En la sangre

En la sangre Imágenes

El conventillo

Al inicio de la novela, el conventillo aparece retratado mediante una serie de imágenes que destacan la miseria y la deshumanización de las condiciones de vida. La descripción combina lo visual (“dos hileras de cuartos de pared de tabla y techo”), lo auditivo (“chirriaba la grasa de un sartén”) y lo olfativo (“humeaba una olla”), junto con la visión de los cuerpos hacinados (“numerosos grupos de vecinos se formaban, alegres, chacotones los hombres, las mujeres azoradas, cuchicheando”, 51). Estas escenas configuran un espacio rudimentario y precario, marcado por el aglutinamiento y la impersonalidad.

Con su mirada positivista, el narrador presenta este entorno como un caldo de cultivo para la “perversión baja y brutal del medio en que se educa” (53) Genaro. De ese modo, las carencias materiales se enlazan con las morales, reforzando la idea de que los hijos de inmigrantes pobres reproducen las “escenas de los cuartos redondos de conventillo con todos los secretos refinamientos de una precoz y ya profunda corrupción” (54).

Los inmigrantes

La novela presenta a Don Esteban y a Genaro como tipos representativos del inmigrante y del hijo del inmigrante, recurriendo a descripciones físicas y de comportamiento que los animalizan y deshumanizan. La caracterización de Don Esteban, con “cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior” y actitudes de “resignación de buey” y “rapacidad de buitre” (51), junto con la “astucia felina de su raza” (76) y el “instinto de zorro” (85) de Genaro, subraya su naturaleza considerada inferior y su propensión a la inmoralidad.

Estas imágenes reflejan cómo la novela, desde una perspectiva naturalista y positivista, asocia el origen y la herencia con comportamientos predestinados, mostrando a los inmigrantes como individuos cuya lucha por la supervivencia activa instintos que los convierten en una amenaza para los valores de la sociedad establecida.

La universidad

La descripción de la universidad combina grandiosidad aparente y degradación interna, reflejando la crítica social naturalista. El claustro, con “pilares enormes” que parecen “piernas de gigante en el cuerpo de un enano” (67), y la sala de examen, con un busto de Rivadavia erigido como “un falso Dios, a algún ídolo enemigo” (81), transmiten una monumentalidad desproporcionada y una solemnidad absurda. Docentes y estudiantes se presentan de manera animal y racista: se los compara con “vegetación de enormes hongos” cuyo bullicio se expresa en un “alarido de indios, inmenso, infernal, atronador” (67), mientras las figuras de autoridad incluyen un profesor “hijo del país, zambo, picado de viruelas” (66) y un bedel “malo, flaco, viejo” que se mueve “con la andadura oblicua de un lobo” (67). La universidad, de esta manera, se convierte en un escenario propicio para que Genaro recurra a la astucia y la simulación como método para el ascenso social.

El Teatro Colón

Durante el carnaval, el Teatro Colón se convierte en un “infierno” de “locura y de licencia en que todo era permitido”, donde el exterior anuncia la intensidad con una “sorda crepitación de un horno” y un “tufo […] caliente y fétido”. En el interior, la “algazara infernal” de personajes disfrazados y el “barullo… de dos mil mujeres criollas disfrazadas” crean un ambiente de sensualidad y permisividad (118). Incluso en los palcos, la intimidad se ve marcada por un “olor acre á sudor y á pachoulí [perfume fuerte y ordinario]” y parejas “entrelazadas como hechas trenzas” (120), reforzando un espacio donde la oscuridad y los disfraces habilitan el desborde de los sentidos.

Así, el Teatro Colón, lugar privilegiado de la élite porteña, aparece degradado por la permisividad social, lo que habilita que Genaro consume el sometimiento sexual de Máxima amparado por este entorno.

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