Cosas pequeñas como esas

Cosas pequeñas como esas Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

La Navidad se acerca en el tercer capítulo. Un abeto (miembro de la familia de los pinos) y un pesebre bien cuidado adornan la plaza central. A pesar de las dificultades económicas, algunos habitantes del pueblo se aseguran de que las figuras estén recién pintadas cada año. Algunos critican el colorido de las túnicas de José, pero aprueban la figura de la Virgen María, arrodillada pasivamente, y el burro marrón. Los habitantes del pueblo deciden esperar hasta Nochebuena para colocar la figura del niño Jesús en el pesebre.

La costumbre en New Ross es que todos se reúnan la noche del primer domingo de diciembre frente al Ayuntamiento para ver cómo se encienden las luces. Esta tradición comunitaria también incluye música: una banda de gaitas y cantantes de villancicos. El primer domingo de diciembre de 1985, el frío seco y penetrante hace que Eileen se asegure de que sus hijas lleven camperas con capucha, forradas e impermeables, y guantes. Mrs. Kehoe, propietaria de la cafetería local, monta un puesto de venta de pan de jengibre y chocolate caliente. Joan, la segunda hija de los Furlong, se prepara para cantar con el coro. Las monjas supervisan la escena y hablan solo con los padres de las familias más acomodadas.

Para moverse y no pasar frío, el resto de la familia Furlong pasea por las calles laterales antes de detenerse en el portal de una tienda de ropa. Eileen admira un par de zapatos azul marino y una cartera haciendo juego, y charla con algunos vecinos que también se han aventurado a disfrutar del evento. Finalmente, alguien convoca por el altoparlante a reunirse en la plaza. El concejal municipal sale de un Mercedes, vestido con un sobretodo muy caro, y pronuncia un breve discurso antes de que se enciendan las luces. El efecto de las luces multicolor en la calle es mágico, y la multitud aplaude cuando la banda empieza a tocar. Entra un hombre vestido de Papá Noel y Loretta, la hija menor de Furlong, empieza a llorar. Furlong la consuela con dulzura, pero le preocupa que su hija no sea lo suficientemente fuerte para soportar las dificultades del mundo.

Al llegar a casa, Eileen anuncia que es hora de hacer la torta de Navidad. Es un asunto de toda la familia: Eileen toma la receta y prepara los ingredientes; Furlong bate la manteca y el azúcar y, más tarde, prepara el horno de carbón, y las niñas rallan la cáscara de limón y preparan los frutos secos y la fruta que irán en la torta. Con todo listo, Eileen lleva la mezcla al molde y se ríe mientras lo mete en el horno. De inmediato, les dice a las hijas que vayan a escribir sus cartas a Papá Noel, para que ella pueda dedicarse a planchar. Furlong observa con pesadumbre cómo siempre pasan mecánicamente de una tarea a otra sin dejar espacio para la reflexión. Se pregunta si la vida seguiría igual si tuvieran más tiempo para la reflexión, o si perderían el control sobre sus vidas. Incluso advierte que él mismo ya no está presente en el aquí y ahora, compartiendo con su esposa e hijas, sino que ha estado ya pensando en las tareas y obligaciones que le depara el día siguiente. Así, Furlong reconoce el ciclo interminable de sus preocupaciones.

La visión de Eileen planchando la ropa mientras las niñas se sientan a escribir sus cartas suscita un triste recuerdo en Furlong. Durante una Navidad de su niñez, le escribió una carta a Papá Noel pidiendo ver a su padre o, al menos, recibir un rompecabezas. En su lugar, recibió un cepillo de uñas y una pastilla de jabón, una bolsa de agua caliente y un viejo y mohoso ejemplar de Cuento de Navidad. Salió entonces al establo, donde lloró en privado, y creyó comprender que la pobreza de su madre y la ausencia de su padre eran las razones por las que los niños lo insultaban en el colegio. Antes de volver a la casona, se lavó la cara en el abrevadero de los caballos y sumergió las manos en el agua helada hasta que el frío desvió la atención del dolor.

