La soledad
Víctor García de la Concha señala que “cada paso que da cada uno de los miembros de la saga de los Buendía, tratando de salir de sí mismo, lo conduce fatalmente, por destino trágico, a la soledad” (71). Siguiendo la afirmación del crítico -y tal como lo anuncia el título de la novela-, debemos considerar la soledad como de los temas más centrales y reiterados de esta obra de Gabriel García Márquez.
El destino solitario se manifiesta desde la primera generación de la estirpe familiar: Úrsula Iguarán pasa sus últimos años abandonada en la ceguera y la senilidad, en una casa donde ya no logra imponer su orden. José Arcadio Buendía, por su parte, acaba atado y abandonado en el castaño del jardín luego de haber destrozado la casa en una crisis de locura.
Las próximas generaciones repetirán, una a una, el mismo destino solitario: Aureliano lo cumple en la soledad de su taller, luego de volver glorificado de una guerra interminable que acabó por aislarlo de todos, dejándolo con una interioridad vacía. También se repite en Amaranta, cuya cobardía la aleja del amor luego de haber rechazado a Pietro Crespi y al coronel Gerineldo Márquez. Arcadio y Aureliano José corren el mismo destino; el primero por haberse transformado en un déspota, el segundo luego de que su tía Amaranta lo rechace. Remedios, la bella, por su parte, transita una feliz soledad abandonada en su estado de pureza infantil. José Arcadio Segundo pasa sus últimos años en la soledad del cuarto de Melquíades, luego de ser testigo de la masacre realizada por la compañía bananera. Meme termina recluida y aislada en un convento de monjas por culpa de su madre, y su hermano José Arcadio pasa un periodo de soledad en Roma para luego volver a la casa cuando ya no queda nadie más que su esquivo primo Aureliano Babilonia.
Ahora bien, aunque parezca contradictorio, en muchos casos la soledad se nos muestra como un estado compartido: Rebeca y José Arcadio -expulsados por Úrsula de la casa de los Buendía- viven felices y sin compañía frente al cementerio, hasta el día en que José Arcadio muere y Rebeca queda viuda. Aureliano Segundo pasa sus últimos años en compañía de Petra Cotes, amándose en la soledad y en la pobreza. Lo mismo sucede con Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia, quienes habitan la casa a solas hacia el final de la novela. Más aún, el propio Macondo junto a sus habitantes parece atravesado por el mismo destino: desde el comienzo, aislados por la exuberante e impenetrable naturaleza; y en el final, olvidado en la penuria luego de los estragos producidos por la fiebre bananera.
Cabe destacar que no siempre se asocia la soledad a emociones netamente negativas. Cuando Rebeca envejece, no deja que la saquen de su casa en ruinas porque había conquistado “los privilegios de la soledad” (253). Arcadio Segundo y Petra Cotes pasan sus mejores años recluidos en la casa, momento en que se consolida su amor. Aureliano Babilonia y su tío José Arcadio se hacen amigos gracias a la soledad que los caracteriza. Amaranta y el coronel Aureliano Buendía solo consiguen alcanzar la paz en la soledad de sus labores: Amaranta con la producción de su mortaja y el coronel con la de sus pescaditos de oro. Finalmente, Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia pasan sus últimos meses “recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor” y llegan a ser “los más felices sobre la tierra” (457).
Por fuera de la estirpe de los Buendía, otro montón de personajes aparecen en la novela atravesados por el mismo destino: Melquíades, Prudencio Aguilar, Pilar Ternera, Santa Sofía de la Piedad, Gerineldo Márquez, Fernanda del Carpio y el sabio catalán son algunos de ellos.
El tiempo
Tal como sucede con la soledad, el título elegido por Gabriel García Márquez nos anticipa uno de los temas más importantes de la novela: el tiempo. En Cien años de soledad, el tiempo adquiere un sentido multifacético, ya que presenta distintas formas de manifestarse. En este sentido, Víctor García de la Concha menciona que “el tiempo mágico macondiano corre precipitado, hace trampas al calendario o de pronto se estanca”, y la escritura “Fluye a veces a un ritmo normal, que de pronto se acelera o se remansa y, por supuesto, los años, los meses y los días no tienen nada que ver con una historia real” (77).
En un principio, es posible establecer una temporalidad lineal y progresiva, basada en la medida de cien años y pautada por el propio Melquíades, quien manifiesta que solo podrán ser revelados los manuscritos de la familia cuando se cumpla el centenario de la estirpe Buendía. Este tiempo lineal, a su vez, puede ser analizado a partir de las distintas transformaciones políticas, económicas y sociales que atraviesa Macondo. Bajo esta perspectiva, el tiempo lineal de Cien años de soledad se encuentra íntimamente ligado al tema del progreso.
