Resumen
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 147
Este capítulo es una breve reflexión sin ningún tipo de coherencia aparente, pero en la que encontramos algunas definiciones como, por ejemplo, que el hombre es el animal que pregunta, y que esas preguntas nos alejan vertiginosamente de las respuestas. También se habla de un cambio radical: “(…) hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella” (p. 580).
Del lado de allá, Capítulo 31
Oliveira toma mate y responde a las preguntas de Gregorovius, que quiere entender el errático deambular de Horacio. Al mismo tiempo, Oliveira le pregunta por el entierro de Rocamadour. Gregorovius entiende que si Horacio supiera dónde puede estar la Maga, iría corriendo a buscarla, ya que él se especializa en causas perdidas: “Perderlas primero, y después largarse atrás como un loco” (p. 204).
Gregorovius le dice a Oliveira que da la sensación de que él está todo el tiempo buscando, pero que eso que busca lo tiene en un bolsillo desde hace rato; agrega que mientras busca, le estropea la vida a mucha gente. Horacio, por su parte, confiesa que eso que a él le gustaría decir es indecible y que no le queda más opción que dar vueltas alrededor como un perro que busca su cola. Luego agrega que hace todo lo que puede, no para renunciar a las cosas, sino para que las cosas renuncien a él. Gregorovius le hace notar a Oliveira que, independientemente de a dónde se haya ido la Maga, va a estar mejor que si se hubiera quedado con Horacio. Luego lo acusa de no haber ido al entierro del Rocamadour porque ya no es capaz de mirar a la cara a sus amigos. Oliveira no para de recitarle direcciones de farmacias en Buenos Aires. Gregorovius baja a comprar una botella de aguardiente. Horacio se queda en la habitación contemplando los papeles de la mesa de luz. La Maga se ha llevado todo.
Del lado de allá, Capítulo 32
Este capítulo es una carta que la Maga le escribe a su hijo Rocamadour. En ella, cuenta que se le quemó la sopa que estaba preparando para Oliveira, y también le explica quién es Horacio: el hombre que le llevó el conejito de terciopelo el otro día. Luego la Maga reconoce que es idiota ponerse a llorar porque se le quemó la sopa. Escribe que está pensando en cambiarle la nourrice (tutora), ya que la que tiene Rocamadour en ese momento, Irene, dice que es un niño encantador, pero se le nota que no está contenta con el hecho de que él sea tan lindo, llorón, gritón y meón.
La Maga continúa la carta explicándole a su hijo que “Hay una cosa que se llama tiempo (…), es como un bicho que anda y anda” (p. 211), y luego hace referencia a que Oliveira está por llegar y que no sabe si dejarlo leer la carta o no. Al mismo tiempo, la Maga es consciente de que no está capacitada para que Rocamadour esté todo el tiempo con ella; define París como un lugar en el que la gente hace el amor todo el tiempo, después fríe huevos, pone un disco de Vivaldi, fuma mucho y habla como Horacio y el resto de los integrantes del Club de la Serpiente.
La Maga concluye la carta admitiendo que quizás sea una mala madre, pero que seguramente Rocamadour algún día entenderá que valía la pena que ella fuera como es.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 132
El narrador en primera persona (asumimos que es Oliveira, aunque no se indica explícitamente) enumera una serie de cafés de diferentes partes del mundo. Luego, hace referencia a que en los cafés se recuerdan los sueños. Más allá de una breve descripción del final de un sueño confuso, el narrador explica que cuando terminan sus sueños se siente como expulsado, como si una puerta se hubiese cerrado a sus espaldas. Concluye comparando esta sensación con la que pudo haber sentido Adán al ser expulsado del Paraíso.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 61
Este capítulo es una nota inconclusa de Morelli. En ella, el escritor reflexiona sobre el tiempo y sobre las implicancias que tiene en su vida. Morelli se reconoce como un cuerpo ya podrido en algún punto cualquiera del tiempo futuro. En ese sentido, el verdadero acceso al ser, dice el escritor, se da en la negación del cuerpo que, a su vez, permite acceder a un estado fuera del cuerpo.
