Cosas pequeñas como esas

Cosas pequeñas como esas Resumen y Análisis Capítulo 7

Resumen

Llega la Nochebuena y Furlong siente un intenso deseo de no ir a trabajar. Al llegar al depósito, los hombres que trabajan para él ya están allí esperando, moviendo su cuerpo contra el frío y conversando, animados. Furlong reconoce que son hombres decentes, que trabajan con esfuerzo y dedicación, y recuerda la enseñanza que le dio Mr. Wilson, de que para que la gente dé lo mejor de sí, hay que tratarla bien. En señal de respeto, hasta el día de hoy Furlong lleva a sus hijas a visitar la tumba de su madre y la de Mrs. Wilson en Navidad.

Después de saludar a los hombres y comprobar que todo está en orden, Furlong sube al camión para hacer las entregas. El humo negro que sale del tubo de escape indica que el motor está fallando. Esto, a su vez, significa que la familia tendrá que aplazar un año más la sustitución de las ventanas de la casa. Mientras Furlong hace sus entregas, algunas personas le preguntan si pueden saldar sus deudas con él más adelante. Otros le ofrecen tarjetas navideñas, comida y ropa.

En una casa en la que se detiene a dejar un pedido, una muchacha le dice a su hermano que no toque el carbón sucio. A continuación, le da a Furlong una tarjeta de Navidad, y ella le cuenta que su madre sabía que Furlong iría, ya que es un caballero. Esto le recuerda a Furlong que las personas pueden ser buenas, y que lo hay que hacer es gestionar y equilibrar lo que se da y lo que se toma de manera tal que permita llevarse bien con los demás y los propios. Sin embargo, inmediatamente se da cuenta de que esta apreciación es propia de un hombre privilegiado, y se reprende a sí mismo por no redistribuir los regalos que recibió entre los hogares con menos ingresos. Concluye así que la Navidad saca lo mejor y también lo peor de las personas.

De vuelta en el depósito, los hombres siguen trabajando alegremente a pesar de que ya ha pasado el mediodía. Luego, todos se lavan y van a comer a Kehoe's; el depósito invita. Furlong quiere irse a casa, pero entiende que es bueno quedarse un rato allí, agradeciendo y saludando a sus trabajadores. Cuando va a pagarle la cuenta a Mrs. Kehoe, esta le pregunta si es cierto que tuvo un altercado con la Madre Superiora. Mrs. Kehoe le aconseja a Furlong tener cuidado con lo que dice sobre el convento y mantener cerca a sus enemigos. Le da a entender que las monjas están metidas en todo e influyen en gran medida en los asuntos de la ciudad. Furlong la desafía al preguntarle si las monjas no tienen el poder que el pueblo les da. Mrs. Kehoe mira a Furlong con la seguridad de las mujeres pragmáticas y le recuerda que sus cinco hijas van al St. Margaret's, dirigido por las mismas monjas del convento. Entonces Furlong se despide.

Afuera está nevando. El hombre se detiene un momento a reflexionar, para luego echarse a caminar por el muelle, pensando en el duro año de trabajo que acaba de cerrarse. Mrs. Kehoe le ha dado whisky caliente y un postre de jerez, lo que hace que Furlong esté bastante mareado. En su paseo, se asoma a las vidrieras y observa una serie de objetos brillantes. Entra en una tienda de antigüedades y pide un rompecabezas, pero el dueño del local le dice que no tienen rompecabezas difíciles. Furlong se va, pero primero compra una bolsa de gomitas, porque no le gusta irse con las manos vacías.

Después de verse reflejado en una tienda de muebles, Furlong decide ir a cortarse el pelo. Allí, se mira al espejo y piensa en su parecido con Ned, y en si este podría ser su padre. Entonces recuerda el papel activo que Ned tuvo en su crianza, al lustrarle los zapatos, atarle los cordones, comprarle su primera navaja, enseñarle a afeitarse. Asimismo, reflexiona sobre el hecho de que Ned haya fomentado todos esos años la idea de que Furlong procedía de una familia de fina estirpe mientras, a la vez, velaba por él. Se lamenta, entonces, de que a veces las cosas más cercanas sean las más difíciles de ver.

Furlong siente que haber estado en la peluquería, reflexionando, ha liberado y aireado su mente. Después se dirige a la tienda Hanrahan's para recoger los zapatos que encargó como regalo de Navidad para Eileen. Luego de pagar, sale y ve que ya ha oscurecido. En el camino compra una bebida, y luego sigue caminando hacia el puente, sin comprender del todo por qué no se decide a regresar a la comodidad y el calor de su hogar.

