Cosas pequeñas como esas

Cosas pequeñas como esas Resumen y Análisis Capítulo 4

Resumen

Las cornejas hacen su aparición al principio del cuarto capítulo. Se reúnen en grupos más numerosos que nunca, vigilando y hurgando en la ciudad durante el día y posándose en grandes árboles viejos cerca del convento por la noche. El jardín del convento está notablemente bien cuidado, con su césped cortado, sus arbustos ornamentales y setos recortados durante todo el año. Las fogatas al aire libre crean un extraño humo verde que el viento transporta a través de la ciudad. La gente comenta que el convento parece una postal navideña por su vegetación espolvoreada de escarcha y las bayas de acebo que los pájaros, curiosamente, jamás toman.

Las monjas del Buen Pastor, a cargo del convento, dirigen una escuela de formación para niñas, así como una lavandería. La lavandería tiene fama de lavar ropa de buena calidad, y entre sus clientes figuran restaurantes, casas de huéspedes, la residencia de ancianos, el hospital, los curas y hogares ricos. También se dicen muchas cosas sobre las muchachas que asisten a la escuela de formación. Muchos dicen que ellas no son alumnas, sino que son mujeres “de moral dudosa” (36) que están siendo reformadas, para lo cual cumplen una penitencia que consiste en trabajar todo el día en tareas forzadas para arrepentirse de sus pecados. La enfermera local ha contado que una vez la llamaron para atender a una joven que tenía várices de tanto estar parada sobre las tinas de lavado. Otras personas afirman que son las propias monjas las que cumplen una penitencia sacrificada que las obliga a trabajar durante el todo el día y apenas alimentarse. Otros dicen que el convento es meramente un hogar para mujeres y sus bebés, y sugieren que las monjas obtienen un beneficio ilegítimo dando en adopción a los bebés ilegítimos de chicas solteras pobres a cambio de dinero. A Furlong no le gusta hacer caso a estas habladurías, pues en la ciudad no faltan mentes ociosas que inventan todo tipo de historias.

Un día, mientras entrega carbón en el convento, y como nadie se acerca a recibir la entrega, Furlong se adentra en el huerto de frutos. Allí intenta tomar una pera, pero una bandada de gansos se le abalanza, así que continúa caminando. Al llegar a una capilla, se encuentra con más de una docena de mujeres jóvenes y niñas que pulen el suelo esforzadamente con cera de lavanda. Visten horribles uniformes grises y ninguna lleva zapatos, sino calcetines negros. Una de las chicas tiene un párpado infectado, mientras que otra lleva el pelo cortado muy toscamente. Al verlo, las muchachas reaccionan asustadas, como si se hubieran quemado. Al preguntarles por la Hermana Carmel, la muchacha del pelo mal cortado se le acerca y, con el característico tono de Dublín, le pide que las ayude. Furlong retrocede, asustado, y ella le pide que, aunque sea, la lleve hasta el río o la deje trabajar en su casa. Él extiende sus manos vacías y le dice que no puede hacer nada. Molesta, la muchacha responde que ellas no tienen a nadie, y que lo único que desea es ahogarse.

En eso, entra una monja en la capilla y Furlong le dice que busca a la Hermana Carmel, pues viene a entregar un pedido de troncos y carbón. Al darse cuenta de quién es él, la monja cambia de actitud y lo reprende por haber molestado a los gansos. Furlong, sintiéndose extrañamente castigado, sigue a la monja fuera del convento y revisa con ella la carga que ha traído. La monja le recuerda a un pony fuerte y consentido al que han dejado en libertad durante mucho tiempo. Siente el deseo de enfrentarse a ella y preguntarle por las chicas que acaba de ver, pero al final se queda callado. De vuelta en la ruta, se equivoca de camino. Va distraído, pensando en lo que vio en el convento: recuerda, extrañado, los candados que percibió al interior de la puerta que daba al huerto, la parte alta del muro que separa al convento de St. Margaret’s rematado con cristales rotos, y la forma en que la monja cerró la puerta principal solo para salir a pagar.

La niebla y lo sinuoso de la ruta le impiden a Furlong dar la vuelta, por lo que gira continuamente a la derecha hasta que pierde el sentido de la orientación. Cuando se detiene y le pide indicaciones a un anciano, este le responde, enigmáticamente, que el camino por el que va lo llevará a donde él quiera ir.

