La noche es usualmente percibida como un momento silencioso: las calles ya no están llenas de autos, los restaurantes están cerrados y la gente duerme tranquilamente en sus casas. Parece apropiado suponer, entonces, que La Noche de Elie Wiesel debería girar en gran medida alrededor de este tema del silencio. De hecho, el relato personal de Wiesel sobre el Holocausto relata lo que podría describirse como un "período de silencio" en la historia mundial (por varias razones que serán examinadas más adelante). Esta idea del silencio inunda la narrativa de Wiesel en varios sentidos. Este artículo intentará examinar tres tipos específicos de silencio presentes en la obra de Wiesel: el individual (como se ve específicamente a través de los ojos del narrador), el comunitario (relacionado con la comunidad judía y su relación con los nazis) y el espiritual (tanto en la lucha de Wiesel con Dios como en el aparente silencio del Señor hacia los creyentes.
El primero de estos es quizás el ejemplo más triste de La noche. Wiesel lucha principalmente contra lo que podría describirse como un silencio físico, en el sentido de que no puede o no está dispuesto a actuar físicamente, incluso cuando sabe que debería hacerlo. Uno de los primeros ejemplos ocurre cuando Idek ataca a Wiesel sin ninguna razón aparente. Wiesel hace su mayor esfuerzo por permanecer en silencio, pero esto solo es interpretado como un desafío por su agresor. Este es un ejemplo de cómo Wiesel parece ya tan aplastado por la opresión de su entorno que ni siquiera considera luchar. Su única reacción es permanecer dócil y esperar que la repentina ira de su agresor ceda. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse qué podría haber ocurrido si Wiesel no hubiera permanecido en silencio.
Quizás resulte más triste aún cuando el mismo hombre ataca al padre de Wiesel. En lugar de apresurarse a rescatarlo, Wiesel se enoja con su padre por "no haber podido evitar la crisis de Idek". Wiesel se ha vuelto rápidamente silencioso, tanto en su obediencia a sus opresores como en su lealtad a su padre. Incluso reconoce en la siguiente frase: "He aquí lo que la vida concentracionaria había hecho de mí…". Wiesel, que hacía menos de un año había estado viviendo pacíficamente una adolescencia feliz, ahora ni siquiera puede defender a la única persona que le queda por cuidar. Tal es la naturaleza del sufrimiento silencioso en La noche.
Un tercer ejemplo, que involucra nuevamente a Idek, tiene lugar cuando Wiesel lo encuentra teniendo sexo con una jovencita y, sin querer, se echa a reír. "Idek me agarró de la garganta", cuenta Wiesel. Es amenazado y azotado veinticinco veces por no guardar silencio. Al despertar, luego de los azotes, Wiesel no puede siquiera responder a Idek. "Si al menos hubiera podido responder", piensa. Wiesel es golpeado hasta la sumisión silenciosa por no haberse mantenido callado cuando realmente importaba. Esto ilustra exactamente por qué el silencio es tan frecuente en la situación particular de Wiesel: no guardar silencio puede costarle una paliza, o incluso la muerte.
Esto también queda bien ilustrado en el ejemplo final de este tipo de silencio, cuando Wiesel observa a su padre morir ante sus propios ojos. Wiesel ha hecho todo lo posible para aliviar los sufrimientos de su padre en sus últimos días en la tierra, llevándole sopa y atendiéndolo en su cama. Sin embargo, a estos actos los acompaña una sensación de egoísmo: Wiesel, hablando consigo mismo, lo reconoce: "«Demasiado tarde para salvar a tu padre», pensaba. «Podrías tener dos raciones de pan, dos raciones de sopa…»". Wiesel le da vueltas a la idea de que su vida es más importante que la de su padre moribundo. Pero, por supuesto, solo lo hace hacia dentro, y nunca comparte estos pensamientos con nadie. De esta manera, Wiesel da cuenta de la única forma de sufrimiento que parecía existir en los campos de exterminio: el silencio, ya sea interno o externo. Y su sufrimiento solo se magnifica cuando su padre finalmente muere susurrando el nombre de su hijo. Weisel ni siquiera reacciona cuando su padre es literalmente golpeado hasta la muerte: "No me moví. Tenía miedo, mi cuerpo temía recibir también el golpe". Wiesel nunca tomó la decisión consciente de abandonar a su padre; simplemente sucedió, como resultado del opresivo estilo de vida de los campos de concentración. Y si bien esto es justificable en la situación de Wiesel, esta escena demuestra qué es exactamente lo que sucede con una persona que no puede expresar sus opiniones o sentimientos. Las únicas dos opciones para las víctimas del Holocausto parecen ser evidentes en todos estos ejemplos: guardar silencio o morir.
