Resumen
Máxima y Genaro se trasladan a una propiedad del padre de Máxima en el campo para pasar la luna de miel, pero en realidad es para que no se sepa que Máxima ya está embarazada. La madre de Máxima se les une con el pretexto de su salud, queriendo estar junto a su hija durante el embarazo y el parto. Máxima se dedica completamente a la preparación para la llegada de su hijo, encontrando en él su consuelo y la esperanza de una felicidad que no encuentra en su matrimonio. Idealiza a su futuro hijo, deseando que sea "bueno, generoso, noble" (131) y perfecto, como una compensación por su propio infortunio.
Mientras tanto, Genaro, ya sintiéndose dueño de la estancia, se obsesiona con el manejo de la fortuna de su suegro, que cree suya. Observa el deplorable estado y despilfarro de la propiedad, y planea reformar la administración para aumentar las ganancias. Sus instintos de avaricia y mezquindad vuelven a manifestarse: se queja de la carne a disposición de todos, proponiendo racionar a los peones con "puchero con coles y zapallo" (132). También se irrita por el desperdicio de lana y cuero. Desea que su suegro muera para poder tomar el control y demostrar quién es.
Llega al campo la noticia de una grave enfermedad del padre de Máxima, que se encuentra en Buenos Aires. Genaro se ofrece a ir a la ciudad, con la intención oculta de no dejar al viejo en manos de otros parientes que puedan influir en el testamento, haciéndole perder parte de la herencia. Pero llega a Buenos Aires cuando su suegro ya ha muerto. Se presenta como afligido ante la familia y, una vez que los parientes se despiden, asume el control de la casa como yerno de Máxima. Empieza a buscar dinero sin suerte, lo que lo hace sospechar que los parientes ya se han llevado lo que había. Sin embargo, en el cuarto de recibo descubre un escritorio con cajones que no puede abrir, por más que lo intente. Después de mucho forcejeo, el azar lo hace presionar un resorte oculto que abre los cajones. Encuentra una gran cantidad de oro y billetes. Contempla quedarse con el dinero, pero la posibilidad de ser descubierto le genera dudas. Finalmente, encuentra un testamento sellado con lacre, en el que el padre le deja la mitad de los bienes a su esposa y la otra mitad a Máxima, pero con la condición de que solo entre en posesión de la herencia a la muerte de su madre, responsable de su administración y usufructo. Además, especifica que, si Máxima muere antes, esa parte se destinará a los pobres. Justo cuando Genaro piensa en destruir el papel, lee que un escribano tiene posesión de una copia del testamento.
Genaro se adueña del dinero que encontró en los cajones, que no estaba declarado en el testamento. Pronto se aburre de la vida familiar, de la frialdad de Máxima y del llanto del bebé. Rechaza la idea de gastar en lujos o vida social, porque considera que la vanidad es una tontería, y que lo importante es el dinero: su único anhelo es la riqueza. Decide dedicarse a especulaciones de tierras, viendo en ello una forma eficaz de ganar más dinero sin esfuerzo, utilizando el que robó como capital para sus inversiones.
Genaro experimenta un primer éxito con esta inversión, convirtiendo cincuenta mil pesos en un millón de utilidad en tres meses. Se lanza con más fuerza a la compra de lotes. Sin embargo, comienza a sentir una vaga inquietud al notar que la fiebre especulativa disminuye. A pesar de los consejos de prudencia, decide esperar uno o dos meses más para alcanzar su meta de diez millones. Luego, una crisis general, repentina y desastrosa, lo golpea, impidiéndole vender sus propiedades incluso con enormes pérdidas. Endeudado, debe enfrentar sus compromisos financieros. Considera declararse en bancarrota, pero lo descarta por vergüenza. Se ve obligado a pedirle a Máxima que autorice la venta o hipoteca de sus bienes.
Máxima, aunque inicialmente firma las peticiones de Genaro sin preguntar, comienza a sospechar ante las crecientes exigencias de su marido. Un día, al ver la escritura de venta de la casa familiar de la calle San Martín, lo confronta. Él le miente sobre una condición de retro-venta para recuperar la casa, pero Máxima no le cree y le dice que, como madre, tiene el deber sagrado de preservar la herencia de su hijo. Genaro se irrita, preguntándole si solo el dinero es importante, y le confiesa que está cargado de deudas y que su honor está en juego, amenazándola con la ruina y la deshonra si no le entrega el dinero. Máxima, con un extraño sentimiento de compasión, le pregunta cuánto necesita. Él pide trescientos mil pesos y ella cede, esperando que sean los últimos. Genaro se regocija por haberla engañado, mientras su situación financiera continúa empeorando.
Máxima recibe la visita de un tío que le revela que Genaro está completamente arruinado por las especulaciones de tierras, y que hay letras y pagarés que llevan su firma como garantía. Horrorizada, Máxima se da cuenta de que ha sido engañada por su propio marido, quien le ha robado, y a quien describe como un “infame falsario y un ladrón” (150).
Genaro acude a Máxima para pedirle dinero una vez más. Ella lo confronta furiosamente, y lo acusa de canalla y de ladrón. Sintiéndose acorralado y desesperado, Genaro le pregunta qué habría hecho ella en su lugar y le pide compasión. Máxima, sin embargo, le dice que ha aprendido a conocerlo y que no lo perdonará.
Genaro cambia de tono bruscamente, la insulta y la amenaza con graves consecuencias si pone a prueba su paciencia. Máxima, desafiante, le dice que nada peor podría pasarle que tener un marido como él. Genaro saca un pequeño revólver y amenaza con matarse. Máxima lo desafía, diciéndole que los cobardes no se matan. Genaro sale abruptamente, esperando que Máxima lo detenga, pero ella no lo hace. Se siente solo y despreciado, y reflexiona sobre su vida y su incapacidad para amar. Piensa en suicidarse con el revólver que lleva, pero reconoce que es un cobarde y que no puede hacerlo.
