Yo el Supremo

Yo el Supremo Resumen y Análisis Segunda parte (páginas 83-132)

Resumen

El Dictador le pide a Patiño que lo ayude a levantarse de la cama. Patiño le anuncia que ya tiene acuartelados a más de siete mil escribientes en el archivo para descifrar las letras del pasquín, pero El Supremo lo interrumpe, lo insulta gravemente y le dice que es incapaz de escribir bien aquello que él le dicta. Se queja de que, en lugar de copiar tal cual lo que él pronuncia, Patiño llena el papel de expresiones incomprensibles y lo dictado adquiere otro sentido cuando las escribe. El Supremo quiere que en las palabras que Patiño escribe haya algo que le pertenezca, no que queden impregnadas del estilo del amanuense.

Patiño escucha las reflexiones del Dictador respecto del lenguaje y de la escritura, pero entiende poco. Entonces El Supremo le dice que hará con él un ejercicio de escritura: le propone guiarle la mano mientras Patiño escribe con los ojos cerrados. Le va indicando así cómo mover la pluma sobre el papel y, finalmente, sorprendido, le muestra que ha escrito “YO EL SUPREMO” (86). Patiño intenta decirle que no fue él sino el propio Dictador el que escribió esas palabras, pero es interrumpido con más reflexiones y metáforas sobre la lengua escrita. Por último, El Dictador refuerza la orden que le dio a su secretario: debe revelar la identidad del autor del pasquín anónimo sumando todos los nuevos conocimientos que él le acaba de aportar.

A continuación, ingresa un nuevo fragmento del cuaderno privado del Dictador, en el que critica a su amanuense y especula sobre el pasquín. Evoca un ejercicio de letromancia que hacía con dos buitres, que siempre adivinaban la letra, a diferencia de Patiño. En seguida, una nueva aclaración entre paréntesis agrega que lo que sigue es una nota escrita al margen del cuaderno en tinta roja: en ella, se llama la atención sobre la necesidad de releer la primera parte del Contra-Uno cuyo tema principal es que el pueblo no sabe razonar, sino que va a tientas en la oscuridad. Agrega la nota que, ante las difamaciones anónimas, el secretario es capaz de creer cualquier cosa y convertirse en una amenaza. En primera persona, el Dictador concluye en esta nota que, desde ahora, le pedirá a Patiño que pruebe todos sus brebajes antes que él, para evitar así que lo envenene.

En seguida se retoma el diálogo entre el Dictador y Patiño. El primero llama la atención sobre el papel que se ha usado para el pasquín, muy similar al que usa él para las comunicaciones con personalidades extranjeras, y concluye que alguien tiene que haber metido las manos en las arcas del Tesoro, donde guarda los folios. Agrega que más grave aún es que alguien cometa la fechoría de tocar su cuaderno privado, escribir en él, corregir sus apuntes y anotar barbaridades en los márgenes.

Luego le vuelve a reiterar la orden de que averigüe quién era el cura que, portando el viático, le salió al paso la tarde del accidente, pero Patiño le dice que no hubo ningún cura que portara viático esa tarde ni ningún moribundo, y le cuenta acerca de los rumores de sus enemigos -algunos que han circulado en pasquines-, que aseguran que la caída del Dictador fue un castigo de Dios. Entonces el Dictador da un discurso contra los escritores, de quienes se dice que son menos inteligentes y capaces que los animales. Mientras que en la antigüedad los escritores eran personas sagradas, ahora son rufianes que extienden su veneno y confunden al pueblo.

A continuación, se introduce en una tipografía diferente un fragmento de la Carta del Dr. V. Días de Ventura a fray Mariano Ignacio Bel-Asco en el que le habla sobre el Dictador. Dice que manifiesta cierta fobia hacia los escritores, fundada en la envidia que siente por ellos. Confiesa que cada tanto desaparece en clausuras en las que supuestamente se dedica a pensar sus planes para poner a Paraguay a la cabeza de los países latinoamericanos, pero hay versiones que aseguran que el propósito de esos retiros es escribir una novela imitada del Quijote, por la que siente fascinación. Otras versiones afirman que en esos retiros el Dictador se entrega a numerosas concubinas y que una de ellas es una ex monja. Concluye la carta exhortando al Reverendo a que publique su Proclama, la cual podría ser una herramienta de liberación de los compatriotas del yugo del déspota.

