En la sangre

En la sangre Resumen y Análisis Capítulos 29-34

Resumen

Genaro logra ser admitido en la casa de Máxima y aceptado por su familia. Él se muestra siempre medido, reservado y modesto ante los padres, lo que les causa una excelente impresión. Otros familiares y amigos que conocen el pasado de Genaro expresan asombro ante la facilidad con la que ha sido acogido, advirtiendo sobre su origen humilde, su rechazo del Club del Progreso y su reputación, pero la madre de Máxima desestima todo esto como calumnias y envidia, mientras que su padre no ve pruebas suficientes como para rechazarlo.

Genaro consigue pasar largas horas a solas junto a Máxima, y las aprovecha para avanzar en su cortejo, logrando pasar de la contemplación a distancia a los primeros contactos físicos. A pesar de algunas aprensiones de Máxima, empieza a cargarse el clima sexual. Genaro quiere que Máxima se entregue a él antes de que los padres descubran sus verdaderas intenciones. Si consigue acostarse con ella, los padres se verían obligados a aceptar el matrimonio para evitar el escándalo. Busca la ocasión propicia y decide aprovechar el Carnaval y los bailes de máscaras en el Colón para conseguir un tiempo con ella a solas.

Llegado el día, Genaro percibe la atmósfera ruidosa y concurrida del Colón, llena de "chusma de pilludos" y del bullicio de "dos mil mujeres criollas disfrazadas, desatadas al amparo del disfraz" (118). Se encuentra con Máxima, que le pide que solo den una vuelta, porque no podrán quedarse mucho tiempo. Genaro la presiona para que se queden más tiempo y la convence de ir a un palco privado y oscuro que consiguió. Una vez solos, Genaro la abraza, le pide que se quite la máscara y la besa apasionadamente. Máxima lo detiene, queriendo ver la función, pero Genaro continúa con sus caricias y le desabrocha la bata mientras ella se resiste perezosamente. Finalmente, él la empuja sobre el sofá y se abalanza sobre ella, consumando el acto sexual. Después, Máxima se levanta, indignada y temblorosa, y le exige a Genaro que la lleve con su madre, rechazando su brazo y ordenándole que camine. Genaro, orgulloso, se ríe para sí mismo, convencido de que se le pasará el enojo.

Genaro y Máxima continúan viéndose a solas. Él se muestra ansioso por el dinero de su suegro, que le vendría muy bien para costear su vida de holgazán y sus deudas, y piensa en poner al padre al tanto de la situación para acelerar el matrimonio, aunque teme una reacción violenta de su parte. Un día nota que Máxima está preocupada, triste y pálida, con los ojos hinchados de llorar. Al preguntarle, ella confiesa que no tiene “lo que tienen las mujeres” (122) desde hace tres meses, revelando su embarazo. Genaro finge alegría y le asegura que lo deseaba y que será padre de un hijo suyo. Máxima lo acusa de haberle mentido con que no quedaría embarazada, y él justifica sus acciones diciendo que lo hizo con buenas intenciones, para no alarmarla. Le promete que cumplirá con sus deberes como hombre honrado y que se casarán. Máxima vuelve a llorar y Genaro la reprende por su tristeza, diciendo que es una falta de cariño hacia él. Ella le pregunta qué hacer, y él le dice que le confiese todo a su madre. Ella no quiere, porque siente vergüenza.

Transcurre un mes y la confirmación del embarazo de Máxima se torna inevitable, ya que pronto le será imposible ocultárselo a sus padres y al público. Genaro la presiona para que tome una decisión, insistiendo en que es por el bien de ella y de su futuro hijo. Finalmente, Máxima cede y promete confesarle todo a su madre horas después. Genaro pasa una noche de insomnio y agitación, preocupado por Máxima y condoliéndose de su estado, pero, en el fondo, su miedo principal es el peligro que él mismo corre.

Dos días después, Genaro recibe una nota del padre de Máxima, citándolo a las cuatro de la tarde. Cuando se encuentran, el padre le dice que ha sido un “gran canalla” (127) y que, a su pesar, debe resignarse a ser su suegro. Con dureza y sequedad, le dice que se casará con Máxima en un mes, y que a la familia y el público se les dirá que aceptaron la unión por pedido de su hija, lo que explicará por qué le dispensará el honor de tenerlo como yerno.

