La naturaleza (Símbolo)
Más allá de las distintas tematizaciones que recibe a lo largo de la novela, en múltiples situaciones el comportamiento inusual de la naturaleza opera como un símbolo del paso del tiempo y su gran poder destructivo. Esto se comprueba fácilmente en el epígrafe de los manuscritos de Melquíades: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas” (469). En este pasaje, la naturaleza se asocia al tiempo y a la destrucción, ofreciendo un marco temporal para la historia de los Buendía: en un principio, se hace presente en José Arcadio Buendía, cuyo fantasma envejece junto al castaño del jardín. En el final, aparece con el último hijo de la familia, un recién nacido devorado por las hormigas y que además tiene cola de cerdo. En las páginas finales de la novela, el funcionamiento simbólico de la naturaleza se potencia aún más, cuando un “huracán bíblico (...) lleno de voces del pasado” (470) arrasa con Macondo y lo destierra “de la memoria de los hombres” (471).
La venda negra en la mano de Amaranta (Símbolo)
Amaranta se hace quema su mano intencionalmente luego de enterarse del suicidio de Pietro Crespi, a quien había rechazado -pese a amarlo- en innumerables ocasiones. A partir de entonces, “la única huella externa que le dejó la tragedia fue la venda de gasa negra que se puso en la mano quemada, y que había de llevar hasta la muerte” (133). Este accesorio, al que luego se irán sumando otras prendas a medida en que la amargura y la soledad comiencen a identificarla, opera en la novela como un símbolo externo de su propia infelicidad y tristeza interior.
Pese a que Úrsula no entiende la personalidad de su hija, con el paso del tiempo descubre que Amaranta se batió siempre entre “un amor sin medidas y una cobardía invencible, y había triunfado finalmente el miedo irracional que Amaranta le tuvo siempre a su propio y atormentado corazón” (286).
El niño con cola de puerco (Símbolo)
La recurrencia constante del miedo irracional de Úrsula a que se engendren niños con cola de puerco funciona en la novela como un símbolo del pecado y la culpa. En otras palabras: la monstruosidad exterior del niño no es más que un reflejo de la monstruosidad interior de quienes lo engendran.
En este sentido, el pecado fundamental que motiva este miedo es el pecado del incesto. La transgresión a este tabú, de hecho, termina ocasionando la aniquilación de la estirpe Buendía. Esto sucede cuando Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonio -tía y sobrino- se enamoran y engendran, sin saberlo, el miedo originario de Úrsula Iguarán.
La monstruosidad como símbolo del pecado o el mal se comprueba cuando Úrsula enfrenta al coronel Aureliano, el día que este manda a fusilar a su amigo Gerineldo Márquez. En ese momento, Úrsula le dice que si comete tal atrocidad ella lo matará con sus propias manos: “Lo mismo que habría hecho si hubieras nacido con cola de puerco” (198).
Atuendo de luto (Símbolo)
El uso de vestimentas negras, como una forma de simbolizar el respeto y el dolor ante la pérdida de un ser querido, se encuentra muy extendido al menos desde tiempos del Imperio Romano. El luto, sumado a los avisos mortuorios y los entierros, son algunas de las formas más universales de responder y dar ceremonia ante la muerte en el mundo.
La presencia del luto y de las ceremonias mortuorias son una constante a lo largo de Cien años de soledad. Esto se debe tanto a la gran cantidad de años en los que discurre la novela, como a la cantidad de personajes que habitan la casa de los Buendía. La cantidad de duelos llega incluso a acumularse en la casa, lo que provoca que sus integrantes ya no sepan con certeza a quién le están haciendo el duelo. Por ejemplo, cuando a Úrsula le llega la noticia de que el coronel Aureliano está vivo, se pone a restaurar la depresiva y descuidada casa para su regreso. En ese momento, decreta “el término de los numerosos lutos superpuestos, y ella misma cambia los viejos trajes rigurosos por ropas juveniles” (210). Amaranta, por su parte, de tanto planificar duelos -incluso el propio- llega a volverse “una virtuosa en los ritos de la muerte” (317).
Los pescaditos de oro (Motivo)
La mención a los pescaditos de oro que produce el coronel Aureliano Buendía es un motivo común a lo largo de Cien años de soledad, incluso cuando el coronel ya se encuentra muerto. El taller de pescaditos se transforma en un elemento distintivo del coronel, al punto que los utiliza para que los mensajeros que envía en tiempos de guerra sean reconocidos como parte de su pelotón.
La laboriosidad y paciencia que tiene en la producción de los pescaditos, sin embargo, no termina de coincidir con la imagen que el mundo tiene de él como hombre de guerra. De hecho, Amaranta no “logra conciliar la imagen del hermano que pasó la adolescencia fabricando pescaditos de oro, con la del guerrero mítico” (200). Esto se debe a que la personalidad inicial de Aureliano era la de un hombre introvertido y ensimismado, a quien no le interesaba la guerra, sino que fue a ella por sentimientos humanitarios.
Una vez anciano, de hecho, el trabajo con los pescaditos se vuelve para él una forma de llenar el vacío que le dejó la guerra. En este punto, podemos encontrar un paralelismo con el caso de Amaranta cuando comienza a elaborar su mortaja fúnebre: “Fue entonces cuando entendió el círculo vicioso de los pescaditos de oro del coronel Aureliano Buendía. El mundo se redujo a la superficie de su piel, y el interior quedó a salvo de toda amargura” (318).