Luego de esta carta, se retoma el diálogo del Dictador con Patiño, donde insiste sobre la vileza de los escritores, de quienes dice que son una peste que transmiten falsedades.

En el cuaderno privado, el Dictador cuenta que durante los veranos solía mandar a traer desde el calabozo a su habitación al francés-catalán Andreu-Legard, quien había participado de las gestas revolucionarias francesas junto a Maximiliano Robespierre. Andreu-Legard se había hecho amigo de un marqués libertino que escribía obras pornográficas, al que Napoleón había mandado a arrestar por difundir un panfleto clandestino sobre él. Andreu-Legard solía elogiar al marqués y, entre otras historias, contaba que luego de su muerte se habían llevado su cráneo para examinarlo, del mismo modo que, decía Andreu-Legard, harían con el cráneo de El Dictador.

El Dictador recuerda que repudiaba a ese marqués pornógrafo y, sin embargo, solía llamar a Andreu-Legard a su habitación para que le recitara alguna de sus obras con el fin de quedarse dormido. Como al pasar, el Dictador dice que él escucha ahora desde la tierra, y reproduce una charla con Andreu-Legard en la que este le cuenta sobre la caída de Robespierre, el 27 de julio, y la compara con la caída del Dictador, el 20 de septiembre de 1840. En cuanto el francés-catalán se pone a cantar, él se adormece bajo la lluvia y la tierra. Por último, el Dictador compara la historia del marqués libertino con la del burlesco marqués de Guarany, un impostor que se presentó ante la corte borbónica en España diciendo que iba como embajador del Gobierno del Doctor Francia en Paraguay, para lo cual llevaba documentos con la firma falsificada del Dictador. El marqués de Guarany aseguraba que él podría ayudar a España a recuperar sus antiguas colonias, estableciendo nuevamente una monarquía española en el Paraguay, a la cual él mismo se ofrecía a representar en calidad de virrey. También, afirmaba que el Doctor Francia había sido derrocado. El Dictador explica que el marqués fue finalmente descubierto y castigado, pero su leyenda se difundió por Europa y América; lo cual, dice el Dictador, desestabiliza la República y la libertad del pueblo paraguayo.

Se retoma enseguida el dictado de la circular perpetua. En ella, el Dictador asegura que los pasquineros repudian su trabajo incansable en la defensa de la República que los estados extranjeros quieren someter. Entre ellos, menciona al Imperio del Portugal o del Brasil e insta a sus funcionarios-lectores a recordar las violentas invasiones que sufrió el pueblo paraguayo a manos de aquel Imperio, tanto antes como después de la Independencia. Otro enemigo de la República que menciona es la Banda Oriental, cuyo líder, Artigas, amenazaba con invadir Paraguay y asesinar al Dictador. Cuando Artigas fue traicionado por el gobernador de Entre Ríos, él le concedió refugio y trato humanitario en Paraguay, respondiendo generosamente al pedido de refugio que Artigas le hizo llegar mediante una carta. En ese punto, una nota al pie introduce como documento histórico esa carta de Artigas, en la que aseguraba al Doctor Francia obrar en defensa de la independencia de su pueblo contra los españoles primero, y contra los portugueses y porteños luego. Continúa el Dictador diciendo que, como la carta era sincera, él preparó alojamiento para Artigas en el convento de la Merced, y desoyó al líder entrerriano, que amenazaba con invadir Paraguay si no entregaba a Artigas. Las Provincias Unidas del Río de la Plata, dice el Dictador, siguen insistiendo aún con apropiarse de Paraguay.