Ahora bien, a esta temporalidad lineal se le superpone otra, de carácter cíclico o espiralado, que se manifiesta como la repetición constante de sucesos y personajes a través de la historia familiar. Para comprenderla, basta con recurrir a las múltiples menciones que Úrsula y otros miembros de la familia realizan a lo largo de la obra. Por ejemplo, cuando José Arcadio Segundo se esfuerza por abrir un camino fluvial para crear un puerto en Macondo, Úrsula se fastidia y le dice: “Yo esto ya me lo sé de memoria (...). Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio” (225). Decenas de menciones como esta se presentan a lo largo de toda la novela.
Más aún, no contento con establecer esta doble temporalidad en la historia familiar -la lineal y espiralada-, Gabriel García Márquez construye otras temporalidades que se imbrican entre ellas. El cuarto de Melquíades, por ejemplo, se encuentra detenido en el tiempo mientras el fantasma del gitano permanece allí. En la habitación, siempre es marzo y siempre es lunes.
El paso del tiempo se percibe también luego de la muerte: Prudencio Aguilar sigue envejeciendo una vez fallecido; Melquíades teme a la muerte definitiva que lo acosa tras la primera, y el aroma de Remedios, la bella, continúa atormentando a sus víctimas una vez muertos. Algo parecido sucede con las evocaciones eróticas que el último de los José Arcadio tiene sobre su tía Amaranta luego de su muerte.
Al margen de las temporalidades narrativas arriba mencionadas, el crítico Ángel Rama clasifica las distintas referencias a la historia que presenta la novela de Márquez: del primer al cuarto capítulo, Macondo presenta una temporalidad prehistórica, llamada así porque cuenta la fundación de un pueblo desde cero. Es decir, desde antes de que tenga una civilización.
Con el avance de la novela, el concepto del tiempo que empieza a imperar es “lo que llamaríamos la historia” (100). Desde el Capítulo 4 hasta el Capítulo 17, se presentan múltiples referencias a los acontecimientos históricos colombianos. La llegada del ferrocarril, las guerras civiles de mediados del siglo XIX y la explotación de recursos naturales por industrias monopólicas extranjeras a lo largo del siglo XX, son algunos de estos procesos históricos.
Finalmente, del Capítulo 17 al 20, las referencias señalan al “tiempo biográfico del autor” (99). Es decir: remiten a la contemporaneidad del propio Gabriel García Márquez. Esto se presenta sobre todo en referencia a los amigos intelectuales de Aureliano Babilonio, cuyos nombres son un homenaje al grupo de intelectuales con los que Márquez compartía debates literarios Barranquilla (Colombia) durante la década de 1950.
La estirpe familiar
Los vínculos, las disputas intrafamiliares y las relaciones de parentesco conforman otro de los temas fundamentales de Cien años de soledad: la estirpe familiar. Tal como señala Mario Vargas Llosa, “la historia de Macondo es la de la familia Buendía y al revés” (34), y no hay ningún acontecimiento que suceda en Macondo que no tenga su correlato dentro del hogar de los Buendía.
Vargas Llosa indica que los Buendía conforman una institución vinculada no tanto por el afecto y el amor, sino por una infranqueable solidaridad, típica de sociedades pre industrializadas como la tribu o la horda. Esta familia se caracteriza a su vez por poseer un orden estrictamente patriarcal. Mientras que los varones son los únicos que prolongan el árbol familiar con su descendencia, ninguna de las mujeres -salvo Úrsula Iguarán y Amaranta Úrsula, la primera y la última- tiene hijos en la familia. Los hombres son siempre los que participan de la escena pública y política: salen al exterior, realizan guerras, administran Macondo y realizan huelgas. Las mujeres, por su parte, quedan relegadas a la escena y las tareas domésticas.
Pese a ello, estas mujeres son las únicas que logran sostener la estabilidad familiar, mantener la casa a flote y tienen, a su vez, una autoridad ilimitada sobre los niños de la casa, incluso cuando estos crecen. En este sentido, cabe señalar la centralidad de Úrsula Iguarán como orientadora del destino de la familia; autoridad que se vuelve evidente con el nacimiento del último José Arcadio de los Buendía. Cuando nace José Arcadio, Úrsula decide educar al niño para que sea Papa y de ese modo detener la “decadencia de su estirpe” (219). Sobre ello, Vargas Llosa señala: “El verdadero soporte, la columna vertebral de la familia es la menuda, activa, infatigable, magnífica Úrsula Iguarán, que guía esa casa de locos con puño firme” (2007:45).
