Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave.
Esta cita es una referencia directa a imágenes de la Biblia y del Talmud. Parece establecer una referencia directa a la historia de Caín. Dios le anuncia a Caín: "Ahora pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tu mano. Cuando labrares la tierra, no te volverá a dar su fuerza: errante y extranjero serás en la tierra" (Génesis 4: 11-12). Cuando Caín sugiere que cualquiera que lo encuentre lo matará, Dios responde: "El que mate a Caín, será castigado siete veces" (Génesis 4: 15-16). La cita de Wiesel sugiere que, como la noche comenzó, él se convirtió en un vagabundo errante oculto de Dios, y que, en lugar de ser protegido de la muerte, su muerte fue sellada bajo siete vueltas de llave, invirtiendo el rol de Dios como protector.
Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás.
En esta cita, Wiesel revela la importancia de la memoria, indicando que aquellos que olvidan borran las vidas de aquellos que vinieron antes. Wiesel revela que él mismo es culpable del olvido: cuando mandan a Akiba Drumer al crematorio, le pide a los que lo rodean que recen por él con el kadish. Aunque Wiesel y quienes le rodean se lo prometen, lo olvidan luego, a medida que la supervivencia y, de hecho, el olvido, se convierten en su único foco de atención. Esta cita es también una llamada al lector para que recuerde los eventos de los que habla Wiesel, para que la historia no se entierre con la conveniencia del tiempo.
Detrás de mí oí la misma pregunta del hombre:
—¿Dónde está Dios, entonces?
Y en mí sentí una voz que respondía:
—¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…
Esta cita hace referencia al "ángel de ojos tristes"; el niño que fue condenado y ahorcado delante de todos los prisioneros. Mientras que Wiesel reconoce que los ahorcamientos no lo perturbaban, este tuvo un gran efecto en él, ya que parecía que la inocencia misma estaba siendo condenada. Esta cita es aquella en la que Wiesel está más cerca de sugerir cierto escepticismo frente a la existencia de Dios: antes, aunque cuestionaba siempre los motivos de Dios, nunca puso en duda su existencia. Esta reacción de Wiesel revela que el mal ha penetrado verdaderamente en su mundo.
En el fondo del espejo, un cadáver me contemplaba. Su mirada en mis ojos no me abandona más.
Es con esta imagen que Wiesel nos deja al final de su obra, y es una visión inquietante en la que Wiesel ya no reconoce a la persona que tiene delante. Al describirse a sí mismo como un cadáver, Wiesel también revela que está viviendo la muerte; su cuerpo simplemente respirando no significa que su alma o su humanidad hayan sobrevivido. Que Wiesel tome distancia respecto a este cadáver también es una forma poderosa de sugerir que su conciencia no reconoce a esta criatura delante de él; lo que haya ocurrido en los campos de concentración le robó su identidad.
—Tengo más confianza en Hitler que en cualquier otro. Es el único que cumplió sus promesas, todas sus promesas al pueblo judío.
Esta frase es del compañero de Weisel en el hospital. Weisel en este momento no sabe en quién confiar, y no está seguro si debe evacuar o permanecer en el hospital. La sensación de desesperanza en esta cita transmite el grado en el que los nazis han adoptado verdaderamente el poder de Dios para decidir quién vivirá y quien perecerá. Cuando el prisionero en el hospital dice que tiene más fe en Hitler que en cualquier otro, revela que las únicas verdades que ahora existen en el mundo son la violencia y el odio hacia los judíos. Cualquier tipo de fe que haya tenido de antemano, ya sea en Dios o en la humanidad, es simplemente impotente en comparación.
La oscuridad era total. Escuchaba solo ese violín y era como si el alma de Yulik le sirviera de arco. Tocaba su vida. Toda su vida se deslizaba sobre las cuerdas. Sus esperanzas perdidas. Su pasado calcinado, su porvenir desvanecido. Tocaba lo que nunca más podría tocar (...). Cuando desperté, divisé, a la luz del día, a Yulik frente a mí, apelotonado sobre sí mismo, muerto. Junto a él yacía su violín, aplastado, pisoteado, pequeño cadáver insólito y conmovedor.
Esta imagen increíblemente poderosa fusiona a Juliek y su violín en el mismo ser, una entidad que tuvo una última oportunidad para hacerse oír antes de extinguirse en la tierra. Es una imagen que sugiere que la humanidad en los campos todavía es posible, que aparece en formas pequeñas y fugaces antes de perderse. La imagen de Juliek y su violín ya muertos solo destaca el grado de silencio que impregnaba los campos: en la destrucción del violín de Juliek, no era solo que Juliek jamás podría volver a hacer sonar su voz, sino también que a cualquier otra persona se le prohibiría hacerlo.
Él me explicaba con mucha insistencia que cada pregunta posee una fuerza que la respuesta no contiene ya… (...).
—¿Y por qué rezas tú, Moshé? —le pregunté.
—Le pido al Dios que está en mí que me dé fuerzas para poder hacerle verdaderas preguntas.
A lo largo del tiempo en los campos de concentración, Wiesel comienza a cuestionar fuertemente los motivos de Dios y, en algún punto, incluso dónde está Él. Aunque rara vez cuestiona la existencia de Dios, comienza a dudar mucho sobre si debe o no orar a un dios en quien ya no confía. Wiesel alude a este intercambio que tuvo con Moshé para transmitir que tal vez él estaba haciendo la pregunta equivocada, y que podría ser imposible entender los motivos de Dios. La búsqueda de la fuerza dentro de sí mismo que hace Wiesel para hacerle a Dios las preguntas correctas transmite su reconocimiento de que la oración misma puede ser un ejercicio para comprender por qué vale la pena orar, permitiéndole al creyente buscar por sí mismo lo que verdaderamente da sentido a la vida.