Esa noche, Furlong comparte con Eileen lo que ha presenciado en el convento. Ella responde reacia, sugiriendo inmediatamente que no se involucre, sobre todo porque las monjas siempre pagan sus pedidos de carbón a tiempo. Eileen cree que lo que ocurre en el convento no tiene nada que ver con su familia, que sus hijas están bien y cuidadas, y eso es lo que importa. Furlong responde que no entiende qué tienen que ver sus hijas con la conversación. Eileen insiste en que pensar no sirve de nada, salvo para deprimirse, y asegura que en la vida, para seguir adelante, hay que ignorar ciertas cosas. Furlong no entiende por qué su mujer está tan enojada con la conversación, y ella le dice que las adversidades con las que él se crio ya han quedado en el pasado. Como su marido no entiende a qué se refiere, Eileen le dice que hay muchachas que se meten en problemas, y que Furlong lo sabe por experiencia propia. El hombre se queda callado, golpeado por los dichos hirientes de su esposa. Enseguida, Eileen se disculpa por el exabrupto y argumenta que, si ellos se ocupan exclusivamente de su familia y se mantienen del lado correcto, no tendrán que soportar jamás las vejaciones que aquellas otras muchachas sufren, justamente, por no tener nadie que las haya cuidado. Al contrario, sus familias las descuidaron y les dieron la espalda, y ellos, como padres, no pueden darse el lujo de ser descuidados con las suyas.

Furlong responde que cualquiera de esas muchachas podría ser una de sus hijas, pero Eileen señala que, justamente, ninguna lo es, y es responsabilidad de ellos dos garantizar que su posición privilegiada se conserve. Furlong replica agradeciendo amargamente que Mrs. Wilson no compartiera la perspectiva de Eileen, pues entonces él y su madre habrían corrido otra suerte. Ante ello, Eileen responde severamente que Mrs. Wilson, al ser rica, podía darse el lujo de hacer lo que le daba la gana, pero ellos no están en la misma posición.

Análisis

El cuarto capítulo comienza con una descripción de las cornejas —aves similares a los cuervos— que se congregan en torno a la ciudad. Estos animales tienen un simbolismo rico y variado, pues representan el misterio, la transformación, la inteligencia, la muerte y el renacimiento. De alguna manera, todas estas connotaciones simbólicas aplican a la novela y, específicamente, a los sucesos que este capítulo introduce, en tanto puntos de inflexión en la trama. Es especialmente relevante que las cornejas aparezcan justo antes de que Furlong atestigüe indicios de abusos en el convento, porque esto será determinante en la resolución de su dilema moral, que es el conflicto principal de la novela.

Detrás de la apariencia idílica del convento, que lo asemeja a una hermosa postal navideña, se esconde un terrible secreto. Anticipando este descubrimiento, la novela yuxtapone bellas imágenes de la naturaleza con las puertas cerradas con candado y los cristales rotos que recubren los altos muros. Significativamente, esos muros, que ocultan el horror del convento, lindan con St. Margaret’s, el colegio al que asisten las hijas de Furlong. Esa dramática proximidad representa el riesgo que ese secreto supone para Furlong y la suerte similar que sus hijas podrían tener.

Los abusos que tienen lugar en el convento pueden considerarse un secreto a voces, en la medida en que la gente del pueblo ya ha especulado con ello, pero nadie hizo nada al respecto. En ese sentido, el narrador desautoriza esas especulaciones, haciéndose eco de lo que la gente del pueblo, entre ellos Furlong, sostiene para convencerse de que no hay nada de qué preocuparse: “Pero la gente decía muchas cosas, y una buena parte de lo que se decía resultaba difícil de creer: nunca había escasez de mentes ociosas o de chismes en el pueblo” (37).

En este capítulo, la novela revela las violaciones a los derechos humanos que se producen en el convento, tanto implícita como explícitamente. Los detalles sobre el aspecto de las chicas (como sus uniformes grises, la falta de zapatos, su aspecto enfermo y descuidado), así como la forma en que friegan el suelo de la capilla, sugieren que están siendo obligadas a trabajar en condiciones extremas. La conversación que Furlong mantiene con una de ellas echa pistas sobre el maltrato que sufren. La forma tosca en que lleva el pelo esta muchacha es descrita mediante un símil que sugiere un trato agresivo sobre ella: “como si un ciego se lo hubiera cortado con tijeras de podar”. Es significativo que sea justo ella la que se acerca a hablar con Furlong, pues implica que el arrojo de la muchacha para hablar llevó a alguien (posiblemente una monja) a cortarle el pelo como castigo. La chica le pide ayuda a Furlong para salir de allí. Él responde “mostrándole sus manos abiertas y vacías” (38), un gesto que simboliza su deseo fallido de tenderle una mano y ayudarla. En esta oportunidad, a diferencia de otras veces (por ejemplo, cuando ayudó al chico que recogía maderas bajo la lluvia), ahora él no tiene herramientas suficientes para ayudar a esta muchacha. La chica, desesperada, asume que incluso prefiere suicidarse ahogándose en el río, lo cual deja al descubierto la situación dramática de la que pide librarse. Esta interacción afecta profundamente a Furlong.