Poca información se ofrece del linaje familiar previo a la llegada de Úrsula y José Arcadio, aunque sí se establece desde el comienzo que ambos protagonistas son primos. El motivo del incesto es central para el desarrollo del tema de la estirpe, ya que conlleva un peligro ancestral para la familia: la posibilidad de que las relaciones incestuosas entre sus miembros den como resultado la concepción de un niño mosntruoso con cola de puerco.
Hacia el final de la novela, se revela que los acontecimientos contados no son sino los presagios de la historia familiar escritos en los manuscritos de Melquíades, cuyo epígrafe pone de manifiesto la centralidad del tema de la estirpe: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último lo están comiendo las hormigas” (469). Desde el fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, hasta el niño con cola de puerco, hijo de Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula, Cien años de soledad comienza y termina con una mención al tema de la estirpe familiar.
La naturaleza
En Lo barroco y lo real maravilloso, Alejo Carpentier utiliza la noción de lo real maravilloso para caracterizar la nueva novelística latinoamericana de mediados del siglo XX, y vincula dicha noción a “ciertas características del paisaje” (1987:114) comunes en la geografía de Latinoamérica. Estas características, insólitas por lo exuberante y prolífero, son para él algo habitual en el territorio: “Aquí lo insólito es cotidiano” (1987:115). En Cien años de soledad, la intuición de Carpentier respecto a la omnipresencia de la naturaleza en la novela latinoamericana se comprueba por completo.
La mención a los elementos naturales aparece en la obra desde su inicio, cuando se narra la larga expedición que tuvieron que realizar los fundadores de Macondo a través de “aquel paraíso de humedad y silencio, anterior al pecado original (...) alumbrados apenas por una tenue reverberación de insectos luminosos y con los pulmones agobiados por un sofocante olor de sangre” (20). Como bien señala Ángel Rama, la mención al paisaje paradisíaco que atraviesan José Arcadio y Úrsula Iguarán remite al paraíso del Génesis descrito en la tradición judeocristiana, a ese paisaje “donde todo se inicia” (1991:100). Al igual que Adán y Eva, la primera generación de los Buendía construye desde cero una civilización en Macondo, esa tierra donde solo reina la naturaleza: “Un mundo tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” (9).
Pero la presencia incontrolable de la naturaleza no solo aparece en el texto como un escenario donde suceden los acontecimientos, sino que cobra una importancia central en el argumento de la novela. En primera instancia, opera como una potencia que busca constantemente devorarlo todo. Las plantas, insectos y alimañas que atentan contra la integridad de la casa de los Buendía habrían acabado con todo en las primeras páginas si no fuera por la guerra firme que les sostiene Úrsula Iguarán. Hacia el final de la novela, con la casa invadida por la maleza y los insectos, el golpe de gracia que acaba con el último hijo de los Buendía son las hormigas coloradas que arrastran al niño hacia su madriguera. En este sentido, su protagonismo se revela en el epígrafe de los manuscritos de Melquíades: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas” (469). Así, la naturaleza marca el principio y el final de la estirpe familiar.
La naturaleza, además, se vincula en forma estrecha con el tema de lo sobrenatural: una lluvia de flores amarillas cubre Macondo cuando muere José Arcadio Buendía; mariposas amarillas se presentan cada vez que aparece Mauricio Babilonia; las flores y plantas que adornan la casa de los Buendía confunden sus aromas y asumen formas extrañas cuando Úrsula comienza a dar señales de senilidad; un diluvio de años arrasa con Macondo luego de la masacre realizada por la compañía bananera, y un tornado que contiene las voces del pasado destruye la casa de los Buendía cuando termina la novela.
Lo sobrenatural
Fantasmas que conviven con los vivos, comportamientos de la naturaleza que rompen con la reglas de la biología, habitaciones en las que se detiene el tiempo y otros tantos sucesos maravillosos conforman uno de los temas más importantes de Cien años de soledad: lo sobrenatural.
