La obra de Yuri Herrera es asociada con frecuencia a la narcoliteratura, también llamada literatura del narco. Se trata de un género literario contemporáneo que reúne obras, en su mayoría novelas, escritas en diferentes países de las Américas, y que giran en torno al tráfico de drogas, la trata de personas, la transgresión a la ley, el desarrollo de redes paraestatales, los usos de la violencia y la corrupción. Por lo demás, la narcoliteratura puede pensarse como una línea de la narcocultura o la creación de objetos artísticos –música, fotografías, series, películas y más– que retratan el mundo de la producción y el tráfico de drogas ilegales, sus agentes y participantes, sus víctimas y sus efectos políticos, económicos, sociales, culturales.
Si bien el género ha tenido un apogeo en las primeras décadas del siglo XXI, es posible rastrear antecedentes importantes de la narcoliteratura en las producciones americanas del siglo XX, y cabe resaltar que la temática también es abordada bajo la forma de la crónica y del periodismo narrativo. Por ejemplo, en 1967, en México, se publica Diario de un traficante, de Ángelo Nacaveva (pseudónimo), novela que cobra la forma de un diario íntimo para contar la historia de un periodista que se convierte en traficante de heroína. Ya en los años noventa, se destacan Contrabando (1991), del también mexicano Víctor Hugo Rascón Banda, y Noticia de un secuestro (1996), del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Esta última narra el trasfondo de una serie de secuestros comandados por el cartel de Medellín. Otra publicación fundamental es Rosario Tijeras (1999), de Jorge Franco, ya que se trata del primer relato ficcional que combina una historia de amor con la violencia y el drama social del narcotráfico en la ciudad de Medellín. Estas narrativas son algunas de las precursoras principales de lo que pocos años más tarde pasa a llamarse narcoliteratura, pues sientan las bases formales, estilísticas y temáticas del género.
Ya en el siglo XXI, la narcoliteratura se convierte en un éxito editorial: proliferan las novelas del género, sobre todo en México y Colombia, países donde el narcotráfico cuenta con muchísimo poder. De hecho, de acuerdo con un estudio realizado en la Universidad Nacional Autónoma de México, las narconovelas constituyen el 12% de la producción literaria mexicana entre 2015 y 2020. Algunos de los títulos mexicanos más celebrados son Balas de plata (2008), de Élmer Mendoza, y Fiesta en la madriguera (2010), de Juan Pablo Villalobos. Por su parte, en Colombia se destacan Delirio (2004), de Laura Restepo, y varias novelas de Andrés López López. También se publican grandes obras en otros países, e incluso en Europa: La reina del sur (2002), del español Arturo Pérez-Reverte, es una de las más celebradas del género.
Yuri Herrera ha sido ligado a la narcoliteratura desde la publicación de su primera novela, Trabajos del reino (2003). En ella, un compositor de música popular reconstruye la vida de lujos y excesos de un cártel mexicano. En Señales que precederán al fin del mundo también aparece el universo del tráfico: aunque no se explicitan detalles sobre el negocio ni sobre las vidas de los implicados, la protagonista puede realizar su viaje a través de la frontera gracias a la protección de cuatro duros, es decir, de cuatro jefes narco. Ahora bien, la crítica señala que, si bien, por afinidad temática, la prosa de Herrera pertenece a la narcoliteratura, también se distingue de la mayor parte de las obras del género. Esto se debe a que el autor usa un lenguaje muy lírico, que construye alegorías y dimensiones fantásticas, y que sus narrativas exploran la condición humana, yendo mucho más allá de la realidad puntual del narcotráfico. Es por ello que, como sostienen Christopher Domínguez Michael y Martín Lombardo, entre otros, las novelas de Yuri Herrera pertenecen a la narcoliteratura pero también la superan, constituyéndose como grandes obras de la literatura contemporánea en general.