La revelación de la chica sobre su deseo de matarse revela las formas en que una comunidad (o la falta de ella) puede afectar a un individuo. Esta chica ha sido tratada como una marginada social. Cuando Furlong menciona a su esposa e hijas, ella le responde: “yo no tengo a nadie” (38), indicando que su familia la ha abandonado. Una vez más, el convento viola las funciones que se esperan de él: en lugar de encontrar allí la empatía, el perdón y una oportunidad para encauzar su vida, está claro que esta chica, al igual que todo el grupo de mujeres, está sometidas a trabajos forzados y es considerada una ciudadana de segunda clase.

Furlong se pregunta qué habría sido de su madre y de él mismo si ella hubiera acabado en un lugar como el convento. Mientras su empatía le permite imaginar a sus propias hijas en esta situación, Eileen revela una gran diferencia con su marido cuando insiste en que no es asunto suyo. También insinúa que las niñas y mujeres del convento posiblemente provocaron su propio sufrimiento, por ser responsables de sus acciones. Con ello, la novela tematiza el individualismo que recorre esta sociedad, y del que Eileen se vuelve portavoz. Ella defiende la idea de que él y su marido deben preocuparse únicamente por su familia, pues eso es lo único que les concierne. En cambio, no son responsables por los errores que, a su juicio, las muchachas del convento deben haber cometido.

La novela retrata cómo en esta sociedad el individuo puede quedar alejado de su comunidad en función de las responsabilidades individuales que se le adjudican. Precisamente, muchos habitantes del pueblo, incluida Eileen, culpan a los individuos de sus padecimientos en términos de responsabilidad individual, sin tener en cuenta las circunstancias sociales más amplias que contribuyen a ese escenario. Este tema también se vincula con las opciones que tiene Furlong a la hora de responder a esta situación. Para mantener sus relaciones profesionales no solo con las monjas, sino posiblemente con otros clientes, Furlong se ve obligado a guardar silencio y pasar por alto el sufrimiento que observó en el convento. No solo su reputación está en juego, sino también la amenaza económica de perder su trabajo y dejar en situación de vulnerabilidad a su familia. No obstante, por su condición empática, es incapaz de olvidar lo que vio y seguir adelante, como Eileen le sugiere. Su mujer, más pragmática, considera que, para vivir bien, sin problemas, hay que obviar ciertas cosas: “Para lo único que sirve pensar es para deprimirse (...). Si quieres triunfar en la vida, hay cosas que debes ignorar para poder seguir adelante” (41).

Eileen saca a relucir cuestiones de clase, agencia y libertad en su desacuerdo con su marido. Cuando Furlong le pregunta dónde estarían él y su madre si Mrs. Wilson no les hubiera permitido vivir en su casa, Eileen responde: “¿No te parece que las preocupaciones de Mrs. Wilson eran muy diferentes de las nuestras? (...) Sentada en esa casona, con su pensión y una granja, y tu madre y Ned trabajando para ella. ¿No era una de las pocas mujeres en esta tierra que podía hacer lo que quisiera?” (42). Desde su perspectiva, ella y Furlong no están en condiciones de hacer nada con respecto a las niñas del convento porque no tienen una posición privilegiada para ello, como sí la tenía Mrs. Wilson. Ocupándose de un asunto tan sensible, ellos podrían poner en peligro la economía familiar y el futuro de sus hijas.

El encuentro con el anciano, cuando Furlong está perdido, cobra un sentido simbólico. Cuando el viejo le dice: “Este camino te va a llevar a donde quieras ir, hijo“ (40), la novela parece sugerir que Furlong tiene en sus manos la capacidad de actuar como él quiera, de armar su propio camino. En este punto, Furlong encuentra en las advertencias de Eileen obstáculos que complican su viaje.