Cuentos de Felisberto Hernández

Cuentos de Felisberto Hernández Resumen y Análisis “Menos Julia”

Resumen

En el inicio de la historia, el narrador nos cuenta sobre un amigo de la infancia, un compañero de la escuela que nunca hacía los deberes ni estudiaba las lecciones, y que siempre permanecía quieto, con su “gran cabeza negra” (p.157) apoyada sobre una pared verde. Un día, la maestra le encarga al narrador que acompañe a aquel niño a su casa y le pida al padre que vaya a hablar con ella. El narrador y aquel niño aprovechan la salida para escaparse y se prometen no ir nunca más al colegio.

Tiempo después, el narrador acompaña a su hija a un bazar, donde se encuentra con aquel amigo de la infancia. Este le cuenta que pasó una gran parte de su vida en Francia y que ahora vive solo, acompañado en el bazar por cuatro muchachas que son buenas con él y que le perdonan una “enfermedad” (p.158) de la que algún día le contará. Confiesa que es un mal que él quiere mucho y del que no quiere curarse.

Un sábado, después de cerrar el bazar, el amigo invita al narrador a su quinta, donde le contará sobre su enfermedad. Los acompañan las cuatro muchachas y Alejandro, un “tipo de patillas” (p.58) que el narrador ha visto en el fondo del bazar. De camino en el ómnibus, el amigo le dice que todo ocurrirá en un túnel de la quinta. Ellos entrarán en el túnel, donde las muchachas los esperarán sobre la pared izquierda, con un paño oscuro en la cabeza; el amigo tocará sus rostros en la oscuridad para pensar que no las conoce. En la pared derecha, habrá objetos en un mostrador que tocarán en la oscuridad para tratar de adivinar qué son.

Cuando llegan a la quinta, el narrador tiene deseos de estar solo para recorrer los rincones de la casa antigua. El amigo le muestra una cochera, dentro de la cual está la boca del túnel. Van todos a un comedor grande. Se sientan a la mesa, las tres muchachas de un lado y los tres hombres del otro. El amigo le pregunta al narrador si a veces siente la necesidad de “estar en una gran soledad” (p.160), y ambos comparten la molestia que les producen los sonidos de las radios ajenas porque invaden su privacidad. Luego, el amigo le cuenta que Alejandro es quien elige y dispone las cosas que él tiene que reconocer en el túnel. Cuando no puede adivinar algún objeto, lo deja para otra sesión o le pega una etiqueta para que Alejandro lo saque de circulación por un tiempo.

Después de tomar una siesta y de salir a caminar, al anochecer, se acercan al túnel. El amigo indica que por ahora el narrador no podrá tocar las caras de las muchachas, y que siempre deberá ubicarse entre él y Alejandro. Ingresan al túnel y empiezan a tocar los objetos en el mostrador de la derecha. La primera pieza es una que el amigo nunca adivinó. El narrador toca las asperezas de aquel objeto, pero no lo reconoce. Siguen tocando objetos hasta que el narrador ve un resplandor y le pregunta a su amigo qué es. Este le responde que las muchachas tienen linternas para avisar dónde están ubicadas. El amigo se acerca a una de ellas creyendo que es Julia, pero aquella le dice que no es.

El narrador le pregunta a Alejandro qué era el primer objeto que tocó. Aquel le responde que se trataba de una cáscara de zapallo. El amigo, que oye la conversación, se enfada, y le pide al narrador que no le pregunte nada a Alejandro. Siguen tocando los objetos en silencio. A la salida del túnel, el amigo le pone cariñosamente la mano en el cuello al narrador.

De regreso en la casa, el amigo lo invita a su habitación y cada uno se recuesta en un diván. Después de un rato, el amigo le dice que le gustaría que se quede en la casa todo el día siguiente con una condición, y el narrador le dice que él también tiene una condición para quedarse. Cada uno escribe el requisito en una hoja y la comparten. El amigo quiere pasar todo el día solo, recorriendo la quinta, y el narrador también, pero encerrado en su habitación.

Luego de cenar y de escuchar música juntos, cada uno se va a su pieza. El narrador se pasea allí pensando que “el gran objeto del túnel era [su] amigo” (p.163). Pronto toca la puerta su amigo que le dice que sus pasos no lo dejan tranquilo. Aquel le pide perdón y se quita los zapatos para andar en medias, pero el amigo, cuya habitación se encuentra debajo de la del narrador, le dice que sigue oyendo sus pasos, que ahora suenan como palpitaciones. El narrador se va a dormir, y por la noche, se despierta por el ruido de truenos y relámpagos. Abre la ventana y ve a un hombre entre las plantas. Piensa que es un ladrón y va a avisarle a su amigo, pero encuentra su habitación vacía. Durante el día, el narrador piensa en lo que soñó y observa a su amigo paseándose por la quinta, aunque resuelve no espiarlo. Los dos se vuelven a encontrar a la hora de la cena. Allí, el narrador le pregunta si entró un perro, porque vio violetas tiradas en el camino; el amigo le dice que fue él quien salió de madrugada para recoger flores. Luego se van de la quinta y vuelven al centro.

