Resumen
Los oficiales de las SS hacen correr a los prisioneros a través de la nieve, y disparan a los que se quedan atrás. Eliézer se siente separado de su cuerpo y desea poder deshacerse de él, ya que es muy pesado arrastrarlo. Comienza a correr mecánicamente y a perder el sentido de sí mismo. Un joven llamado Zalman tiene de repente un calambre en el estómago y tiene que parar. Se cae y es pisoteado por la multitud. Eliézer quiere morirse para dejar de sentir el dolor, pero sabe que debe seguir adelante para ayudar a su padre. Es imposible disminuir la velocidad porque hay demasiada gente. Siguen corriendo toda la noche, incluso después de que un oficial de las SS anuncia que ya han recorrido 42 millas. Cuando finalmente se detienen a descansar, Eliézer y su padre entran en un cobertizo. Eliézer se queda dormido, pero su padre lo despierta casi de inmediato. A su alrededor, la gente se está quedando dormida y muere en la nieve. Eliézer y su padre acuerdan turnarse para dormir, y Eliézer permanece despierto primero, mirando a la gente dormir y morir a su alrededor. Intenta despertar a un vecino, pero el hombre se niega a escuchar su consejo. Eliézer le susurra a su padre en el oído y este se sobresalta, tratando de entender dónde está. Entonces le sonríe, inexplicablemente, y Eliézer dice que siempre recordará esa sonrisa.
Un anciano llamado Rabí entra en el cobertizo buscando a su hijo, que fue separado de él mientras corrían. Rabí es un buen hombre, admirado por todos, y él y su hijo han permanecido juntos durante tres años en los campos de concentración. Eliézer le dice que no ha visto a su hijo, pero después de que el anciano se va se da cuenta de que sí lo había visto. El hijo había visto a su padre quedarse atrás en la multitud, pero siguió corriendo, alejándose cada vez más de él. Había intentado escapar del peso de cuidar a su débil padre. Eliézer le pide a Dios la fuerza para nunca actuar de la misma manera con su propio padre. Los prisioneros continúan marchando, e incluso los oficiales de la SS parecen cansados y les dan ánimo. El pie de Eliézer parece completamente congelado, y se resigna a tener una sola pierna en el futuro. Cuando finalmente llegan a Gleiwitz son amontonados en barracas, y Eliézer siente que va a ser ahogado por la gran cantidad de personas que están encima de él. Están hacinados que la gente muere aplastada, y Eliézer se da cuenta de repente que está encima de Juliek, un joven que tocaba el violín en la orquesta de Buna. Eliézer se alegra de que Juliek esté vivo, y se sorprende al descubrir que cargó su violín hasta allí. Esa noche, Juliek se libra milagrosamente de la maraña de cuerpos y comienza a tocar una obra de Beethoven con su violín. La música es pura en medio del silencio de la noche, y Juliek pone todo su ser y su alma en la música, que es solo es escuchada por una audiencia de muertos y moribundos.
A la mañana siguiente, Eliézer encuentra a Juliek muerto y su violín, aplastado.
Permanecen en Gleiwitz durante tres días sin comer ni beber, para ser luego deportados al centro de Alemania. El frente los sigue, pero los prisioneros no creen que los rusos lleguen a tiempo para liberarlos. El tercer día hay una selección, y aunque el padre de Eliézer es enviado al crematorio, Eliézer crea un disturbio para que pueda volver a meterse en el otro grupo. Los prisioneros esperan el tren parados en medio de un campo cubierto de nieve, y como no reciben agua ni tienen permitido inclinarse, comienzan a comer nieve de las espaldas de sus compañeros con cucharas. Los oficiales de la SS simplemente se ríen. Finalmente, llega un tren y los prisioneros son metidos adentro, a razón de cien personas por vagón.
Análisis
En esta sección, Eliézer y el resto de los prisioneros son empujados a los límites de la capacidad humana, tanto física como mentalmente. Forzado a correr por lo menos cuarenta y dos millas, Eliézer siente que su mente se está desconectando de su cuerpo, y continúa corriendo mecánicamente sin realmente darse cuenta de lo está haciendo: "Arrastraba este cuerpo esquelético que todavía resultaba tan pesado. ¡Si hubiera podido librarme de él! A pesar de los esfuerzos que hacía para no pensar, sentía que éramos dos: mi cuerpo y yo. Y yo lo odiaba". Eliézer apenas está consciente, pero sigue moviéndose. Estando agotados y desnutridos, él y los otros prisioneros juntan milagrosamente una energía sobrehumana para correr millas y millas. En este pasaje, los nazis logran destruir por completo la integridad y la capacidad de pensamiento racional de sus prisioneros. Los cautivos se convierten en meros cuerpos que se mueven automáticamente y sin pensamiento; son como animales que solo corren por instinto, para evitar que los maten. Los prisioneros solo están motivados por un terror ciego; sin él, no se explica cómo son capaces de seguir corriendo.
