Albert Camus es un escritor francés cuya obra literaria se encuentra fuertemente conectada con su obra filosófica. Ambas son complementarias y se ven reflejos de una en la otra. Por eso, en muchos personajes de sus novelas y obras de teatro vemos reflejadas opiniones o debates que se identifican con lo que aparece en sus ensayos. En este apartado, resumiremos sus ideas filosóficas centrales, elaboradas en profundidad en El mito de Sísifo (1942) y El hombre rebelde (1952), que pueden verse reflejadas en la novela La peste.
Si bien suele encuadrárselo dentro de los filósofos existencialistas franceses, Camus rechazaba esa denominación y prefería llamar su filosofía como absurdismo. Su principal preocupación era encontrar un sentido para la vida. Si toda vida termina inevitablemente en la muerte, nada de lo que se viva tiene un sentido ni un valor. La vida es un absurdo. La solución frente a este problema es múltiple. Por un lado, se encuentra la de asumir el sinsentido de la vida y cometer un suicidio. Otra opción es abrazar una concepción que dé un sentido a la vida más allá de la vida, como cualquier forma de espiritualidad. La religión cristiana sería una opción en este sentido, ya que da un propósito a las personas y promete una vida después de la muerte. Más allá de estas opciones, Camus se inclina por una tercera: asumir la vida como absurdo y vivir libremente, creando un sentido propio.
Esta última perspectiva funciona como una rebelión metafísica. Para el filósofo, la rebelión implica tanto negar la realidad existente por inaceptable como empezar a construir un nuevo orden. Frente al absurdo, el hombre rebelde se alza contra su situación y contra la creación entera, y busca construir su propio sentido. Esta conciencia del absurdo no implica desconocer toda delimitación entre el bien y el mal, sino que posibilita crear una nueva moral que tiene como base la libertad del hombre. Por otro lado, saber que todos los seres humanos compartimos una vida absurda nos lleva a entender que somos un colectivo y debemos actuar en solidaridad los unos con los otros. Por eso, cualquier rebelión que derive en el sufrimiento injustificable de los otros es inaceptable.
Por esto, Camus no acepta las revoluciones que derivan en Estados totalitarios, como el comunismo estalinista, por más que puedan traer mejoras para el pueblo. Hacia la última parte de su vida, sus definiciones por la libertad y la solidaridad como valores políticos lo llevan a abrazar el anarquismo y a polemizar con la intelectualidad comunista francesa, especialmente con el filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre, con el que lo había unido una amistad.