El Dictador sigue dictando a Patiño y recuerda lo acontecido con el gobernador paraguayo Velazco, a quien acechaban realistas, gachupines y porteños. Aquel sufría de sordera producto de las dos invasiones inglesas a Buenos Aires, en tiempos de los virreyes Sobremonte y Liniers. Una mañana, Velazco, en un ataque de furor, se lanzó al patio y estuvo en cuatro patas durante horas, acompañado de su perro Héroe y comiendo pasto como si fuera un burro. Patiño interviene recordando ese episodio también, pues se lo contó su padre, quien entonces era también un escriba. Después, El Supremo reconstruye momentos en que la Casa de Gobierno fue refaccionada. Recuerda que de chico asistía a ver las excavaciones que se hacían para construirla y que, en una oportunidad, se robó un cráneo encontrado en plena obra. Dice también que la última reforma fue cuando él hizo instalar un meteoro en su gabinete, en 1819, mientras se incubaba la gran sedición.

El Dictador vuelve al recuerdo de Velazco, quien siguió echado en el suelo, con Héroe encima, mientras muchos contemplaban la escena (entre ellos su asesor Pedro de Somellera) deseando, en el fondo, que el viejo se lanzara al aljibe. Pero, finalmente, el gobernador logró vomitar lo que había ingerido y recobró las fuerzas para dictarle al padre de Patiño un oficio en el que denunciaba la presencia de conspiradores que agitaban a la plebe en contra suyo, y aseguraba que buscaría a los culpables. En seguida, Velazco lo hizo llamar a él, que por entonces era Alcalde de Primer Voto, y le dijo que era necesario comunicar al pueblo que las leyes y los superiores deben ser obedecidos, pero no porque sean justos sino, justamente, porque son superiores. De esa manera, se aplaca al pueblo y toda sedición queda sofocada. Además, Velazco agregó que el poder de los gobernantes se funda sobre la ignorancia y la domesticada mansedumbre del pueblo, se erige sobre su debilidad. El Dictador continúa dictándole a Patiño que ese día Velazco, apelando a su ilustración y a su gloriosa ascendencia de antiguos conquistadores de América, le pidió que le confesara lo que sabía acerca de los promotores de una conspiración contra su gobierno. Según Velazco, el virrey Cisneros venía advirtiéndole sobre la enorme cantidad de papeles contra la causa del Rey que llegaban desde Buenos Aires a Asunción. El Dictador agrega que entonces confesó tener información, pero se negó a ser un delator, y luego pronunció un refrán que sugería que no había que escuchar palabras necias. El gobernador pareció satisfecho y le agradeció la ayuda. Dice el Dictador que ese fue su último encuentro privado con el gobernador, quien estaba a punto de ser destituido.

A continuación, el Dictador pregunta qué es ese ruido que oye y el asistente le dice que Su Excelencia está volviendo de paseo. Miran por la ventana y ven el puerto y el Arca del Paraguay encallada. Patiño dice que el maderamen se ha podrido enteramente, pues la nave está abandonada allí hace veinte años. El Dictador dice que es mentira y, a través de la ventana, se ve a sí mismo dirigiendo a sus hombres para reconstruir por tercera vez el Arca. Le pregunta entonces a Patiño si él también la ve, ahora resucitada, y él asegura que sí. El Dictador le dice que no mienta para complacerlo y agrega que pronto logrará restablecer la navegación; entonces, el Arca del Paraguay volverá al mar repleta de productos. El Dictador también observa desde la ventana el naranjo de los fusilamientos y ordena a Patiño que mande a castigar al centinela que haya colgado del naranjo su fusil. Patiño asegura que ese fusil está allí hace muchos años, pero, ante la insistencia del Dictador, asegura que mandará a apresar al culpable.

La historia continúa en el cuaderno privado del Dictador. Allí, se dice que él observa a unas lavanderas lavando ropa con sus niños a la vera de un riacho. Ellas lo ven cabalgando y él es consciente de que no se engañan: saben que ese Yo no es El Supremo a quienes aman y temen. En breve, entrará Él por la puerta y entonces ya no podrá seguir escribiendo a escondidas. En otro apartado del cuaderno, dice el Dictador que una cara "acalaverada" lo observa fijamente y remeda los movimientos de su ahogo mientras él se clava las uñas en la nuez y se aferra su tráquea. En espejo, el espectro de cara de momia copia todos sus movimientos. Él quiere destruirlo tirándole un tintero, pero entonces el espectro gira y lo pierde de vista. El Dictador agrega que hay monstruos que no son de este mundo, viven dentro de uno y a veces salen para atormentarnos y alucinarnos.

