los meteoros o aerolitos son la representación del azar en el universo. Pensó entonces que la fuerza del poder consiste en cazar el azar, descubrir sus leyes, que son las leyes del olvido, y someterlo a la ley del contra-olvido, del contra-azar. Eso significaría trazar un Estado basado en su soberanía, en el poder soberano de su pueblo. Se propone, entonces, dominar el azar y sacar así al país de su laberinto.

Nuevamente, al margen y en letra desconocida, interviene el corrector para denunciar que el Dictador construyó un nuevo laberinto, mucho más profundo: el de su soledad. Le reprocha que creyó que la Revolución podía hacerla él en su soledad. Sin embargo, el corrector vuelve a ser interrumpido por el Dictador, que lo trata de impostor y retoma el dictado de la circular. Cuenta que al comienzo de la Dictadura Perpetua vio caer, a cien leguas de Asunción, un aerolito que mandó a capturar. Más de cien hombres trabajaron para desenterrarlo y transportarlo a través del río, y muchos murieron en la travesía, pero el Dictador lo atribuye a la resistencia a ser capturado del meteoro. Finalmente, llegó a la casa de Gobierno y ahora está atado a su silla.

La letra desconocida se burla de él por creer que apresando un solo meteorito puede controlar el azar, del mismo modo en que apresando a enemigos y contrarrevolucionarios cree que logrará imponer su Poder Absoluto. El corregidor le recuerda que el cielo está repleto de aerolitos y se ríe de su inseguridad, que lo lleva a encerrarse con el meteoro creyéndose así soberano. Le dice que la vejez lo acecha y pronto lo vencerá. El Supremo increpa a su corregidor, diciéndole que es un soberbio que lee demasiado literalmente y no sabe interpretar los símbolos. Agrega que el pueblo entendió la epopeya de cinco años que tuvo como objetivo capturar el meteoro, mientras que los estúpidos conspiradores lo tildaron de loco. El corregidor interrumpe recordándole el temor que tiene a la sedición, pero el Dictador continúa diciendo que los conspiradores atacan a El Supremo como si fuera una sola entidad, sin distinguir que es una dualidad entre la Persona-corpórea (que puede envejecer y morir) y la Figura impersonal, que es una emanación de la soberanía del pueblo, y es infinita.

El Dictador prosigue en su dictado y recuerda que recortó el aerolito y construyó con su material diez fusiles meteóricos. Con ellos se ejecutó a los cabecillas de la conspiración de 1820 y, desde entonces sirven por su eficiencia contra los traidores de la Patria y el Gobierno. Se dirige entonces al corregidor -quien se cuela entre sus pensamientos- afirmando que está equivocado, mientras que él ha acertado en todo, además de dominar el azar que hará inmortal a su raza.

Luego recuerda que, en aquel tiempo, llegó Manuel Belgrano a Paraguay al frente un ejército. A pesar de su convicción independentista, Belgrano venía a cumplir órdenes de la Junta de Buenos Aires orientadas a dominar a Paraguay. Dice que al llegar a territorio paraguayo, Belgrano escribió a la Junta porteña advirtiendo que, a diferencia de lo que les afirmaba en sus informes el renegado comandante paraguayo José Espínola y Peña, ningún paraguayo se le ofreció de voluntario; al contrario, tuvo que enfrentarse a un enorme ejército. Así, revelaba y denunciaba que la misión que se le había encomendado no era de auxiliador, sino de conquistador de Paraguay. En una nota al pie, El Supremo aconseja a sus lectores que lean con detenimiento, y sin dejarse distraer, las anteriores entradas de la circular.

El Supremo se vale de lo escrito por Bartolomé Mitre -a quien llama “el Tácito del Plata”- respecto de la expedición de Belgrano. Según aquel, el auxiliador-conquistador se lleva una sorpresa en Paraguay al encontrarse con un pueblo que defiende con gran entusiasmo su patria e independencia. Una vez que es derrotado y se rinde, Belgrano asegura a los soldados paraguayos que él no buscaba invadirlos sino auxiliarlos; les ofrece unión, libertad, igualdad y fraternidad, y les promete comercio libre de los productos paraguayos con las provincias del Río de la Plata, así como el fin del monopolio porteño. Estas promesas tientan sobremanera a los militares y estancieros paraguayos, que ven un futuro promisorio para sus negocios. Por eso, cuando Belgrano les asegura que abandonará el territorio y no volverá a molestarlos, ellos aceptan el armisticio, se dejan convencer y lo dejan irse sin exigirle ninguna reparación por los enormes daños que dejó su expedición.