Mientras cruza el puente, Furlong recuerda que la gente dice que hay una maldición que pesa sobre el río Barrow, relacionada con la orden de monjes que construyó la abadía. Los monjes cobraban de más a la gente por navegar por el río, y el pueblo, como represalia, los echó de la ciudad. Entonces el abad lanzó una maldición sobre el pueblo para que cada año el río se cobrara tres vidas. La propia madre de Furlong creía que esto era cierto, porque había conocido a un comerciante de ganado que se convirtió en la tercera persona ahogada en el río ese año. Furlong también recuerda otras pequeñas cosas de su madre: cómo lo sujetaba con un brazo mientras usaba la batidora con el otro, cómo cantaba mientras ordeñaba las vacas, y cómo alguna vez lo reprendió dándole una bofetada.

Furlong recuerda, avergonzado, a la chica del convento que le pidió que la llevara al río para ahogarse, y se reprocha haberla ignorado. Mientras camina, pasa por delante de diferentes casas decoradas para Navidad y observa las escenas hogareñas que tienen lugar en su interior. Furlong sigue caminando, hasta que llega al convento. Se siente un animal al acecho, presa de una excitación muy particular. Al doblar una esquina, ve a un gato negro comiéndose el cadáver de una corneja.

Los árboles que bordean la fachada del convento son bonitos como un cuadro. Furlong sigue unas huellas en la nieve hasta el cobertizo de carbón. Se ha imaginado distintos escenarios posibles, como que el cobertizo esté cerrado con llave, o que la muchacha ya no esté allí. Pero, al intentarlo, la puerta se abre y aparece Sarah adentro. Entonces Furlong le anuncia que ella ahora se irá con él a su casa.

Furlong le da su abrigo a la muchacha y ella se apoya en él para caminar. De vuelta en el puente, Furlong envidia la facilidad con la que el agua del río sigue su curso asignado, y siente que su coraje y su instinto de supervivencia van a contramano. Decide no llevar a Sarah a casa del cura porque recuerda que Mrs. Kehoe le advirtió que están en connivencia con las monjas del convento. A medida que avanzan por el pueblo, la gente observa los pies descalzos y sucios de Sarah y se da cuenta de que no es hija de Furlong, por lo cual evitan a Furlong o cortan la conversación. Nadie se dirige directamente a Sarah ni le pregunta a Furlong a dónde van. Él se debate entre el miedo y la emoción.

Por el camino, Sarah vomita y Furlong celebra que, con ello, se deshaga del horror vivido. Ella se detiene a descansar en la plaza y admira en el pesebre la figura del burro. Furlong reflexiona sobre qué sentido tiene estar vivo si no es para ayudar a los demás. Se pregunta si es posible seguir adelante con la vida sin ser lo suficientemente valiente para ir en contra de lo establecido, y seguir igual llamándose cristiano y mirándose al espejo. Una inmensa alegría se apodera de él, aunque sabe que más tarde pagará por sus actos. Siente que lo mejor de él está brillando y saliendo a la superficie. Nunca en la vida de Furlong ha sentido tanta felicidad, ni siquiera cuando nacieron sus hijas.

Furlong piensa en la bondad cotidiana de Mrs. Wilson, en todas las pequeñas cosas que hizo o dejó de hacer, cosas que, sumadas, equivalen a una vida. Y piensa en cómo esas cosas influyeron en él. De no haber sido por Mrs. Wilson, Furlong comprende que su madre probablemente habría acabado en un lugar parecido al convento, y quién sabe lo que le habría ocurrido a Furlong. Él sabe que lo esperan problemas graves, pero también sabe que no habría podido vivir consigo mismo si no hubiera rescatado a Sarah. Al acercarse a su casa con la niña descalza y la caja de zapatos, Furlong siente un miedo inmenso, pero también tiene fe en que su familia se las arreglará.

Análisis

En este capítulo, vuelven a aparecer en Furlong las reflexiones sobre la perspectiva y los modos de ver: “¿Por qué las cosas más cercanas a menudo eran las más difíciles de ver?” (79). La identidad desconocida de su padre obsesiona al protagonista a lo largo de la novela, a menudo impulsando sus motivaciones y su sentido de pertenencia en el mundo. Furlong pasa mucho tiempo pensando en las cosas desde múltiples ángulos; reflexiona siempre considerando una variedad de perspectivas. Esto demuestra que le importa mucho cómo se desenvuelve en la vida, y también que no está dispuesto a obrar mecánicamente, sino que se hace cargo de lo que piensa y siente. El hecho de tener que llevar a cabo las agotadoras tareas de su trabajo diario no impide que afloren estas reflexiones. Así, por ejemplo, en este capítulo repasa los recuerdos de Ned participando en su educación, y estos recuerdos cobran otro significado ahora que presume que aquel era su verdadero padre. Descubrir la parte que falta de la herencia paterna de Furlong arroja nueva luz sobre estos recuerdos y, sobre todo, sirve como un puntapié para, por fin, actuar.

