Joseph se apellida Grand (“grande” en francés), pero vive una existencia mediocre. (Ironía situacional)
Joseph Grand se presenta al comienzo como un modesto empleado de unos cincuenta años, insignificante a primera vista, común a cualquiera de los hombres que habitan Orán. Su salario es mediocre, fue abandonado por su pareja y se lo muestra como un hombre profundamente infeliz y frustrado.
Cabe aclarar que esta ironía inicial se resuelve más adelante de forma tal que se termina haciendo honor a su apellido. En primer lugar, Grand detiene a Cottard cuando pretende quitarse la vida. De manera desinteresada, se ofrece a cuidarlo, aunque apenas conoce. Desde ese momento, abandona su vida gris para convertirse en uno de los hombres ejemplares del relato, que se rebela contra el absurdo de su propia existencia y encuentra el sentido de la vida en el trabajo para los otros. Grand se vuelve uno de los personajes clave en el equipo de voluntarios que combate la peste, llegando a poner en riesgo su vida al ser infectado, aunque finalmente se recupera.
De este modo, lo que en los primeros capítulos es una ironía, es decir, el hecho de que el personaje con la existencia y presencia más ordinaria y pequeña de la novela se apellide Grand, deja de serlo a partir de que su grandeza se activa y despierta en sus actos de solidaridad.
Grand afirma que su obra literaria le impide caer en la locura, pero está obsesionado con ella. (Ironía situacional)
A partir del primer mes de la pandemia, el pánico se apodera de Orán. Rieux y Grand caminan por las calles y se chocan con un hombre visiblemente alterado a quien Grand llama “loco” (p.87), uno de los tantos locos que se están multiplicando en la ciudad a partir de la peste y el encierro. Grand afirma que tiene su trabajo literario para ocuparse, y da a entender que eso le impide caer él mismo en la locura. Explica con cierta obsesión su deseo de que la obra literaria que está creando sea perfecta, que los editores la lean y que cuando terminen de hacerlo se quiten el sombrero en señal de admiración. Sin embargo, más adelante, la novela reproduce la obra de Grand. No se trata de una novela, un poemario o una antología de cuentos, sino tan solo de una frase inicial, tachada y reescrita tantas veces como es posible; un renglón solitario, fruto de una obsesión absurda que le impide avanzar. Por ende, lo que él determina que es una actividad que lo aleja de la locura, abre irónicamente, en realidad, la puerta a un delirio literario obsesivo.
Las prisiones se crean para ejecutar condenas impartidas por la justicia, pero, para el narrador, solo la peste ha traído la justicia verdadera a esa institución. (Ironía situacional)
Si bien las cárceles representan esos espacios en donde el sentido común entiende que se ha impartido justicia, el narrador dice que, irónicamente, recién con la llegada de la peste reina, por primera vez, una justicia verdaderamente imparcial, debido a que la enfermedad no distingue presos de guardianes. Dice textualmente el narrador: “Desde el punto de vista superior de la peste, todo el mundo, desde el director [de la cárcel] hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta” (p.142).