Señala El Supremo que el ejército de paraguayos liderado por Cavañas -quien luego deviene conspirador- está buscando una alianza con los porteños, en virtud de que el poder real de los españoles ya está en decadencia. De hecho, ante los ataques de la comitiva de Belgrano los paraguayos se quedan solos: la infantería española dimite, el gobernador Velazco huye a esconderse en la Cordillera y regala sus anteojos y boquilla de oro a un labriego, con el fin de que este se haga pasar por él en la lucha. Durante un tiempo, tanto el enemigo como los paraguayos se admiran de la astucia y el coraje del gobernador, que parece haberse disfrazado de hombre barbudo y tez oscura para la lucha. En Asunción, los realistas se alarman por estas noticias y huyen de sus casas, llenan diecisiete buques y escapan a Montevideo, donde aún se acogen a las órdenes del virrey Elío. En sus Memorias, Belgrano comenta que el gobernador Velazco, luego de su huida, volvió al campamento paraguayo, pero no para traer calma, sino para impedir que se propague el germen revolucionario.

En el cuaderno privado, el Dictador discute con Bartolomé Mitre. Le reprocha el hecho de que, al igual que Belgrano, también invadirá Paraguay. También le critica el haber asegurado que Belgrano fuera el verdadero autor de la Revolución del Paraguay. El Supremo -que señala que, mientras él escribe en su cuaderno, Mitre es todavía un muchacho- desacredita sus palabras y rechaza que la revolución se haya gestado únicamente en la inoculación que Belgrano hizo a los paraguayos durante el armisticio.

Puesto en suspenso el dictado de la circular, el Dictador prosigue en su cuaderno privado y cuenta que ha recibido la visita del herbolario Estigarribia. Como lo encuentra levantado y escribiendo, el herbolario le indica que debe reposar y dormir, pues está muy enfermo, y sugiere que elija un sucesor. Además, el herbolario da a entender que la gente ya está hablando de su debilidad, y el Dictador, paranoico, propone que Estigarribia debe haber pactado con sus enemigos, quienes lo acechan esperando acabar con él. Agrega que él, por ahora, tiene fuerzas para gobernar, y lo insulta porque no ha logrado reparar su salud y encima profetiza tormentos que lo acercan a una muerte en vida. Dice que lo mismo le sucedió con los Rengger y Longchamp.

En este punto, el Compilador introduce, en una nota al pie, a Juan Rengger y Marcelino Longchamp, dos médicos suizos que viajaron a Buenos Aires en 1818 y acabaron en Paraguay. Allí, frente al escenario de terror que les habían augurado, fueron amablemente recibidos por El Supremo, que les brindó facilidades para desarrollar su profesión y los nombró médicos militares. Rengger acabaría siendo su médico privado. Sin embargo, en 1825 debieron abandonar el país debido a que el Dictador sospechó que conspiraban contra él. Luego escribieron su Ensayo histórico sobre la Revolución del Paraguay, el primer libro escrito sobre la Dictadura Perpetua, título que fue prohibido por el Dictador por considerarlo una obra difamatoria.

Se superpone, entonces, una escena en que El Supremo dialoga con Rengger, a quien humilla, acusa de mala praxis y amenaza con destituirlo de su cargo de médico. También se introducen algunas citas del libro de Rengger y Longchamp, quienes critican el régimen totalitario del tirano: denuncian lo sucedido en la colonia de Tevegó y el trato inhumano que sufren los reos en las prisiones estatales.

Retomando el presente del relato, Francia le dice al herbolario que él no puede designar a un sucesor porque a él lo ha elegido la mayoría de ciudadanos. Además, agrega que nadie puede reemplazarlo porque su dinastía comienza y termina en él, en “YO-ÉL” (171). Luego enuncia su testamento, donde enumera quiénes serán sus herederos y ordena que todos sus papeles privados que hayan sobrevivido al incendio sean destruidos. Por último, le ordena al herbolario, bajo amenaza, que no hable con nadie de su enfermedad.

A continuación, el Dictador cuenta la historia de Héroe, el perro del ex gobernador Velazco, que cuando se instaló la junta Gubernativa, en 1811, abandonó la casa de gobierno asegurando a Sultán, el perro de Francia, que pronto volvería. Finalmente, Héroe fue adoptado por los hermanos Robertson. El Compilador, en una nota al pie, aclara que Juan Parish Robertson es un joven escocés que llega al Río de la Plata en 1809 con un grupo de comerciantes británicos, se establece en Buenos Aires y comienza a vincularse con los círculos más prestigiosos. Años después, con su hermano recién llegado, llevan adelante la “gran aventura del Paraguay”, donde reciben la protección de El Supremo, que los encumbra, hasta que finalmente los expulsa en 1815. El Dictador toma la palabra nuevamente, contando que los Robertson le pidieron permiso para llevar a Héroe a las clases de inglés que le daban, y así es como el perro regresó a la Casa de Gobierno cumpliendo así su promesa. Este regreso molestó mucho a Sultán.

