Resumen
Capítulo 3
Pese a la ausencia de José Arcadio hijo, los Buendía reciben a su hijo engendrado con Pilar Ternera, ya que su abuelo no puede tolerar “que un retoño de su sangre quede navegando a la deriva” (49). El niño recibe el nombre de su padre, pero lo llaman Arcadio para evitar confusiones. Tanto él como Amaranta quedan al cuidado de Visitación y su hermano, dos nativos guajira que habían llegado a la casa de los Buendía a trabajar huyendo de una peste de insomnio que azotaba sus tierras.
Impulsado por la llegada de los nuevos habitantes que acompañaron a Úrsula a través de su viaje, Macondo se transforma en un pueblo activo y próspero. Varias familias árabes construyen talleres y negocios, se crea un hotel, algunos burdeles y otros lugares de mala muerte. Las transformaciones de la aldea provocan que Úrsula y su marido tengan que volverse más activos: mientras ella comienza un negocio de venta de animalitos de caramelo, José Arcadio se transforma en un referente en la reestructuración de Macondo y la repartición de sus tierras. Durante este tiempo, deja de lado su obsesión por la alquimia y libera a los pájaros del pueblo para instalar en su lugar un sinfín de relojes traídos por los árabes que suenan sincronizados cada media hora, oyéndose en todos lados.
Aureliano, por su parte, se dedica a investigar el arte de la platería en el taller de la casa. Para entonces, su apariencia es la de un hombre delgado, solitario, silencioso y con un dejo sobrenatural de los ojos. Un día, le clava la mirada a su madre y le dice, sin motivos aparentes: “Alguien va a venir” (52). Úrsula no le presta atención, pero el domingo siguiente llega a la casa una niña huérfana llamada Rebeca con una carta para José Arcadio y un talego de cuero con los huesos de sus padres dentro. Aunque la carta dice que la niña es hija de unos parientes de la familia, ni Úrsula ni José Arcadio consiguen identificarlos. Pese a ello, adoptan a la niña.
Al principio, Rebeca no se comunica con nadie y rechaza la comida que le dan. Además, el talego que trajo consigo comienza a aparecerse por diversos lugares de la casa haciendo sonar los huesos secos de su interior. Con el tiempo, Úrsula descubre que la niña se alimenta con tierra y cal seca que arranca de las paredes de la casa. Finalmente, luego de que Úrsula la discipline con rigor, Rebeca se adapta a la dinámica familiar, comienza a comer normalmente y a hablar español.
Tiempo después, la familia descubre que Rebeca está enferma con la peste del insomnio, la enfermedad comentada por Visitación y su hermano. Visitación explica que el problema no es el insomnio en sí, sino una segunda etapa en la que los enfermos comienzan a olvidar las cosas “hasta hundirse en una suerte de idiotez sin pasado” (56). Luego de que la peste se expanda en Macondo y todo el pueblo se hunda en la amnesia, Aureliano propone pegar papeles con los nombres y funciones de cada cosa. En poco tiempo Macondo queda tapado por papeles con identificaciones.
Finalmente, un anciano llega al pueblo y le hace beber a José Arcadio Buendía un brebaje que le devuelve la memoria. En ese momento, José Arcadio lo reconoce con alegría: es Melquíades, que “había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad” (62). La familia Buendía invita a Melquíades a vivir junto a ellos y el anciano instala un taller en el laboratorio de la casa donde lee sus textos prohibidos y se dedica a hacer daguerrotipos, una antigua técnica fotográfica.
Meses después, Aureliano visita el negocio de un tendero llamado Catarino que funciona las veces de burdel. Allí conoce a una morena adolescente a quien su abuela la obliga a prostituirse para pagar los daños por haber incendiado su casa al irse a dormir sin apagar las velas. En el lugar, Aureliano es presionado para que se acueste con la joven. Sin embargo, la ansiedad no le permite consumar el acto y vuelve a su casa avergonzado y dispuesto a salvar a la joven de su condena. Pese a ello, cuando vuelve a la tienda al día siguiente descubre que la joven ya se ha ido.