Después de esta dura conversación, Genaro se ve obligado a tolerar los lamentos de la madre de Máxima, quien también le reprocha su engaño. Finalmente, a solas con Máxima, Genaro intenta mostrarse cariñoso y le pregunta por su hijo por nacer, pero ella le contesta con monosílabos, sumida en su desengaño. Ella comprende que debe casarse con él por la "ley social" (129), pero siente un gran vacío porque no le tiene ni un poco de cariño a Genaro. El remordimiento la atormenta; desea borrar el pasado. Se pregunta por qué, sin amor, toleró la "posesión brutal" (ibid) de Genaro, y concluye que fue por vanidad infantil y por la creencia de que él la amaba.

Análisis

Estos capítulos de En la sangre condensan muchos de los ejes que estructuran la novela y que muestran, en el recorrido de Genaro, la tensión entre la ambición individual y las jerarquías sociales de la época. La estrategia del protagonista para ingresar en la familia de Máxima se apoya en la simulación: ante los padres adopta un perfil mesurado y modesto, capaz de convencerlos de su supuesta respetabilidad, mientras que a solas con la joven avanza con un cortejo insistente que desemboca en la violencia sexual. La aceptación inicial de los padres, pese a las advertencias de terceros que les recuerdan su origen, revela una de las críticas más duras de Cambaceres hacia la élite: la facilidad con la que, cegada por la apariencia, permite el ingreso de alguien que encarna los rasgos que teme y desprecia en el inmigrante. La señora desestima las advertencias como calumnias, el padre no ve pruebas suficientes y, de ese modo, el círculo familiar abre sus puertas a quien pronto se convertirá en una amenaza interna. Esta amenaza y reconocimiento de la responsabilidad de la élite ocurre cuando el padre cita a Genaro por motivo del embarazo de Máxima y le dice: “Ha sido usted un gran canalla, mocito… y yo… yo un gran culpable” (127).

El episodio del baile de máscaras pone en escena un espacio marcado por la mezcla de clases. El narrador describe con desdén la "chusma" que invade un ámbito prestigioso como lo es el teatro Colón de Buenos Aires, una de las salas de ópera más importantes del mundo. Allí, Genaro consigue el aislamiento necesario para imponer su voluntad sobre Máxima, en una escena donde el cortejo se convierte en coerción, y el deseo, en dominio violento. El acto sexual consumado sin consentimiento funciona como un punto de no retorno: desde ese momento, la joven queda atrapada en un embarazo que la liga de manera irreversible a Genaro, mientras él interpreta el episodio como una victoria estratégica. En este sentido, la violencia de género se entrelaza con la noción del matrimonio como transacción, donde el cuerpo de la mujer se convierte en el medio para ascender socialmente.

La confirmación del embarazo acentúa esta dimensión transaccional: al descubrir la situación, el padre de Máxima no tiene otra salida que aceptar a Genaro como yerno. Así, la élite, que en el Club del Progreso supo cerrarle las puertas, ahora se ve obligada a integrarlo en su círculo más íntimo, no por convicción, sino por la necesidad de preservar las apariencias sociales. La “ley social” pesa más que el afecto o el juicio moral, y de ese modo Cambaceres sugiere que la propia clase dominante es responsable de su vulnerabilidad: en su afán por sostener el decoro público, termina otorgando legitimidad a quien amenaza con destruir desde adentro su estabilidad.

Lejos de ser una unión voluntaria, el matrimonio se convierte en el precio de la imprudencia y la vanidad, como lo percibe la propia Máxima en su remordimiento. El narrador vuelve a emplear el uso indirecto libre, esta vez para hacernos conocedores del pensamiento de Máxima, revelando que nunca tuvo sentimientos de amor hacia Genaro:

Sentía un vacío, como un frío en lo íntimo de su alma, en lo profundo de su corazón; no, no lo quería, no, no tenía cariño, nada, ni un poco por él […] ¡Oh, si el pasado se ovlidara, si pudiera borrarse de la vida como por efecto de la sola voluntad podía cambiar el porvenir si le fuese, como antes, dado ahora mirar solo a un ente extraño en su querido, a un desconocido, a uno de tantos en Genaro! (129).

De esta manera, el narrador recupera el diálogo interior de Máxima, que admite la culpa de haberle prestado atención a Genaro cuando nunca lo quiso verdaderamente.