A continuación, se describe una de esas clases de inglés. Mientras Héroe y Sultán conversan humorísticamente sobre sus pulgas, El Supremo burla a los Robertson, dirigiéndose a ellos en guaraní, lengua que ellos no entienden. Luego, todos escuchan a Héroe, que tiene dotes de juglar y cuenta historias. Los Robertson traducen a su lengua lo que Héroe gruñe en la suya. En su discurso, Héroe se burla del Dictador y también lo denuncia. Este no se da por aludido y se interesa por una fábula que narra el perro sobre la naturaleza dual del hombre, a la vez varón y hembra.

Héroe cuenta la leyenda céltica de una vieja hechicera que le propuso un enigma a un joven hombre, prometiéndole una hermosa mujer si lo resolvía. Luego, la vieja se aprovechó sexualmente de él. El Supremo interrumpe el relato del perro con una risa burlona y, ante las preguntas de los Robertson, comenta que esa historia le hace acordar al primer encuentro que tuvo con Juan Parish. Ahora, con otra tipografía, se introducen fragmentos de las Cartas de Juan Parish, en los que este describe su primer encuentro con Gaspar Francia. Se encontraba cazando por un valle paraguayo cuando se cruzó con El Supremo, quien, por la difícil situación política, vivía recluido en una casa de campo. Robertson fue invitado amablemente a ingresar a esa casa, donde vio muchos instrumentos de astronomía y una gran biblioteca. También cuenta que El Supremo hizo levitar unas sillas con solo unas palmadas y comentó que tenía una colonia de ratas en una cueva subterránea.

En una nota al pie, el Compilador introduce nuevos fragmentos de las cartas de Robertson. En estos, Juan Parish cuenta su situación como huésped en la casa de la anciana Juana Esquivel. Menciona que era una mujer extraordinaria y lo albergó como un príncipe, con tanta hospitalidad que él llegó a abrumarse. Cuando él se disponía a irse, la mujer quiso agasajarlo, tocando la guitarra y cantando. Sin embargo, Robertson se burló de ella y la mujer, compungida, le declaró por fin que estaba enamorada y quería casarse con él.

La narración nos sitúa de nuevo en la clase de inglés, mientras El Supremo explica qué es lo que lo hizo reírse. Cuenta que cuando se hallaba recluido, luego de retirarse de la Junta Gubernativa, fue testigo de lo acontecido entre Juana Esquivel y Juan Parish. Dice que la anciana estaba enloquecida con su huésped y él escuchaba sus gritos de placer y excitación sexual por todo el bosque. Entonces dice que Juan Parish era como el joven de la leyenda céltica, que se quedaba esperando la próxima violación de la vieja con el fin de descifrar el enigma. El Supremo compara a la vieja con el Demonio y cuenta una leyenda de los indios. Impresionado, Juan Robertson se contrae del asco, comienza a vomitar y a defecar. Finalmente, los Robertson se retiran.

El Compilador cierra la sección con una nota que alude a la presunta colonia de ratas del Dictador y se encarga de describir otro ejemplo de la difamación sufrida por Francia. Para ello, cita fragmentos de la correspondencia privada entre dos de sus principales enemigos, el doctor Días de Ventura y fray Bel-Asco. En ellas, hablan de la colonia de ratas y dicen que el Dictador la usa como laboratorio: con ellas ensaya sus crueles y violentos métodos de gobierno; métodos con los cuales bestializa a los paraguayos.

Análisis

En esta tercera sección aparece la figura del corregidor, un personaje anónimo que ingresa al texto a través de una nueva tipografía: la letra roja a los márgenes del cuaderno privado del Dictador. Es una figura que ya había sido aludida por aquel en la primera parte, cuando dirigiéndose a Patiño le comentaba de los peligros de los escritores, que difaman y mienten. Entonces, El Supremo había sugerido: “Más imperdonable aún es que ese alguien cometa la temeraria fechoría de manosear mi Cuaderno Privado. Escribir en los folios. Corregir mis apuntes. Anotar al margen juicios desjuiciados” (94).