Esto no solo se ve reflejado en las luchas de Wiesel sino también en las vidas de toda la raza judía oprimida. Los nazis encerraron a estas personas inocentes en estos campos, donde fueron asesinados sin causa. Una de las primeras escenas de las que Wiesel es testigo en Birkenau, y que deja una cicatriz muy representativa de esta idea de "víctimas sin causa", es la de los bebés siendo quemados vivos. "¿Cómo era posible que se quemara a hombres, a niños, y que el mundo callara? No, todo eso no podía ser verdad. Una pesadilla…". Wiesel parece hablar aquí no solo por sí mismo sino por toda la raza humana. El pueblo judío se vio obligado a vivir una experiencia que no merecían bajo ningún punto de vista. Se les quitó todo: posesiones, familia, e incluso sus vidas. Seis millones de personas fueron silenciadas y esas pobres almas no pudieron hacer nada más que quedarse quietas, observar y rezar para que no les sucediera lo mismo que a otros.
Ocasionalmente, por supuesto, hay destellos de una parte más luminosa de la humanidad, como lo evidencia el caso de Juliek, quien logra ocultar su violín de los nazis hasta su muerte. "Tocaba un fragmento de un concierto de Beethoven", a pesar de que no lo tenía permitido. Aquí hay un ejemplo de un hombre que rompió el silencio al que los nazis lo habían sometido. Intentaron silenciar la música que Juliek deseaba tocar, diciendo que "los judíos no tenían derecho de interpretar a músicos alemanes". Sin embargo, Juliek mantuvo su última posesión hasta el amargo final. Su violín es quizás el ejemplo más significativo de un desafío hacia los nazis en toda la novela, simplemente porque lo toca con orgullo y públicamente, en abierta rebelión.
Desafortunadamente, sin embargo, este tipo de comportamiento no es típico del pueblo judío en La noche. En cambio, se vuelven unos contra otros, ayudando de hecho a los nazis en su campaña. Uno de los primeros ejemplos de esto tiene lugar cuando Madame Schächter se niega a callarse en el tren, por lo que "algunos jóvenes la hicieron sentar a la fuerza, la ataron y le pusieron una mordaza en la boca". Los otros judíos no pueden soportar sus incesantes gritos sobre un "fuego", y no desean más que el silencio. En realidad, esto proporciona una alusión al punto anterior, respecto al silencio relacionado con la noche. Estos judíos agotados, que todavía no tienen idea de lo que les espera, no desean más que poder pasar la noche tranquilos en el tren, que se ha convertido temporalmente en su santuario. En esta situación, el silencio es realmente preferible.
Otro ejemplo de cómo los judíos se traicionan entre sí tiene lugar de una forma ligeramente diferente cuando Wiesel es testigo del ahorcamiento de otro prisionero. Diez mil prisioneros miran en silencio. Un comandante nazi les ordena que desnuden sus cabezas en señal de respeto. Los diez mil hacen lo que se les dice y luego pasan por delante del fallecido sin siquiera una palabra. El único comentario de Wiesel al respecto es que "esa noche la sopa me pareció excelente…". Esto demuestra a las claras lo que ya les está sucediendo a las víctimas judías en este punto del libro; han perdido su respeto por los muertos, incluso en silencio, y ahora le dan más valor a la comida que la muerte de un conocido. Los silenciosos "últimos respetos" adoptan un tono irónico simplemente porque estas personas torturadas ya no parecen ser capaces de sentir verdadero remordimiento. De esta manera, los judíos realmente están colaborand con la matanza de su propia gente, al no poder siquiera respetar a otro después de su muerte.
Otro breve ejemplo de esto ocurre cuando Akiba Drummer es condenado a morir y le pide a Wiesel y a otros prisioneros que digan el kadish por él. Prometen hacerlo pero eventualmente, cuando llega el momento, lo olvidan. De esta manera, Wiesel refleja la terrible naturaleza que se había apoderado de él y de su gente: ya no se rezaba por los difuntos, que simplemente eran olvidados. Los seres humanos ya no eran lo suficientemente respetados como para ser recordados. El silencio, en este caso espiritual, se había convertido en una forma de vida, no solo para Wiesel sino también para todos los judíos en los campos de concentración.