Creyéndose impotente, Aureliano se refugia en su trabajo con los metales. Mientras tanto, su padre saca daguerrotipos por toda la casa, intentando capturar una imagen de dios, y Melquíades descubre mediante predicciones que Macondo, en el futuro, estará repleto de edificios con paredes de cristal. A su vez, Úrsula expande su negocio y comienza a vender panificados.
Amaranta y Rebeca, por su parte, se transforman en dos mujeres hermosas y, cuando Úrsula lo percibe, pone en marcha una ampliación de la casa para que sus hijos y nietos no se vayan el día en que se casen y formen familia. Cuando la obra está por finalizar, Macondo recibe la visita de un corregidor enviado por el gobierno: Don Apolinar Moscote. El hombre llega con la orden de pintar todas las casas de azul para celebrar la independencia nacional, pero José Arcadio lo interpela, le dice que en Macondo no obedecen órdenes y que su casa “ha de ser blanca como una paloma” (71). Como respuesta, Don Apolinar Moscote lo amenaza y, con su enorme fuerza, José Arcadio lo pone en el camino de vuelta hacia la ciénaga.
Una semana después, el corregidor vuelve a Macondo junto a su familia y dos policías. José Arcadio, que no quiere humillarlo frente a sus hijas, Amparo y Remedios, le informa que lo dejará quedarse a vivir en Macondo con la condición de que cada quien pueda pintar su casa como se le dé la gana, y de que se vayan los policías. Mientras tanto, Aureliano queda embelesado por la belleza de Remedios, la hija del corregidor, quien tan solo tiene nueve años.
Capítulo 4
Úrsula celebra la ampliación de la casa con un gran baile para el que compra una pianola automática. Para instalar el aparato, la compañía importadora les envía a Pietro Crespi, un extranjero experto y “el hombre más bello y mejor educado que se había visto en Macondo” (75). Pietro les enseña a bailar la música de moda a Amaranta y Rebeca y en poco tiempo ambas jóvenes se enamoran de él.
Cumplido su trabajo, Pietro Crespi vuelve a su tierra de origen y los Buendía organizan una fiesta de despedida en su honor. Cuando el hombre se retira, Rebeca corre a su cuarto a llorar y su profunda tristeza la impulsa a retomar el viejo hábito de comer tierra y cal de las paredes.
Semanas más tarde, Amparo, una de las hijas de Don Apolinar Moscote, se presenta de visita en la casa y le ofrece a Rebeca una carta de amor de Pietro Crespi. Luego de intercambiarse cartas con él durante semanas, un día el correo no le deja ninguna y Rebeca come tanta tierra que se intoxica. Preocupada, Úrsula le revisa sus pertenencias y encuentra allí la correspondencia.
La situación amorosa de Aureliano también es complicada: una tarde, Amparo Moscote vuelve de visita acompañada de Remedios y él aprovecha para regalarle un pescadito de oro que estaba fabricando en su taller. Sin embargo, lo hace con tanta torpeza que Remedios huye, asustada. Desolado, Aureliano se presenta alcoholizado en la casa de Pilar Ternera, con quien se acuesta. Rápidamente, Pilar advierte el mal de amor que aqueja a Aureliano y este le confiesa sus sentimientos por Remedios. Lejos de enojarse, Pilar le promete que intercederá por él ante la niña.
Influenciada por Pilar, Remedios accede y Aureliano le cuenta a sus padres la intención de casarse con ella. Ello enfurece a José Arcadio, quien sigue considerando a los Moscote como enemigos. Luego de debatirlo, sin embargo, Úrsula y José Arcadio acuerdan apoyar a su hijo con Remedios y también casar a Rebeca, la correspondida, con Pietro Crespi. Resentida por la suerte de Rebeca, Amaranta se promete impedir la boda a toda costa.
A la semana siguiente, José Arcadio Buendía y Aureliano se dirigen donde los Moscote para pedir la mano de la niña. Aunque los padres informan que Remedios aún no ha madurado sexualmente, acceden al matrimonio.
