La Noche

La Noche Símbolos, Alegoría y Motivos

El violín (símbolo)

Si bien el símbolo del violín no aparece con demasiada frecuencia, cuando lo hace es probablemente el mejor símbolo de desafío a los nazis. El violín pertenece a Juliek, un músico polaco que de alguna manera conserva su violín durante toda su estadía en el campo de concentración. Una noche, Wiesel escucha a Juliek tocando el violín como si estuviera transmitiendo su vida en una canción final, como un grito por la humanidad atravesando el silencio. Cuando Weisel ve que Juliek y su violín fueron destruidos a la mañana siguiente, es como si los nazis hubieran robado no solo la voz de Juliek, sino también la última evidencia de su humanidad. A medida que las condiciones en los campos de concentración empeoran, las personas se parecen cada vez más a las bestias. El violín no solo es un símbolo de la voz del pueblo judío, sino también de su inteligencia y su humanidad siendo destruidas con la muerte de Juliek.

El anonimato versus la individualidad (motivo)

Wiesel no solo describe los campos como mecanismos que roban a las personas su humanidad, sino también como herramientas a través de las cuales se los despoja de su individualidad. Este motivo se vuelve más fuerte cuando Wiesel no puede reconocer a su propio padre, incluso después de verlo de cerca. La identificación de este extraño como su padre sugiere que los prisioneros se han convertido en una entidad de sufrientes sin rostro, colectivos. Cuando Eliézer es liberado del campo de concentración ni siquiera puede reconocer su propio reflejo, y ve en cambio los ojos de un cadáver que lo miran fijamente. En cierto sentido, los nazis convirtieron a los prisioneros no solo en seres anónimos, sino en verdaderos fantasmas de sí mismos.

La noche (símbolo y motivo)

Presente desde el título de la obra, este símbolo y motivo es el más generalizado a lo largo de la novela de Wiesel. La oscuridad y la noche no son intermitentes fragmentos de la vida en los campos, sino un período continuo y prolongado de supervivencia. La oscuridad simboliza tanto el modo en que la claridad y la verdad son ofuscadas por el mal de los nazis, como también la forma en la que el tiempo se convierte en "una larga noche". Las visiones pesadillescas que Eliézer experimenta en Aschwitz también revelan un hecho alarmante sobre los campos de concentración: esas pesadillas se han convertido en la realidad del inframundo, de modo que el mundo que Eliézer conoce es reemplazado por un infierno sin sentido en la tierra.

El tiempo (motivo)

El estilo de escritura de Wiesel imita en realidad la forma en la que él experimenta el tiempo, de modo que cuando su vida pierde sentido con la muerte de su padre, el tiempo también deja de existir. Mientras que Wiesel cuenta esta historia cronológicamente, el tiempo se acelera al final de la novela, lo que sugiere que la forma en la que Wiesel experimentó el tiempo en el campo de concentración no se puede medir con relojes, sino que puede organizarse mejor a través de las comidas y los relatos de supervivencia. Es la disipación final del tiempo lo que sugiere que Wiesel está perdiendo una característica humana fundamental. La monotonía de los campos de concentración implicará que las únicas instancias que Eliézer recordará son los momentos de violencia que rompen con la rutina: de alguna manera, Eliézer está inconsciente durante la monotonía de los días, ya que no puede memorizarlos, y solo cobra vida para experimentar la violencia. Esta forma infernal de existencia implica que la memoria solo queda marcada por las interrupciones de todo fragmento de paz.

La civilización versus la barbarie (motivo)

A medida que el tiempo pasa en los campos de concentración, Wiesel compara a los prisioneros con animales, ya que sus lazos emocionales y sus voces pierden fuerza a medida que aumenta su motivación para sobrevivir. En algunos puntos, describe a los prisioneros como "bestias de presa frenéticas, con un odio animal en los ojos; una vitalidad extraordinaria se apoderó de ellos volviendo más punzantes sus dientes y sus uñas". La imagen más inquietante del comportamiento animal que adoptan los prisioneros es cuando un hijo mata a su propio padre por un pedazo de pan. Las descripciones de Weisel de estos comportamientos sugieren que la línea entre la civilización y la barbarie puede ser engañosamente delgada, y le recuerda al lector que por mucho que nos guste pretender que somos humanos y no meras bestias, a veces las situaciones extremas nos pueden robar nuestra humanidad.

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