Estoy muerta, se dijo Makina cuando todas las cosas respingaron: un hombre cruzaba la calle a bastón, de súbito un quejido seco atravesó el asfalto, el hombre se quedó como a la espera de que le repitieran la pregunta y el suelo se abrió bajo sus pies: se tragó al hombre, y con él un auto y un perro, todo el oxígeno a su alrededor y hasta los gritos de los transeúntes. Estoy muerta, se dijo Makina, y apenas lo había dicho su cuerpo entero comenzó a resistir la sentencia y batió los pies desesperadamente hacia atrás, cada paso a un pie del deslave, hasta que el precipicio se definió en un círculo de perfección y Makina quedó a salvo.
Las primeras palabras de la novela anuncian uno de sus temas fundamentales, la muerte, ya que a protagonista se dice a sí misma que ha muerto. Desde este punto, todo el relato se despliega en dos dimensiones. Por un lado, podemos interpretar que, en efecto, la vida de Makina acaba en el plano terrenal y comienza su descenso hacia el Mictlán, en sintonía con la mitología mexica que Herrera utiliza como base narrativa. Por el otro, podemos entender este episodio como una muerte simbólica, ya que, al migrar a Estados Unidos, la joven abandonará su identidad previa y pasará a ser otra.
Tal como explica el crítico Edgardo Íñiguez, "La ambigüedad de las líneas iniciales, generada por la polisemia característica del texto, crea un efecto fantasmagórico en el lector, puesto que no queda del todo claro si la muerte de la protagonista tiene lugar efectivamente o se trata de una muerte en sentido figurado, de algún tipo de sobresalto" (2019, 236). Es importante recordar que estas dos interpretaciones no son excluyentes, sino que se sostienen en simultáneo: la historia de Makina es, al mismo tiempo, el cruce de la frontera entre dos países y la transformación que implica la muerte.
Asimismo, cabe destacar la importancia de la tierra en estas líneas iniciales, en relación directa con el título del primer capítulo ("La Tierra"). Aquí se produce un terremoto o temblor que abre un gran agujero en el suelo y se traga a un hombre, un perro y un automóvil. Esto simboliza la entrada de la protagonista al inframundo que, en la cosmogonía mexica, es el espacio que transitan los muertos.
Una no hurga bajo las enaguas de los demás.
Una no se pregunta cosas sobre las encomiendas de los demás.
Una no escoge cuáles mensajes lleva y cuáles deja pudrir.
Una es la puerta, no la que cruza la puerta.
A esas reglas se atenía y por eso la respetaban en el Pueblo. Estaba a cargo de la centralita con el único teléfono en kilómetros y kilómetros a la redonda.
Makina trabaja como operadora del único teléfono disponible en una gran zona, por lo que cumple una función como mensajera. Su trabajo permite diversos tipos de comunicación entre distintas personas: canaliza desde mensajes de amor hasta negociaciones políticas. Dado que, al no entrometerse en las comunicaciones ajenas, se atiene a reglas de profesionalismo y objetividad, la protagonista es muy respetada. Cabe destacar que su función de mensajera se actualiza a lo largo de la historia, ya que cruza la frontera, precisamente, para llevar dos encargos: el mensaje de la Cora para el hermano y el paquete del señor Hache. Es interesante observar, pues, que ella misma se define como "puerta", como instancia de pasaje, de cruce y de transformación. Makina es un personaje fronterizo.
Otro elemento fundamental de la novela que se pone de manifiesto en esta cita es la mezcla de voces: la voz del narrador se mezcla con la de la protagonista, y el texto no usa ningún signo de puntuación para separarlas. Esto nos permite pensar que, a pesar de ser una historia narrada en tercera persona, el punto de vista está estrechamente ligado al de la protagonista.
Makina se volvió hacia él, lo miró directamente a los ojos para que supiera que lo que venía no era accidental, se puso un dedo en los labios, calladito, eh, y con la otra mano prensó el dedo del medio de la mano con que la había tocado y lo dobló hasta acercarlo a un par de centímetros de su reverso; todo esto en un segundo. El aventurero se arrodilló de dolor en el poco espacio que había entre su asiento y el de enfrente y abrió la boca para gritar, pero antes de que la orden llegara a su cerebro Makina ya había insistido con su dedo en los labios, calladito eh; lo dejó acostumbrarse a la idea de que una mujer lo tenía jodido y luego le susurró, acercándosele mucho No me gusta que me manoseen pinches desconocidos ¿puedes creerlo?
