El moribundo arrastrándose hacia el plato de sopa
Esta es una de las imágenes más poderosas de la novela, y transmite la brutalidad de los campos de exterminio. Tiene lugar cuando se ordena a los prisioneros que se metan en las barracas durante un ataque aéreo. A pesar de las señales de advertencia, un hombre moribundo se arrastra hacia afuera para buscar un plato de sopa que ha quedado afuera. Gatea hacia la sopa y mete desesperadamente su cabeza en el líquido, pero es demasiado tarde, y surge una muerte trágica y horrible. La imagen muestra que la dignidad ha sido despojada de los prisioneros y que, en algún punto, los instintos de supervivencia animales se apoderan de sus personalidades.
La muerte del ángel de ojos tristes
Otra imagen trágica es la del "ángel de ojos tristes", el niño condenado a la horca. Mientras los prisioneros observan, Wiesel describe la situación como si él y el resto de los prisioneros estuvieran presenciando un sacrificio sagrado. Es una de las imágenes en las que se evidencia un pequeño atisbo de moral en los prisioneros: el prisionero que generalmente oficiaba de verdugo se niega a realizar la tarea y debe ser reemplazado por un oficial de la SS. El detalle en el que Wiesel describe la escena es austero y conmovedor, y señala que el niño era tan liviano que el peso de su caída no lo mató de inmediato. Los prisioneros tienen que presenciar una agonía insoportable durante media hora. La ligereza del niño transmite no solo lo demacrado que está, sino también su grado de inocencia, la de una vida que no se ha vivido y que no ha crecido con el peso del tiempo. Al imaginarlo como un ángel, Weisel también hace que los nazis se vean mucho más malvados, como si robaran la inocencia del niño junto con sus alas, empañando tanto la vida del niño como el puro sentimiento de lo sagrado.
Los campos como el infierno en la Tierra
Wiesel frecuentemente compara los campos de la muerte con un infierno viviente, y el infierno y los campos presentan ciertos paralelismos inquietantes. Quizás la más fuerte de estas comparaciones sea el infierno ardiente de la Biblia y el verdadero infierno ardiente del crematorio, que sirvió como un recordatorio constante de la propia mortalidad. Esto es anticipado por los gritos premonitorios, acerca de un incendio y de un horno, de Madame Schächter, que los prisioneros no creen hasta que ven el humo del crematorio en Birkenau. Las imágenes de personas quemadas vivas en Birkenau, especialmente niños y hasta bebés, han asustado a Wiesel y contribuyen a la visión de un infierno en la tierra. Ese fuego no deja nada, pero las cenizas también destacan el grado en el que las vidas se borraron sin dejar rastro. Wiesel dice: "Jamás olvidaré las caritas de los chicos que vi convertirse en volutas bajo un mudo azur".
La selección
Wiesel utiliza el proceso de selección, en el que la SS deciden quién va a morir y quién puede seguir viviendo, como un claro paralelo al Día del Juicio. Al describir cómo los prisioneros deben permanecer desnudos entre las camas durante la selección, agrega Wiesel que "Es así como se ha de estar en el Juicio Final". Al poner a los nazis en el mismo lugar de Dios, Weisel transmite la gran cantidad de poder que los nazis tenían en sus manos. La imagen del Dr. Mengele anotando números de identificación a voluntad recuerda al lector cuán arbitraria es la decisión, y cómo más allá de su lucha por la supervivencia, un prisionero puede ser condenado de un momento a otro. Situaciones como la selección hacen que muchos prisioneros, como Akiba Drumer, pierdan la voluntad de vivir cuando parece que el poder del mal nazi es mayor que el poder de Dios mismo.