La enfermedad (Motivo)
La enfermedad es uno de los motivos más célebres de la literatura. Tanto en la ficción especulativa (enfermedades que azotan un mundo distópico) como en la tragedia romántica (amantes que se separan fruto de una enfermedad mortal) o ficciones biográficas (diarios de internación, epístolas, autobiografías), la enfermedad puede ser uno de los motivos que narrativas más dispares puede provocar.
En el caso de la peste negra, en particular, esta ha promovido un sinnúmero de relatos célebres en la literatura occidental. Podemos, sin ir más lejos, pensar en el Decamerón de Boccaccio, donde, al igual que en La peste, el encierro para evitar el contagio suscita un cambio de conducta en los personajes. También Petrarca y Chaucer fueron afamados cronistas de la peste bubónica en el medioevo.
La enfermedad de los cuerpos, en el caso de Camus, es una excusa para, también, hablar de la enfermedad de las almas. De alguna manera, se nos sugiere que los habitantes de Orán ya tenían, antes de la peste, una falta de entusiasmo, de libertad y de voluntad preocupantes para el narrador.
La obra literaria de Grand (Símbolo)
La obra literaria de Grand, aparentemente una novela, funciona como un símbolo de su frustración frente al estado de su vida. El personaje es un hombre con un trabajo mediocre, a quien le fue prometido un ascenso que nunca llegó. Su esposa Jeanne, por su parte, lo ha abandonado. Al principio de la novela, su nombre funciona como una ironía: no hay nada sobresaliente en Grand ("grande" en francés; ver sección Ironía).
Su obra literaria es fruto de la obsesión que tiene con el lenguaje y la expresión verbal. Está convencido de que, de haberse expresado bien, Jeanne no lo habría dejado. Escribir una obra perfecta que sea aclamada por los críticos funciona como un anhelo de superación de su vida prosaica y mediocre. La obsesión de Grand con su obra simboliza la imposibilidad del hombre de trascender a través del arte y lo absurdo que es el deseo de reconocimiento. La vida es una concatenación de absurdos para Camus, que cree en un pesimismo activo, pero, de modo alguno, cree que en esa actividad, sea cual fuere, pueda encontrarse un valor trascendente para el ser humano.
El gato (Símbolo)
El gato que aparece al final simboliza en el texto la esperanza y la victoria sobre la peste. A partir de su aparición, Tarrou (y, por qué no, el lector) sabe que a partir de allí todo irá mejor:
En un momento en que el ruido se había hecho más fuerte y más alegre, Tarrou se detuvo. Por el empedrado en sombra, una forma corría ligera; era un gato, el primero que se volvía a ver desde la primavera. Se quedó quieto un momento en medio de la calzada, titubeó, se lamió una pata y se atusó con ella la oreja derecha; rápidamente reanudó su carrera silenciosa y desapareció en la noche. Tarrou sonrió (p.226).
Su sonrisa resulta gratificante. Luego de tanto esfuerzo, finalmente los animales han vuelto a la ciudad. Todo, poco a poco, volverá a normalizarse.
San Roque, santo de los peregrinos y apestados (Símbolo)
El padre Paneloux da un sermón en la Iglesia y propone una advocación a San Roque, mártir y santo francés canonizado en 1584, y uno de los tres patronos de los peregrinos, junto a San Cristóbal y San Rafael. En los años en los que la peste azotó Italia, Roque, que era nacido en Montpellier, se dedicó a recorrerla atendiendo a los enfermos. Se le atribuyen curaciones de apestados con tan solo la señal de la cruz sobre sus cabezas.
En La peste, Rambert escucha a los fieles desde fuera de la Iglesia: “Vagas salmodias llegaron hasta él del interior, mezcladas a viejos perfumes de cueva y de incienso. De pronto los cantos callaron. Una docena de pequeñas formas negras salieron de la iglesia y emprendieron un trotecito hacia la ciudad” (p.128). Más adelante agrega: “Al cabo de un rato pudo distinguir en la nave las pequeñas formas negras que habían pasado delante de él. Estaban todas reunidas en un rincón delante de una especie de altar improvisado, donde acababan de instalar un San Roque rápidamente ejecutado en los talleres de la ciudad” (p.129). La figura del santo se instala fuera de la Iglesia y es fabricado en tiempo récord para reforzar el poder de la oración a los enfermos.
La figura de San Roque no solo tiene que ver con el aspecto religioso del combate contra la epidemia representado en La peste, sino también con la figura del mártir en sí, asociado también a valores como la entrega, la solidaridad y el amor al prójimo. Estos valores están presentes en la obra de Camus, muchas veces, en personajes que se autodeterminan ateos o que no son necesariamente religiosos practicantes. La figura de San Roque en La peste simboliza la entrega al otro, la solidaridad en su estado más puro. Inclusive, si pensamos en Tarrou como él mismo se autodetermina, un santo ateo, vemos que Roque viene a simbolizar este tipo de devoción por el prójimo que se sitúa por fuera de las prácticas religiosas más ortodoxas.
El hijo del juez Othon (Símbolo)
El niño enfermo representa en La peste la pureza y la inocencia. Si bien el padre Paneloux cree que la peste ha venido a castigar a los ciudadanos de Orán por sus pecados, algo en su concepción de las cosas cambia ante la vista del niño de Othon. Su martirio se asemeja al sufrimiento de Cristo en niveles muy explícitos. Dice, por ejemplo, el narrador: "el niño tomó en la cama la actitud de un crucificado grotesco" (p.175). La figura del niño, provista por el sufrimiento escandaloso de un aura sacra, doblega al padre: “[Paneloux] se dejó caer de rodillas y a todo el mundo le pareció natural oírle decir con voz ahogada pero clara (...)[:] «Dios mío, salva a esta criatura»” (p.180). Sin embargo, el niño finalmente muere luego de agonizar durante dos días ante los ojos impotentes de todos los miembros de la brigada.
Para Paneloux, algo ha cambiado, “acabo de comprender eso que se llama gracia” (p.182), dice. Rieux, por su parte, se encuentra conmovido hasta la médula, pero no por eso comparte la mirada del sacerdote; siente impotencia. Lo que simbolizan el niño y su muerte es la inocencia y la pureza (y su posible destrucción), que promueven que puntos de vista tan diferentes, como el de Rieux y Paneloux, se unan contra el mal y la muerte. Paneloux le dice a Rieux, determinante: “Lo que yo odio es la muerte y el mal, usted lo sabe bien. Y quiéralo o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo” (p.182).