Resumen
Capítulo 7: El lugar donde son comidos los corazones de la gente
Makina se encuentra con su hermano en la base militar. El chico viste un uniforme de soldado. Al principio no se reconocen: son como espectros. En parte, se parecen a quienes eran antes, pero, en parte, son muy diferentes. Salen a la calle para conversar. Él le cuenta que, tras haber descubierto que no había un terreno para reclamar, pasó hambre y dificultades, hasta que la mujer del restaurante le dio refugio. En principio, él pensaba regresar a casa, pero "después del fiasco del terreno tenía vergüenza de volver" (59). Luego le cuenta a la protagonista lo que le ocurrió tras conocer a la mujer agüitada.
La mujer lo llevó a su casa y le presentó a su familia: el marido, una hija pequeña y un hijo adolescente. El chico era malhumorado y tenía más o menos la misma edad que el hermano de Makina. Había tomado la decisión de alistarse en el ejército "para probarse como hombre" (59) y sin consultarlo con sus padres. En pocos días lo enviarían a una guerra del otro lado del mundo. Aunque era mayor de edad, tenía "gestos de niño" (60). La familia le propuso al hermano de Makina un trato: hacerse pasar por el chico, ir a la guerra en su nombre y quedarse con su identidad y sus documentos estadounidenses. Además, le prometieron dinero. El hermano aceptó, pues creía que formar parte del ejército más poderoso del mundo le garantizaría volver sano y salvo.
La mañana que se presentó en el cuartel sentía mucho miedo, pero sabía que no había vuelta atrás. Los militares lo recibieron con desconfianza porque su aspecto físico no encajaba con su nuevo nombre. Luego fue a la guerra en un país muy lejano, en otro continente. Makina quiere saber cómo es eso. Él le cuenta que no es como en las películas, que se pasa mucho tiempo encerrado y que en las batallas no se sabe quién es el enemigo. Además, dice, es muy duro perder a los compañeros, y es necesario creer que el enemigo es culpable para poder matarlo. Ella le pregunta si lo han herido; él responde que no. También le dice que nunca le gustó lastimar a otros.
Al volver de la guerra, el muchacho se presentó en la casa de la familia. Estos se sorprendieron por verlo regresar sano y salvo. El padre le dijo que no tenía el dinero que le habían prometido, pero la madre intervino y le aseguró que cumplirían con el acuerdo. La familia decidió irse a vivir a otro lado para evitar problemas. Le pagaron menos de lo que habían prometido, pero para él la suma seguía siendo alta.
En este momento de la conversación, aparece otro soldado, compañero del hermano de la protagonista. Conversan un poco; el muchacho solo usa verbos conjugados en el futuro, aunque está narrando hechos sucedidos la noche anterior. Es otro joven mexicano y, para practicar el inglés, usa un tiempo verbal diferente cada día.
El hermano le dice a Makina que no regresará a México: ha peleado por la gente del otro lado de la frontera y quiere seguir en el ejército para entender por qué pelean. Antes de irse, le da a su hermana un poco de dinero, que ella acepta mecánicamente. Se abrazan, pero casi como si no fueran hermanos. La despedida parece más formal que afectuosa. Cuando el chico se va, Makina lee la carta escrita por la Cora: "Ya devuélvase, decía, en la letra irregular de la Cora, no esperamos nada de usted" (64).
Análisis
Este capítulo remite al espacio infernal del Teyollocualóyan en la mitología mexica. Se trata del lugar donde se come el corazón de la gente, una región habitada por fieras salvajes que abren el pecho de los muertos para comerles el corazón. En estas etapas finales del descenso al Mictlán se va completando el proceso de descorporeización de los muertos: de a poco se desencarnan, pierden la materia corporal para que su espíritu o tonalli pueda acceder a los patrones de la muerte al final del trayecto. En sintonía, el título de este capítulo es "El lugar donde son comidos los corazones de la gente".
En el plano literal, Makina visita una base militar, donde encuentra a su hermano convertido en soldado. La violencia y la guerra se exponen como elementos constitutivos de los Estados Unidos. Aquí, las fuerzas militares representan la cultura de la violencia estadounidense y ponen de manifiesto que, al estar en ese territorio, el cuerpo y la identidad de la protagonista están bajo constante amenaza; directa o indirectamente, Makina es atacada por su condición de migrante mexicana en la zona fronteriza.
