Cosas pequeñas como esas

Cosas pequeñas como esas Temas

La familia

Muchas de las obras de Claire Keegan giran en torno a la familia, y Cosas pequeñas como esas no es una excepción. El protagonista, Bill Furlong, es un hombre de familia dedicado a mantener a su mujer y a sus cinco hijas. Lo hace trabajando muy duro como comerciante de carbón y madera, manteniendo la cabeza baja y esforzándose por permanecer “del lado correcto”. Sin embargo, trabajar duro no abarca todo lo que significa para Furlong ser un buen marido y padre. El hombre también expresa su afecto a través de la atención y el cariño, por ejemplo, llamando a sus hijas leanbh (término irlandés que significa “mi niña”), o reconociéndole a su mujer el buen trabajo que hace criando a sus hijas.

La crisis interna de Furlong comienza cuando se pregunta qué más importa en la vida, aparte de su familia. Esto no hace que Furlong abandone sus responsabilidades, pero sí lo lleva a tomar una decisión que puede poner en peligro el futuro de sus hijas. La Madre Superiora amenaza con revocar a sus hijas el derecho a estudiar en St. Margaret's (el único colegio femenino de calidad de la ciudad) si Furlong se entromete en los asuntos del convento. Este comprende que su dilema moral supone o bien desafiar el orden religioso de su comunidad (arriesgando así a su familia), o bien permanecer en silencio contra sus principios. Seguro de que su familia logrará, de alguna manera, salir adelante, Furlong decide obrar de manera solidaria, rescatando a Sarah y llevándola a su casa e incorporándola a su esfera familiar. En este sentido, la experiencia personal de Furlong es decisiva: así como Mrs. Wilson los rescató a él y a su madre, dejándolos vivir con ella como si fueran parte de su familia, Furlong comprende que no puede negar esa ayuda a una mujer que está en una situación similar a la de su madre cuando lo trajo al mundo.

La hipocresía

El convento, supuestamente un refugio para las mujeres y niñas marginadas de la sociedad, sirve irónicamente de correccional que las explota. Las monjas gozan de mucho respeto en el pueblo y en la sociedad irlandesa en general, lo que permite que estos abusos se produzcan como un secreto a voces que nadie se atreve a cuestionar. En el pueblo circulan rumores sobre lo que ocurre detrás de la fachada del convento, y algunos de ellos son ciertos. Mientras hace entregas, Furlong descubre que las niñas del convento son maltratadas, descuidadas y sometidas a trabajos forzados. La mayoría de las chicas trabajan en la lavandería del convento para generar ingresos para la orden religiosa, o pasan el tiempo limpiando el lugar, en condiciones extremas. En paralelo, la orden religiosa se vanagloria de defender los valores de la bondad y la humildad.

En otro reparto, Furlong encuentra a una chica llamada Sarah encerrada en el cobertizo del carbón. Esto no solo ejemplifica los horrores que comete la institución mientras se escuda tras una apariencia bondadosa, sino que lleva al mismo protagonista a sentir una vergonzosa sensación de hipocresía cuando asiste a misa después de no haber ayudado a Sarah. Al final de la novela, Furlong se rebela ante esa hipocresía que sostiene su mundo, y resuelve llevar a Sarah a su casa sin importarle las consecuencias.

Lo individual vs. lo colectivo

En el capítulo 4, Furlong y Eileen discuten sobre la responsabilidad personal y la colectiva. Furlong siente las penurias de los demás como si fueran propias y se esfuerza por ayudar a la gente siempre que puede. Por ejemplo, les da monedas a los pobres, ofrece traslados a sus vecinos y aplaza el cobro de sus pedidos a quienes no están en condiciones de pagarle. En paralelo, tampoco puede evitar imaginar lo que pasaría si sus hijas acabaran en un lugar como el convento. Eileen, por su parte, opina que algunas personas se buscan sus propios problemas, y que lo mejor para la familia sería no involucrarse demasiado en los asuntos de los demás. Esta conversación se convierte en una discusión cuando Eileen insinúa que la madre de Furlong se buscó sus problemas al quedar embarazada y criar a Furlong como madre soltera.

Además de Eileen, otros personajes de la novela defienden esa misma perspectiva individualista, como Mrs. Kehoe, que le advierte a Furlong de que no se meta en los asuntos del convento y se ocupe de cuidar a su familia. Sin embargo, Furlong termina actuando de acuerdo a lo que le dicta su moral individual, que apunta en dirección opuesta a las normas de comportamiento del pueblo. Inspirado por lo que hizo por él Mrs. Wilson, y argumentando que no tiene sentido estar vivo sin ayudarse los unos a los otros, el protagonista termina ayudando a la muchacha del convento, aún sabiendo que eso traerá problemas para su núcleo familiar.

El cuidado y la empatía

Aunque Furlong pasó por varias dificultades en su infancia, reconoce que tuvo más suerte que la mayoría, pues su madre, Ned y Mrs. Wilson desempeñaron un papel activo en su educación. Su madre trabajaba duro por él y lo trataba con afecto. Los cuidados de Ned, por su parte, consistían en vigilarlo, lustrar sus zapatos y enseñarle a afeitarse. De él recibió también humildes regalos. Mrs. Wilson, que nunca juzgó a los Furlong por el origen incierto de Bill, apoyó la alfabetización del chico y lo ayudó a forjar su confianza. Furlong comprende que estos actos de cuidado y amabilidad contribuyeron a su bienestar y forjaron su identidad empática.