Un último ejemplo de esta forma comunitaria de silencio tiene lugar durante la carrera en la nieve de Auschwitz a Gleiwitz. Los judíos tienen en un momento dado un breve respiro y Wiesel aprovecha la oportunidad para tumbarse en la nieve con su padre. Y por mucho que quiera morir, "Y algo en mí se rebelaba contra esa muerte". Se niega a terminar como los otros judíos que lo rodean: "A mi alrededor ella se instalaba sin ruido, sin violencia. Atrapaba a alguien dormido, se insinuaba en él y lo devoraba poco a poco". Esta era la verdadera naturaleza de la muerte del Holocausto: los judíos habían perdido su capacidad de luchar. No había patadas ni gritos. La muerte simplemente se llevaba estos tristes fragmentos de personas mientras estas dormían. En cierto modo, esto parece coherente con el resto de la experiencia judía en los campos. Estos inocentes habían aprendido casi inconscientemente a sufrir en silencio, y cuando llegaba el momento final, también los encontraba en silencio. El espíritu judío había sido aplastado en esa marcha de la muerte, y era lamentablemente lógico que tantos encontraran su final de la misma manera en la que se habían visto obligados a vivir: en silencio.
Pero la historia de La noche no está completamente desprovista de esperanza. Los pocos signos reales de ese silencio rompiéndose en este terrible contexto vienen en forma de creencia religiosa. Wiesel no es, ciertamente, el alegre ejemplo de lealtad eterna a Dios que el comienzo de la narración parece sugerir. Pero su lucha con Dios, manifestada tanto en su relación con los demás como a nivel interno, es ciertamente un esfuerzo digno. El primer ejemplo de esta valiente (pero a menudo silenciosa) lucha tiene lugar durante la primera noche de Wiesel en el campo, cuando dice que nunca podría liberarse del recuerdo de lo que le había sucedido a él y a su gente:
Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave.
Jamás olvidaré esa humareda.
Jamás olvidaré las caritas de los chicos que vi convertirse en volutas bajo un mudo azur.
Jamás olvidaré esas llamas que consumieron para siempre mi Fe.
Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir.
Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y a mis sueños que adquirieron el rostro del desierto.
Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás.
Aquí puede verse la primera verdadera rajadura en la fe de Wiesel. Ha pasado rápidamente de ser un niño que "creía profundamente", al principio del libro, a convertirse en un hombre quebrado que ve su fe morir ante él. En este pasaje, el narrador también toma nota del "silencio nocturno". Esto es significativo porque una vez más lleva al lector a esta idea de que la noche es un momento de silencio. Se supone que el mundo está en paz, descansando, pero en el mundo de Wiesel el silencio significa la muerte, y, en este caso, la muerte de Dios.
Otra instancia en la que Wiesel ve a Dios ser "asesinado" tiene lugar cuando los nazis cuelgan a tres prisioneros, entre ellos un niño. Cuando pasan los otros prisioneros, Wiesel oye a un hombre preguntar en voz alta dónde está Dios. Wiesel responde silenciosamente a sí mismo: "¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…". Este pasaje dice mucho, no solo sobre las propias luchas de Wiesel, sino también sobre el papel real que juega Dios en el Holocausto. Wiesel ha llegado a un punto en el que ya no puede creer en la bondad y la justicia de Dios. Nunca dice que ya no cree completamente. De hecho, esto es muy significativo para su viaje posterior. Sin embargo, por ahora, Wiesel simplemente niega que Dios pueda preocuparse por los judíos, su pueblo elegido. Esto plantea el interesante tema del silencio religioso, esta vez desde la "perspectiva" de Dios. El Todopoderoso parece quedarse en silencio durante toda la prueba que Wiesel y otros como él enfrentan. No es difícil, entonces, simpatizar y comprender por qué a Wiesel le resultó imposible mantener su fe en esta situación.