Del lado de allá, Capítulo 33
Oliveira está solo en la habitación que era de la Maga. Gregorovius todavía no ha vuelto de comprar la botella de aguardiente. En ese contexto, Horacio se prende un cigarrillo y saca una novela del cajón de la mesa de luz. Así y todo, no logra concentrarse en el texto, ya que no puede dejar de pensar en la Maga. Por un lado, afirma que ella se las arreglará perfectamente sin él y Rocamadou, pero, por otro lado, asume que él no fue bueno con ella y concluye con un “Pobrecita, carajo” (p. 215), que da a entender que Oliveira se siente culpable por su actitud hacia la Maga.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 67
El narrador en primera persona (intuimos que es Oliveira) narra un sueño en el que se está atando los zapatos, muy feliz, y de repente le sobreviene la infelicidad. Luego despierta al percibir la luz del amanecer a través de la persiana, y se espanta ante la indiferencia mecánica de un nuevo día. Antes de volver a dormirse, imagina un universo plástico, “lleno de maravilloso azar” (p. 401).
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 83
Este capítulo es una reflexión respecto de la existencia del alma. El narrador hace referencia a que esta idea del alma “se insinúa cada vez que surge el sentimiento del cuerpo como parásito, como gusano adherido al yo” (p. 433). Luego pone el ejemplo de cuando toma sopa: cuando palpa con los dedos la bolsa de su estómago llena de sopa, nace el alma como una forma de decir “no, yo no soy eso”. Por último, el narrador reflexiona sobre el dolor físico y cómo este lo ataca como una doble arma: por un lado, pone en evidencia ese divorcio que existe entre su “yo” y su cuerpo; pero, al mismo tiempo, lo acerca a su cuerpo, poniéndoselo como dolor.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 142
Este capítulo es una conversación entre Ronald y Etienne en la que hacen una puesta en común respecto de la Maga. En principio, Ronald hace referencia a que la Maga no se puede explicar. Etienne, por su parte, dice abiertamente que es tonta. Ronald dice que su tontería es el precio de estar pegada como un caracol a las cosas más misteriosas. Etienne agrega que, más allá de su tontería, la Maga es capaz de felicidades infinitas, y hace referencia a una vez que la vio llorando frente a un cuadro recién pintado de él. Ronald hace referencia a que eso no prueba nada, ya que las personas lloran por muchas razones. Etienne habla de algunas ocurrencias que tiene la Maga como, por ejemplo, preguntar por qué los árboles se abrigan en verano, y luego dice que es inútil tratar de explicar y que es mejor callarse. Ronald, al final, concuerda con su amigo y acepta que todo no se puede explicar.
Del lado de allá, Capítulo 34
Este capítulo es, sin duda, uno de los más complejos y trasgresores de Rayuela. En él, se narran dos historias: por un lado, Oliveira critica a la Maga por las cosas que ella lee; por otro lado, se cita textualmente el inicio de la novela Lo prohibido del escritor español Benito Pérez Galdós. La complejidad de este capítulo radica en que las dos historias van en paralelo y se construyen por líneas: en las líneas pares está la descalificación a la Maga por sus lecturas, y críticas a Lo prohibido y al escritor español, mientras que en las líneas impares encontramos el texto original de la novela de Galdós.
Oliveira ha tomado el libro de la mesa de luz de la Maga y ni bien comienza a leerlo, no logra reprimir su indignación sobre lo mal escrito que está y las pésimas decisiones de lectura que toma Lucía. La estrategia de alternar estas dos historias por línea contribuye a producir un efecto visual de la simultaneidad de las dos acciones.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 87
En este capítulo se hace referencia a la grabación de “Baby When You Ain't There” de Duke Ellington en 1932. El narrador nos explica que si bien es uno de sus temas menos alabados, a él le gusta mucho. Luego entiende que en determinados momentos es necesario decir “amé esto” como una forma de luchar contra la nada que nos barrerá.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 105
Este capítulo es una nueva morelliana. En ella, Morelli reflexiona sobre los gestos olvidados y las palabras perdidas de los abuelos. Luego relata una vez que prendió una vela y anduvo caminando con ella por el pasillo, solo por jugar. Cuando una correntada amenazó con apagarla, Morelli protegió la llama con su mano y, en ese momento, entendió que ese gesto era universal, de todos, y comenzó a pensar en otros gestos similares. Pensó, por ejemplo, en esas palabras escuchadas por última vez a los viejos que se iban muriendo. Morelli concluye en que es vanidoso por parte de la humanidad pensar que entiende las obras del tiempo, y que, en todo caso, “él entierra sus muertos y guarda las llaves” (p. 491).