Ahora, ese “alguien” se evidencia en una nueva textualidad: la del corregidor que interviene sobre los textos del Dictador para criticarlo y contradecirlo. En este sentido, la escritura del corregidor sería posterior a la del Dictador. Sin embargo, esa temporalidad aparece otra vez quebrada: El Supremo no solo lee las correcciones que ese censor anónimo le hace, sino que también le responde. Se genera así un contrapunto ficticio entre ambos sujetos, un diálogo diferido a dos tiempos.

Esta sección también es rica en contexto histórico. La circular del Dictador aborda la visita de Belgrano a Paraguay entre 1810 y 1811, y expone con ella las pretensiones de invasión que tenía Buenos Aires entonces. Asimismo, denuncia una alianza ilícita del ejército y de los estancieros paraguayos con Belgrano, así como su accionar individualista: dejaron ir a Belgrano sin castigo, pues veían en él la posibilidad de concretar sus negocios. De hecho, agrega que Cavañas, el líder del ejército en Paraguay, luego terminó siendo un conspirador de su gobierno. En este sentido, el Dictador agrega que eso se debe a que “El poder real ya no era real. Los españoles brillaron por su ausencia” (148). El ataque de Belgrano a Paraguay hace que los españoles que quedaban se fuguen; deja en evidencia que los españoles ya no tienen poder sobre Paraguay y se está gestando la independencia.

Entre sus fuentes históricas, el Dictador echa mano de la Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina de Bartolomé Mitre y de las Memorias de Belgrano. En este punto, asistimos nuevamente a un notable anacronismo en la medida en que el libro de Mitre, de 1857, es posterior a la muerte del doctor Francia. Incluso, el Dictador le reprocha a Mitre que, años después, y al igual que Belgrano, él también invadirá Paraguay. Con ello hace referencia a la Guerra de la Triple Alianza, la cual aconteció entre 1864 y 1870, también luego de su fallecimiento. El Supremo también hace mención de la famosa traducción de Mitre de la Divina Comedia, la novela de Dante Alighieri, y se refiere a ella con sorna y desprecio: “También tú invadirás nuestra patria; luego te pondrás a traducir tranquilamente la Divina Comedia invadiendo los círculos avernales del Alighieri” (151). Estas referencias son muy significativas para engrosar el misterio en torno a la figura del Dictador, que escribe y dicta desde un tiempo futuro, después de muerto, pudiendo desplazarse hacia adelante y hacia atrás, de un tiempo a otro.

En esta tercera sección se alude también a la delicada situación de salud del Dictador cuando el herbolario Estigarribia le sugiere que vaya buscando un sucesor. Sin embargo, él se niega y aduce que aún tiene fuerzas suficientes para gobernar:

Después de mí vendrá el que pueda. Por ahora Yo puedo todavía. No solo no me siento peor; me siento terriblemente mejor (…). La muerte no nos exige tener un día libre. Aquí la esperaré sentado trabajando. La haré esperar detrás de mi sillón todo el tiempo que sea necesario (157).

De esta manera, el Dictador demuestra la exagerada confianza que tiene en su poder, capaz incluso de aplazar la propia muerte. Asimismo, aprovecha para insultar al herbolario y acusarlo de mala praxis: “¡El Gobierno está muy enfermo! ¿Cree que no lo sé? Mi protomédico no solo no me cura. Me mata, me hace perecer todos los días (…). Profetiza esos tormentos que causan la muerte antes de que esta llegue, cuando ya ha pasado” (158). Incluso afirma que él es incapaz de ser reemplazado, en la medida en que su dinastía comienza y termina en él, en “YO-ÉL” (171).

En este último punto, se actualiza nuevamente la noción de dualidad en torno al Dictador. Unas páginas antes, él mismo había defendido su doble naturaleza ante el corregidor, diciéndole que sus enemigos atacan, en vano, a su figura “como a una sola persona sin tomarse el trabajo de distinguir entre Persona-corpórea/Figura impersonal. La una puede envejecer, finar. La otra es incesante, sin término. Emanación, imanación de la soberanía del pueblo” (143). Aparentemente, el Dictador se concibe en cierta medida inmortal: aunque parte de él pueda envejecer y morir (incluso en la novela, parte de él ya ha muerto), hay otra parte de sí mismo que nunca morirá, que permanecerá por siempre viva como una emanación de la soberanía del pueblo.