Furlong sigue preguntándose dónde está su padre en el presente de la novela. Se sorprende a sí mismo examinando a hombres mayores en busca de un parecido físico y buscando pistas sobre la identidad de su padre en las cosas que dice la gente, consciente de que alguien en el pueblo tiene que saber quién es. Poco después de casarse con Eileen, Furlong pensó en preguntarle a Mrs. Wilson por su padre, pero se resistió ante la posibilidad de ofenderla. Un año después, Mrs. Wilson sufrió un derrame cerebral y perdió el uso del lado izquierdo y la capacidad de hablar. Furlong recuerda que, al visitarla, la mujer parecía una niña en la cama del hospital, mientras miraba por la ventana con su camisón floreado. En ese recuerdo, logra evocar la furia del viento de abril arrancándole flores a los cerezos.

Sheila interrumpe las ensoñaciones de Furlong y le pregunta si Papá Noel lo ha visitado alguna vez. Esto lo lleva a pensar que mientras las mujeres temen a los hombres por su fuerza física y sus poderes sociales, ellas tienen una intuición mucho más profunda, y son capaces de intuir las cosas antes de que ocurran. Hubo momentos en su matrimonio en los que casi le temía a Eileen y envidiaba su enérgica capacidad para enfrentarse a la vida. A Sheila, Furlong le miente, diciéndole que una vez Papá Noel le trajo un rompecabezas. Ella, con incredulidad, le pregunta si eso fue todo lo que recibió de él. Furlong traga saliva y le dice que termine su carta. Entretanto, Eileen repasa el contenido de las cartas (les dice qué es suficiente y qué es demasiado pedir) mientras Furlong examina la ortografía. Las niñas discuten cómo hará Papá Noel para recibir las cartas a tiempo.

Eileen continúa planchando, pasando de las camisas y blusas más difíciles a las fundas de almohada. Las chicas se quedan despiertas hasta tarde a pesar de que al día siguiente tienen colegio, y todos beben refrescos y comen pan tostado. Furlong quema su tostada pero se la come de todos modos, y se siente embargado por una emoción que no sabe explicar. Tiene de pronto la sensación de que nunca habrá otra noche como esa. Luego de un repaso sentimental por nuevos recuerdos, Furlong retoma el control y llega a la conclusión de que las cosas suceden a su debido tiempo y no se vuelve a ellas. Agradece la oportunidad de recordar su pasado (aún con el malestar que le genera) en lugar de preocuparse por eventuales problemas futuros.

A las once de la noche, Furlong y Eileen mandan a las niñas a la cama. Mientras Furlong calienta el agua para llenar las bolsas de agua caliente de sus hijas, piensa en cómo, a pesar de su decepción inicial, la bolsa de agua caliente que Ned le regaló para Navidad lo reconfortó constantemente. Lo mismo ocurrió con Cuento de Navidad, ya que Mrs. Wilson lo alentó a leerlo buscando nuevas palabras en el diccionario para así ampliar su vocabulario. Gracias a ello, al año siguiente,, Furlong ganó el primer premio de ortografía en la escuela. Entonces Mrs. Wilson elogió sus esfuerzos como si él fuera uno de los suyos, lo que lo hizo sentir importante.

Eileen llena dos vasos de Bristol Cream. Furlong le reprocha que trabaja demasiado, y ella señala que él también lo hace. Leen las cartas de las niñas y Eileen dice que deben de estar educándolas bien, pues no han pedido nada desmedido. Furlong le dice que es ella quien tiene la responsabilidad de ese éxito, ya que él pasa mucho tiempo afuera, trabajando, pero ella le responde que a él le deben vivir bien, exentos de deudas. Juntos deciden qué regalarles a sus hijas por Navidad, y Eileen quema las cartas. Furlong dice que el tiempo pasará antes de que se den cuenta, y pronto las niñas estarán casadas y tendrán sus propias familias.