Análisis
En esta parte, volvemos a encontrarnos con algunos fragmentos que ilustran la concepción que Cortázar tiene del arte en general y de la literatura en particular. Por ejemplo, en el capítulo 147, cuando el narrador hace referencia a que el hombre es el animal que pregunta y que, justamente, esas preguntas lo alejan de las respuestas, de alguna manera critica esa capacidad híper-racional del ser humano de tratar de conquistar la realidad a través de fórmulas preestablecidas (como, por ejemplo, el lenguaje) cuando es evidente que la verdadera esencia de esa realidad es indecible. En todo caso, lo que el hombre debe proponerse es una fulminante deconstrucción, "abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella” (p. 580), incendiar nuestra lógica occidental y resurgir de sus cenizas con una conciencia completamente renovada respecto de cómo encarar el saber. En este sentido, la cita precedente es aplicable tanto a la cuestión filosófica como a la concepción de la obra de arte: para Cortázar, los artistas tienen la obligación de problematizar la tradición, "tirarla por la ventana" (la tradición y, sobre todo, el marco que propone); incluso el propio artista debería arrojarse a ese vacío (entendiéndolo como una metáfora de la libertad creativa) para reencontrarse con su verdadera esencia artística.
Por otro lado, en el capítulo 31 vemos consolidarse un rasgo de Gregorovius que se venía manifestando en capítulos anteriores: una suerte de crítica a la filosofía de vida de Oliveira. En principio, lo acusa de especializarse en perder causas y luego salir a buscarlas como loco. Insiste con esta idea de que Oliveira está buscando algo todo el tiempo, y que eso que busca ya lo tiene en el bolsillo hace rato. Y concluye acusándolo de estropearle la vida a mucha gente en su búsqueda frenética. En este punto, también se desliza la idea de que el único estímulo que encuentra Horacio en la vida es, justamente, la búsqueda, y que, en todo caso, si efectivamente ya "tiene en el bolsillo" eso que está buscando, prefiere hacer de cuenta que no lo encontró, por miedo a perder ese estímulo vital. Dice ser como un perro que trata de morderse la cola, buscando decir lo indecible. Así y todo, la conversación entre Oliveira y Gregorovius se convierte en una descarga mutua en la que Horacio se hace cargo de buena parte de las cosas que su interlocutor le echa en cara y, de alguna manera, reivindica su soledad:
—Pero si [la Maga] está tan bien, Ossip Ossipovich. ¿Para qué nos vamos a engañar? No se puede vivir cerca de un titiritero de sombras, de un domador de polillas. No se puede aceptar a un tipo que se pasa el día dibujando con los anillos tornasolados que hace el petróleo en el agua del Sena. Yo, con mis candados y mis llaves de aire, yo, que escribo con humo. Te ahorro la réplica porque la veo venir: No hay sustancias más letales que esas que se cuelan por cualquier parte, que se respiran sin saberlo, en las palabras o en el amor o en la amistad. Ya va siendo tiempo de que me dejen solo, solito y solo. Admitirás que no me ando colgando de los levitones. Rajá, hijo de Bosnia. La próxima vez que me encontrés en la calle no me conozcas.
—Estás loco, Horacio. Estás estúpidamente loco, porque se te da la gana (p. 207).
En el capítulo 32 nos encontramos con una carta que la Maga le escribe a su hijo, Rocamdour. En ella, quedan expuestos cierto rasgos característicos del personaje de la Maga: su ingenuidad (que por momentos roza con lo naif), su sensibilidad y su completa devoción por Oliveira. Al mismo tiempo, hace una síntesis caprichosa de París y la define como una ciudad bohemia, en la que todos hablan como Horacio y el resto del Club de la Serpiente, algo que ella no puede hacer y que, evidentemente, le pesa.
El problema de Oliveira no radica en que no se da cuenta de las cosas; por el contrario, su angustia existencial tiene que ver con que él es consciente de todo el daño que provoca y no puede hacer nada para actuar de una forma diferente. En el capítulo 33 reflexiona sobre el hecho de que hizo sufrir a la Maga, pero ya es tarde, no solo para ir a buscarla, sino también para cambiar. Dicho de otra forma: Horacio sabe que lo que busca no existe, que tratar de decir lo indecible ya conlleva en su enunciado una promesa de fracaso. Al mismo tiempo, es consciente de que, sin esa pulsión de búsqueda, no le quedaría nada. ¿Qué busca Oliveira? Esa armonía con el mundo, la verdadera identidad del ser, todas cuestiones abstractas, demasiado puras como para ser alcanzadas a través del lenguaje. En cierta medida, el daño que provoca en los demás con su búsqueda es un costo que está dispuesto a pagar.