Cuando Makina comienza su viaje hacia la frontera, toma un autobús desde la Ciudad de México. En la fila para comprar su pasaje, un hombre se le acerca demasiado, al punto tal que le habla y ella siente que su aliento le roza el cuerpo. Dentro del autobús, el hombre se sienta a su lado y comienza a tocarla de manera abusiva. La protagonista ya ha padecido este tipo de abusos y sabe defenderse. Tal como se narra en la cita, hace uso de la fuerza física y verbal para que el hombre deje de abusar de ella.
Este episodio se destaca por dos motivos. Por un lado, Señales que precederán al fin del mundo es una novela protagonizada por una mujer, y da cuenta de que la violencia sexual y de género son frecuentes y sistemáticas. Por el otro, Makina no es retratada como una víctima pasiva de tales violencias, sino que se presenta como un personaje femenino fuerte, inteligente, con agencia, con la capacidad de enfrentar el mundo por sus propios medios. Así, es una mujer joven que viaja sola y, por lo tanto, vive situaciones peligrosas, pero también tiene herramientas psíquicas y físicas para protegerse y evitar que tales violencias la lastimen o la definan.
Apenas habían sido unas decenas de metros, pero al mirar el cielo a Makina le pareció que ya era otro, más lejano o menos azul.
Makina, gracias a la ayuda de Chucho, atraviesa un río que establece de manera puntual el límite entre México y Estados Unidos. La novela no menciona el nombre de este cauce de agua, pero es posible que se refiera al Río Bravo, accidente geográfico que se extiende al Este de esta frontera.
En esta cita se pone de manifiesto que, aunque solo se ha desplazado unos pocos metros, ya ha comenzado el proceso de transformación de la protagonista: ya no está en su tierra natal, ya ha cruzado al otro lado. Esto se evidencia en su percepción del entorno: el cielo se ve diferente. Retomando la base mitológica de la novela, es posible pensar que este cambio en el aspecto del cielo se deba a que la protagonista comienza su descenso al inframundo, se adentra en la tierra, y por lo tanto, el firmamento está cada vez más lejos.
una linterna pequeña color azul metálico, para la oscuridad que se ofreciera,
una blusa blanca y una bordada en colores, por si se atravesaba pachanga,
tres braguitas para andar siempre con una limpia aunque tardara en hallar lavadero,
un diccionario latino-gabacho (cosas de viejos para viejos esos libros, achacosos no bien dejan la imprenta, sí, pero que auxilian como la gente que no sabe bien dónde queda una calle y sin embargo señala con el dedo en la dirección correcta),
un dibujo que había hecho su hermanita donde estaban ella, Makina y la Cora en orden ascendente de abajo arriba y de izquiera a derecha en trazos gruesos y rotundos,
un jabón de xithé,
un lápiz labial menos morado que duradero y
de itacate: alegrías de amaranto y palanquetas de cacahuate.
Ella se iba para nomás volver, por eso llevó apenas estas cosas.
Al final del capítulo 3, la narración se detiene en la importancia de los morrales que llevan aquellos que atraviesan la frontera. Estos funcionan como elementos simbólicos que representan la identidad de origen de los migrantes y la incorporación de elementos para sobrevivir en el nuevo territorio.
El morral de Makina tiene algunas particularidades, ya que, a esta altura del viaje, ella todavía cree que regresará a su pueblo natal y, por lo tanto, no carga demasiadas cosas. De hecho, su provisión de alimentos (su "itacate") es muy escasa: lleva apenas unos dulces y unos frutos secos. Sus objetos, de todos modos, resultan significativos. Lleva una linterna, pues está preparada para encontrarse con la oscuridad, y es posible relacionar la ausencia de luz con el inframundo al que desciende. También va preparada para ir de fiesta, ya que lleva una blusa colorida y un lápiz labial, por lo que sabe que no todo serán penurias en este trayecto. Su preocupación por la higiene personal se nota al observar que lleva suficiente ropa interior y jabón, y esto da cuenta de que todavía está encarnada en su cuerpo. Asimismo, se destaca su diccionario español-inglés, herramienta que le sirve no solo para su propia comunicación, sino también para continuar funcionando como mensajera. Makina no lleva fotos de sus seres queridos, como otros migrantes, pero sí carga un dibujo de su hermanita.