Los prisioneros pierden su humanidad y su individualidad mientras corren, fundiéndose en una masa colectiva de cuerpos que huyen. Aunque la carrera da cuenta de cuán anónimos y vacíos se han vuelto los prisioneros, también les da fuerza colectiva:
Éramos dueños de la naturaleza, dueños del mundo. Habíamos olvidado todo, la muerte, el cansancio, las necesidades naturales. Más fuertes que el frío y el hambre, más fuertes que los disparos y el deseo de morir, condenados y vagabundos, simples números, éramos los únicos hombres sobre la Tierra. Aunque individualmente débiles y moribundos, los prisioneros son, como colectivo, lo suficientemente fuertes como para soportar esta nueva tortura que los nazis les están infligiendo. Simplemente porque hay muchos de ellos avanzando a ciegas, juntos son capaces de superar el frío y la fatiga.
Cuando el padre de Eliézer se despierta de su siesta en la nieve, sonríe inexplicablemente. "Dirigió una mirada circular a su alrededor como si de pronto hubiera decidido levantar el inventario de todo para saber dónde se encontraba, en qué sitio, cómo y por qué. Luego sonrió". Despertando de sus sueños, parece no reconocer de inmediato dónde está, y le lleva un rato hacer la transición de un sueño agradable a la dura realidad. Sin embargo, el mundo que enfrenta al despertar no parece ser mucho más real que el mundo de sus sueños, y es por esta razón que sonríe. Su sonrisa parece indicar que, en una mirada más amplia de las cosas, reconoce que el mundo pesadillesco del campo de concentración es tan pasajero e insignificante como un sueño. La sonrisa implica que el padre de Eliézer todavía puede encontrar la bondad de Dios, incluso entre los nazis, y que aún conserva la fe necesaria para sobrevivir.
El episodio que involucra a Rabí Eliau y a su hijo presagia la futura actitud de Eliézer hacia su padre.
Cuando Eliézer se da cuenta de que el hijo de Rabí intentó liberarse de su débil padre, quien hacía más difícil su propia supervivencia, le reza a Dios: "Dios mío, Señor del Universo, dame fuerzas para que jamás haga lo que hizo el hijo de Rabí Eliau". Eliézer toma las acciones del hijo de Rabí Eliau como una advertencia para sí mismo y como un ejemplo de lo que no debe hacer. Sin embargo, su oración a Dios sugiere involuntariamente que él sabe que podría comportarse de una manera similar a la del hijo de Rabí. Como veremos en las siguientes secciones, Eliézer hace bien en rezarle a Dios para que lo fortalezca.
La imagen de Juliek tocando el violín en la barraca abarrotada es la más bella de toda la novela. A lo largo del libro, Eliézer comenta lo silenciosas que suelen ser las barracas por la noche, pero este silencio proviene del terror y del agotamiento desesperado. Como se señaló anteriormente, el silencio es uno de los temas principales de la novela, y los sonidos que rompen el silencio, como los gritos histéricos de Madame SchaeSchächter, son muy notables. De manera similar, el violín de Juliek interrumpe el silencio, llenando la noche, esta vez, de extraña belleza y conmoción: "Tocaba un fragmento de un concierto de Beethoven. Nunca escuché sonidos tan puros. En medio de un silencio tal". La música de Juliek es inusualmente conmovedora y desgarradora porque él pone todo su ser en ella. Luego de que los nazis le negaran su vida, su humanidad y su futuro, y después de haberse adormecido emocionalmente en el campo de concentración, Juliek toma todo lo que se le ha negado y lo infunde en su música: "Tocaba su vida. Toda su vida se deslizaba sobre las cuerdas. Sus esperanzas perdidas. Su pasado calcinado, su porvenir desvanecido. Tocaba lo que nunca más podría tocar". Las palabras "calcinado" y "desvanecido" evocan la imagen del crematorio ardiente, y destacan cómo los nazis destruyeron cruda y brutalmente la vida humana en los campos de concentración.