Hombres y mujeres son separados, y Eliézer ve a su madre y a sus hermanas desaparecer en la distancia. Se aferra a su padre y está decidido a no perderlo. Un prisionero le sugiere a Eliézer que diga que tiene dieciocho años, aunque en realidad tiene catorce, y que su padre tiene cuarenta, a pesar de que tiene cincuenta. Los prisioneros que han estado en Auschwitz por un tiempo son brutales y crueles con los recién llegados, y uno de ellos les cuenta sobre el crematorio. Algunos de los jóvenes hablan de rebelarse, pero son silenciados por sus mayores. Luego, todos son obligados a desfilar ante el oficial de la SS, el Dr. Mengele, que usa un bastón para elegir quién permanecerá vivo y quién irá al crematorio. El Dr. Mengele parece cruel pero inteligente, y Eliézer le dice que tiene dieciocho años y que es un granjero. Eliézer y su padre son ubicados en un mismo grupo, del que se les informa que está destinado al crematorio. Eliézer observa con horror cómo un camión lleno de niños se acerca a un foso gigante y ardiente, y cómo los niños son arrojados a las llamas. El padre de Eliézer está triste porque va a ver a su único hijo consumido por el fuego, y le dice a Eliézer que la humanidad no está presente en los campos de concentración. A medida que la fila de hombres comienza a recitar la oración por los muertos para sí mismos, y su padre comienza a llorar, Eliézer siente rebelarse contra Dios por primera vez. Los hombres se acercan cada vez más a un foso en llamas, pero a último momento se desvían. Eliézer dice que nunca olvidará esa noche, ni las caras de los niños que vio quemarse en las llamas. Esa noche se consumió su fe y el silencio de la noche le hizo perder su voluntad de vivir.
En los cuarteles, los prisioneros veteranos comienzan a golpear a los recién llegados y les dicen que se desnuden. Los nuevos prisioneros tiran su ropa en una enorme pila. Los oficiales de la SS seleccionan hombres fuertes y los envían a trabajar a los crematorios. Llevan a los recién llegados al peluquero, quien les quita todo el vello corporal. Las personas comienzan a saludar a amigos y familiares y se alegran enormemente de ver personas que están aún con vida. Eliézer le dice a un amigo que no desperdicie su energía llorando, y siente que su miedo se desvanece y es reemplazado por "un cansancio sobrehumano".
Todos se sienten adormecidos y sin ningún tipo de emoción, y Eliézer los describe como "almas malditas errantes en el mundo-de-la-nada". A las cinco de la mañana, se obliga a los prisioneros a correr desnudos hacia una barraca diferente, donde los rocían con gasolina y agua caliente como desinfectante, y luego les dan ropa. En este punto, los prisioneros han dejado de ser hombres. Eliézer siente que la persona que fue ha sido destruida, y no puede creer haber estado en el campo una sola noche.
Los prisioneros son llevados a una nueva barraca, el "campo de los gitanos", y se les hace permanecer de pie en el barro durante horas. Eliézer se queda dormido de pie. Mientras, unos kapos (prisioneros a cargo de las barracas) se acercan repetidas veces buscando nuevos zapatos. Eliézer logra mantener los suyos porque están cubiertos de barro y no se ven. Finalmente, un oficial de la SS entra y los sermonea, diciéndoles que deben elegir entre el trabajo y el crematorio. Los trabajadores no calificados (incluidos Eliézer y su padre) son llevados a una nueva barraca, donde se les permite sentarse. El padre de Eliézer le pregunta al gitano a cargo dónde está el lavabo y es golpeado brutalmente. Eliézer no hace nada, y jamás perdonará a los nazis por esto. Los prisioneros luego marchan a Auschwitz, donde deben desnudarse, correr y ducharse nuevamente. Una placa en Auschwitz dice "El trabajo es libertad". Las condiciones son mejores en Auschwitz que en Birkenau, y el prisionero a cargo de su bloc les habla amablemente. Les dice que mantengan la fe y les permite irse finalmente a la cama.
El día siguiente parece casi placentero: se les da ropa nueva y café, y los prisioneros veteranos los tratan con amabilidad. Durante el almuerzo, Eliézer se niega a comer su ración, que consiste en un plato de sopa espesa. Los prisioneros descansan al sol y hablan entre ellos. Por la tarde les tatúan números de identificación en los brazos. Eliézer se convierte en A-7713. Al anochecer pasan lista, y todos los prisioneros se forman en fila a medida que sus números son verificados. Durante tres semanas, los prisioneros siguen una rutina fija de café por la mañana, sopa, pase de lista, pan y dormir. Eliézer y su padre se encuentran con un pariente lejano, Stein de Amberes, que busca noticias de su esposa Reizl y de sus hijos. El padre de Eliézer no lo reconoce, ya, en su vida anterior, solía interesarse más en los asuntos de la comunidad que en los de su familia. Eliézer le miente al hombre y le dice que su familia está bien. Stein llora de alegría ante las noticias. Continúa visitándolos durante las semanas siguientes y de vez en cuando les trae una ración de pan. Está delgado y seco, pero dice que se mantiene vivo con la idea de que su familia todavía vive. Sin embargo, cuando llega un transporte de Amberes, descubre la verdad sobre su familia y Eliézer nunca lo vuelve a ver.