Son paisanos y son gabachos y cada cosa con una intensidad rabiosa; con un fervor contenido pueden ser los ciudadanos más mansos y al mismo tiempo los más quejumbrosos aunque a baja voz. Tienen gestos y gustos que revelan una memoria antiquísima y asombros de gente nueva. Y de repente hablan. Hablan una lengua intermedia con la que Makina simpatiza de inmediato porque es como ella: maleable, deleble, permeable, un gozne entre dos semejantes distantes y luego entre otros dos, y luego entre otros dos, nunca exactamente los mismos, un algo que sirve para poner en relación.
Esta cita pertenece al capítulo 5. Makina ha llegado a la ciudad donde debe entregar el paquete del señor Hache y donde espera encontrar a su hermano. Se trata de una ciudad caótica y desprolija ubicada en el lado estadounidense de la zona fronteriza. En sintonía, los habitantes del lugar son también personajes fronterizos: mezclan hábitos y costumbres paisanas (es decir, mexicanas) y gabachas (es decir, estadounidenses). Sus gestos traen la memoria ancestral de los pueblos indígenas, pero también están en contacto con novedades occidentales. Resulta fundamental resaltar que esta mezcla aparece destacada como característica fundamental de la lengua que hablan las personas de la frontera. Es una lengua "intermedia", que se parece a Makina porque es flexible y combina elementos de diversas culturas; como la protagonista, la lengua de la frontera está hecha de cruces y transiciones.
Ninguno de los dos reconoció de inmediato al espectro que tenía enfrente. De hecho Makina se puso de pie, saludó y comenzó a articular un agradecimiento y una pregunta antes de reparar en el insólito parecido que el soldado tenía con su hermano y en la manera definitiva en que se diferenciaba; era como él, de frente huidiza y pelos tiesos, pero descolorido y más robusto. En la misma fracción de segundo comprendió que aquello era un error, que ese era su hermano, pero también que eso no reparaba el equívoco.
Estas líneas narran el comienzo del encuentro entre Makina y su hermano en la base militar, y ponen de manifiesto la cuestión de la identidad en relación con la migración, temas centrales de esta novela. A los hermanos les cuesta reconocerse porque cruzar la frontera los ha modificado; son los mismos, pero a la vez son distintos. Cabe recordar que, como se detalla en ese mismo capítulo, esta transformación no se da apenas en el aspecto físico, sino que el hermano también ha asumido un nuevo nombre, tomando la identidad de un chico estadounidense. Algo semejante ocurrirá con Makina en el capítulo final, cuando le entreguen un legajo que lleva su foto pero un nuevo nombre, un nuevo lugar de origen, nuevos números de identificación.
Asimismo, este cambio de identidad se presenta como una muerte simbólica y, en ese sentido, vuelve a cobrar relevancia el mito del descenso al Mictlán. Cabe resaltar que, al verse por primera vez, los hermanos son "espectros", es decir, espíritus o fantasmas, en lugar de personajes plenamente vivos. Para los mexicas, la muerte es un proceso de transformación identitaria. No se trata de un final, sino de un punto de inflexión a partir del cual los seres realizan un viaje en el que poco a poco dejan de ser quienes han sido en el plano terrenal.
Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que vinimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. Los que llenamos de olor a comida sus calles tan limpias, los que trajimos la violencia que no conocían, los que transportamos sus remedios, los que merecemos ser amarrados del cuello y los pies; nosotros, a los que no nos importa morir por ustedes, ¿cómo podía ser de otro modo? Los que quién sabe qué aguardamos. Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros.
En el capítulo 8, Makina se ha despedido de su hermano y es detenida en la calle por un violento policía estadounidense que la hace arrodillarse junto a otros migrantes. El policía les grita, los denigra y los amenaza con una pistola. En determinado momento, le saca un libro a uno de los hombres arrodillados y le exige que escriba por qué cree que se encuentra en esa situación. El hombre está demasiado nervioso y no puede hacerlo, pero Makina toma el papel y el lápiz y escribe el texto aquí citado.
El texto de Makina define un nosotros colectivo en el que ella se reconoce parte del grupo de los migrantes. Las frases son muy potentes porque retoman la perspectiva racista, xenófoba y clasista mediante la cual los estadounidenses definen a los migrantes y, al mismo tiempo, la denuncian. Así, tal como en los estereotipos, la identidad migrante aparece relacionada con la violencia, la criminalidad, la suciedad, la explotación, la muerte, la barbarie. Pero Makina es estratégica al escribir estas palabras: le dice al policía aquello que él quiere oír (que los migrantes son un cúmulo de características negativas) y, en el mismo gesto, expone cuán violento e inhumano es definir a las personas en estos términos. Gracias a su escritura, la protagonista y los otros que están allí arrodillados quedan libres.
