Resumen
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 96
Etienne, Ronald, Babs, Perico y Wong van a la casa de Morelli para celebrar una nueva reunión del Club de la Serpiente allí, en la casa de su escritor fetiche. Luego de varios intentos en los que la llave parece no funcionar, logran entrar al departamento de Morelli y se disponen a comenzar la reunión. Ronald pregunta por “el argentino”. Etienne observa que, además de Oliveira, faltan Guy, Gregorovius y la Maga, y luego propone beber hasta que el resto llegue: “(…) bebamos por que el viejo vuelva a sentarse aquí uno de estos días” (p. 467). Ronald, por su parte, hace referencia a que nunca habrá otra sesión como esa: “Uno se debe sentir así cuando llega a la cima de una montaña (…)” (p. 467).
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 94
Este capítulo es una nueva morelliana. En ella, Morelli plasma de una forma bastante hermética algunas reflexiones sobre su propia escritura. Habla de la podredumbre de su propia prosa, proceso al que luego le atribuye la función de “terminar con la impureza de los compuestos” (p. 460). En ese sentido, Morelli afirma que su prosa se pudre sintácticamente y avanza hacia la simplicidad. Por último, hace referencia a que cuando la composición ha llegado a su extremo límite, se abre el territorio de lo elemental.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 91
Oliveira y Gregorovius llegan al departamento de Morelli. El resto de los integrantes del Club están compenetrados en la lectura de una de las anotaciones del autor. Etienne abre el portafolio con los textos del escritor y le dice a Horacio estaban esperándolo para clasificarlos; por otro lado, agrega que “la bruta” de Babs ha tirado “un huevo hermosísimo a la basura” (p. 452) por creer que estaba podrido. En el departamento de Morelli reina una atmósfera mística y solemne.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 82
Este capítulo es una nueva morelliana. En ella, Morelli expresa a través de algunas metáforas qué es para él su escritura: “(…) sentir que lo que escribo es como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso” (p. 432). Al mismo tiempo, Morelli entiende que lo que escribe no parte del pensamiento, sino que se trata de impulsos que buscan una forma, y allí es donde entra en juego el ritmo; Morelli siente que escribe por el ritmo, movido por él, y no por el pensamiento.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 99
Los miembros del Club debaten sobre una anotación de Morelli que acaban de leer, en la que el escritor habla del empobrecimiento del lenguaje como una forma de purificación. Morelli propone darle a las palabras un uso verdadero y pragmático, y no utilizarlas como un fragmento decorativo o un pedazo de lugar común. En ese sentido, Oliveira afirma que Morelli sabe que el mero escribir estético es una mentira y produce lectores cobardes.
Etienne realiza una comparación entre los surrealistas y Morelli: mientras los primeros se colgaron de las palabras, se fanatizaron por el verbo en estado puro y aceptaron cualquier cosa que no sonara excesivamente gramatical, Morelli quiere despegarse brutalmente de las palabras, entendiendo que no alcanza con querer liberar al lenguaje de sus tabúes, sino que es necesario “re-vivirlo, no re-animarlo” (p. 473). Oliveira está de acuerdo con Etienne y se hace una pregunta retórica que sintetiza, según él, la búsqueda de Morelli: “¿Para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura?” (p. 473). Luego agrega que ya nadie lee a los poetas debido a que después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha entrado en una realidad tecnológica que ha eclipsado cualquier posibilidad de una “realidad poética”.
Etienne, por su parte, afirma que lo que busca Morelli es quebrar los hábitos mentales del lector, y es evidente que le revienta esa novela que se lee del principio al final, como un niño bueno o un rollo chino. También agrega que Morelli siente que si el escritor sigue sometido al lenguaje que le ha venido con la ropa que lleva puesta, su obra solo tendrá valor estético, valor que evidentemente “el viejo” escritor desprecia cada día más.
Mientras el resto de los integrantes del Club sigue discutiendo sobre Morelli, Babs dice que tiene sueño y que se quiere ir. Nadie parece darle mucha importancia.
