Resumen
Cuando Furlong llega a la casa, Eileen le dice que se ha perdido la primera misa. Él le cuenta que se quedó a tomar el té en el convento, y cuando ella le pregunta qué más le dieron, él le entrega el sobre con la propina de Navidad. Ella la abre encantada, se asombra de lo buenas que son las monjas y afirma que utilizarán el dinero para pagar lo que le deben al carnicero. El sobre también incluye una tarjeta que representa la Huida a Egipto con un ángel en un cielo azul, la Virgen, un niño en un burro y José. Al interior se lee un mensaje de felicidades para Eileen, Bill y sus hijas.
Eileen se da cuenta de que su marido está disgustado, pero se resiste a explicarle por qué. Como no cede, Eileen lo insta a que se lave y se cambie para que puedan ir a la segunda misa. Con desgano, Furlong se frota las manos y las uñas para intentar limpiarse el hollín y se afeita. Eileen bromea con sus hijas, preguntándoles si tienen suficiente monedas para la caja de la colecta, ya que su padre regala siempre el cambio. Él le contesta bruscamente que no hay necesidad de esos comentarios desagradables, y le sugiere que busque monedas en su propia cartera. Asombrada, Eileen les entrega el cambio a sus hijas.
En la misa, la familia se bendice ante la fuente de mármol que hay fuera de la capilla, y Furlong observa con qué facilidad sus hijas se arrodillan en humilde oración antes de sentarse en el banco, como les enseñaron. También observa a los demás fieles: mujeres con pañuelo en la cabeza que murmuran el rosario, miembros de grandes familias de agricultores, hombres de negocios vestidos de lana y tweed, ancianos y jóvenes que hacen respetuosos signos de oración, y mujeres chismosas que curiosean a todos esperando novedades. La misa se le hace larga a Furlong, que escucha distraído. En lugar de subir a comulgar tras la consagración, Furlong se queda obstinadamente en su asiento.
Más tarde, en casa, los Furlong cenan y preparan el árbol de Navidad. Él observa cómo las niñas decoran el árbol y las ayuda a enhebrar los adornos cuyos hilos se han roto. Furlong desea que su mujer se siente y se relaje, pero ella arguye que hay que cocinar unos budines y glasear la torta navideña. Mientras su esposa y algunas de sus hijas cocinan, Furlong se levanta para avivar el fuego y barrer el suelo, pero Eileen lo reta por levantar polvo mientras ellas trabajan en el glaseado. Furlong se siente asfixiado y se apodera de él un deseo de huir. Se imagina caminando por un campo oscuro con su ropa vieja.
El Ángelus suena en la televisión a las seis de la tarde y Furlong decide ir a ver a Ned. Como el hombre está mal de salud, Furlong teme que, si no va ahora, luego sea demasiado tarde. Eileen le pregunta si es eso lo que lo tiene preocupado, pero Furlong se desentiende, restándole importancia a la situación. Eileen le da seis budines para que le lleve Ned, y le encomienda que lo invite a cenar con ellos en Navidad. Furlong le pregunta a su mujer si está segura de querer alimentar a alguien más en Navidad; ella responde que ya tienen la casa llena, y que una persona más no hará tanta diferencia. Aliviado, Furlong sale de su casa. Disfruta del aire fresco y se pregunta por qué no puede relajarse los domingos, como lo hacen otros trabajadores. Para Furlong, los domingos son muy crudos porque no sabe qué hacer.
De camino a casa de los Wilson, Furlong recuerda otra visita a Ned años atrás, cuando su hija mayor, Kathleen, era todavía un bebé. En esa oportunidad, Ned recordó cómo Furlong había crecido en la casona, y cómo la señora Wilson les había permitido a todos trabajar y vivir allí dignamente. Si bien el sueldo era bajo, nunca les faltó techo ni comida. Esa vez, Ned también confesó, con vergüenza, haberle robado heno a Mrs. Wilson para ayudar a alimentar al burro hambriento de un vecino, hasta que una noche, un extraño encuentro con una cosa fea y no humana lo obligó a suspender esa ayuda. En esa visita, Furlong le preguntó a Ned si conocía la identidad de su padre. El hombre le contó que muchos miembros de la familia Wilson y sus amigos habían visitado la casona durante el verano anterior al nacimiento de Furlong, y que cualquiera de ellos podría ser su padre.
Al ver aparecer la casona, Furlong siente que se le estruja el corazón, y una parte de él preferiría no acercarse ni tocar el timbre, pero se arma de valor. La casa está recién pintada, tiene nuevas luces eléctricas en las habitaciones delanteras y un árbol de Navidad en el salón, a donde él no suele ir. Furlong se siente confundido y llama a la puerta trasera. Lo recibe una mujer desconocida, y él le explica que está buscando a Ned. La mujer le informa a Furlong que Ned estuvo en el hospital y ahora está convaleciente en un hogar, pero no sabe decirle en cuál. La mujer, al ver a Furlong, afirma que es muy evidente que él y Ned son parientes, y le pregunta si Ned es su tío. Furlong, confundido, responde que no y se despide, dejando saludos para la familia Wilson.