Sin embargo, su fe parece en realidad más fuerte de lo que él mismo podría estar dispuesto a admitir. Un ejemplo interesante de esto ocurre en Yom Kippur, cuando Wiesel decide no ayunar para desafiar a Dios. "Ya no aceptaba el silencio de Dios. Consumiendo mi escudilla de sopa, veía en ese gesto un acto de rebelión y de protesta contra Él". Una vez más, Wiesel hace mención del hecho de que Dios está en silencio. Nunca afirma que Dios está completamente muerto o que su fe está totalmente destrozada. Incluso cuando el niño murió en la horca, Wiesel parecía estar declarando su fe en la muerte de Dios, y no en Dios mismo. Esto es significativo porque Wiesel dice ahora, específicamente, que ya no acepta el silencio de Dios y, sin embargo, esa declaración implica que le queda algo de fe, simplemente porque reconoce su existencia. Wiesel puede haberse silenciado en su relación con el Creador pero, como puede verse en estos ejemplos, el silencio no significa necesariamente un total desapego. Al parecer, Dios permanece en silencio frente a Wiesel y los otros prisioneros, por lo que Wiesel le responde con más silencio. Este es probablemente el punto más bajo al que Wiesel llega en toda la novela. Después de este acto de desafío, el lector puede ver un ejemplo de un ligero cambio en el narrador.
Esto ocurre durante la marcha de la muerte, cuando Wiesel se da cuenta de que el hijo de Rabí Eliau había dejado atrás a su propio padre para que este muriera en la nieve. Esto despierta algo inesperado en Wiesel:
A pesar mío, un ruego brotó en mi corazón hacia ese Dios en el cual ya no creía.
—Dios mío, Señor del Universo, dame fuerzas para que jamás haga lo que hizo el hijo de Rabí Eliau.
Esta escena es muy importante porque marca una "ruptura del silencio" para Wiesel. Él le reza, a pesar de sí mismo, a Dios. Esto, por supuesto, no significa que Wiesel se convertirá una vez más en aquel estudiante del Torah que buscaba la verdad divina y se lamentaba por los oprimidos. Sin embargo, parece ser un paso alentador en la dirección correcta. Como muchas cosas buenas en la noche, sin embargo, esto no dura demasiado.
El padre de Wiesel pronto muere, como se mencionó anteriormente, y Wiesel simplemente atraviesa el resto del tiempo que le queda en el nuevo campo de concentración en un relativo silencio. De hecho, las pocas páginas restantes de la novela tras la muerte del padre de Wiesel no tienen ningún tipo de diálogo. Es casi como si Wiesel estuviera diciendo que su única razón para seguir comunicándose con el resto de la humanidad murió con su padre. Su vida ahora no es más que un juego de espera silenciosa. Y cuando finalmente es liberado, al final de la obra, pasa un par de semanas en un hospital "entre la vida y la muerte". Finalmente, reúne fuerza y se mira en el espejo, describiéndose a sí mismo simplemente como un "cadáver". Aquí, incluso en las últimas oraciones, Wiesel parece seguir dando vueltas alrededor de esta idea del silencio. Vacila entre este mundo y el siguiente, y uno no puede evitar preguntarse si realmente quiere seguir viviendo o no. ¿No sería mucho más simple pasar simplemente al silencio eterno en lugar de enfrentar la cruel realidad de este mundo? Wiesel no parece tan seguro. Y la imagen de un cadáver solo promueve esta idea de la muerte en vida que parecía penetrar toda la novela. Wiesel no está necesariamente mejor ahora de lo que estaba antes. Lo ha perdido todo, incluido su padre, y solo tiene un mundo dolorosamente silencioso y atiborrado de amargos recuerdos para vivir.
Este parecería ser el lugar ideal para que Dios entre en escena. Wiesel estaba mostrando cierto interés, aunque fuera leve, en reavivar su fe. Pero a medida que la novela se acerca al final, no hay ninguna señal de Dios. No hay una gran justificación ni una sucinta explicación. No hay entierro para los muertos ni paz para los sobrevivientes. Dios ha abandonado sin dudas a su pueblo. El mundo se mantuvo en silencio mientras seis millones de personas eran asesinadas. Wiesel ha sido testigo de este horrible silencio en los otros como en sí mismo. Ha perdido todo lo que era precioso para él. Y el único consuelo que sus lectores pueden encontrar es que tuvo el coraje de escribir sobre su sufrimiento y sobre su silencio. Pudo haber visto todo lo que era bueno y justo simplemente desaparecer ante sus ojos, pero de alguna manera retiene la voluntad de contarle a otros sobre sus experiencias. De esta manera, y de algún modo, Wiesel ha logrado romper su silencio.