Mario Vargas Llosa clasifica los numerosos acontecimientos sobrenaturales de la novela en cuatro planos o niveles distintos: el primero, lo mágico, integra a los sucesos provocados “mediante artes secretas por un hombre (mago) dotado de poderes o conocimientos extraordinarios”. El segundo plano es el milagroso y refiere a los acontecimientos vinculados “al credo religioso y supuestamente decidido o autorizado por una divinidad, o que hace suponer la existencia de un más allá”. El tercero es el mítico-religioso que “procede de una realidad histórica sublimada y pervertida por la literatura”. Por último, el plano fantástico que “nace de la estricta invención y que no es producto ni del arte, ni de la divinidad, ni de la tradición literaria” (1987:49).
De este modo, el plano mágico contiene los elementos y conocimientos que traen Melquíades y su familia de gitanos: la estera voladora, los imanes de fuerza inaudita, la enseñanza de la alquimia y la capacidad de volver de la muerte. También refiere, entre otros, a la capacidad adivinatoria de Pilar Ternera con sus barajas, a los presagios del coronel Aureliano, a la proliferación exagerada de los animales que cría Petra Cotes, al poder de atraer mariposas de Mauricio Babilonia y la capacidad de modificar la estaciones climáticas que tienen los gringos de la compañía bananera.
El plano milagroso aparece, sobre todo, en relación al culto cristiano: el cura Francisco el Hombre parece haber derrotado al diablo en un duelo de improvisación. Nicanor Reyna logra atraer fieles gracias a sus poderes de levitación. Una cruz de ceniza queda tatuada en la frente de los hijos bastardos del coronel Aureliano luego de su participación en una misa. Remedios, la bella, asciende en cuerpo y alma hacia el cielo tal como la tradición cristiana dice que lo hizo la Virgen María. El diluvio de cuatro años, a su vez, puede ser relacionado al diluvio universal que Dios envía en el Antiguo Testamento como castigo al pecado de los mortales.
En cuanto al plano mítico-legendario, Vargas Llosa remite a la presencia del Judío Errante, una figura mitológica que nace del imaginario cristiano, pero que no se considera un hecho milagroso debido a que es una figura retomada y llevada a la literatura por la cultura occidental. En este plano, también, se reúnen aquellas figuras que se presentan como legendarias y que Márquez retoma de otras fuentes literarias. Este es el caso, por ejemplo, de Lorenzo Gavilán, un personaje de la novela La muerte de Artemio Cruz, del escritor mexicano Carlos Fuentes.
Finalmente, el plano fantástico involucra aquellos elementos que no pueden ser clasificados a través de los planos arriba mencionados, sino como una “pura objetivación de la fantasía” (1987:62). Es decir, no tienen ningún origen por fuera de la imaginación del autor. Niños que nacen con cola de cerdo, pestes que generan insomnio, la sangre de un hijo muerto que recorre todo un pueblo hasta llegar a su madre y los comportamientos insólitos de la naturaleza, son algunos ejemplos de esta clasificación.
El conocimiento y la locura
Tanto el tema del conocimiento como sus contracaras, la locura y el olvido, aparecen tematizados en forma recurrente a lo largo de Cien años de soledad. La cantidad de personajes caracterizados por una inmensa sabiduría, poseedores de aptitudes adivinatorias, dotados de una memoria prodigiosa o, por el contrario, dominados por la locura, la senilidad y otras afecciones mentales, vuelve necesaria una lectura de la novela que haga foco en el tema del conocimiento y sus distintas manifestaciones en los integrantes de la sociedad macondina.
En el momento de la fundación de Macondo, José Arcadio Buendía es un hombre activo que lidera en la aldea administrando tierras y recursos de modo equitativo. Sin embargo, la llegada de Melquíades con sus artefactos e innovaciones científicas modifica la personalidad de este personaje, quien comienza a obsesionarse con el estudio y la investigación. Primero descubre que “la tierra es redonda como una naranja” (13), luego se interesa en el estudio de la alquimia y se empecina en comprobar científicamente la existencia de Dios. Finalmente, su obsesión con el conocimiento lo arrastra hacia la locura y termina, como consecuencia, atado al castaño del jardín, donde pasará el resto de su vida.
Aún después de muerto, la influencia de Melquíades en la casa empuja a todas las generaciones de Aurelianos a interesarse por la investigación y el conocimiento. Con el afán de alcanzar la sabiduría, muchos de ellos terminan siendo arrastrados hacia la locura y el aislamiento. Su influencia no reside solamente en el hecho de que sea viajero, lo que le permite acceder a conocimientos vedados para los macondinos. También se relaciona con sus misteriosos manuscritos, en los que se presagia toda la historia de la estirpe Buendía. Este conocimiento, sin embargo, conlleva el peligro de la destrucción. Por ese motivo, cuando Aureliano Babilonia consigue descifrar los manuscritos, un “huracán bíblico (...) lleno de voces del pasado” (470) arrasa con Macondo para siempre.