Eileen le pregunta a su marido si algo le preocupa, porque lo ha sentido distraído toda la noche. Él le dice que estaba recordando momentos de su infancia en casa de los Wilson, y le pregunta si alguna vez ella se preocupa por algo. La mujer replica que soñó que tenía que sacarle un diente cariado a Kathleen con tenazas y que se preocupa por los gastos de la familia. Furlong le pregunta si cree que las niñas están bien, especialmente Loretta, que no quería ver a Papá Noel esa noche. Eileen le pide a Furlong que le dé tiempo a la niña para madurar, pero él vuelve a formular la pregunta, sin saber muy bien lo que está preguntando. Eileen solo puede responder que su situación financiera es buena.

Furlong se pregunta de dónde proviene su preocupación, y siente hastío por la monotonía y la dureza de su rutina diaria: levantarse al anochecer para trabajar todo el día, volver al atardecer, quedarse dormido y despertarse con las mismas preocupaciones. Se pregunta, entonces, si es posible que las cosas nunca cambien, o si es posible que se conviertan en otra cosa. Últimamente, viene preguntándose si hay algo que importe además de su familia, y, casi a sus cuarenta años, se le hace recurrente la pregunta de para qué sirven los días. Entonces se le viene otro recuerdo, esta vez de un trabajo de verano que tuvo en una fábrica de setas. El trabajo era difícil, y enseguida se abrumó al ver lo repetitivo e interminable que parecía ser.

Furlong quiere compartirle ese pensamiento a su mujer, pero Eileen empieza a contarle, animada, los chismes del pueblo que ha oído esa noche. Entonces Furlong siente que él es una pobre compañía para su esposa, y se pregunta si alguna vez ella se sentirá decepcionada de su vínculo con él. Al terminar la conversación, se sientan a leer el periódico y dormitan ligeramente hasta las tres de la madrugada, cuando la torta está lista.

Análisis

El encendido público de las luces de Navidad es una importante tradición anual en New Ross. En tanto fiesta cristiana, la Navidad celebra el nacimiento de Jesucristo. A pesar de que Jesús predicó los méritos del amor, la compasión, el perdón y el servicio, las monjas que facilitan la actuación musical de la noche se pasean y hablan solo con los padres de las familias más pudientes. En otras palabras, irónicamente, las monjas no llevan a la práctica lo que predican. Con esta ironía situacional, la novela parece introducir una crítica a la hipocresía de la orden religiosa del pueblo. Asimismo, el concejal municipal también ostenta una valoración particular por la riqueza. Aparece en el acto con un abrigo caro y conduciendo un auto de alta gama. Es evidente que la posición económica de una persona desempeña un papel importante en esta sociedad.

Furlong demuestra una gran preocupación como padre cuando su hija menor, Loretta, llora al ver a un hombre vestido de Papá Noel. Teme que ella no esté preparada para afrontar las dificultades de la vida y, sin embargo, solo responde con amor, compasión y consuelo en respuesta a su llanto. Además, Furlong se lamenta de que su hija no sepa disfrutar lo que tantos otros niños disfrutan: “le dolió ver a una de sus hijas tan alterada por la visión de lo que otros niños ansiaban” (20). En esta escena, Furlong demuestra su enorme sensibilidad, que rompe con los estereotipos de género de la época, según los cuales un hombre es incapaz de demostrar sus emociones y su sensibilidad. Al contrario, Furlong expresa sus preocupaciones con Eileen, y ella le aconseja que le dé tiempo a Loretta. Con ello, Eileen demuestra ser mucho más pragmática que su marido, mientras que él es objeto de preocupaciones y sentimientos que lo consumen.

