Los teléfonos celulares del pretendiente de Makina
Años antes de que Makina emprenda su viaje, un antiguo pretendiente que ha migrado a Estados Unidos visita el pueblo. El hombre se hace el importante y quiere explicarles a la chica y a su propia madre cómo funcionan los teléfonos celulares:
Tenga, jefecita, nomás, le aprieta este botón cuando escuche el tiiiirt y ya verá, sálgase aquí afuerita, y él blandió el otro. Le dio dos palmadas perdonavidas a Makina en el antebrazo y dijo Ni modo, chamaca, un día te tenías que quedar sin trabajo, observa y aprende. El sujeto apretó un botoncito y esperó el tut tut de la línea, pero esta no llegó. Sonrió restándole importancia, No le aunque, dijo, En éstos ya no suena así. Y procedió a marcar el número del celular que su madre sostenía junto a su oído del otro lado de la pared. Se oyeron, eso sí, los tit tit tit cuando oprimía cada botón (...) Pero luego de los tit tit siguió solo silencio (31).
El uso de onomatopeyas y su contraste con el silencio final para crear estas imágenes auditivas aumenta la ridiculez y el tono burlón de la escena. Makina es especialista en comunicaciones, ya que su trabajo es manejar la centralita telefónica de la región, pero el hombre cree que sabe más que ella y se pone en el lugar de autoridad, ostentando sus teléfonos celulares. Es por eso que, al final, cuando ella le hace entender que los teléfonos no funcionarán porque ahí no hay señal, el hombre se avergüenza profundamente.
El estadio de beisbol
En el capítulo 4, Makina se adentra en un estadio de beisbol para entregarle al señor Pe el paquete enviado por el señor Hache. Este espacio remite al cerro de obsidiana característico de la tercera región del Mictlán, el Itztépetl, y para crear la referencia el texto se vale de potentes imágenes visuales:
El muchacho más moreno que había visto en su vida le señaló un pasillo a Makina. Caminó por él, hacia la luz. Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un inmenso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidianas erizado de pedernales, relucientes y afilados (41)
La descripción del espacio destaca los colores negro y verde oscuro, típicos de la piedra, y su brillo cortante.
El cielo y el viento en la ciudad de frontera
Tras haber entregado el paquete del señor Hache, Makina se dispone a encontrar a su hermano, para lo cual debe recorrer la laberíntica ciudad de frontera. Desde los capítulos 5 y 6, el ambiente se vuelve muy frío y el cielo se pone colorado, en sintonía con las descripciones míticas del Itzehecáyan y el Paniecatacoyan. Se destaca, pues, un trenzado de imágenes visuales que remiten al color rojo y de imágenes táctiles que remiten a la baja temperatura para describir este ambiente: "conforme avanzaba el cielo se ponía más rojo y el aire comenzaba a helarse" (46); Makina debe "surcar en solitario el frío" (47), un frío "cada vez peor, que la hurgaba con insolencia" (48), tanto que necesita refugiarse de la "borrasca gélida" (50) metiéndose en un cajero automático.
Los pasos de Makina y el trino de los pájaros
Justo antes de desprenderse definitivamente de su cuerpo, al inicio del capítulo 9, Makina deja sus últimas huellas y percibe unos últimos sonidos:
Llegó a un parque que se henchía de pájaros antes de ir a dormir. Lo atravesó por el medio, no por la banqueta que lo circundaba, y al andar sus pies –pat, pat, pat– dejaban huella sobre la tierra. La tarde se nubló hasta que fue imposible ver más allá del paso siguiente, sin embargo Makina no se detuvo: caminó rápidamente –pat, pat, pat– orientándose por los árboles saturados de trinos (70)
Estas frases incluyen imágenes auditivas de sus pasos, que todavía producen un sonido expresado por la repetición de la onomatopeya "pat". Makina también escucha un potente trinar de pájaros, una de las últimas sensaciones que tendrá antes de entrar a la última región y desencarnarse por completo.