Cuando la mujer vuelve a entrar, Furlong se sienta un rato para asimilar esta revelación que la apreciación de la mujer le ha dejado. Camino a la casa, piensa en la chica del convento. Furlong siente que peor que haberla encontrado en el cobertizo del carbón es el hecho de haber dejado que la trataran como lo hicieron en su presencia, y de haber aceptado el dinero de la Madre Superiora sin preguntar por el bebé de la niña. Se arrepiente de haberla dejado allí sola en la cocina, con la leche materna manchando su blusa, y se reprocha l a hipocresía de haber asistido a misa ese mismo día.
Análisis
La tarjeta que acompaña la propina navideña que la Madre Superiora le da a Furlong representa el episodio bíblico de la Huida a Egipto. En esta historia, un ángel se le aparece en sueños a José para advertirle que el rey Herodes pretende matar al niño Jesús, por lo que José lleva a María y a Jesús a Egipto en busca de seguridad. Así como Egipto era un lugar seguro para la Sagrada Familia, el convento debería ser un santuario para las niñas y mujeres que viven allí. No obstante, en realidad funciona como prisión de castigo. Así, la carta que hace referencia a la Huida a Egipto puede leerse con ironía, porque las monjas no practican lo que predican. También se atisba una ironía dramática cuando Eileen elogia a las monjas por la generosa propina (“qué buenas que son”, 61), puesto que el lector sabe que esa bondad no es tal, y que las monjas ocultan un grave secreto. Además, Eileen no lo sabe, pero este año la propina navideña simboliza el poder que la orden religiosa tiene sobre Furlong. Con ese dinero, la Madre Superiora intenta sobornar a Furlong para que no delate al convento y, a la vez, le advierte sobre el peligro económico que él y su familia correrían en caso de que hablara.
Furlong muestra resistencia a las normas religiosas que moldean la conducta en su comunidad. Por ejemplo, cuando Eileen les pregunta burlonamente a sus hijas si tienen monedas para echar en la caja de la colecta, ya que su esposo le regala las suyas a la gente necesitada, Furlong responde de muy mala manera. El lector puede inferir que Furlong piensa que las monedas son mejor aprovechadas si van a las manos de los pobres directamente que si se entregan en la colecta de la iglesia. A partir de la descripción, en el capítulo anterior, de la habitación del convento, tan bien amoblada, es posible deducir a qué se destina, al menos en parte, el dinero recaudado.
Otro caso en el que Furlong se niega a seguir las costumbres religiosas de su comunidad se da cuando permanece sentado en lugar de subir a comulgar. La comunión es un ritual de unión íntima con Cristo y la Iglesia, y hay varias razones por las que Furlong se niega a participar en ella. En primer lugar, desea permanecer “obstinadamente” (64) ajeno a ese ritual porque se siente abrumado por los abusos de los que fue testigo en el convento. En segundo lugar, al final del capítulo se revela que se siente un hipócrita por asistir a misa después de no haber intervenido suficientemente en favor de la niña en el convento. Puede que la Madre Superiora y otros funcionarios religiosos no tengan reparos en castigar a las madres jóvenes, pero Furlong no cree que esto sea correcto.
La historia que Ned le contó una vez a Furlong sobre cómo "algo que no era humano, una cosa fea sin manos salió de la zanja” (68) y lo disuadió de seguir robando heno contribuye a construir el universo folclórico del lugar en el que viven los Furlong. En una reseña de la novela de Keegan para The London Magazine, el escritor irlandés David Butler se refiere a esto como “un rico tapiz de vida en acción, tanto natural como humana”. Otro ejemplo de este folclore se dio en el capítulo 4, cuando el anciano le dice a Furlong que el camino lo llevará adonde quiera ir. Así, el camino asume un sentido simbólico, asociado al rumbo de vida que Furlong tomará. Keegan no ofrece más explicaciones sobre estas escenas, sino que permite que su existencia cree una atmósfera misteriosa.
A lo largo de la novela, Furlong ha estado obsesionado con la cuestión de su herencia paterna. Al igual que en el capítulo anterior, donde la distancia y las reflexiones influyen en su punto de vista, aquí es la perspectiva de un extraño la que provoca una revelación fundamental sobre el padre de Furlong. Cuando él se detiene en casa de los Wilson para visitar a Ned, la mujer desconocida que abre la puerta asume que ambos hombres están emparentados, teniendo en cuenta su parecido. Una vez más, la novela evita explicitar las implicaciones de esta apreciación. Sin embargo, con la desazón de Furlong, el lector enseguida comprende que lo que el protagonista está considerando es que Ned sea su padre: “Durante una buena media hora o más debió haberse quedado allí sentado, recapitulando lo que le había dicho la mujer, dejando que eso activara su mente” (70). Echando mano del discurso indirecto libre, el narrador se hace eco de la conclusión que Furlong saca de este asunto: “Se necesitaba un extraño para saber las cosas” (70). Tal vez él estaba demasiado cerca de la situación para darse cuenta de quién era su padre. A veces se necesita un punto de vista diferente, lejano, para llegar más cerca de la verdad.
El final del capítulo expone, finalmente, cuál es el dilema moral que acecha a Furlong: siente vergüenza por haber permitido que las monjas maltrataran a la muchacha enfrente de él, por no haberlas expuesto, y se siente un hipócrita por haber asistido después de eso a misa. El detalle de que la leche materna de la chica se escapa por debajo de su blusa simboliza su intensa añoranza por reencontrarse con su bebé, y también es símbolo de la desesperación de que ese bebé no esté siendo alimentado como debería. La leche que no ha llegado a ser bebida y que mancha su ropa simboliza la ausencia forzada de su bebé.