En esta parte, volvemos a adentrarnos en la dimensión de lo onírico. En el capítulo 67, Oliveira narra un sueño bastante simple: está atándose los cordones de los zapatos y experimenta una fuerte sensación de felicidad; luego, sin ningún motivo aparente, se siente infeliz y despierta: "Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba" (p. 401). Una vez más, el pasaje del sueño a la vigilia se presenta como un evento traumático. Es decir, mientras está soñando, aunque se trate de algo tan trivial como atarse los cordones, Horacio se siente feliz; cuando comienza el pasaje hacia la vigilia, por el contrario, siente infelicidad. Y una vez despierto, le sobreviene el espanto frente a la indiferencia de lo cotidiano. Esto es así porque, fuera del plano onírico, la vida se sucede de una forma consciente, es decir, hay conciencia de absurdo, conciencia de muerte, conciencia de fracaso, conciencia de soledad. En cambio, en el sueño hasta el hecho más banal adquiere cierto aura de pureza. Esta tensión entre sueño y vigilia es un ejemplo más de un rasgo caracterísitico en Oliveira. Horacio está permanentemente debatiéndose entre dos fuerzas que se encarnan en diversos binomios: París-Buenos Aires, la Maga-Pola, sueño-vigilia, vida-muerte. Y daría la sensación de que estas fuerzas lo desgarran: cuando está en París, piensa en Buenos Aires, y viceversa; no termina ni con la Maga ni con Pola. Hacia el final de la novela, entendemos que será en la locura donde encuentre esa libertad espiritual tan añorada.
En el capítulo 142, Ronald y Etienne conversan sobre la Maga. Luego de un intercambio de perspectivas respecto de la naturaleza de este personaje, Etienne, como si hubiera comprendido eso que Oliveira no puede aceptar, es decir, el hecho de cuánto desfigura el lenguaje la verdadera esencia de eso que busca definir, sugiere que dejen de hablar de Lucía, a lo que Ronald sentencia que tiene razón, ya que hay cosas que no se pueden explicar. Ambos personajes entienden que cuanto más lenguaje inviertan en tratar de explicar a la Maga, más se van a alejar de su esencia. Oliveira, por su parte, si bien es consciente de esto, insiste con la empresa y continúa tratando de decir lo indecible, porque sin esa búsqueda, la vida perdería el poco sentido que tiene para él.
El capítulo 34 es, sin duda, un fragmento que propone, de una manera bastante lúdica, una reflexión sobre la literatura clásica, más específicamente sobre la novela tradicional del siglo XIX y el lenguaje que es típico de ella. Mucho se ha discutido si Cortázar, al igual que Oliveira, despreciaba la escritura de Galdós. Lo cierto es que el autor de Rayuela nunca se pronunció al respecto. Más allá de las especulaciones, sería un error a priori endilgarle a Cortázar la opinión de uno de sus personajes, sobre todo si tenemos en cuenta que Oliveira, mientras trata de leer la novela de Pérez Galdós, está en conflicto con sus pensamientos respecto de la Maga.
Como sea, en última instancia sí puede pensarse este capítulo como una crítica a ciertas formas clásicas que conservaban las novelas del siglo XIX, y que Cortázar busca problematizar con Rayuela. Quizás la cuestión más relevante en este aspecto, es decir, la cuestión que más incomodaba a Cortázar, era la del lenguaje. En ese sentido, está claro que uno de los grandes propósitos de Cortázar con Rayuela es desescribir la retórica, intentar una renovación de la lengua; alcanzar una literatura auténtica, divorciándose de ciertos moldes que venía imponiendo la inercia de la tradición. En ese sentido, podemos identificar como "moldes" de la novela clásica esa forma lineal de llevar al lector a través de la historia hasta el final y el uso descriptivo del lenguaje para contribuir con el espíritu de realismo que buscaban estas obras. A propósito de esto, con Rayuela Cortázar busca romper esos moldes no solo desestructurando la forma tradicional de lectura a partir del Tablero de dirección, sino también sobrecargando el texto de tramas alternativas y aparentemente inconexas respecto de la trama principal -en buena medida, casi toda la sección "De otros lados (Capítulos prescindibles)"- y dándole un uso mucho más lúdico y autónomo al lenguaje.