En la sangre

En la sangre Resumen y Análisis Capítulos 18-28

Resumen

Después de librarse de su madre, Genaro queda independizado a los veinte años con una pequeña herencia, que pronto dilapida en lujos y comodidades: habitaciones amplias, cafés elegantes, carruajes. Cuando el dinero comienza a escasear, en menos de un mes, reduce gastos, pero mantiene la apariencia de riqueza, convencido de que parecer rico es lo más importante.

Su interés se centra entonces en Máxima, hija de un rico terrateniente, a quien observa en la ópera. Más que un sentimiento amoroso, lo impulsa la ambición de conquistar prestigio social. A pesar de que la joven, al principio, no lo nota, con el tiempo Genaro logra que ella desvíe la mirada hacia él. De esta manera se inicia un acoso persistente, puesto que la seguirá en la calle, planeando encuentros que lo lleven a entablar una relación con la joven.

Una forma de acceder a Máxima es ingresar al prestigioso Club del Progreso, del que su padre es miembro. Genaro reconoce que necesita el apoyo de alguien influyente para lograr su objetivo. Decide acercarse a Carlos, un antiguo compañero de estudios de buena posición social, para que lo apadrine en el Club. Carlos le explica que los socios más viejos son reacios a admitir a cualquiera fuera de su círculo tradicional, pero que entre los jóvenes hay mayor disposición a aceptar a personas nuevas que revitalicen el ambiente. Genaro confiesa que no cree poder afrontar la cuota y Carlos le dice que puede ayudarlo. Animado por el ofrecimiento, Genaro admite que teme ser rechazado y salir desairado, por lo que le pide que interceda por él. A pesar de sus dudas internas sobre Genaro, Carlos conviene en ayudarlo.

Genaro debe esperar ocho días a que sea considerada su candidatura para ingresar al Club. Le atormenta la idea de que su pasado de hijo de “tachero” sea revelado, y recuerda cuando manipuló el resultado del examen de física en la universidad. Finalmente, una carta de Carlos confirma sus temores: su solicitud ha sido rechazada. Esta noticia desata en Genaro una profunda rabia y un fuerte resentimiento contra la élite que lo desprecia, a quienes insulta vehementemente. Amenaza con ingresar de alguna otra forma en su círculo, con la convicción de que todos los medios son válidos para lograr sus objetivos, incluso si eso implica actuar sin escrúpulos.

Tras el fracaso en el Club, Genaro cambia de estrategia. Decide acercarse directamente a la familia de Máxima, buscando una excusa sutil para entrar en su casa, sin dar indicios de sus verdaderas intenciones. Simula un pequeño accidente con su carruaje cerca de su quinta de veraneo en el barrio de Belgrano. El padre de Máxima le ofrece amablemente ayuda, mientras ella observa en silencio. Genaro se despide formalmente, celebrando lo bien que había actuado. El padre lo considera un joven fino y decente.

Después de esta visita aparentemente casual, Genaro medita cómo debería generar el encuentro siguiente. Un día, se encuentra con Máxima y su madre paseando en un parque concurrido. A pesar de la oportunidad, resuelve con cierta cobardía no apresurar las cosas. Prefiere aguardar una ocasión más natural para acercarse, ahora que sabe que las encontrará allí jueves y domingos. Finalmente, en un día festivo en el parque, Genaro aprovecha la oportunidad de cederle el asiento a la madre de Máxima. Esta acepta, elogiando su amabilidad y galantería. Genaro ve este acto como una instancia decisiva en su propósito de llegar a Máxima y su familia.

Análisis

El recorrido de Genaro tras deshacerse de su madre revela su voluntad desmedida de ascenso social, sostenida más en la apariencia que en la sustancia. La pequeña herencia que recibe no se invierte en asegurar un porvenir, sino en desplegar una escenografía de lujo, porque lo más importante para Genaro son “las formas, la apariencia: andar paquete, pasearse de habano por la calle de la Florida y que no le faltaran nunca cincuenta pesos en el bolsillo con que poder comprar entrada y asiento para el Colón” (96).