Del lado de allá, Capítulo 35
Babs está completamente borracha y continúa defendiéndose por el altercado del huevo alegando que lo tiró a la basura porque estaba podrido. De repente, se pone a llorar y comienza a hablar del entierro de Rocamadour. A pesar de que Wong intenta llevársela, Oliveira llega a escuchar que Babs comienza a llamarlo “inquisidor”. Babs está fuera de sí; le dice a Oliveira que nunca en su vida conoció a “alguien más infame, desalmado, hijo de puta, sádico, maligno, verdugo, racista, incapaz de la menor decencia, basura, podrido, montón de mierda, asqueroso y sifilítico” (p. 224) que Horacio. Mientras Babs dice esto, el resto de los integrantes del Club observa expectante. Oliveira, por su parte, se limita a esbozar una sonrisa, lo que motiva que Babs le pegue en la cara.
El Club se cierra en torno a Horacio para que Babs no tenga acceso a él. Oliveira le pregunta a Wong si es cierto que la Maga está viviendo en la rue Monge. Babs vuelve a insultar a Horacio, ya desde el sillón. Ahora Oliveira entiende que el Club lo rodea, no para protegerlo, sino como si se tratara de un juicio vergonzante. Horacio al principio se ríe de la actitud de los miembros del Club, pero luego comprende que están serios. En voz baja sentencia que se borra del Club.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 121
Este capítulo es el final de un poema del escritor estadounidense Lawrence Ferlinghetti que Morelli ha copiado en una libreta. Los primeros versos que aparecen son:
yet i have slept with beauty
in my own weird way
(así y todo, me he acostado con la belleza
a mi extraña manera)
Del lado de allá, Capítulo 36
Oliveira está seguro de que la Maga irá a visitar a Pola. Deambula por las calles de París, convencido de que él también tendría que ir, como una suerte de obligación estética, para completar la figura de tres. Hace menos frío a orillas del Sena que en la calle. Por eso Horacio va hasta allí, y como no es de los que se tiran al río, busca un puente para meterse debajo y pensar. Piensa en un kibutz del deseo, un concepto que no tiene ningún sentido al principio, pero que a medida que lo repite parece encarnar el significado de andar por ahí, de situación en situación. Oliveira siente que puede quedarse allí, frente al río, entre los vagabundos, pensando en estas cosas.
La clochard (la misma que Oliveira y la Maga han visto en el capítulo 108) se despierta y nota que Célestin se ha marchado durante la noche, llevándose el cochecito de niño lleno de latas de sardinas. Está amaneciendo y la clochard se acerca “al nuevo” (Oliveira), que está fumando sentado en un banco de piedra. Horacio le da un cigarrillo y los dos concuerdan en que se conocen de alguna parte.
Fuman varios cigarrillos y conversan amistosamente. La clochard adivina que Oliveira es extranjero, y él le dice que sabe que ella se llama Emmanuele. En ese momento, la clochard recuerda que ha visto a Horacio y la Maga varias veces. Emmanuele le dice a Oliveira que la Maga hablaba con ella solo cuando estaba sola, y que cuando le aconsejó que se alejara de Célestin, se pelearon y la Maga nunca volvió.
Oliveira decide regresar a la ciudad, pero Emmanuele le pide que la espere. Compran dos litros de vino y van a guarecerse a una galería abierta. Beben y fuman hombro con hombro, mientras Emmanuele no para de hablar de Célestin y de las sardinas que le robó por la noche. Oliveira, que ya está bastante borracho y no siente las mismas náuseas de antes frente al potente hedor de Emmanuele, se deja practicar sexo oral por ella. Luego de la eyaculación, Oliveira abre los ojos y ve que hay un vigilante frente a él. El policía le pega una patada a Horacio y un cachetazo a Emmanuele. Oliveira le pide al vigilante que deje ir a la clochard. En ese momento, aparece otro agente de policía y meten a los dos en un camión celular.
Mientras llevan a Oliveira y Emmanuele en el camión, el narrador explica de qué se trata el juego de la rayuela. Explica que se juega con un dibujo de tiza en el piso y una piedrita, y que existe una Tierra de donde se parte, y un Cielo al que hay que llegar. El problema, dice el narrador, es que cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba la infancia de golpe y se cae en las novelas o en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar.
Oliveira le pide a Emmanuele que cante. La clochard, que se acostó bocabajo en el piso del camión y llora, se sienta y comienza a cantar a pedido de Horacio.