Por las noches, los prisioneros cantan melodías jasídicas y discuten sobre Dios y la religión. Akiba Drumer, en particular, tiene una hermosa voz y es muy devoto. En este punto Eliézer deja de rezar. Aunque todavía cree en Dios, ahora duda de su justicia absoluta. Eliézer y su padre hacen de cuenta que el resto de la familia sigue viva en el campo de concentración. Después de tres semanas, todos los trabajadores no calificados que quedan en el campamento (incluidos Eliézer y su padre) son reunidos para ser transportados a otro campo. Marcha durante cuatro horas a su nuevo hogar, Buna.
Análisis
En esta sección, Eliézer y los demás prisioneros se ven completamente expuestos a la horrible inhumanidad de los nazis. Debido a sus brutales métodos, los judíos pasan de ser individuos respetados a convertirse autómatas obedientes, como animales. ¿Cómo se produce esta transformación? Cuando los prisioneros llegan por primera vez al campo, algunos de los jóvenes quieren rebelarse: "Hay que hacer algo. No tenemos que dejarnos matar, ir como ganado al matadero. Tenemos que rebelarnos". A pesar de estos primeros intentos de rebelión, los prisioneros se vuelven rápidamente dóciles y temerosos, y siguen las reglas establecidas por las autoridades nazis. ¿Por qué obedecen a personas que están tan obviamente dispuestas a destruirlas?
La respuesta a esa pregunta es muy compleja. Primero, los nazis les dejan muy en claro a sus prisioneros que tienen poder sobre la vida y la muerte. Cuando los prisioneros llegan, se les hace pensar que todos van a morir en la fosa ardiente, y son golpeados y abusados periódicamente por los guardias de la SS.
Luego, estos eliminan por completo sus identidades individuales cuando los afeitan, los rocían con gasolina y les dan ropa idéntica y de cualquier talle. Se les niega cualquier tipo de personalidad, y la única manera de lidiar con el abuso constante es apagar todas las emociones humanas: "Los sentidos estaban embotados, todo se desvanecía en una especie de neblina. Nada nos retenía ya. El instinto de conservación, la autodefensa, el amor propio, todo había desaparecido (...). En algunos segundos, habíamos cesado de ser hombres". Tratados como animales, los prisioneros saben que los nazis no tendrán reparos en destruirlos. Por esta razón, tiene sentido lógico obedecer sus órdenes.
Al mismo tiempo, sin embargo, los prisioneros deben tener fe en que sobrevivirán a los horrores del campo de concentración. Cuando los jóvenes piensan en rebelarse, sus mayores les dicen: "No hay que perder la confianza, aunque la espada esté suspendida sobre nuestras cabezas. Así hablaban nuestros Sabios". El encargaadoencargado del bloc de Eliézer también les ofrece un amable consejo a los nuevos prisioneros: "Todos veremos el día de la liberación. Tengan confianza en la vida, mil veces confianza. Rechacen la desesperanza y alejarán a la muerte". Para sobrevivir, los prisioneros deben creer que la supervivencia es posible, que la muerte no es inevitable, y que la fuerza individual de cada uno les permitirá escapar de los crematorios nazis. Habiéndoseles negado su individualidad, los prisioneros deben luchar, sin embargo, para mantener su fe individual en Dios.
Es difícil, sin embargo, tener fe en Dios cuando se está constantemente rodeado de muerte e inhumanidad. Cuando Eliézer se acerca al foso ardiente, siente ira hacia un Dios que permite que exista la inhumanidad nazi en este mundo: "Por primera vez, sentí crecer en mí la protesta. ¿Por qué debía santificar Su nombre? El Eterno, el Señor del Universo, el Eterno Todopoderoso y Terrible callaba, ¿por qué tenía que agradecerle?". Aunque la única forma de sobrevivir en los campos de concentración es teniendo fe en que Dios nos ayudará, es casi imposible, en primer lugar, creer en un Dios que permite que existan campos de concentración.
En este punto de la narrativa, los prisioneros aún no se han desmoronado completamente y reconocen todavía el valor de las relaciones humanas. Para Stein de Amberes, solo pensar que su esposa y sus hijos están vivos aún es suficiente para querer vivir él también. Del mismo modo, Eliézer y su padre esperan que Tzipora y su madre hayan sobrevivido también. Otros seres humanos les dan a las personas un motivo para tener fuerza y esperanza y el deseo de sobrevivir. Los prisioneros aún pueden tener consideración por otras personas además de ellos mismos, y mantienen una preocupación humana por la familia y los amigos. Sin embargo, los nazis lograrán luego destruir la humanidad de sus prisioneros, de modo que los lazos afectivos entre familiares y amigos pierdan prácticamente su significado.
En este capítulo, Wiesel continúa desarrollando el significado simbólico del título La noche. Después de describir el ardiente foso y el camión lleno de niños consumidos en las llamas, Wiesel escribe:
Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave.
Jamás olvidaré esa humareda.
Jamás olvidaré las caritas de los chicos que vi convertirse en volutas bajo un mudo azur.
Al llegar a Auschwitz, Eliézer entra en un mundo de eternas pesadillas y visiones infernales. Tanto el día como la noche están llenos de horrores y de maldad, y la noche en sí ya no es tranquila, sino que es representativa de la continua y creciente amenaza nazi. Incluso luego de abandonar los campos de concentración, Wiesel será perseguido por las imágenes pesadillescas que vio en Auschwitz, e incluso el día parecerá amenazante y oscuro.