En ese punto se retoma el diálogo entre el Dictador y Patiño. El primero le pregunta al segundo si ve algo en el espejo; más específicamente, si ve su cara. Patiño le dice que no, que solo ve la calavera que el Dictador guarda desde hace años. Entonces, El Supremo le ordena que lo mire de frente y le diga qué ve. Patiño asegura que él siempre lo ve trajeado en uniforme de gala; que ahora que acaba de regresar del paseo, lo ve en pantalón de montar y zapatos con hebillas de oro. El Dictador lo interrumpe para decir que jamás usó hebillas de oro. Patiño asegura que todos lo han visto y descrito con ese atuendo; enumera algunos relatos y describe un retrato que se hizo de él. El Supremo insiste en su posición y le vuelve a ordenar que le diga cómo se ve. Ahora, Patiño dice que lo ve con una capa negra y el Dictador, exasperado, explica que lo que cuelga de su hombro es la bata de dormir el sueño eterno, que está hecha jirones y ya no alcanza para cubrir la desnudez de su osamenta.

Otra vez en su cuaderno privado, el Dictador dice que está hecho un espectro y se lamenta de que ninguno de los que se ocupó de su aspecto exterior haya logrado reconstruir su vestimenta o sus rasgos físicos. El Dictador observa el naranjo y piensa que sus ramas se han secado más rápidamente que sus huesos. Piensa también en cómo la naturaleza es más hábil que los más hábiles pasquinistas. Él, desde este agujero, solo puede escribir; es decir, negar lo vivo y matar aún más lo que ya está muerto. Entonces lo ve a Él erguido en la puerta, que llama a una de las esclavas y le ordena algo para beber. Mientras, a él mismo Ana lo mira con ojos de ciega. No habla el YO que escribe, sino Él, que pide a Ana una limonada.

Análisis

La segunda sección retoma el diálogo entre el Dictador y Patiño. El primero dedica a su escriba una reflexión muy elaborada sobre el lenguaje y la escritura, pero esta genera un efecto humorístico -muy común en la novela- que se desprende de la total incomprensión de Patiño de aquello que escucha. El Dictador intenta explicarle el hiato que existe entre aquello que él dicta y lo que Patiño escribe: “Cuando te dicto, las palabras tienen un sentido; otro, cuando las escribes” (85). Incluso le reprocha esa diferencia, como si Patiño pudiera hacer algo por revertirla. El Supremo parece aludir a teorías elaboradas sobre las nuevas intenciones y sentidos que aporta la escritura, pero el amanuense es incapaz de comprenderlas. También el Dictador practica con él un ejercicio de escritura supuestamente orientado a borrar esos aportes de sentido que Patiño agrega al texto: Patiño deja su mano libre y el Dictador, supuestamente, solo se encarga de conducirla por el papel sin que medien intenciones de parte de Patiño. Como resultado, aparece escrito “YO EL SUPREMO” (86). El Dictador busca que su secretario se sorprenda, pero, con gran efecto humorístico, Patiño señala que no fue él, sino el Dictador, el que decidió escribir eso.

Asimismo, el Dictador lo llama “Panzancho”, en clara alusión a Sancho Panza, coprotagonista de la novela de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, junto con don Quijote. Según este apodo, Patiño sería Sancho Panza y El Supremo, don Quijote. Esta alusión no solo revela el gusto literario de Francia, sino que también opera en la novela acrecentando su perfil imaginativo y alucinatorio al compararlo con la imaginación disparatada de don Quijote, que le hace inventar y alucinar situaciones que no son tales.

