Señales que precederán al fin del mundo

Señales que precederán al fin del mundo Símbolos, Alegoría y Motivos

El cruce de la frontera (Alegoría)

Señales que precederán al fin del mundo se despliega como alegoría, ya que coexisten dos niveles en la obra: se narra un viaje literal y un viaje simbólico. En el primer plano, Makina cruza la frontera entre México y Estados Unidos para buscar a su hermano, y en el camino debe lidiar con el entramado de narcotráfico y violencias que suelen caracterizar la migración masiva a través de ese límite geográfico.

Este primer nivel de la narración puede ser leído como alegoría del segundo, en el que se cuenta el pasaje de la vida a la muerte de la protagonista, en sintonía con el mito mexica del descenso al Mictlán. Cabe recordar que el propio autor afirma haber estudiado el mito y haberlo usado como estructura narrativa a la hora de escribir esta novela.

El morral (Símbolo)

Al final del capítulo 3, se destaca la importancia de los morrales para los migrantes. El morral simboliza aquí la identidad en tránsito de aquellos que cruzan la frontera, ya que guarda elementos relacionados con sus orígenes y objetos necesarios para la supervivencia en el nuevo territorio. De acuerdo con la novela, estos morrales cargan amuletos para la suerte, instrumentos musicales, como el violín huapango y el arpa jaranera, característicos de la música mexicana, y fotos de seres queridos, pero también transportan elementos como abrigo, dinero y navajas, necesarios para protegerse.

La obsidiana (Símbolo)

La novela retoma la simbología mexica en torno a la obsidiana, piedra volcánica de color negro o verde muy oscuro. Se trata de un elemento abundante y frecuente en el camino al Mictlán, porque es un símbolo asociado a la violencia, al sacrificio, a la guerra, y representa que toda transformación es ardua y dolorosa. También remite a la tierra, ya que se produce en su interior, a partir del magma. Como elemento narrativo, la obsidiana marca diferentes espacios peligrosos para los muertos –en este caso, de Makina–, como el estadio descrito en el capítulo 4. Este estadio remite al cerro mitológico del Itztépetl, que está cubierto por obsidiana filosas, y cuyo propósito es desgarrar a los muertos a medida que esos lo escalan.

El laberinto (Motivo)

Tatiana Calderón Le Joliff (2017) afirma que, en el viaje de Makina, la frontera adquiere una forma laberíntica. En efecto, varios espacios de la novela son descritos como laberintos. Por ejemplo, en el capítulo 9, Makina y Chucho recorren "un pequeño laberinto de callejas" (71). Esta forma se relaciona con el camino desorientado y no lineal que recorre la protagonista a medida que se despoja de su identidad previa.

La crítica explica que, como motivo literario, el laberinto encierra a los personajes en una estructura que parece caótica pero que, de todos modos, ofrece una apertura hacia la flexibilidad porque, a medida que lo recorren, se transforman. Las conexiones entre el laberinto y la metamorfosis pueden leerse en clásicos de la literatura universal, como los relatos mitológicos griegos en torno al Minotauro de Creta, y en obras latinoamericanas como El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Por lo demás, uno de los autores que más ha reflexionado sobre este motivo es el argentino Jorge Luis Borges.

El reloj (Símbolo)

En las líneas finales de la obra, cuando se completa la transformación de Makina, esta se encuentra descorporeizada: ya no tiene sensaciones ni emociones físicas. Este momento parece indicar que su espíritu se ha liberado, finalmente, de la carne, y está entrando en el descanso eterno que supone el Micltán para los muertos. Esa idea de eternidad se refleja en su pérdida de la noción del tiempo, que, a su vez, está simbolizada por los relojes: tiene un ataque de pánico "por un segundo –o por muchos; no podía saberlo porque no tenía reloj, nadie tenía reloj..." (72).