Cosas pequeñas como esas

Cosas pequeñas como esas Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

En el segundo capítulo, el narrador describe la educación de Furlong y afirma que "había salido de la nada. De menos que nada" (11). Su madre quedó embarazada a los dieciséis años mientras trabajaba en casa de una viuda protestante llamada Mrs. Wilson. Al enterarse del embarazo, la familia de la madre de Furlong la abandonó, pero Mrs. Wilson le permitió conservar su trabajo y criar a su hijo en su casa. Incluso, fue ella quien el día del parto acompañó a la muchacha al hospital, y quien luego la llevó de regreso a su casa.

Furlong pasó la mayor parte de su infancia en un moisés en la cocina de los Wilson y, más tarde, en un cochecito al que iba atado con arneses para que no alcanzara las jarras. Los primeros recuerdos de Furlong son unos platos para servir, una estufa negra y caliente y un brillante suelo de baldosas cuadradas sobre el que aprendió a gatear y caminar. Como no tenía hijos, Mrs. Wilson desempeñó un papel activo en la crianza de Furlong: le dio pequeñas tareas y lo ayudó a aprender a leer. La mujer contaba con una pequeña biblioteca y hacía caso omiso de los juicios que otros emitían. Vivía con serenidad, manteniéndose con la pensión que le había quedado por la muerte de su esposo en la guerra y con los ingresos que le daban sus rebaños de vacas y ovejas. Vivía también en la propiedad un peón llamado Ned. Mrs. Wilson vivía sin conflictos con sus vecinos, gracias a la forma en que administraba sus tierras y en que evitaba incurrir en deudas.

Si bien los domingos Mrs. Wilson y la madre de Furlong asistían a lugares de culto diferentes, sus creencias religiosas no les causaban tensiones, porque ambas eran practicantes “tibias”. Ned las llevaba respectivamente a una iglesia y a una capilla cada semana, pero ambas dejaban la Biblia y otros libros de oraciones sin tocar hasta el siguiente domingo o día festivo.

En la escuela, Furlong sufrió burlas y apodos desagradables debido a las circunstancias de su nacimiento y su familia. Una vez llegó a casa con la parte de atrás del abrigo lleno de saliva. Sin embargo, su conexión con la casona de los Wilson le daba cierta libertad y protección contra esas intimidaciones. Por varios años, antes de terminar en el depósito de carbón, continuó sus estudios en una escuela industrial, donde hacía el mismo trabajo por el que ahora les paga a otros hombres que están a cargo suyo. Su buena intuición para los negocios, su buen trato y sus buenos hábitos protestantes (como levantarse temprano y evitar la bebida) lo llevaron a progresar y ascender de rango, hasta llegar a estar a cargo del negocio.

En el presente de la novela, Furlong vive con su esposa Eileen y sus cinco hijas en la ciudad. Conoció a Eileen cuando ella trabajaba en la oficina de Graves & Co., y la cortejó de la manera habitual: llevándola a ver películas y a dar largos paseos nocturnos por la costanera. Lo que atrajo a Furlong de su mujer fue su brillante pelo negro y sus ojos azul pizarra, así como su mente práctica y ágil. Cuando se comprometieron, Mrs. Wilson le regaló a Furlong unos cuantos miles de libras, lo que dio lugar a especulaciones sobre la identidad del padre de él. La gente decía que la mujer le había dado ese dinero porque quien lo había engendrado era “uno de los suyos”, intuición que era también alimentada por el hecho de que había sido bautizado “William”, nombre que en Irlanda está asociado a los reyes ingleses y, por lo tanto, a los protestantes.

A pesar de esos dichos, Furlong nunca pudo descubrir quién había sido su padre. Su madre murió cuando él tenía doce años; se desplomó en la calle mientras transportaba una cosecha de manzanas silvestres para hacer gelatina, y los médicos dijeron que se había tratado de un derrame cerebral. Años después, Furlong fue al registro civil a buscar una copia oficial de su partida de nacimiento, pero en el espacio donde debería haber estado escrito el nombre de su padre simplemente decía “desconocido”. Al ver esto, un empleado del registro civil se rió de él cruelmente.