En esta segunda parte la novela incorpora una nueva textualidad, señalada por el Compilador cuando, luego de un breve fragmento del cuaderno privado, agrega entre paréntesis: “(Al margen, escrito en letra roja)” (93). Allí se mencionan algunos libros: el Contra-Uno, que refiere al Discurso sobre la servidumbre voluntaria del francés Étienne de La Boétie, un libro contra el absolutismo, cuya tesis sostiene que toda servidumbre es voluntaria y se adquiere a partir del consentimiento de aquellos que son sometidos al poder de otro. También menciona El Espíritu de las Leyes, un tratado de política que defiende la división de poderes en contra del despotismo y el poder concentrado en las mismas manos. Por último, menciona El Príncipe, un tratado político del siglo XVI de Nicolás Maquiavelo, en el que se establecen los principios por los cuales deben regirse los líderes para permanecer en el poder y forjar un Estado fuerte. La nota en rojo, a manos del Dictador, habla de la incapacidad del pueblo para razonar y del peligro que significan las difamaciones, capaces de confundir a su propio secretario. Por eso, el Dictador decide en esa nota pedirle a su amanuense que pruebe todos sus brebajes antes que él, para evitar así que intente envenenarlo.

Como parte de sus reflexiones lingüísticas y literarias, El Supremo crítica a los escritores por su función difamatoria, y asegura que los animales son mejores que ellos. También, elogia a escritores de la antigüedad, a Cervantes y a otros escritores de hace doscientos años. En contraste, afirma que ahora los escritores son criminales: “Debiera haber leyes en todos los países que se consideran civilizados, como las que he establecido en Paraguay, contra los plumíferos de toda laya. Corrompidos corruptores. Vagos. Malentretenidos. Truhanes, rufianes de la letra escrita. Arrancaríase así el peor veneno que padecen los pueblos” (97). Enseguida, el Compilador introduce una carta del Dr. Días de Ventura a Mariano Ignacio Bel-Asco que remite a la fobia que le tiene el Dictador a los escritores. De esta manera, el lector evidencia la función mediadora e interpretativa que el Compilador tiene en la novela: organiza los documentos y materiales reunidos de manera tal que dialoguen entre sí. La carta de Días de Ventura respalda y confirma lo que el Dictador está afirmando a su amanuense. Asimismo, en la carta se exhorta a Bel-Asco a publicar la Proclama que ha escrito, texto que justamente serviría para poner en jaque el poder del Dictador y liberar al pueblo de su yugo: “Puede llegar a ser un verdadero Evangelio para la liberación de nuestros compatriotas del sombrío déspota de quien S. Md. tiene la desgracia de ser pariente muy cercano” (98). Apenas se cierra la carta, el Compilador retoma las críticas de El Supremo a la labor difamatoria de los escritores: “No hay mercadería más nefasta que los libros de estos convulsionarios. No hay peste peor que los escribones. Remendones de embustes, de falsedades. Alquilones de sus plumas de pavos irreales” (99).

Por otra parte, en esta segunda parte la circular que Francia dicta a Patiño se dedica a historizar en detalle el proceso de independencia de Paraguay. Es evidente que el Dictador busca recordar a sus funcionarios -o incluso informar a aquellos que, por ser muy jóvenes, no la vivieron en primera persona- de las dificultades que el pueblo paraguayo debió enfrentar para desprenderse de la opresión española y porteña; lo mismo para alcanzar su soberanía, de la cual él mismo se erige como principal promotor. En este sentido, quiere advertirlos de los peligros que corre Paraguay si prosperan los pasquines y libelos que lo difaman a él -principal defensor de la independencia paraguaya-. De esta manera, en la circular la novela se dedica a la reconstrucción histórica. En ella, Roa Bastos encuentra la excusa perfecta para recorrer la experiencia paraguaya que va desde la dependencia colonial a su independencia de España, así como su relación conflictiva con las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio brasilero.

