Desde su publicación, Cien años de soledad ha sido encasillado tanto dentro del movimiento conocido como ‘realismo mágico’ o ‘real maravilloso’, según la versión acuñada por el crítico y novelista Alejo Carpentier. Muchas veces, ambas denominaciones se han utilizado como sinónimos.
Ahora bien, la noción de realismo mágico suele emplearse para describir aquellas narraciones realistas en las que se introducen elementos sobrenaturales que no producen sorpresa u horror en los personajes -como sí sucede en la literatura fantástica-, sino que son percibidas como acontecimientos naturales. Sin embargo, el origen de esta clasificación se remonta al crítico de arte alemán Franz Roth, quien la acuñó con el objeto de caracterizar una tradición de obras de arte expresionistas en las que se presentaban elementos reales desde una óptica inusual. En este sentido, el elemento mágico de la denominación de Roth no tiene que ver con un carácter sobrenatural en la obra, sino con el tratamiento extraño e inusual que se realiza sobre los elementos naturales que ella presenta.
En respuesta a la pretensión de utilizar esta denominación para definir a la novelística latinoamericana, Alejo Carpentier acuña la noción de lo real maravilloso. En una conferencia llamada Lo barroco y lo real maravilloso, el autor realiza una caracterización de la estética barroca como aquella que presenta una sobreabundancia, desborde o proliferación de formas y elementos, y que se opone a la austeridad que define la estética clásica, que tiende a priorizar el concepto, el espacio vacío y las formas equilibradas.
Para Carpentier, el carácter barroco de ciertas tradiciones artísticas occidentales -sean literarias, pictóricas o arquitectónicas, entre otras- encuentra en el territorio latinoamericano un espacio propicio para su expresión. Según el autor, esto se debe fundamentalmente al hecho de que “toda simbiosis, todo mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano acrece con la criolledad” (112). En otras palabras: la realidad latinoamericana se caracteriza por el hecho de integrar múltiples orígenes -americanos, europeos, africanos y orientales, entre otros-, lo cual la provee, desde su nacimiento, de un espíritu barroco; barroquismo que se materializa a través de distintos niveles: geográficos, sociales, políticos e históricos, entre otros.
En este sentido, la conceptualización de lo real maravilloso con la que Carpentier identifica su obra -y que se ha expandido hasta otros autores del boom, como Gabriel García Márquez- sirve para caracterizar esta realidad latinoamericana que, por su carácter barroco, resulta maravillosa. Lo maravilloso, en este punto, no refiere necesariamente a la narración de hechos literarios sobrenaturales -aunque también los incluye-, sino más bien para señalar el carácter extraordinario e insólito de lo latinoamericano: “Lo real maravilloso, en cambio, que yo defiendo, y es lo real maravilloso nuestro, es el que encontramos al estado bruto, latente, omnipresente en todo lo latinoamericano. Aquí lo insólito es cotidiano, siempre fue cotidiano” (115).
La narración de los acontecimientos presentados en Cien años de soledad hace posible, en este punto, su inclusión dentro de las características que engloban para Alejo Carpentier la novelística de lo real maravilloso latinoamericano. La descripción de Macondo, con su peculiar geografía y su exuberante naturaleza, la mezcla de elementos fantásticos ligados tanto a la cultura judeocristiana como a las tradiciones de los pueblos nativos de América, y el criollismo resultante por la convivencia de distintas etnias en el territorio, son algunos elementos que hacen al carácter barroco y maravilloso de la novela. En palabras de Carpentier, “Nuestro mundo es barroco por la arquitectura -eso no hay ni que demostrarlo-, por el enrevesamiento y la complejidad de su naturaleza y su vegetación, y por la policromía de cuanto nos circunda” (116).