Sobre la puerta había un cartel que decía Jarcha (...). El antro era como el cuarto de un sonámbulo: concreto y distante, algo irreal pero vívido; había mucha gente, muy tranquila, todos fumaban, y aunque no se veían troneras ni se percibían corrientes el aire no era hediondo. Como una tonada venida de otros tiempos, una repentina aprensión la hizo temer que algo terrible de pronto sucedería. Algo va a pasar, algo va a pasar. Se crispó en amor a su piel mas la crispación cedió pronto como arrullada por el único sonido claro y distinguible en el antro: hasta ahora lo notaba: no había música ni conversaciones, sino el correr enérgico de ríos subterráneos que le recordó que hacía mucho no se había bañado, y sin embargo no estaba sucia ni olía mal -no olía a nada.
Esta cita es una descripción del último espacio en el que entra Makina, guiada por Chucho, al final de la novela. En primer lugar, es importante observar que la puerta de entrada a este espacio lleva un cartel con la palabra "jarcha", término que se repite varias veces a lo largo de la novela. Como explica Margarita Remón-Raillard, el sustantivo "jarcha", incluido en diferentes diccionarios de la lengua española, proviene del árabe y significa salida, pero el verbo "jarchar" es un neologismo creado por Herrera a partir de ese sustantivo. En la novela, ambas palabras denotan el proceso de irse, pero también el de atravesar fronteras y el de transformarse.
En efecto, en este espacio final, Makina termina su viaje pero no desaparece para siempre, sino que sigue en transformación. Aquí podemos identificar distintos elementos que remiten al mito del descenso al Mictlán. En primer lugar, para llegar a este antro, la joven debe bajar muchos peldaños de una escalera caracol. En segundo lugar, el antro está lleno de humo, tal como el noveno y último espacio del viaje mitológico. En tercer lugar, aquí parece concretarse la desmaterialización de su cuerpo: no está sucia, no tiene olores y aunque por un momento se aferra a su piel, de inmediato se relaja y la deja ir.
Cuando alzó los ojos el hombre ya no estaba y le dio un breve ataque de pánico, sintió por un segundo -o por muchos; no podía saberlo porque no tenía reloj, nadie tenía reloj- que el tumulto de tantas cosas que se agolpaban con las nuevas la sobrepasaría; mas un segundo después -o muchos- dejó de sentir la pesadez de la incertidumbre y de la culpa: evocó a su gente como a los contornos de un paisaje amable que se difumina, el Pueblo, la Ciudadcita, el Gran Chilango, aquellos colores, y entendió que lo que le sucedía no era un cataclismo; lo comprendió con todo el cuerpo y con toda su memoria, lo comprendió de verdad y finalmente se dijo Estoy lista cuando todas las cosas del mundo quedaron en silencio.
Esta cita se corresponde con las líneas finales de la novela, y da continuidad a la anterior. Tras recibir el legajo con los datos de su nueva identidad, Makina tiene un ataque de pánico que desencadena la consumación de su transformación. Además de estar desencarnada, es decir, de ya no ser más un cuerpo, ha perdido la noción del tiempo, simbolizado aquí por los relojes que no existen en este espacio. A medida que va aceptando esta realidad -no como una catástrofe sino como un destino-, la protagonista se relaja, se libera y recuerda con cariño su tierra natal y a sus seres queridos. Así, parece despedirse de la vida, al menos tal cual la ha conocido hasta el momento. Por último, afirma estar lista y se genera un absoluto silencio.
En sintonía con la dualidad constante de la novela, el silencio final puede interpretarse de dos maneras. Es posible pensar que Makina ha muerto de manera literal y, por lo tanto, ya no puede percibir el mundo a través de sus sentidos (no hay más olores, no hay más sonidos). Esta línea se conecta directamente con la base mitológica de la novela: en este punto, la protagonista ha llegado al Mictlán. Por otra parte, también es posible pensar que la muchacha ha aceptado su nueva identidad de migrante, que esta transformación es una muerte simbólica de su identidad previa y que, como su hermano y tantos otros, se quedará a vivir del otro lado de la frontera. Como se ha mencionado, ambas dimensiones coexisten en este relato, no son excluyentes y no es necesario que los lectores elijamos una o la otra. La novela es especialmente interesante porque las dos interpretaciones se mantienen válidas en simultáneo.