Pero lo más significativo de esta segunda sección es que profundiza sobre la condición ambigua del Dictador, sobre su existencia entre la vida y la muerte. La posibilidad de que haya perdido la vida se sugiere en varios momentos desde la entrada en el diario en la que habla de Andreu-Legard, donde hay dos alusiones a su muerte. Primero, el catalo-francés dice que el cráneo del marqués tuvo la misma suerte que el del Dictador -“Se llevaron el cráneo. No encontraron nada extraordinario, como Vuecencia me cuenta que ocurrirá con el suyo” (102)-, con lo cual se extraña el relato y se quiebra su temporalidad: si los relatos del prisionero parecían ser evocaciones que se habían dado durante la vida de El Supremo, ahora parecen darse cuando este ya ha muerto, como si tuviera conocimiento sobre lo que sucede con su propio cadáver. De esta manera, se agudiza la sensación de anacronismo del texto: Andreu-Legard tiene, en el pasado, un conocimiento sobre el futuro destino del Dictador. Además, al reconstruir lo que el prisionero le cuenta, El Supremo admite que está escuchando desde abajo de la tierra.

Hacia el final de la sección, el lector se da cuenta de que, efectivamente, el diálogo con Patiño, fechado el 21 de octubre de 1840, se produce cuando El Supremo ya está muerto. Durante ese diálogo se deslizan estos anacronismos, superposiciones de temporalidades distintas: El Supremo observa por la ventana restos del pasado, como una embarcación que hace años no se usa, tal como le indica Patiño. Sin embargo, el primero no ve su degradación, la ve íntegra, como si estuviera mirando hacia atrás, viviendo a través de la ventana un tiempo anterior. De la misma manera, manda a castigar al responsable de haber colgado un fusil del naranjo. Nuevamente, Patiño sabe que ese fusil ha sido colgado ahí hace muchos años, pero ante la insistencia de su amo, le sigue el juego y asegura que acatará la orden. Así, el relato alcanza un alto grado de extrañamiento. El Dictador ha perdido la noción del tiempo y cree estar vivo, pero la percepción que Patiño tiene contradice esa posibilidad. Por lo tanto, el lector sospecha que la voz que habla, dicta y escribe es la voz de un muerto.

Este extrañamiento del relato se acentúa con la dualidad que el Dictador evidencia en sus textos: en su escritura, por ejemplo, habla de un “Yo” y de un “Él” que se superponen en su figura. Es como si el Dictador se observara, desde la muerte, en el pasado, siendo ese “Él” su otro yo de cuando estaba vivo.

La escena del desdoblamiento entre El Supremo y su doble, que será una constante a lo largo de toda la novela, irá instalando la certeza de que Francia continúa viviendo en otra dimensión luego de su muerte. Una vida desde la cual puede pensarse a sí mismo -Yo- y ver, a su vez, al Él; es decir, al Dictador en vida, a su faceta pública. Esta dualidad y la condición fantasmática de El Supremo tienen una función desestabilizante en el relato: ponen en cuestión el estatuto de lo leído, la existencia de los dictados del Dictador a Patiño, e incluso la verdadera presencia del secretario, en la medida en que los diálogos que mantiene con el Dictador parecen ser posteriores a la muerte del líder. De pronto, las escenas entre el Dictador y Patiño cobran una dimensión imaginaria. En resumen, mientras que algunos fragmentos del dictado parecen ser reales -en la medida en que están comentados por el Compilador y parecen ser extractos de los documentos históricos reunidos por él-, otros fragmentos parecen ser producto de la imaginación de ese “Yo”, que es la voz de El Supremo que habla desde la muerte.

En conclusión, en la novela se alternan de manera desordenada e indiferenciada momentos de la vida y la muerte de El Supremo. Hay fragmentos donde es claro que dicta y escribe en vida, aunque se trata de sus últimos meses antes de perderla, de julio a septiembre, luego del accidente que lo arrastra hacia la muerte. Mucho de lo que dicta a Patiño y de lo que escribe en su cuaderno privado lo hace desde el estado de convalecencia de esos meses. En contraste, hay otros pasajes que confirman que la voz que habla y dicta es la de un muerto. Efectivamente, escribe: “Yo solo puedo escribir; es decir, negar lo vivo. Matar aún más lo que ya está muerto” (132).