Resumen
Mientras las aguas van descendiendo, los capitanes de los barcos esperan alguna señal de sus dioses, sin saber qué hacer. Una tarde en la que se encuentran juntos bebiendo, aparece una cuarta nave. Su capitán se llama Deucalión, cuenta que viene del Olimpo y que el Dios del Cielo y de la Luz le ha encargado repoblar la tierra, lo que hará junto a su esposa Pirra, que deberá arrojar piedras por encima de sus hombros. Amaliwak observa que su mujer tiene que hacer lo mismo, pero con semillas de palmeras en vez de piedras. De pronto, aparece un quinto barco, parecido al de Noé. El capitán de aquella embarcación es Our-Napishtim. Él también arrojó aves al mar. Las primeras dos no encontraron nada, pero la cuarta, un cuervo, no regresó, por lo que cree que el ave encontró algo para comer. Señala que pronto será la hora de volver a las tierras propias. El hombre de Sin dice que, cuando abran las escotillas, los animales volverán a devorarse entre sí, y se lamenta de no haber salvado a la raza de los dragones, que se extinguirá. Noé se pregunta si los hombres que sobrevivieron habrán salido mejores de esta aventura.
Los capitanes cenan juntos en silencio y secretamente acongojados. Han perdido el orgullo de sentirse elegidos, y piensan en los advertidos que debe haber en otras partes del mundo. En ese momento, Amaliwak siente que “La-Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo” retumba en sus oídos. Le dice que se aparte de las demás naves y que deje que su canoa se deje llevar por las aguas. Los demás empiezan a marcharse deprisa, como si hubieran recibido el mismo mensaje. Amaliwak reflexiona: “donde hay tantos dioses como pueblos, no puede reinar la concordia”. Cumpliendo con la última indicación encomendada, el anciano arrima la canoa a una orilla y le ordena a su mujer que arroje las semillas de palmera detrás de sus espaldas. Las semillas se transforman en una multitud de niños y niñas que crecen rápidamente hasta alcanzar la talla de hombres y mujeres.
Pronto, la historia del rapto de una mujer divide a la multitud en dos bandos y comienza la guerra. Amaliwak se refugia en su canoa y ve cómo las personas se matan unas a las otras. Piensa que han perdido el tiempo y pone su canoa a navegar.
Análisis
La llegada de dos advertidos más introduce en el relato las versiones del mito del diluvio de la mitología griega y de la antigua Mesopotamia. El primero es Deucalión, hijo de Prometeo, que sobrevivió al gran diluvio que envió Zeus cuando este decidió terminar con la Edad de Bronce. El segundo, Out-Napishtim, también conocido como Utnapishtim, es el héroe del diluvio que se relata en el Poema de Gilgamesh. El cuento de Carpentier recupera elementos específicos de estas versiones del diluvio, como cuando Deucalión dice que a él no se le encomendó salvar a los animales, o cuando Out-Napishtim cuenta que envió una paloma, una golondrina y un cuervo para ver si las aguas ya habían bajado (ver sección “Los mitos del diluvio reversionados por Carpentier”).
Este nuevo encuentro y la espera de nuevas señales produce un efecto en los personajes, que ahora son más conscientes de la posibilidad de que existan muchos advertidos, uno por cada pueblo o cultura, que hayan recibido las mismas órdenes que ellos. La herida en su orgullo tiñe de gris el encuentro mientras cenan en silencio con “una gran congoja inconfesada, […] guardada en lo hondo del pecho”. Este aspecto de la historia vuelve a poner en cuestionamiento el mito, en la medida en que cuestiona la idea de que haya un solo dios (o grupo de dioses) y un solo elegido para llevar a cabo las órdenes divinas. Asimismo, al indagar en las inseguridades del héroe, el relato devuelve una dimensión humana y realista a estas figuras, en principio, míticas.
Las reflexiones que realiza Amaliwak en el final de la historia son significativas. Al meditar que, como en el mundo hay muchos dioses, es inevitable que reine la discordia, Amaliwak parece hacer responsable a la intervención divina de que existan las divisiones entre los pueblos. Sin embargo, el final del relato demuestra que son los propios hombres los que incitan el conflicto, como ocurre cuando Amaliwak cumple la orden de repoblar la tierra, y pronto se generan bandos encontrados. El “pronto” de la historia también juega con la temporalidad, porque la narración cuenta que, así como la multitud surge “al cabo de la mañana”, también sucede que “en eso, una oscura historia de rapto de hembra, [divide] a la multitud en dos bandos”, dando inicio a la guerra. De esta manera, en la temporalidad del relato mítico, donde los hechos transcurren en un tiempo indefinido, se produce un evento cíclico: hay tribus enfrentadas; luego, dioses que expían los conflictos de los mortales destruyendo la vida y volviendo a repoblar la tierra; finalmente, estos nuevos pueblos se destruyen otra vez entre sí, y así sucesivamente.
A la pregunta que hace Noé, de si los hombres saldrán mejores del diluvio, la respuesta de Amaliwak es negativa: "creo que hemos perdido el tiempo". Al decir esto, inserta en la historia otra dimensión temporal: la del aprendizaje humano. Podríamos decir entonces que en el relato conviven tres temporalidades: la mítica, la histórica (que se manifiesta en ciclos) y la humana, que supone el crecimiento a través de la experiencia. Pero la enseñanza que transmite esta historia es la desilusión de los héroes, que no pueden considerarse especialmente elegidos, y el fracaso de la regeneración que propone el mito del diluvio. De esta manera, el relato termina en un tono de desesperanza, con Amaliwak alejándose con su enorme canoa de la gente que ha engendrado.