Genaro regresa a su casa humillado, sintiendo el desprecio de Máxima. Entra violentamente y le exige que firme un pagaré y le entregue el dinero. Ante su negativa, Genaro se arroja sobre ella, la tira al suelo y la golpea. Máxima lo llama “miserable” (154) una y otra vez. La historia se cierra con esta amenaza de Genaro: “te he de matar un día de estos si te descuidás” (154).
Análisis
El desenlace de En la sangre demuestra las graves consecuencias de haber permitido que Genaro ingrese en la vida y el patrimonio de la familia de Máxima. Si bien continúa con las apariencias, de a poco va revelando su verdadera cara. Sus instintos mezquinos, heredados de su padre, resurgen en la forma en que desprecia a los que trabajan en la casa de campo, diciendo que se aprovechan de lo que pronto será suyo. El estilo indirecto libre se despliega aquí con todo su esplendor, cuando el narrador recupera la forma despectiva en la que el protagonista anhela la muerte de su suegro para mostrar su autoridad: “No reventar el viejo de una vez y que tuvieran que habérselas con él… ¡ya verían quién era Calleja! [expresión familiar con la que alguien se jacta de su poder]” (132).
Máxima, por su parte, se refugia en la esperanza de la maternidad: idealiza a su hijo como un ser puro, bueno y generoso, que podrá compensar la desgracia de su unión con Genaro. Se puede establecer un paralelismo entre esta idealización y la de la madre de Genaro, quien creía que este podría superar las limitaciones de su entorno y convertirse en alguien importante. Tal paralelismo da a entender que el hijo de Genaro –que nunca dejó de ser el hijo del tachero– podría heredar las mismas inclinaciones a la perversión moral de su progenie.
La muerte del padre de Máxima es otro momento clave en el desarrollo de la trama, en cuanto le permite a Genaro el usufructo de su fortuna. El hallazgo del dinero oculto en el escritorio del suegro –conseguido, no por inteligencia, sino por puro azar– lo coloca frente a un dilema moral que resuelve de la manera más previsible: quedarse con lo que no le pertenece. Ese gesto no solo define su carácter de ladrón, sino que refuerza la idea de la intrusión de un sujeto ajeno al patrimonio familiar.
Genaro rompe el sobre que contiene el testamento “confiado en sus deducciones, tranquilo ahora y sin recelo, respecto a las posibles consecuencias del acto que meditaba” (138). Esta actitud marca un viraje en su comportamiento: antes solía actuar con cautela, ya fuera por cobardía o por inseguridad, cada vez que se le presentaba la ocasión de hacer trampa. Ahora, en cambio, el Genaro adulto se muestra tan confiado que roza la imprudencia. No se trata de un aprendizaje, sino más bien de un desaprendizaje de la prudencia que mostró en otros momentos, como cuando robó la bolilla del examen. Y aunque finalmente no podrá beneficiarse mucho con aquella herencia, porque el padre previó dejar una copia del testamento en manos de un escribano, Genaro no solo aprovecha el dinero que no estaba declarado, sino que además manipula a su esposa para obtener lo que necesita.
El ascenso y la caída de Genaro en las especulaciones de tierras es otro momento clave del final: primero experimenta la ilusión del enriquecimiento rápido, pero pronto su ambición desmedida lo lleva a la ruina. En este punto, Cambaceres conecta a su personaje con la fiebre especulativa de la época, mostrando cómo la lógica de la especulación no solo arrastra a individuos aislados, sino que corroe a la sociedad entera. Genaro, que creía estar por encima de los demás, se convierte en víctima de esa misma lógica y, en su desesperación, intenta arrastrar con él el patrimonio de Máxima y de su hijo.
La confrontación entre marido y mujer se vuelve, entonces, inevitable. Máxima pasa de la obediencia inicial a la lucidez dolorosa: descubre que su esposo no solo es incapaz de amar, sino que además es un “infame falsario y un ladrón”. Se han desgarrado todos los velos y el peligro es real. Máxima demuestra su aprendizaje: “se acabaron ya esos tiempos… he aprendido, me has enseñado por mi mal a conocerte y sé quién eres (…) ¡farsante, cínico!” (150). Los personajes nobles como Máxima, podemos concluir aquí, aprenden de lo vivido, a diferencia de Genaro.
La resistencia de Máxima a entregar la herencia marca un gesto de afirmación y de defensa de su rol de madre, que reconoce en sí misma la obligación de proteger el futuro de su hijo. Sin embargo, esa defensa no puede detener la violencia creciente de Genaro. Este tiene un último derrotero mental en el que reflexiona sobre su vida y sus actos. Se da cuenta de que siempre estuvo solo y de que desdeñó a la única persona que lo quiso: su madre. El encono de la vergüenza lo lleva de nuevo hasta su hogar. Todo su conflicto interno se resuelve en esto: “la idea de dañar, de causar mal, la necesidad, una necesidad imperiosa y repentina de vengarse lo impulsaba” (154).
La escena final, en la que Genaro insulta, golpea y amenaza de muerte a Máxima, condensa la degradación absoluta del vínculo matrimonial y sella el fracaso de la estrategia de la élite: al abrirle las puertas a un advenedizo, terminó exponiendo a una de sus hijas a la brutalidad, el engaño y la ruina. La amenaza de muerte opera como un anticipo de que lo peor aún está por llegar. Así, el desenlace no ofrece redención alguna, sino la confirmación del desastre.