Del lado de acá, Capítulo 37
Este es el primer capítulo de “Del lado de acá”, la segunda parte de la novela. Aquí se presenta a Traveler, un amigo argentino de Oliveira, y a su mujer, Talita. Traveler tiene cuarenta años y le da rabia su nombre, ya que hace referencia a la palabra en inglés "traveler" (viajero), y él prácticamente no ha salido de Argentina en toda su vida. Traveler es gestor y trabaja en un circo. Talita, por su parte, es lectora de enciclopedias. Viven juntos en una pensión de la calle Cachimayo.
Más allá de que a Traveler le pesa el hecho de no haber viajado, no le echa la culpa a la vida por ello y, cuando se deprime, simplemente se bebe una botella de ginebra y se trata a sí mismo de cretinacho. Talita ha sido una cosa buena en su vida. La conoció cuando fue a comprar un supositorio a la farmacia. Ella era la farmacéutica, y él se enamoró en el preciso instante en que ella bajó la vista para explicarle que los supositorios eran más efectivos después de una buena evacuación de vientre.
En palabras del narrador, Traveler sufre de “melancolía porteña” y, según Talita, le suele agarrar a la hora de la siesta. Ella es un gran sostén para él, y cuando Traveler se encuentra en este estado de depresión por no haber viajado, ella debe contenerlo en silencio, cebarle mate y cuidar que no le falte tabaco. Hacia el final del capítulo, se dice que Traveler es un hombre de acción y se enumera una serie de ámbitos en los que se ha desempeñado, como, por ejemplo, el fútbol, la política, la apicultura y el automovilismo.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 98
En este capítulo, Oliveira analiza la influencia que tuvo la Maga en él. Más allá de que ella era incapaz de mostrarle algo en su terreno que él no hubiese notado, la razón de sus lágrimas o, incluso, hasta el orden de sus compras constituían signos para Horacio. En ese sentido, Oliveira afirma: “Y así es cómo los que nos iluminan son los ciegos” (p. 469).
Del lado de acá, Capítulo 38
Traveler y Talita van a recibir a Oliveira al puerto. Por alguna razón, a ella no le cae del todo bien que, de repente, se repatríe este amigo de la juventud de Traveler. Luego del reencuentro, Horacio le pregunta a Talita por el gato que tiene en una canasta, y ella, ofendida por la recepción, decide volver al circo con el gato calculista.
Traveler y Oliveira van a una parrilla y conversan mientras toman vino y comen chorizos y achuras. Horacio habla de lo buena que es la carne en Argentina y dice que es lo que más se extraña cuando se está en el exterior. Luego se queja de la humedad, y Traveler le dice que se va a tener que reaclimatar.
Del lado de acá, Capítulo 39
Oliveira no piensa contarle a Traveler que durante la escala en Montevideo, antes de subirse al barco que lo trajo a Buenos Aires, anduvo dando vueltas por la ciudad preguntando por la Maga. Nadie sabía nada y Horacio supuso que entonces ella se había ido a Perugia o Lucca, en Italia. Mientras Oliveira piensa en esto y reflexiona sobre su paso por París, Traveler le habla del circo, del boxeador argentino Lausse y hasta de Juan Domingo Perón.
De otros lados (Capítulos prescindibles), Capítulo 86
El narrador hace referencia a que casi todos los del Club pensaban que era más fácil entender a Morelli por sus citas que por sus “meandros personales”. Acto seguido, copia dos de las citas que anotó Morelli, ambas de Pauwels y Bergier. La primera plantea la pregunta de si habrá algún lugar en el hombre desde el que pueda percibirse la realidad entera. La segunda es una reflexión sobre la lógica binaria del lenguaje en tanto procede del funcionamiento aritmético del cerebro. En ese sentido, se dice que la falencia del lenguaje es evidente y que nunca logra capturar la esencia de las cosas.
Análisis
En esta novena parte encontramos varios capítulos que hacen referencia a la búsqueda literaria de Morelli, perfectamente equiparable a la de Cortázar. Por ejemplo, en el capítulo 94 se habla de una prosa que avanza hacia la simplicidad, que se pudre sintácticamente y que, llegando a su extremo límite, encuentra el territorio de lo elemental. Palabras más, palabras menos, aquí se hace referencia a la necesidad de que la literatura prescinda de los ornamentos lingüísticos como los que proponían las novelas clásicas; la nueva literatura no debe temerle a la simplicidad si eso implica alcanzar ese extracto puro de sustancia literaria, es decir, lo esencial. Esta simplicidad en la obra de Cortázar se traduce en una forma espontánea (incluso, por momentos, desenfrenada) de narrar.