Furlong se niega a quedarse en el pasado y elige centrarse en su presente, en el que se dedica a cuidar de su familia. Sus cinco hijas (Kathleen, Joan, Sheila, Grace y Loretta) se parecen a su madre en el pelo negro y la piel blanca. Furlong describe a sus hijas como chicas brillantes y prometedoras académica y artísticamente. Kathleen, a cambio de un poco de dinero, ayuda a su padre a llevar las cuentas de su empresa, y clasifica lo que se acumula en la semana. Joan, que al igual que Kathleen asiste a la secundaria en St. Margaret’s, es muy inteligente y canta en un coro. Sheila, la hija del medio, y Grace, la anteúltima, nacieron con once meses de diferencia, y pueden recitar las tablas de multiplicar de memoria y nombrar los condados y ríos de Irlanda, que a veces dibujan en la mesa de la cocina. También se inclinan por la música y toman clases de acordeón en el convento. Loretta, la menor, es tímida, pero ya puede leer a la inglesa Enid Blyton, y ha ganado un premio por su dibujo de una gorda gallina azul patinando en un estanque helado. Furlong siente una profunda alegría y orgullo al ver que sus hijas hacen las pequeñas cosas que deben hacerse, como realizar una reverencia en la capilla o agradecer a un comerciante por el cambio.

Furlong le comenta una noche a Eileen la suerte que tienen en su familia, señalando que mucha gente es pobre y no tiene la misma suerte que ellos. Su gratitud por lo poco que tienen lleva a Eileen a preguntar si ha ocurrido algo. Furlong responde que vio al hijo pequeño de Mick Sinnott en el camino, bajo una lluvia torrencial, buscando maderitas. Eileen adivina correctamente que su marido se detuvo a ayudarlo y le ofreció un poco de dinero. Eileen cree que algunas personas son culpables de sus propias dificultades, pero Furlong responde que no cree que el chico tenga la culpa en este caso. Eileen le dice que Sinnott fue visto borracho en un teléfono público, y le reprocha al hombre su alcoholismo, señalando que es algo que debería dejar de hacer si tuviera algún respeto por sus hijos. Furlong responde que, quizás, el hombre no puede enderezarse como quisiera, a lo que su mujer responde que “siempre hay alguien a quien le toca sacar la paja corta” (15).

Casos como este, relacionados con el bienestar de las personas, a veces le quitan el sueño a Furlong. Aunque se duerma agotado después del trabajo, suele despertarse en medio de la noche, inquieto, con la mente dándole vueltas, hasta que por fin se levanta a preparar el té. Luego se para con la taza, junto a la ventana, y observa las pequeñas escenas de lo que sucede. Ve perros callejeros buscando restos en la basura, desperdicios librados al viento y hombres que regresan tambaleando a casa tras una larga noche en el bar. A veces Furlong oye a esos hombres emitir un silbido agudo y picante, una risa que lo pone nervioso, pues sabe que algún día sus hijas madurarán y les tocará entrar en ese mundo masculino. Ya ha notado que los hombres siguen a sus hijas con la mirada, y algo de sí se crispa ante esa idea, aunque no sabe por qué. Furlong es consciente de lo fácil que es perderlo todo. Aunque nunca se aventuró lejos, su trabajo lo hace desplazarse por distintos lugares, y ha visto las diversas desgracias que asolan a la gente: las colas de desempleados son cada vez más largas; hay hombres que no pueden pagar sus facturas ni calentar sus casas, y deben dormir con los abrigos puestos; el primer viernes de cada mes las mujeres hacen fila en la oficina de correos, esperando cobrar las asignaciones por hijos; en el campo, hay gran cantidad de vacas sin ordeñar porque los campesinos que las cuidaban han emigrado a Inglaterra en busca de mejores oportunidades. Una vez, Furlong llevó al pueblo a un hombre que tenía que pagar una factura y había tenido que vender su auto porque tenía muchas deudas que el banco le estaba reclamando. Otra vez, vio a un chico de uniforme escolar tomándose la leche del cuenco del gato, detrás de la casa del cura.