El tema del conocimiento se presenta también en la novela a través de la noción de la memoria. Úrsula Iguarán, la más longeva de la familia, conoce la mayoría de los secretos, estilos de vida y actividades de la estirpe. Su conocimiento llega al punto en que, una vez vieja, nadie descubre su ceguera debido a que conoce exactamente la ubicación, las actividades y conversaciones de cada integrante de la casa. Pese a ello, en sus últimos años, Úrsula comienza a desvariar y sus recuerdos se acumulan y entremezclan. De este modo, la sabiduría que la caracterizaba se transforma ahora en su contracara: la demencia senil. Cabe mencionar que, en relación a la familia, Úrsula se queja una y otra vez, a lo largo de toda la novela, de que la suya es una casa de locos.
Más allá de los arriba mencionados, otro montón de personajes se vinculan de un modo u otro con el tema del conocimiento y la locura: si la memoria le permite a Úrsula conocer el pasado de la familia, Pilar Ternera accede al conocimiento del futuro gracias a la lectura de las barajas. Remedios, la bella, por su parte, padece de un retraso madurativo y no es consciente del terrible poder de atracción que ejerce sobre los hombres, quienes terminan, a su vez, volviéndose locos de amor por ella. Rebeca tiene trastornos de ansiedad que la llevan a darse atracones de cal y tierra, Amaranta es depresiva y nostálgica, y Fernanda del Carpio es excesivamente moralista y paranoica. Finalmente, pueden mencionarse los dos casos de olvido masivo que arrasan con Macondo: el primero, con la plaga del insomnio; el segundo, luego de la masacre que realizan las autoridades comandadas por la compañía bananera.
El progreso
Mario Vargas Llosa señala que Macondo refleja “la historia humana” y que “los estadios por los que atraviesa corresponden, en sus grandes lineamientos, a los de cualquier sociedad, y en sus detalles, a los de cualquier sociedad subdesarrollada, aunque más específicamente a las latinoamericanas” (30). En otras palabras, lo que Vargas Llosa expresa es que los procesos históricos, sociopolíticos y económicos que se narran en la novela de Márquez reflejan los procesos reales atravesados en Latinoamérica, desde la llegada de los colonizadores europeos y hasta mediados de siglo XX.
Es por eso que podemos considerar que el tema del progreso -entendido como el desarrollo gradual de una sociedad en lo económico, tecnológico, político, social y cultural- posee un protagonismo fundamental en la novela. Este se revela en las distintas consecuencias que ese progreso produce en la sociedad macondina, la familia Buendía y los personajes de la historia en general.
La configuración inicial de Macondo se corresponde con una típica aldea del periodo preindustrial: una comunidad campesina, en la que existe igualdad económica y social, y que se autosatisface con lo producido por la siembra y la caza.
La primera transformación en la aldea se produce cuando Úrsula atraviesa la ciénaga en busca de su hijo. Tiempo después, vuelve acompañada de una ola de inmigrantes, uniendo a Macondo con el resto del país y transformándolo en un pueblo con talleres y tiendas donde atienden los primeros árabes que llegan al pueblo. En ese momento, Aureliano comienza a trabajar la plata en su taller y Úrsula inicia su negocio de animalitos de caramelo.
Más tarde, llegan las primeras autoridades enviadas por el gobierno: el corregidor don Apolinar Moscote; el padre Nicanor Reyna, quien funda la iglesia; y los primeros policías. Es a partir de ese momento que comienzan las primeras disputas políticas entre liberales y conservadores, que terminan con la afiliación del coronel Aureliano Buendía al partido liberal y, posteriormente, con un periodo de veinte años de guerra.
Cabe mencionar que las disputas políticas entre los partidos liberales y conservadores se presentaron en Latinoamérica en forma generalizada durante el siglo XIX. En términos generales, las disputas giraron en torno a la conservación del poder político heredado por las aristocracias conservadoras. Mientras que los conservadores defendían las instituciones tradicionales como la familia natural y la unificación entre iglesia y el Estado, los liberales buscaban producir cambios en las instituciones, al tiempo que pregonaban la conformación de un Estado laico. Pese a sus diferencias, ambas filosofías defienden la propiedad privada sobre la pública, lo que posibilitó diversas alianzas entre ambos movimientos. Esta alianza aparece denunciada en la novela luego de la guerra, cuando el coronel Aureliano y sus amigos comprenden que toda la violencia ejercida fue en vano.