En ese gesto inicial ya se cifra su convicción de que lo decisivo no es la riqueza efectiva, sino la imagen de riqueza: el artificio capaz de engañar a los demás y sostener su ilusión de pertenencia a una élite que lo excluye. Asimismo, Genaro se muestra sorprendido de lo poco que le dura el dinero, lo que también manifiesta cómo su ambición es más fuerte que su astucia, o incluso que su avaricia, limitando sus capacidades cognitivas.

Otra de las formas en las que el narrador emplea el discurso indirecto libre para marcar las limitaciones de pensamiento de Genaro es a través de frases hechas, lugares comunes, modismos y refranes. Por ejemplo, cuando habla por boca de Genaro para describir a Máxima, dice: “Era muy rica la polla […] ¡quién le diera andar bien con ella, tener su bravo camote [enamoramiento] del país con una así, de copete [gente importante, poderosa, rica] de campanillas [de posición, de clase alta] […] porque eso debía buscar, bien pensado ése era el tiro, dar con una mujer que tuviese el riñón forrado [mucho dinero]” (subrayado nuestro, 97). Así, el narrador le niega a Genaro la posibilidad de expresarse sin recurrir a fórmulas estereotipadas que obstaculizan su capacidad de razonar y de pensar por sí mismo.

Su objetivo de conquistar a Máxima para casarse con ella se concibe como la oportunidad de obtener prestigio social a través del ingreso a una familia de la élite porteña. El cortejo de Genaro consiste en un acoso persistente que evidencia, a los ojos del lector, sus verdaderas intenciones. La obsesión con la joven está directamente ligada a su ambición de ascenso social; Máxima funciona más como un símbolo de ese ascenso que como un sujeto de deseo.

La tentativa de ingresar al Club del Progreso, un prestigioso club tradicional de la ciudad de Buenos Aires, muestra la tensión entre su voluntad de ascenso y los límites impuestos por una élite cerrada. Genaro reconoce la necesidad de un padrino y acude a Carlos, que encarna esa posición de privilegio heredado que él pretende alcanzar. El miedo a ser desenmascarado como hijo de un “tachero” lo asedia mientras espera los resultados de esa evaluación, que le recuerda el examen de la universidad. Aquella vez, en la que también se vio en la posición de ser examinado por gente de prestigio y mayor poder, consiguió pertenecer, al menos momentáneamente, no a través del mérito sino de la manipulación. Aquí también intenta ingresar, no por mérito personal, sino por un contacto que representa la rama joven del club, que quiere “abrir de par en par las dos hojas de la puerta y que vaya entrando la gente” (104). Esto también se puede leer como una crítica a ese sector de la élite más permisivo.

Pero Genaro no logra ingresar al Club, rechazo que intensifica su resentimiento y lo lleva a formular un pensamiento violento contra quienes lo desprecian. Es entonces cuando Genaro imagina ingresar, o más bien invadir, estos espacios de privilegio de otra manera: “le habían cerrado la puerta, podía muy bien suceder que se les metiese por la ventana” (109). De esta manera, se convence de que cualquier medio, aun el más inescrupuloso, es válido para alcanzar sus fines vengativos.

Tras el fracaso institucional, Genaro desplaza la estrategia y se fija el objetivo de entablar relaciones directamente con la familia de Máxima. Aquí se advierte una vez más su capacidad para fingir, como cuando pretende que se ha averiado su carruaje frente a la quinta de Belgrano. El padre de Máxima cae en la trampa y considera que Genaro es un joven amable y decente, lo que revela la habilidad del protagonista para manipular la percepción de los otros, abriéndose así una rendija de acceso.

El episodio en el parque confirma su talento para las apariencias y para urdir una escena de lograda simulación. Genaro estudia los movimientos de la familia, espera con paciencia el momento propicio y ejecuta un acto calculado de cortesía –ceder un asiento a la madre de Máxima–, que es interpretado como prueba de galantería. Para él, ese gesto no es simplemente un detalle, sino el punto de inflexión en su plan de conquista. Cada paso está guiado por la convicción de que el ascenso no depende de la autenticidad de sus vínculos, sino de la construcción de una máscara eficaz.