Resumen
Para Rosh-Hashanah, todos los judíos se reúnen y están un poco nerviosos, preguntándose si este último día del año será el último. Eliézer compara con furia la grandeza de Dios con la debilidad de los judíos reunidos. Miles de hombres se postran ante Dios, pero Eliézer se niega a bendecir a un Dios que ha permitido la existencia de los crematorios. Aunque solía ser un místico y amar el día de Año Nuevo, este año acusa a Dios de injusticia y se siente fuerte pero solo, sin Dios ni hombres. Eliézer corre en busca de su padre cuando las personas comienzan a desearse un feliz año nuevo, pero no se dicen nada cuando se ven. Ambos entienden que el otro es reacio a celebrar el año nuevo. Eliézer y su padre se niegan también a ayunar en Iom Kipur, y Eliézer siente una agradable rebelión contra Dios. Sin embargo, su alma se siente aún vacía.
Eliézer es transferido, sin su padre, a la unidad de construcción, donde tiene que arrastrar bloques de piedra, y se entera de que está prevista una selección (examen para enviar personas al crematorio) para ese día. El jefe del bloc de Eliézer le da unos consejos útiles: que corra lo más rápido posible frente a los médicos de la SS, y que no tenga miedo. Cuando aparece el Dr. Mengele, todos los prisioneros desfilan delante de él mientras él anota los números de quienes serán incinerados. Cuando llega su turno, Eliézer corre tan rápido como puede, y sus amigos Yossi y Tibi le dicen que corrió tan rápido que el Dr. Mengele no pudo escribir su número. Su padre le dice que él también aprobó la selección. Luego, el jefe del bloc les dice que no le pasará nada a nadie y que no deben preocuparse por los números que escribió el Dr. Mengele. Después de unos días, el jefe del bloc lee una lista de personas que deben permanecer en los blocs en lugar de ir a trabajar, y todos saben lo que les va a pasar. El padre de Eliézer corre aterrorizado, diciendo que han dicho su número, y le da a Eliézer un cuchillo y una cuchara como regalos de despedida. Eliézer siente estar como sonámbulo todo ese día. Después del trabajo se entera de que su padre convenció a la SS de que todavía es fuerte y logró escapar, afortunadamente, de los crematorios. Sin embargo, Akiba Drumer sí termina en los crematorios. Hacía poco había perdido su fe y, con ella, su razón de vivir. No fue el único que abandonó a Dios en esos tiempos. Antes de su muerte, les pide a los otros prisioneros que digan el Kadish (la oración por los muertos) por él. Aunque le prometen que lo harán, lo olvidan.
Llega el invierno y hace un frío glacial. El pie de Eliézer comienza a hincharse por el frío y tiene que someterse a una operación para evitar que se lo amputen. El hospital es mucho más llevadero ya que no hay trabajo y la comida es mejor. El hombre en la camilla de al lado, un judío húngaro, le advierte que todos los inválidos serán asesinados durante la siguiente selección, por lo que debe tratar de abandonar el hospital de inmediato. Eliézer no sabe si creerle o suponer que solo quiere quedarse con su camilla. Tras despertar de su operación, a Eliézer le preocupa que su pierna haya sido amputada, pero tiene miedo de preguntarle al médico. El doctor le dice que confíe en él y que estará caminando normalmente en un par de semanas. Dos diasdías después de su operación, Eliézer escucha que el frente está avanzando hacia Buna, y que el campo será evacuado. Sin embargo, los ocupantes del hospital no serán evacuados, y Eliézer teme que todos los inválidos sean exterminados. Corre a encontrarse con su padre, y su pie derecho deja marcas de sangre en la nieve. Tras algunas deliberaciones, Eliézer y su padre deciden abandonar el hospital y ser evacuados con el resto de los prisioneros. Más tarde, Eliézer se entera de que los rusos liberaron a los pacientes del hospital dos días después de la evacuación.
Eliézer regresa a su barraca a pesar de que su herida está abierta y sangra. Los prisioneros se preparan para el viaje con comida y ropa extra, y se van a dormir. Es su última noche en Buna. A la mañana siguiente, Eliézer se venda el pie y trata de encontrar más comida. El jefe de la barraca ordena que el bloc sea limpiado profundamente para que el ejército liberador no piense que han vivido animales allí. Finalmente, al caer la noche, comienzan a marchar por bloc. Está nevando muchísimo.