A veces, mientras trabaja, Furlong sintoniza la radio y se entera de asuntos locales y nacionales. Es 1985, y entre esas noticias destaca el Tratado anglo-irlandés que el Taoiseach firmó con Margaret Thatcher, despertando marchas de protesta de la gente de Belfast en contra de que Dublín se meta en sus asuntos. Otras noticias dan cuenta de la gran inmigración de jóvenes a Londres, Boston y Nueva York, y, en el plano local, hablan de un gran número de empresas que cierran o despiden a mucha gente, como el astillero, la fábrica de fertilizantes o el puesto de flores de Miss Kenny.

A pesar de que los tiempos son duros, Furlong sigue decidido a centrarse en sacar adelante a su familia. En concreto, prevé que sus hijas completen su educación en St. Margaret's, la única escuela de calidad para niñas de la ciudad.

Análisis

En su estructura narrativa, la novela alterna entre la descripción de las motivaciones internas de Furlong y la demostración de su carácter a través de la narración de sus acciones. El segundo capítulo presenta sus antecedentes personales, así como un panorama más amplio del contexto económico y político de la época en que transcurre el libro. Es evidente que la educación de Furlong influye en sus decisiones de adulto. Su origen humilde queda hiperbólicamente representado desde las dos primeras oraciones del capítulo: "Furlong había salido de la nada. De menos que nada" (11). La carencia de este origen contrasta notablemente con el progreso económico que Furlong ha alcanzado en el presente de la novela, y explica, en gran medida, los esfuerzos que el hombre hace por mantener esa situación.

La narración de su historia hace hincapié en que su madre “había quedado embarazada” a los dieciséis años, lo cual hace recaer exclusivamente en ella la responsabilidad, ya que nunca se menciona ni reconoce al padre. En efecto, haciéndose eco de un signo de época, la familia materna de Furlong abandonó a la adolescente embarazada por incumplir sus deberes morales. Esta perspectiva misógina era habitual a finales del siglo XIX, en el que se popularizó la expresión de “mujeres caídas” para referirse tanto a trabajadoras sexuales como a quienes tenían hijos por fuera del matrimonio. Estas mujeres solían ser llevadas a las denominadas “lavanderías o asilos de la Magdalena”, instituciones irlandesas que formaban parte de un sistema de asilo dirigido por monjas católicas, en el que las mujeres eran forzadas a hacer trabajos físicos duros. Su nombre alude a la figura bíblica de María Magdalena, quien durante siglos fue falsamente presentada como una prostituta arrepentida.

Afortunadamente, la madre de Furlong se libró de ese destino al ser acogida por Mrs. Wilson, una mujer protestante que no la juzgó según los mismos criterios de su familia (influida también por la moral religiosa de la época). Mrs. Wilson le permitió a la muchacha seguir viviendo con ella y trabajando en su casa, e incluso desempeñó un papel activo en la crianza de Furlong. El narrador destaca la tendencia de Mrs. Wilson a vivir serenamente y con la cabeza gacha, atenta a sus propios asuntos, cualidades que también serán acentuadas en Furlong. Por su parte, la madre de Furlong tuvo que trabajar duro el resto de su vida (de hecho, murió mientras trabajaba), pero aun así se la describe como más afortunada que la mayoría de las mujeres de su condición.

En la sociedad irlandesa que la novela retrata, el estatus económico y los ideales religiosos desempeñan un papel decisivo en la posición social de una persona. No solo las madres solteras se enfrentan al escrutinio social; sus hijos también sufren prejuicios. De niño, Furlong fue objeto de burlas e insultos, pero no es menos cierto que su asociación con la casona de Mrs. Wilson lo protegió de intimidaciones más graves. Ya de adulto, Furlong es juzgado en el registro civil cuando intenta, sin éxito, identificar a su padre. Sin embargo, el protagonista evita sucumbir a los malos hábitos, concentrándose al máximo en mantener a su familia. Los cuidados que recibió de su madre y de Mrs. Wilson lo llevaron a convertirse en un adulto extremadamente empático y compasivo. Por ejemplo, se detiene para ofrecer dinero al hijo pequeño de un alcohólico que busca maderas bajo la lluvia, o pierde el sueño al preocuparse por “cosas pequeñas como esas” (15). En otras palabras, Furlong siente las desgracias y aflicciones de los demás en un nivel profundamente personal. Esta preocupación da título a la novela y especifica la empatía como línea temática.