En ese sentido, la narración cortazariana, lejos de tender hacia una forma sintácticamente pulida del lenguaje, busca trasmitir con su espontaneidad la esencia de una realidad vertiginosa y caótica. La pura sustancia literaria será aquello que surja desde las mismísimas entrañas del escritor, sin ningún tipo de tamiz sintáctico o compasión por los lectores. Tomemos como un ejemplo de esto el gíglico, ese idioma basado en palabras espontáneamente inventadas por Oliveira y la Maga, en el que hay una fuerte impronta lúdica respecto del lenguaje. Esta "trasgresión" de las formas tradicionales consituye para Cortázar el desafío de llevar el lenguaje hasta "su extremo límite" para alcanzar ese territorio de lo "elemental". Con respecto a esto, parte de la crítica de Cortázar hacia las novelas clásicas radica en que son meramente descriptivas, demasiado correctas y plagadas de ornamentos del lenguaje, por lo que no alcanzan a trasmitir la verdadera esencia de nada.
Una de las cuestiones más interesantes de estas "morellianas" es que nos presentan a Morelli haciendo una crítica feroz, casi un mea culpa, respecto de su propia obra. Es casi como una forma de arrepentimiento que realiza el anciano escritor en sus últimos años de vida. Luego, en la morelliana 82, Morelli construye metáforas para ilustrar lo que él considera que tendría que ser la escritura: "un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un arquearse cadencioso” (p. 432). Más allá de la explícita simpatía que tenía Cortázar por los gatos, está claro que en este fragmento busca emparentar la escritura a una sensación más que a un proceso intelectual. Luego agrega que él (Morelli) escribe más desde el ritmo que desde el pensamiento, en un claro gesto de complicidad hacia lo instintivo. Por último, en el capítulo 86, Morelli apela a dos citas de los escritores franceses Pauwels y Bergier para preguntarse si existirá para el hombre algún punto desde el cual pueda percibirse la realidad entera (cuestión que desvela a Oliveira particularmene), y para afirmar que el lenguaje nunca podrá capturar la esencia de las cosas (cuestión que Oliveira sabe y que, a pesar de ello, no se resigna a aceptar).
Luego, en el capítulo 99, cuando ya se encuentran todos los miembros del Club en la casa del escritor, Oliveira y Etienne analizan la búsqueda literaria de Morelli. Mientras Horacio dice que, en cierta medida, su búsqueda tiene que ver con la destrucción de la literatura, Etienne profundiza sobre este concepto:
Morelli es un artista que tiene una idea especial del arte, consistente más que nada en echar abajo las formas usuales, cosa corriente en todo buen artista. Por ejemplo, le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra... Cuando leo a Morelli tengo la impresión de que busca una interacción menos mecánica, menos causal de los elementos que maneja; se siente que lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo, sobre todo que el viejo, después de centenares de páginas, ya ni se acuerda de mucho de lo que ha hecho. (pp. 474-475)
Nótese que si cambiáramos el nombre "Morelli" por el de "Cortázar", este fragmento sería perfectamente aplicable a la búsqueda que el autor de Rayuela emprendió con esta novela. Al mismo tiempo, cabe preguntarse si el hecho de intercalarle capítulos opcionales -todos los de la sección "De otros lados (Capítulos prescindibles)"- a una novela de corte más bien realista alcanza a representar verdaderamente una ruptura con ese "libro que se lee del principio al final como un niño bueno". En ese sentido, daría la sensación de que la distancia que existe entre la ambición de Cortázar y el resultado no es poca.
También en esta parte del libro se produce la auto-expulsión de Oliveira del Club de la Serpiente, y su regreso a Buenos Aires. La forma en que detona su relación con los miembros del Club en la casa de Morelli responde a la acumulación de tensiones que propuso Horacio desde el comienzo de la novela, y que encuentra su "gota" definitiva en su destrato hacia la Maga cuando Rocamadour muere. En ese sentido, si bien hasta ese momento varios de los personajes se habían mostrado compasivos frente a la angustia existencial de Oliveira, ahora comprenden que la falta de empatía de Horacio se ha convertido en algo pasivamente agresivo, y que si él no posee ni un ápice de voluntad de salvarse, nadie puede hacerlo por él.