Las tensiones familiares comienzan a menguar cuando los sorprende la muerte de Melquíades. Para entonces, el gitano era un hombre muy anciano y pasaba las horas en la bella habitación que Úrsula había construido para él al remodelar la casa. Úrsula lo llora desconsoladamente pese a su recelo de antaño y, como es el primer muerto de Macondo, se inaugura con su sepultura el cementerio del pueblo.
En esos tiempos vuelve Pietro Crespi a la casa y comienza a llenarla de muñecos a cuerda que le regala a Rebeca y que José Arcadio se entretiene desarmando e investigando. Por su parte, Úrsula resuelve irse de viaje con Amaranta durante un tiempo, ya que su presencia se vuelve vengativa y amenazante para la pareja. En cuanto a Aureliano y Remedios, su relación prospera mientras el primero le enseña a dibujar y leer a la niña.
La única infeliz en la casa es Rebeca, ya que teme la venganza de su hermana. Un día, llama a Pilar Ternera para que le lea el porvenir en las cartas y ella le dice que solo va a ser feliz si logra enterrar a sus padres. Cuando José Arcadio se entera de la predicción, busca y encuentra el talego de huesos, y luego lo entierra en el cementerio del pueblo.
A partir de entonces, Rebeca le abre las puertas de la casa a Pilar, quien aprovecha para pasar más tiempo con su hijo Arcadio, aunque este desconoce que ella es su verdadera madre. Un día, Pilar le confiesa a Aureliano que ha quedado embarazada de su único encuentro sexual. Tanto Aureliano como Remedios aceptan al niño como un hijo.
Sin contar con los cuidados de Úrsula, José Arcadio Buendía recae en sus investigaciones obsesivas, esta vez con los muñecos a cuerda de Pietro Crespi. Entre desvaríos, vuelve a encontrarse con el fantasma de Prudencio Aguilar, el hombre al que asesinó antes de fundar Macondo. Prudencio afirma que lo estuvo buscando pero no pudo encontrarlo porque no había muertos en Macondo que pudieran darle su ubicación. Fue gracias al recientemente muerto Melquíades que pudo encontrarlo. Sin embargo, su presencia no es hostil hacia la familia: únicamente quiere compañía, porque se siente solo.
Finalmente, la obsesión con las máquinas lleva a José Arcadio a asegurar que la máquina que hace correr los días se ha roto. En un rapto de locura irascible, comienza a destruir toda la casa hasta que Aureliano consigue amarrarlo junto a un castaño del patio. Días después, Úrsula regresa de su viaje y le construye allí “un cobertizo de palma para protegerlo del sol y la lluvia” (97).
Análisis
Con la llegada de los nuevos inmigrantes, se produce una de las primeras grandes transformaciones en la configuración de Macondo. Esta transformación pone de relieve la centralidad del tema del progreso en la obra, entendido como el desarrollo gradual de una sociedad en las distintas esferas socioeconómicas, políticas y culturales. Si en los capítulos anteriores Macondo se asemejaba a una típica aldea del periodo preindustrial, campesina e igualitaria, el regreso de Úrsula con los inmigrantes modifica sustantivamente la realidad del lugar. Ahora Macondo es un pueblo próspero, donde aparecen los primeros talleres y tiendas atendidos por un nuevo tipo social: los árabes.
El reemplazo de los tradicionales pájaros de Macondo por los nuevos relojes traídos por los árabes resulta un ejemplo significativo del valor del desarrollo en el pueblo. Tanto los pájaros como los relojes cumplen la misma función melódica en el lugar y ambos se presentan en modo excesivo e inaudito, ya que su sonido es tan fuerte que se oye en todos lados. Sin embargo, si los pájaros nos muestran un Macondo donde impera lo natural, los relojes representan la llegada del progreso, momento en que los elementos propios de la civilización se integran al paisaje.
Tal como analizamos anteriormente, toda modificación en la sociedad macondina tiene su correlato en la estructura de la familia Buendía. Con los nuevos cambios, Aureliano comienza a trabajar la plata en su taller y Úrsula inicia su negocio de animalitos de caramelo. Este negocio, a su vez, le permite impulsar una nueva ampliación de la casa, cuyo fin principal consiste en retener a sus hijos e hijas que ya dan muestra de madurez. El hogar de la familia, en este punto, evoluciona estableciendo un paralelismo con el crecimiento de la aldea.