En efecto, en este capítulo, la interioridad de Furlong queda al descubierto, y las acciones que hacen avanzar la trama se alternan con una gran cantidad de pensamientos, sentimientos y recuerdos que evoca el hombre. Sus ansiedades van revelándose a medida que avanza la noche. En principio, la Navidad lo lleva a perderse en sus recuerdos de infancia y a revisar su pasado. Esto da una idea de cómo él llegó a ser quien es, pues a pesar de las decepciones de la infancia ha logrado convertirse en un hombre empático y agradecido. Por ejemplo, primero evoca su tristeza cuando recibió regalos de Navidad demasiado sencillos (un libro viejo y una bolsa de agua caliente). En esa oportunidad, para “desviar su dolor” (23) por no haber recibido lo esperado, sumergió sus manos en agua helada. De chico, Furlong interpretó que esas carencias estaban asociadas a la discriminación que recibía en la escuela: “Pensó en lo que los otros chicos decían de él en la escuela, en el apodo que le ponían, y entendió que era por eso” (23). Sin embargo, en el presente de la novela, Furlong reconoce que esos regalos fueron de capital importancia para su desarrollo. La bolsa de agua caliente de Ned lo acompañó todas sus noches, y el libro de Mrs. Wilson le proporcionó un premio que, por primera vez, lo hizo sentir reconocido e importante: “cuando ganó el primer premio de ortografía y le entregaron una cartuchera de madera cuya tapa corrediza hacía las veces de regla, [Mrs. Wilson] le frotó la parte superior de la cabeza y lo elogió, como si fuera uno de los suyos. ‘Tienes tu propio motivo de orgullo’, le dijo. Y durante un día entero o más, Furlong se sintió más alto, creyendo, en su fuero íntimo, que él importaba tanto como cualquier otro niño” (27). Así, Furlong demuestra que es capaz de superar las decepciones de la vida y sacar lo mejor de cada situación.

Sin embargo, cuando su hija le pregunta qué regalos recibió de chico de Papá Noel, Furlong miente, y le dice que recibió un rompecabezas. Su hija, incrédula, le pregunta si eso es lo único que recibió, y el hombre siente vergüenza y cambia de tema. Es evidente que la situación financiera actual de Furlong y su familia es más próspera que la de su niñez. Por eso su hija no puede imaginar regalos tan sencillos. No obstante, el hombre es todavía consciente de que esa situación es un privilegio endeble, de ahí su preocupación constante por trabajar para lograr sostener su estabilidad económica.

En las escenas hogareñas y familiares que este capítulo representa, la novela construye un fuerte sentido del lugar utilizando un lenguaje coloquial propio de Irlanda. Por ejemplo, Furlong llama a su hija “a leanbh”, que en irlandés significa “mi niña”, y se mencionan distintos alimentos que contribuyen a arraigar la historia en un ambiente irlandés, como la torta navideña que cocinan en familia, la Ribena o el pan de soda con Marmite y cuajada de limón.

La imagen del viento arrancando las flores de los cerezos frente a la ventana del hospital donde Mrs. Wilson pasa sus últimos días es paralela a la imagen inicial de la novela, en la que el viento desnuda los árboles amarillos. Ya sea en abril o en noviembre, el viento tiene una presencia poderosa en la novela. A pesar de las diferentes estaciones y cronologías, ambas imágenes retratan la naturaleza como una fuerza capaz de crear belleza (en forma de coloridas hojas y flores), así como de destruirla.

Furlong se pregunta si se está volviendo sentimental debido a sus cavilaciones nostálgicas. En principio, no logra entender cuál es su preocupación: “Pero algo se le había quedado atragantado; era como si nunca más fuera a haber otra noche como esa” (26). Furlong reconoce que él y su esposa llevan un estilo de vida sacrificado, constantemente preocupados por el futuro y por lo material. En ese sentido, tomarse un rato para evocar el pasado se convierte para él en un privilegio, pues lo releva de la exigencia de pretender controlar el futuro: “¿No era acaso agradable estar donde estabas y dejar que, por una vez, eso te recordara el pasado, a pesar del malestar, en lugar de estar siempre pendiente de la mecánica de los días y los problemas futuros, que tal vez nunca llegasen?” (26). No obstante, estas reflexiones profundas alcanzan incluso un dramático tono existencialista: “Últimamente, había comenzado a preguntarse qué importaba, aparte de Eileen y las chicas. Estaba cerca de los cuarenta, pero no sentía que estuviera llegando a ninguna parte o haciendo ningún tipo de progreso y no podía dejar de preguntarse a veces para qué servían los días” (31). Estas líneas sugieren que Furlong está atravesando una crisis, experiencia común en la que una persona de mediana edad pasa por un periodo de autorreflexión y transición de identidad. A diferencia de su esposa, más enérgica y práctica, Furlong es propenso a este tipo de angustias.