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Analizar la relación artista-mecenas en dos cuentos de Felisberto Hernández
En “Menos Julia” y en “La casa inundada”, el amigo de la infancia del narrador y Margarita, respectivamente, son personajes mecenas, que emplean a artistas que construyen o participan en sus rituales excéntricos. En “Menos Julia”, el artista es Alejandro, el empleado de la tienda que elige y organiza los objetos que el amigo adivina por el tacto en la oscuridad del túnel, y en “La casa inundada” es el narrador escritor, a quien se emplea como remero para pasear en bote por una casa inundada.
En “Menos Julia”, el amigo de la infancia presenta a Alejandro como “El Schubert del túnel” (p.161), comparando lo que este hace con una función musical. No obstante, aunque Alejandro es el compositor del túnel, el amigo de la infancia es quien orquesta y ordena lo que se puede y no se puede hacer en el túnel. Por otra parte, en “La casa inundada”, el narrador, un escritor que padece hambre, no es el artista que inundó la casa de Margarita, pero es llamado a participar en su ritual del agua a cambio de ser asistido económicamente, y si bien él quiere construir su propia imagen de la señora, en el final es Margarita la que impone su versión con su relato. De esta forma, en ambos relatos se establece una relación de poder entre el artista y el mecenas, en la que el primero es puesto al servicio de satisfacer las necesidades del segundo.
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¿Qué tipo de interacción entre objeto y persona aparece en “La casa de Irene” y en “El balcón”?
Tanto en “La casa de Irene” como en “El balcón”, el narrador aparece como un observador atento de cómo una mujer interactúa con los objetos de su casa.
En “La casa de Irene”, los objetos se presentan como testigos del cortejo entre Irene y el narrador, pero también es el narrador el que atestigua la relación especial que Irene tiene con sus posesiones: “Cuando toma en sus manos un objeto, lo hace con una espontaneidad tal, que parece que los objetos se entendieran con ella, que ella se entendiera con nosotros, pero que nosotros no nos podríamos entender directamente con los objetos” (p.29). El narrador también interactúa con los objetos de la casa de Irene, pero como si fuera un intruso que se debe ganar la confianza de las sillas que lo miran de reojo.
En “El balcón”, la hija del anciano cree que los objetos adquieren alma cuando entran en relación con las personas, y tiene un afecto particular por sus posesiones, en especial con el balcón de su habitación. El narrador, en este caso, no solo es testigo de estos vínculos, sino que queda involucrado sin quererlo, porque la hija del anciano cree que el balcón se tiró por celos, al ver que ella se interesaba por el narrador.
En este sentido, en los dos cuentos vemos que los objetos aparecen personificados por el tipo de vínculo afectivo que establecen con sus poseedores y con el narrador, que se presenta al mismo tiempo como observador y como participante en la interacción objeto-persona.
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¿Cómo se desarrolla el tema del doble en “El cocodrilo” y en Las Hortensias?
En “El cocodrilo” aparecen dos figuras que se presentan como dobles del narrador pianista devenido vendedor de medias. El primero es el ciego cubierto de mugre que toca el arpa en un bar, con quien el narrador se compara en el final, cuando se queda en la cama por temor de volver a llorar involuntariamente: “Me quedé quieto y hacía girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que tocaba el arpa” (p.283). El otro doble del narrador es el cocodrilo, el animal que llora lágrimas de mentira como él, si bien el narrador dice que él se parece al cocodrilo no porque finge sus lágrimas, sino porque desconoce el motivo de su llanto. De esta manera, mientras el cocodrilo representa el misterio de su angustia, el ciego se presenta como un doble del narrador en cuanto le recuerda que esa angustia tiene algo que ver con las penurias que padeció con su música.
En Las Hortensias, en cambio, el tema del doble se desarrolla en múltiples figuras: Hortensia es un doble de María; Eulalia y Herminia, entre otras muñecas, son dobles de Hortensia; dos empleadas son mellizas y una de ellas tiene el nombre de María; y Horacio teme ver su imagen duplicada en los espejos. Estos desdoblamientos se relacionan con el temor a la muerte de Horacio, que busca en las muñecas un posible reemplazo de su esposa, si bien la posibilidad de que estas cobren vida lo horroriza al punto de hacerlo caer en la locura.
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¿Cuál es el objeto de deseo del narrador en “Mi primera maestra” y en “Nadie encendía las lámparas”?
El narrador niño de “Mi primera maestra” y el narrador relator de cuentos de “Nadie encendía las lámparas” arman sus relatos en torno a una mujer que se presenta como el objeto de su deseo.
En “Mi primera maestra”, el narrador niño tiene el deseo de vivir debajo de la pollera de su maestra, acariciando sus piernas: en un sentido, esta maestra aparece cosificada, porque el narrador siente interés por una parte de su cuerpo, vinculado al misterio de lo que hay debajo de la pollera. El deseo del niño tiene que ver con un anhelo maternal, porque él asocia su deseo de vivir debajo de la pollera de la maestra con los pollitos que están debajo de una gallina, pero como sabe que lo que anhela es del orden de lo prohibido, lo maternal también queda aunado a un deseo sexual.
La sobrina de las viudas en “Nadie encendía las lámparas” también se ve cosificada por la mirada del narrador, que observa su cabeza como algo separado de su cuerpo. En el juego de seducción, la mujer deja caer su cabeza y el narrador imagina que su pelo revuelto es como las plumas revueltas de una gallina; de esta manera, la gallina simboliza en los dos relatos el deseo del narrador.
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Justificar la siguiente afirmación: “en "El acomodador", el narrador desarrolla la capacidad de ver en la oscuridad como compensación de la situación precaria en la que se encuentra”.
La situación precaria en la que vive el narrador de “El acomodador” se ve representada en el ajetreo de su vida en una gran ciudad, en su necesidad de cenar en un comedor gratuito y en el hecho de que vive en la habitación de una pensión, invadido por los sonidos de la calle. Todo esto lo hace enfermar “de silencio” (p.82), motivo por el cual lo despiden de su trabajo. En ese momento, el acomodador desarrolla la capacidad de ver objetos en la oscuridad con una luz que irradia de sus ojos, algo que él puede hacer a modo de compensación frente a la hostilidad de la ciudad en el silencio de los espacios cerrados. El acomodador luego utiliza esta capacidad para trasgredir el espacio de un personaje poderoso: el hombre adinerado que ofrece las cenas gratuitas en su casa. Allí, el narrador utiliza su luz para poseer los objetos y a la hija del hombre adinerado. Es así como el ritual de observación nocturna se presenta como una fantasía compensatoria, en la que el narrador imagina una conexión especial con una sonámbula inconsciente, que fuera de ese espacio no lo reconocerá.