En efecto, en este capítulo se potencia el proceso de transformación identitaria de la protagonista, al tiempo que Makina confirma que su hermano ha cambiado para siempre. El chico ha modificado su identidad, asumiendo el nombre, la historia de vida y el destino de un joven estadounidense y, así, ha pasado a formar parte del ejército de ese país. Cabe señalar la violencia contenida en la historia de este cambio identitario. Como se ha mencionado, la fuerza legal del Estado sobre las zonas fronterizas impone diferencias entre ciudadanos cuyas vidas deben ser protegidas y sujetos calificados como migrantes ilegales, cuyas vidas son entendidas como no valiosas. Esto se puede ver con extrema nitidez en el complejo paralelismo entre el hermano de la protagonista y el hijo de la mujer agüitada. Ambos tienen aproximadamente la misma edad, son prácticamente adolescentes, pero el segundo es protegido, tiene permiso para ser frágil, mientras que el primero es expuesto a la crueldad, la violencia y el peligro de la guerra. Los padres del primero le ponen un precio a la vida del segundo: le ofrecen dinero para que se arriesgue a morir en lugar de su hijo, que se ha alistado en el ejército por voluntad propia.
Aunque el cuerpo del hermano de Makina no ha sido herido en la guerra, sí está lastimada su subjetividad. El trauma ocasionado por ver morir a sus compañeros y por la necesidad de deshumanizar al enemigo para matarlo deja una huella profunda en el muchacho. Es por ello que, al contarle a su hermana que regresa sano y salvo, él no siente ni "orgullo ni alivio" (61). Curiosamente, decide quedarse allí, en la frontera, como soldado, y explica: "Ya peleé por esta gente. Debe de haber algo por lo que pelean tanto. Por eso me quedé en el ejército, mientras averiguo de qué se trata" (63). Así, da cuenta de la estrecha relación entre la cultura estadounidense y la guerra. La decisión es tan contundente que Makina ni siquiera le entrega el mensaje enviado por la Cora, donde la madre le pide al hijo que regrese.
El hecho de que el hermano se quede en esta base militar permite pensar que está atorado en la frontera entre la vida y la muerte: no vuelve a su pueblo natal, pero tampoco avanza, como lo hará su hermana. No regresa plenamente a la vida, pero tampoco se dirige hacia el final del Mictlán. Es posible entender que el efecto de las experiencias traumáticas lo deja estancado en esa necesidad de darle una explicación a tanta brutalidad, crueldad y violencia. De manera concisa pero significativa, el soldado amigo que aparece brevemente mientras los hermanos conversan parece demostrar esa suspensión, ese estar detenidos en un mismo núcleo del espacio y del tiempo, sin avanzar. Esto se debe a que el amigo usa verbos en futuro para relatar hechos del pasado. "Anoche iré al bar que nos dirán (...). Habrá muchas mujeres, estarán muy guapas, y a todas les gustará el uniforme (...). Hablaré, hablaré toda la noche, me dará su teléfono, la besaré un poco..." (62), comenta el chico al narrar lo que parece haber ocurrido la noche anterior. Esta superposición o confusión de temporalidades construye una atmósfera donde el tiempo parece suspendido en un eterno presente que no avanza.
Resulta relevante observar que, en sintonía con la dualidad constante de la novela, en este capítulo, el corazón remite a una parte del cuerpo, al mismo tiempo que funciona como un símbolo del afecto, del amor y de las emociones. Como se ha mencionado, en el plano mitológico Makina llega a este nivel para profundizar ese proceso de descorporeización, y su corazón, en tanto que órgano, es arrancado de su pecho. En el plano literal, la extirpación se produce cuando el hermano la despide de manera desafectada, sin demostrar cariño. Para la protagonista, "Fue como si le arrancara el corazón, como si se lo extirpara limpiamente y lo pusiera en una bolsa de plástico y lo guardara en el refrigerador para comérselo después" (63). Los efectos que la guerra ha generado en su hermano, ahora convertido en espectro, son los responsables por esta pérdida del corazón de la protagonista. En última instancia, es Estados Unidos, simbolizado por la guerra, el agente que arranca los corazones de estos hermanos y trastoca sus identidades para siempre.