Análisis
En esta sección, Eliézer se rebela contra Dios y se niega a celebrar el Año Nuevo judío. Sin embargo, no pierde su fe por completo. En ningún momento niega la existencia de Dios. En cambio, Eliézer cuestiona su sentido de justicia, y lo culpa por permitir que existan los campos de concentración: "¿Por qué, por qué lo alabaría yo? Todas mis fibras se rebelaban. ¿Porque había hecho quemar a millares de niños en los fosos? ¿Porque hacía funcionar seis crematorios noche y día, hasta los días de Sabbat y los días de fiesta?". Eliézer se niega a postrarse ante un Dios injusto, pero nunca desespera. En cambio, como lo indica el pasaje anterior, permanece lleno de ira contra Dios, nunca apático, y esta emoción lo mantiene vivo. Como Moshé le dice al principio del libro, "El hombre interroga y Dios responde. Pero no se comprenden sus respuestas. No es posible comprenderlas". Al negarse a celebrar Rosh-Hashanah y Yom Kippur, Eliézer está interrogando a Dios, aunque no reciba ninguna respuesta que pueda descifrar. A pesar de que la falta de devoción religiosa de Eliézer parece ser opuesta al estudio diligente de la cábala de antaño, su experiencia en los campos de concentración y su enojo con Dios demuestran ser, simplemente, una prueba de su fe.
En el mundo pesadillesco de los campos de concentración, los nazis reemplazan a Dios. Eliézer describe la escena durante la selección: "Los detenidos del bloc estaban parados, desnudos, entre las camas. Es así como se ha de estar en el Juicio Final". La referencia al juicio final es una alusión religiosa al fin del mundo, cuando Dios decidirá quién permanecerá a salvo en el cielo. En el mundo perverso de los campos de concentración, el Dr. Mengele asume el papel de Dios, decidiendo quién vivirá y quién morirá. Él tiene el poder sobre la vida y la muerte de los prisioneros, anotando números de identificación según su capricho. En este mundo no hay justicia ni bondad: todos están a merced de los nazis y sus secuaces. Y aunque el jefe del bloc les dice a los prisioneros que nadie morirá, nadie le cree. Cuando finalmente lee los números de aquellos destinados a los crematorios, los prisioneros saben que la justicia perversa de los nazis finalmente los ha alcanzado: "Comprendimos: eran los [números] de la selección. El doctor Mengele no había olvidado".
Los hombres como Akiba Drumer pierden su fe cuando comienzan a creer que el mal nazi es mayor que el poder de Dios. Cuando comienzan a creer que es imposible escapar del mal del campo de concentración, pierden su fe y, al mismo tiempo, su voluntad de vivir. Wiesel describe a Akiba Drumer:"Imposible levantarle el ánimo. No escuchaba lo que se le decía. No hacía más que repetir que todo había terminado para él, que no podía afrontar más esa lucha, que no tenía ya fuerzas ni fe". Los hombres como Akiba Drumer pierden su fe cuando comienzan a creer que la justicia perversa de los nazis es la única norma bajo la cual hay que vivir.
La experiencia de Eliézer en el hospital subraya lo difícil que es confiar en un ser humano en el campo de concentración. Cuando otro paciente le aconseja escapar del hospital antes de que haya otra selección, Eliézer desconfía de sus motivos y no sabe si creerle. Después de su operación, el médico lo visita y él entra en pánico pensando que podrían haberle amputado una pierna sin su consentimiento. Tiene miedo de preguntar si su pierna ya no está, pero finalmente reúne el valor:
—¿Podré utilizar todavía mi pierna?
Dejó de sonreír. Yo sentí mucho miedo. Él me dijo.
—Pequeño, ¿confías en mí?
—Mucho, doctor.
Aunque este doctor parece honesto y amable, la breve conversación enfatiza la vulnerabilidad y la total impotencia de Eliézer. No tiene motivos para confiar en el médico, ya que todas las demás figuras de autoridad en el campo han demostrado ser crueles y poco fiables. Eliézer está constantemente a merced de personas que no se preocupan por él, y posiblemente incluso lo odian, y el hecho de que esta interacción médico-paciente parezca tan normal para el lector solo enfatiza lo anormal y cruel que es cada interacción en el libro.
Es una dolorosa ironía que Eliézer y su padre decidan ser evacuados de Buna con el resto de los prisioneros. El tono de Wiesel al describir este error táctico es sencillo y discretamente irónico. Después de que Eliézer sugiera a su padre irse ambos con los demás prisioneros, él responde: "Con tal de que no tengamos que arrepentimos, Eliézer". El siguiente párrafo dice: "Después de la guerra supe la suerte corrida por aquellos que permanecieron en el hospital. Sencillamente, fueron liberados por los rusos dos días después de la evacuación". Este párrafo transmite, como casualmente y de pasada, el amargo arrepentimiento que siente Wiesel por haber tomado la decisión incorrecta, y el lector, al igual que el narrador, lamenta cómo las cosas podrían haber sido diferentes si hubieran decidido quedarse.