El cambio en la configuración de Macondo tiene a su vez un impacto político. Si la organización social previa permitía cierta horizontalidad en la toma de decisiones en el pueblo -aunque de esas decisiones quedaran excluidas las mujeres-, su crecimiento llama la atención del gobierno, lo que tiene como consecuencia la llegada del primer representante oficial del estado: el corregidor don Apolinar Moscote. Su llegada introduce al pueblo una nueva ley, la estatal, que ya no se establece horizontalmente entre los habitantes de Macondo, sino que opera sobre ellos en forma vertical. De hecho, junto a Moscote ingresan los primeros policías al pueblo.
La presencia de los Moscote produce también otras tensiones en la casa de los Buendía, desde el momento en que Aureliano queda embelesado por la belleza de su hija más chica, Remedios, de tan solo nueve años. Este hecho, sumado a profunda enemistad que se genera entre Rebeca y Amaranta por el amor de Pietro Crespi, hace indignar a José Arcadio: “«El amor es una peste», tronó” (85). Esta asociación entre amor y fatalidad se repetirá constantemente a lo largo las distintas generaciones de los Buendía y se vincula, por ello, al tema de la estirpe familiar. De hecho, la aniquilación de la familia hacia el final de la novela estará ligada íntimamente a las relaciones amorosas e incestuosas entre sus miembros.
En el capítulo cuatro, antes de informarle a sus padres acerca de su interés en Remedios, comienzan a manifestarse los primeros signos de la personalidad solitaria de Aureliano. Este carácter solitario lo definirá por el resto de su vida: “Remedios no respondió (...), solamente la encontró en la imagen que saturaba su propia y terrible soledad” (81). El tema de la soledad, sin embargo, no se agota en él sino que empieza a presentarse en otros personajes de la novela: Melquíades regresa de la muerte “porque no pudo soportar la soledad” (62) y algo similar sucede con el fantasma de Prudencio Aguilar, quien llega a instalarse a la casa por “la intensa añoranza de los vivos” (95).
Al final del cuarto capítulo se ofrece una de las primeras menciones a la extraña manera en la que el tiempo transcurre en Macondo. Esta vez se da en boca de José Arcadio, quien ingresa al cuarto de Melquíades y siente que el tiempo se ha detenido: “—¡La máquina del tiempo se ha descompuesto! —casi sollozó (...). El viernes, antes que se levantara nadie, volvió a vigilar la apariencia de la naturaleza, hasta que no tuvo la menor duda de que seguía siendo lunes” (96). Aunque al final de la novela se comprueba que efectivamente el cuarto tiene la facultad de parar el tiempo, José Arcadio termina atado en el castaño debido a que todos lo consideran loco. En este punto, el cuarto capítulo condensa varios temas fundamentales de la novela: el tiempo, lo sobrenatural y la locura versus el conocimiento.
Para finalizar, cabe mencionar la importancia que tiene Pilar Ternera en la configuración de la casa de los Buendía. Tal como analizamos en el segmento anterior, Pilar funciona como el doble descontracturado, sexual y moralmente, de Úrsula Iguarán. Aunque nunca le permiten integrarse completamente a la familia, la influencia de Pilar es tal que se vuelve responsable de concebir a la tercera generación de los Buendía: Arcadio, hijo de José Arcadio hijo, y Aureliano José, el hijo por nacer de Aureliano. Su vínculo con ambos jóvenes se caracteriza por ser, a su vez, maternal y carnal. Ella no deja de ayudarlos como consejera ni siquiera cuando Aureliano le confiesa su amor por Remedios. Algo similar sucede con Rebeca, a quien aconseja tirándole las barajas.
Finalmente, cuando Pilar Ternera le cuenta de su embarazo a Aureliano, lo hace con una atenuación que opera en un doble sentido: “—Eres bueno para la guerra —dijo—. Donde pones el ojo pones el plomo” (94). Aunque Pilar se refiere con ello al hecho de haber quedado embarazada en un solo encuentro, el futuro militar de Aureliano se presagia también con este pasaje.