Esta sección es compleja en la medida en que acentúa la polifonía y está compuesta por muchas capas de relato y temporalidades simultáneas que se mezclan. En su cuaderno privado, por ejemplo, El Supremo relata un encuentro con el herbolario, en el que evoca, a su vez, un diálogo que tuvo con otro médico, Juan Rengger. Conformando una especie de diálogo, el Compilador cruza esa evocación con citas del libro que Rengger y Lonchamp escribieron denunciando el despotismo del doctor Francia. En seguida, como si conociera lo que el Compilador acaba de hacer, el Dictador reanuda su relato haciendo expresa mención de algunas de las cosas que el libro de Rengger y Longchamp denuncia. Sin embargo, el diálogo evocado entre Francia y Rengger es previo a la publicación de aquel libro, que recién se edita en 1827, dos años después de que los médicos sean expulsados de Paraguay por conspirar, supuestamente, contra el líder. En suma, se arma un tejido de fragmentos de temporalidades disímiles que cobran nuevos sentidos al ponerse en vinculación. Todo contribuye aún más a la sensación de anacronismo que ya genera, de por sí, el estatuto ambiguo del Dictador, que en muchos casos escribe desde un tiempo posterior al de su muerte.

En la charla con el herbolario, El Supremo dicta su propio testamento y da la orden de que todos los documentos que hayan sobrevivido al incendio sean destruidos luego de su muerte. Esta aclaración es importante en la medida en que muchos de esos documentos son los que el Compilador encuentra y usa para conformar el conjunto de lo que será la novela. La alusión al incendio, además, da sentido a las aclaraciones del Compilador que, al citar los documentos encontrados, debe señalar entre paréntesis que hay fragmentos extraviados o bien quemados. Asimismo, la escena con el herbolario nos permite confirmar que los fragmentos de la novela en que El Supremo sigue vivo son aquellos posteriores al incendio; es decir, son los últimos momentos del gobernante, cuando su estado es de convalecencia y debilidad.

En esta parte se producen también algunos momentos extraños en los que el pacto realista del relato vuelve a quebrarse y asume tintes maravillosos. Es lo que sucede, por ejemplo, con el relato que hace Juan Parish de cómo El Supremo despliega virtudes mágicas y hace levitar unas sillas. O bien lo que sucede durante la clase de inglés con los Robertson, en que los perros Héroe y Sultán mantienen un diálogo entre sí, y luego Héroe hace de juglar. En efecto, los perros aparecen personificados a lo largo de la novela y tienen funciones relevantes.

La escena de la clase de inglés abunda en elementos humorísticos, no solo porque un perro hace de juglar, sino porque los Robertson son capaces de traducir a la lengua humana la de los perros. Además, el Dictador es burlado y desautorizado por los animales. Héroe lo compara con la madre pelícano y denuncia así su violencia para con el pueblo paraguayo:

El pelícano ama a sus hijos. Si los encuentra en el nido mordidos por las serpientes, se abre el pecho a picotazos. Los baña con su sangre. Los vuelve a la vida. ¿No soy Yo en el Paraguay el Supremo Pelícano? Héroe se interrumpe, me mira con sorna a través de sus cataratas: Vuecencia ama tanto a sus hijos como la pelícano-madre; los acaricia con tanto fervor que los mata (180).

En cuanto a sucesos extraños, también asistimos a una de las extravagancias que se adjudican a Gaspar Francia: la misión que encargó a sus funcionarios para rescatar el aerolito caído y llevarlo hasta la casa de gobierno. Este hecho, que por su excentricidad parece ficcional, sucedió realmente y deja al descubierto la crueldad y la vehemencia del Dictador, que ordenó una empresa caprichosa, casi imposible que se llevó la vida de muchos. En la novela, el Dictador da una explicación para esa “epopeya”: dice que los aerolitos suelen representar al azar y el poder implica cazar el azar. En tanto símbolo del azar, la caza del meteoro simboliza en consecuencia la adquisición de un poder absoluto capaz de encauzar a la Patria hacia un proyecto seguro, no azaroso.

Por último, cabe destacar que, además de la autoproclamación del Dictador como pilar fundamental de la independencia y la soberanía paraguayas, hay gestos en él que efectivamente dan cuenta de su rol en la defensa de aquellos valores. Así, durante la clase de inglés con los ingleses Robertson, El Supremo se burla de ellos recurriendo al guaraní; esto es, a una lengua local que los ingleses desconocen. Resulta muy significativo que Francia combata la lengua inglesa, símbolo de opresión e imperialismo, con una lengua originaria americana. Con ello, El Supremo pone al guaraní a la misma altura que la lengua del conquistador. La lengua es un rasgo inherente a la identidad y a la soberanía de un pueblo, por lo que usar el guaraní para desautorizar al inglés es una forma de combatir el sometimiento y poner en valor la soberanía de su pueblo.