En el capítulo 36 nos encontramos con una descripción del juego de la rayuela. Luego de una breve explicación respecto de cómo se juega, el narrador traza una analogía entre el juego y el camino que debe realizar una persona hasta alcanzar la madurez. En ese sentido, está claro que la rayuela tiene una fuerte carga simbólica, pero esta no se circunscribe al ámbito de la novela, sino que está presente desde la concepción misma del juego. La versión que hoy conocemos de la rayuela proviene del Renacimiento y se inspiró en la Divina Comedia del escritor Dante Alighieri. De esta manera, el niño o la niña que entra en este juego estaría imitando el viaje de Dante, desde el Purgatorio hasta el Paraíso, atravesando diferentes pruebas relacionadas con el infierno. Dicho esto, podríamos decir que el juego de la rayuela absorbe parte de la simbología que tiene la Divina Comedia y alude a la travesía del autoconocimiento, es decir, un viaje introspectivo en el que, luego de atravesar los diferentes pruebas, podemos alcanzar un estado de paz y armonía. Ahora bien, aunque parte de esta simbología está presente en la novela, en el texto de Cortázar la rayuela también simboliza el proceso lúdico que esa introspección demanda. Al mismo tiempo, también da cuenta de la desorientación del hombre respecto de su destino.
En el capítulo 36, justamente, asistimos al "descenso a los infiernos" de Oliveira. El episodio con Emmanuele, la clochard, marca un punto de no retorno en Horacio. De alguna manera, el encuentro sexual con la clochard representa para él un método de purificación. La escena en que Emmanuelle le practica sexo oral a Oliveira se asemeja a un rito de iniciación en el que Horacio "sacrifica" su parte racional para entrar en contacto profundo con lo grotesco de la existencia. Borracho, dejado de lado por sus amigos, consciente del dolor que le produjo a la Maga, Oliveira no tiene más opción que morir y renacer. La eyaculación de Horacio es descrita por Cortázar (sin ningún atisbo de ingenuidad) como un "dejarse ir". Emmanuele le propone un infierno purificador que Oliveira acepta, porque entiende que necesita arder para luego tratar de reinventarse a partir de sus cenizas:
(...) que Emmanuèle se echara poco a poco sobre su amigo borracho y con una lengua manchada de tanino le lamiera humildemente la pija, sosteniendo su comprensible abandono con los dedos y murmurando el lenguaje que suscitan los gatos y los niños de pecho, por completo indiferente a la meditación que acontecía un poco más arriba, ahincada en un menester que poco provecho podía darle, procediendo por alguna oscura conmiseración, para que el nuevo estuviese contento en su primera noche de clochard y a lo mejor se enamorara un poco de ella para castigar a Célestin, se olvidara de las cosas raras que había estado mascullando en su idioma de salvaje americano mientras resbalaba un poco más contra la pared y se dejaba ir con un suspiro, metiendo una mano en el pelo de Emmanuèle y creyendo por un segundo (pero eso debía ser el infierno) que era el pelo de Pola (...) (p. 237).
Esta resurrección de Oliveira (que bajo ningún punto de vista significa evolución) se completa en el capítulo 38, cuando ya ha regresado a Buenos Aires. Una vez allí, lejos de reconciliarse con su ciudad y con la vida que llevaba antes de irse a París, Horacio no deja de pensar en la Maga. Le reconce que lo iluminó sin proponérselo. Aquí vemos un ejemplo claro de eso que Gregorovius le endilgaba a Oliveira: su capacidad de perder cosas para después buscarlas como loco. Piensa en la Maga, piensa en París, piensa en todo lo que ya no tiene. La angustia existencial de Oliveira tiene que ver también con esta encrucijada: buscar como loco algo, encontrarlo, y luego necesitar perderlo para que no se sofoque esa pulsión de búsqueda, ese deseo vital que lo sostiene. Esas fuerzas que conviven en Oliveira y que mencionábamos en las secciones de análisis anteriores (y a las que también podríamos agregar el binomio Cielo-Tierra, los dos extremos del juego de la rayuela, pero también símbolos de la imginación y la realidad respectivamente) comenzarán a tensarse cada vez más, erosionando profundamente la concepción que Horacio tiene de sí, hasta desfigurarla por completo.