Al finalizar la guerra, la llegada de una serie de innovaciones tecnológicas derivan en un modelo económico industrial que vuelve a transformar a Macondo. Llega el ferrocarril y, con él, el teléfono, la luz eléctrica, el gramófono, el cine y la fábrica de hielo.
Finalmente conectado con el mundo gracias al ferrocarril, Macondo comienza a recibir un nuevo afluente de inmigrantes. Ello impulsa su última transformación: cuando llega el gringo Mr. Herbert y descubre en un banquete con los Buendía la calidad del banano, decide crear una compañía bananera para explotar las bondades de la naturaleza de Macondo. La creación de compañía acelera el crecimiento de la región, debido a la cantidad de obreros que llega a trabajar en ella. Sin embargo, luego de hacer huelga para denunciar los malos tratos de la empresa, los trabajadores son reprimidos en forma violenta. Aquí, el acontecimiento narrado en la novela también tiene un referente en la realidad: la llamada Masacre de las Bananeras sucedida en Colombia en 1928.
La fatalidad del amor
A lo largo de Cien años de soledad vemos repetirse una y otra vez, en las sucesivas generaciones de la familia Buendía, una asociación entre las nociones de amor y fatalidad, en la que el amor conduce inexorablemente a quienes lo experimentan hacia un destino fatal. Esta asociación culminará, al finalizar la novela, en la aniquilación total de la familia y de Macondo.
El tema de la fatalidad del amor se nos ofrece desde el inicio de la novela con el viaje que llevan a cabo Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía desde Riohacha hacia Macondo. Este viaje se realiza como consecuencia de un doble crimen: por un lado, la transgresión al tabú del incesto que se produce por haberse casado siendo primos y, por el otro, el asesinato de Prudencio Aguilar perpetrado por José Arcadio luego de que el primero lo acuse de ser impotente. Aquí, la fatalidad del amor se relaciona con el asesinato y el peligro de engendrar un hijo deforme producto del incesto. Este último peligro, a su vez, será heredado a través de las siguientes generaciones y presenta uno de los motivos que ocasionan la extinción de la familia al culminar la novela.
Con la segunda generación de la familia, la asociación entre fatalidad y amor vuelve a aparecer en la relación que mantienen el coronel Aureliano Buendía con Remedios y Amaranta Buendía con Pietro Crespi. En el primer caso, la fatalidad se presenta cuando la pequeña Remedios, ya embarazada, muere “envenenada con su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre” (107). En el caso de Amaranta, su miedo a entregarse al amor de Pietro Crespi la lleva a rechazarlo en innumerables ocasiones, al punto en que el hombre se suicida cortándose las manos.
Por su parte, Remedios, la bella, tiene tal poder de atracción sobre los hombres que su sola presencia en el pueblo provoca graves consecuencias. Primero, un hombre muere de amor junto a su ventana después de conocerla. Luego, un caballero extranjero, elegante y adinerado se hunde en la locura y la ruina cuando Remedios le muestra su sonrisa. Más adelante, un intruso se revienta el cráneo en el baño de la casa cuando intenta violarla y, finalmente, otro sujeto, que se jactaba de haberla tocado, muere con el pecho destrozado luego de que un caballo lo patee sorpresivamente.
El caso de Meme Buendía y Mauricio Babilonia ofrece otro ejemplo de la correspondencia entre amor y fatalidad: luego de que Fernanda del Carpio descubra el amorío entre los jóvenes, provoca que la policía le dispare en la columna vertebral a Mauricio, quien pasa el resto de su vida postrado y en soledad. Meme, por su parte, termina enclaustrada en un convento de monjas y nunca vuelve a pronunciar una palabra después del incidente.
Finalmente, Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia encarnan el tema de la fatalidad del amor llevándolo a su mayor expresión. Sumergidos primero en un amor tan profundo que hace de “Aureliano y Amaranta Úrsula los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra” (457), con el paso del tiempo deben pagar el precio de su felicidad: primero conciben al hijo con cola de puerco que tanto asustaba a Úrsula Iguarán desde el comienzo; luego, Amaranta Úrsula muere en el parto y Aureliano queda desahuciado y sin amigos en un Macondo olvidado por el mundo. Finalmente, Aureliano descubre que a su hijo lo han devorado las hormigas coloradas. Inmediatamente después, un terrible huracán borra a Macondo de la faz de la tierra.