La empatía de Furlong contrasta con la actitud más severa de Eileen. Por ejemplo, mientras él es capaz de comprender e identificarse con las personas a un nivel profundo, ella se muestra menos comprensiva con Sinnott y su alcoholismo, pues considera que el hombre debería abstenerse del alcohol por respeto a sus hijos. En cambio, Furlong propone que, tal vez, el hombre no es capaz de dejar la bebida, dando a entender que, muchas veces, el destino de las personas depende no solamente de su voluntad, sino también del contexto que los aloja. Esto será un anticipo de lo que vendrá. En respuesta a ello, Eileen dice que siempre “hay alguien a quien le toca sacar la paja corta” (15). Con este dicho, la mujer parece sugerir que hay gente que tiene que hacerse cargo de las tareas engorrosas (metaforizadas en el difícil trabajo de sacar la paja corta) que otros no se ocupan de hacer. La mujer parece reprochar que ella y su familia se esfuerzan por actuar correctamente y defender buenos valores que otras personas menos responsables descuidan.

Si bien la novela se centra ante todo en los sucesos de New Ross y en la vida de Furlong, este segundo capítulo analiza brevemente el contexto nacional. El Tratado anglo-irlandés de 1985 entre el Reino Unido y la República de Irlanda pretendía resolver el conflicto de Irlanda del Norte. Este conflicto fue una lucha política y nacionalista entre los unionistas/ lealistas, mayoritariamente protestantes, y los nacionalistas/ republicanos irlandeses, mayoritariamente católicos. El nudo de este conflicto era si Irlanda del Norte seguiría formando parte del Reino Unido o se uniría a una Irlanda unida. El acuerdo firmado entre el Taoiseach, como se llamaba al primer ministro de la República de Irlanda, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, otorgaba al gobierno irlandés un papel consultivo en el gobierno de Irlanda del Norte. Esto desencadenó protestas, porque los unionistas de Belfast no querían que Dublín tuviera voz en sus asuntos. Estos conflictos políticos quedan en gran medida fuera del ámbito de la novela, más allá de su posible influencia en la economía de New Ross.

La crisis económica es un trasfondo que atraviesa toda la novela y afecta a la población de New Ross. Efectivamente, el narrador señala que “los tiempos eran duros” (17). Las escenas de la pobreza llegan a los y las lectoras a través de las imágenes que Furlong ve desde la ventana en sus desvelos, como “pequeñas escenas de lo que sucedía” (15), en los recorridos que realiza mientras hace su trabajo, o en la sucesión de noticias que llegan a sus oídos a través de la radio. En estas oportunidades, Furlong atestigua los padecimientos de la gente a su alrededor: las deudas, la falta de trabajo, el cierre de empresas, los despidos, la miseria. Hay una pequeña escena que da cuenta de esta crisis: la florista Miss Kenny “había cerrado su ventana con tablas: una noche, le había pedido a uno de los hombres de Furlong que sujetara la madera contrachapada con firmeza mientras ella ponía los clavos” (17).

Si bien su situación es diferente, Furlong es consciente de lo inestable que es su éxito, pues sabe que podría perderlo todo fácilmente. El narrador hace hincapié en la determinación del personaje a “seguir adelante, a mantener la cabeza baja y permanecer del lado correcto, y a seguir manteniendo a sus hijas, verlas progresar…” (17). Es evidente que Furlong asume una actitud sumisa y perseverante, respetuoso de la moralidad que asegura que hay una forma correcta de proceder en esa sociedad, y que le garantizará sostener su posición. De hecho, el hombre se tranquiliza pensando que sus hijas están bien educadas y proceden de la manera esperable: “hacían las pequeñas cosas que debían hacerse -una reverencia en la capilla o agradecer al comerciante por el cambio-” (14). Una vez más, se alude al título de la novela para referirse a pequeños pero significativos gestos que Furlong percibe y valora. Sin embargo, la mención al final del capítulo a la escuela de las hijas como la de mejor calidad ya es un presagio de los problemas que le esperan.