La novela transcurre en torno a la Navidad, que Furlong señala en el capítulo 7 como una época que saca lo mejor y lo peor de la gente. Furlong reflexiona sobre lo que Mrs. Wilson le enseñó acerca de la bondad: que hay que tratar bien a los demás para sacar lo mejor de ellos. A partir de esta empatía aprendida, Furlong obrará de manera compasiva y generosa. Buscará la manera de acompañar el cuidado de su familia con un cuidado igualmente generoso hacia su comunidad, consciente de que obrar de manera individualista sería hipócrita y le impediría sentirse bien consigo mismo.

El secretismo

El secreto funciona en varios niveles en la novela. Por un lado, está el secreto a voces sobre las lavanderías de la Magdalena y los hogares para madres e hijos en Irlanda. Los habitantes de New Ross especulan con la posibilidad de que el convento local se base en los trabajos forzados de las niñas que supuestamente asisten allí a la escuela de formación. Estos rumores no confirmados afirman que las monjas explotan a las niñas para obtener beneficios a través del negocio de lavandería del convento. Sin embargo, nadie en el pueblo investiga realmente, y Furlong solo confirma los abusos que tienen lugar en el convento de casualidad. La Iglesia confía en el silencio y el miedo para mantener la institución en funcionamiento. La propia Eileen afirma en el capítulo 4 que, “Si quieres triunfar en la vida, hay cosas que debes ignorar para poder seguir adelante” (41).

Pero el secretismo que envuelve el convento no es la única forma en la que aquel funciona en la novela. Cuando Furlong descubre que Ned podría ser su padre, recuerda cómo este le hizo creer que su verdadero padre era de mejor estirpe que él. Al mismo tiempo, en los hechos, Ned fue una figura paterna en su infancia. Si es cierto, entonces, que Ned es el padre de Furlong, entonces Furlong entiende este ejemplo de secretismo como un acto de bondad: en una sociedad prejuiciosa, que asigna estatus a las personas según su clase social, Ned buscó generarle a Furlong la esperanza de provenir de un origen bien considerado socialmente para favorecer su autoestima.

Género, clase y poder

En Cosas pequeñas como esas, el poder opera principalmente en función del género, el estatus socioeconómico y las identidades colectivas e individuales. La novela describe cómo las jóvenes y niñas vulnerables se enfrentan a la misoginia y la explotación. La Madre Superiora comunica su desprecio por las mujeres cuando supone que Furlong debe estar decepcionada por tener solo hijas. A la vez, Furlong se aprovecha del poder que le da ser hombre para intimidar a la Madre Superiora. No obstante, ella termina teniendo el poder sobre él porque puede amenazarlo, sugiriendo que le negará a sus hijas la educación de calidad del St. Margaret’s, única salida aparente para que sus hijas no corran el mismo destino infame de su propia madre.

Por su parte, Eileen le recuerda a Furlong que la única razón por la que Mrs. Wilson pudo mantener a la madre de él, contradiciendo los prejuicios sociales y religiosos, fue su privilegio de clase. Eileen considera que la clase social es un factor importante que determina la capacidad de actuar libremente de una persona. A diferencia de Mrs. Wilson, ella y Furlong están condicionados por su posición social vulnerable a la hora de actuar, y deben cuidar lo que tienen, porque pueden perderlo. Furlong se rebela ante esa noción cuando decide rescatar a Sarah y llevarla a su casa. De este modo, Furlong ejerce el poder que posee como persona individual y librepensadora, aunque ello suponga un conflicto para su familia.

La religión

En la novela, la religión es transversal a la vida de todos los miembros de la comunidad de New Ross. La orden religiosa católica parece tener una gran injerencia en la vida de esta comunidad, rigiendo sus conductas en función de un sistema de valores morales que dictaminan lo que está bien y lo que está mal. En este sistema, las autoridades religiosas funcionan como jueces morales, como podemos ver en la escena de la Madre Superiora y Furlong. El convento y St. Margaret's, a cargo de esta orden religiosa, tienen una presencia evidente en la novela.

La familia Furlong es un ejemplo de cómo la religión ordena la vida de las personas. Su semana se organiza en función de las misas y, en la época que retrata la novela, de las ceremonias en torno a la Navidad. La religión permea todos los ámbitos de su vida, puesto que también son las monjas católicas las que están a cargo de la educación de las hijas de Furlong. Por añadidura, el dilema moral que aqueja a Furlong durante la novela tiene que ver, precisamente, con la dificultad de tomar una decisión que enfrente el estricto sistema de valores que la orden religiosa imperante defiende y exige en sus creyentes. En ese sentido, la novela pone en tela de juicio la autoridad de la Iglesia católica, al denunciar su responsabilidad en los abusos cometidos en las lavanderías de la Magdalena.

Aunque no se profundiza en el tema, el narrador menciona una tendencia religiosa alternativa a la católica, que es la protestante, a la cual adscribía Mrs. Wilson. Si bien no se lo explicita —tal es la característica propia de la narrativa de Keegan—, el lector puede inferir que sus creencias protestantes influyen en la postura más laxa y permisiva de Mrs. Wilson respecto de la condición de madre soltera de la madre de Furlong.

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