De algún modo, resolver la cuestión de su identidad colabora con la resolución del dilema moral que incomodó a Furlong durante los capítulos previos. Su despertar moral lo lleva finalmente a regresar al convento y rescatar a Sarah, llevándola ni más ni menos que a su casa. A pesar de que reconoce los problemas que eso le traerá, en este capítulo final Furlong decide actuar acorde a sus principios, aun cuando eso significa ir en contra del orden establecido. Esa tensión queda representada en la siguiente cita: “sintió que su instinto de conservación y su coraje luchaban entre sí” (83). También ese conflicto es representado una vez más con el motivo del camino. En este capítulo, Furlong recuerda lo que el anciano al costado del camino le dijo respecto de la posibilidad de elegir su propio camino. Su caminata nocturna, sin aparente rumbo, pero llena de una excitación inexplicable, representa el gesto de Furlong de andar buscando el camino correcto. En ese tránsito, observa el río y siente envidia de que allí el agua siga tan fácilmente su curso (“una parte de él envidió el conocimiento que el Barrow tenía de su curso, la facilidad con que seguía el camino que tenía asignado, tan libremente”, 83), mientras a él le resulta tan difícil adoptar el camino que, en el fondo, sabe que es el indicado.

Sin embargo, Furlong se hace cargo de su destino y actúa en consecuencia, a pesar de los problemas que eso le traerá: “lo peor que podría haber pasado también ya estaba detrás de él; aquello no hecho, lo que podría haber sido, eso con lo que habría tenido que vivir por el resto de su vida” (86). Así, el ciclo de reflexiones de Furlong, y la novela también, se cierran cuando el protagonista comprende cuál es el camino justo y la acción correcta.

En este sentido, la acción de Furlong consuma una crítica feroz a la moralidad de su época, impuesta y avalada por la institución católica y respetada con obediencia por la población. A la actitud pragmática y mecánica adoptada por Eileen, Furlong opone una forma de vivir alternativa, más solidaria. Para él, ser coherente con los propios principios y ayudar al prójimo es mucho más valioso que seguir una moral individualista que no se ajusta a esos principios. Por eso, salvar a Sarah constituye para él la consumación de esa elección de vida: “se preguntó qué sentido tenía estar vivo sin ayudarse los unos a los otros. ¿Era posible seguir adelante a lo largo de todos los años, de décadas, de toda una vida, sin ser lo suficientemente valiente como para ir en contra de lo establecido y, sin embargo, llamarse cristiano, y enfrentarse al espejo?” (85). Una vez más, el motivo del reflejo funciona para Furlong como un canal para cuestionar y reflexionar sobre su identidad. Metafóricamente, el espejo es una superficie que lo expone y lo enfrenta a ver de lleno quién es. Por eso, para él es importante poder mirarse a la cara y ver una imagen de sí que se corresponda con su ideario. De este modo, Furlong combate con su acción la hipocresía de la que en el capítulo anterior se avergonzaba.

Keegan ha sido criticada por no poner el foco de su narración en la experiencia de las mujeres, justamente en una historia que se centra en abusos sufridos por ellas. En respuesta a esto, ella ha declarado en entrevistas que no considera que este libro trate directamente sobre las lavanderías de la Magdalena, aunque estas desempeñan un papel importante. En una entrevista en The Booker Prizes, la autora afirma: "Me interesa cómo lidiamos con ello, cómo llevamos lo que está encerrado en nuestros corazones. No me propuse deliberadamente escribir sobre la misoginia o la Irlanda católica o las dificultades económicas o la paternidad o algo universal, pero sí quería responder a la pregunta de por qué tanta gente decía y hacía poco o nada sabiendo que niñas y mujeres eran encarceladas y obligadas a trabajar en estas instituciones". En suma, la principal preocupación de la novela es retratar cómo la comunidad de New Ross decide deliberadamente ignorar lo que ocurre en el convento, a pesar de que los abusos son un secreto a voces.

La crisis moral de Furlong y su decisión final de ayudar a Sarah probablemente pondrán en peligro el futuro de sus propias hijas. La Madre Superiora amenaza con revocar el derecho de las niñas a asistir al colegio St. Margaret's, lo que tendrá consecuencias duraderas en sus vidas. Ya desde el primer capítulo, a modo de presagio, Furlong se alegra de saber que sus hijas van a St. Margaret's, la única buena escuela para niñas de los alrededores. Mrs. Kehoe lo confirma cuando dice: “No puedo contar con los dedos de una mano la cantidad de chicas de por aquí a las que les fue bien sin haber pasado por esos pasillos” (76). Sin embargo, Furlong decide no actuar de manera individualista, atendiendo a sus intereses personales, sino que elige ayudar a alguien que está en una situación más vulnerable. Así es como hizo Mrs. Wilson con su madre y con él, y él cree que es coherente obrar en línea con ello.

En línea con su habitual brevedad, Keegan termina la historia poco después del clímax, dejando el resto a la imaginación del lector. Otros escritores podrían haber continuado describiendo lo que sucede cuando Furlong lleva a Sarah a casa, pero terminar la historia en este punto mantiene la tensión de la novela sin ofrecer una catarsis completa. Furlong se siente ligero y alegre en ese momento, pero sabe que, en breve, se enfrentará a diversos conflictos.