El sábado siguiente regresan a la quinta. Mientras están en el mirador, una de las muchachas se acerca al narrador y le da un beso en la cara, por un castigo de un juego de prendas. Contrariado, el amigo pregunta de qué se trata. La muchacha responde que ahora no están en el túnel, pero él le replica que se encuentran en su casa. En el túnel, empiezan a tocar los objetos. El narrador está distraído, pensando en el resplandor que indicará dónde se ubica una de las muchachas. Su amigo descubre que una de ellas tiene una flor amarilla y le reprocha, porque no pueden llevar nada al túnel. Entonces le pregunta quién es y ella le responde que es Julia. Más tarde el narrador siente que alguien lo roza, se lo advierte a su amigo y este le dice que es una alucinación, pero luego se enteran de que una de las muchachas fue a encender una máquina, dispuesta por Alejandro, que imita el viento.

Aquella noche, el narrador tiene un sueño en el que siente que unas manos le tocan la cara. Se despierta gritando y su amigo acude a su habitación. Cuando se va, el narrador queda despierto y al rato siente que se abre la puerta. Pregunta quién es y oye el sonido de unas pezuñas que bajan por la escalera. Su amigo vuelve a subir y el narrador le dice que entró un perro.

El narrador va una vez más a la quinta. Cuando entran al túnel, oyen unos quejidos mimosos como de un perrito. Todos se ríen, salvo el amigo, que se enoja mucho. El perro vuelve a gemir y ellos a reírse; entonces el amigo los echa a todos del túnel, menos a Julia. Al narrador se le ocurre quedarse en el túnel, amparado por la oscuridad. Julia le pregunta al amigo si recuerda otras caras cuando toca la suya, y este le cuenta de una mujer vienesa que estaba en París, cuyo marido se había caído de un caballo de madera carcomido por las polillas. Se vuelven a oír los gemidos del perrito y Julia se ríe. Cuando el perrito vuelve a gemir una vez más, Julia dice que el amigo le ha dejado la cara ardiendo.

El narrador oye que ambos salen del túnel y cierran la puerta. Corre y se apresura a golpearla con los puños y el pie. El amigo abre y pregunta quién es. El narrador responde, y su amigo le dice que no quiere que vaya nunca más al túnel.

A los pocos días, el amigo visita al narrador en su casa. Le pide disculpas por lo que le dijo a la salida del túnel, y le cuenta que aquel día fue el padre de Julia al bazar para pedirle que no le tocara más la cara a la hija, pero que no diría nada si hubiera un compromiso. Él la miró a Julia y se dio cuenta de que la quería. Pero no puede casarse con Julia, porque ella no quiere que toque más caras en el túnel. El amigo esconde su cara en sus rodillas; el narrador intenta ponerle una mano en el hombro y, sin querer, toca su cabeza crespa. Entonces piensa que rozó un objeto del túnel.

Análisis

“Menos Julia” es un relato sobre un hombre excéntrico al que le gusta tocar sus posesiones y los rostros de sus empleadas en la oscuridad, y sobre cómo un tercero –el narrador, amigo de aquel hombre– es testigo de su excentricidad. Este es el misterio en torno a la enfermedad que el amigo dice tener, aunque más que algo que se tiene, su mal es algo que se hace. De a poco, el lector se va enterando de lo que aquel hombre realiza en el túnel, pero el misterio en torno a qué lo mueve a hacerlo se mantiene hasta el final.

Aquí vuelve a predominar el tema de los objetos, por el modo en que el amigo busca entrar en relaciones nuevas con estos. No obstante, a diferencia de “El acomodador” o Las Hortensias, aquí la interacción persona-objeto no se da a través de la observación, sino a través del tacto. Se toca para reconocer, pero también para desconocer: “tocaré las caras de las muchachas y pensaré que no las conozco” (p.158); en este juego de adivinanzas, que también involucra los rostros de las muchachas como si fueran objetos, se puede imaginar o recordar, además, otros objetos y otros rostros. El reconocimiento por tacto se convierte así en una experiencia de asociación libre, donde, por ejemplo, una cáscara de zapallo le hace pensar al narrador “en los granitos que cuando era niño veía en el lomo de unos sapos muy grandes” (p.162). Y es también una experiencia en la cual las manos, las encargadas de tocar, también se independizan: “Mientras tocaba un vidrio se me ocurrió que las manos querían probarse los guantes” (p.165).

Los motivos de la luz y la oscuridad y del sonido y el silencio tienen un rol importante en esta relación táctil. El amigo necesita que no haya luz para ingresar en la experiencia del túnel: “Esta luz fuerte me daña la idea del túnel. Es como la luz que entra en las cámaras de los fotógrafos cuando las imágenes no están fijadas. Y en el momento del túnel me hace mal hasta el recuerdo de la luz fuerte. Todas las cosas quedan tan desilusionadas como algunos decorados de teatro al otro día de mañana” (p.159). La oscuridad es un elemento indispensable de este espectáculo, en donde el amigo es espectador; el túnel, el escenario, y Alejandro, el artista que monta la función, que “compone el túnel como una sinfonía” (p.160). Como en otros relatos de Felisberto Hernández, aparece el artista-músico que organiza un tipo especial de espectáculo, pero aquí el que dirige la orquesta es también el mecenas, el amigo que dispone las reglas del juego.

Una de las condiciones que requiere el amigo es el silencio. Al igual que en “El acomodador”, el sonido se presenta como un factor externo que invade al individuo en la tranquilidad de su soledad. Amigo y narrador comparten la necesidad de estar en silencio para hallarse a sí mismos en su entorno: el narrador cuenta que, cuando sus vecinos prendían la radio, parecía que aquellos entraban a su pieza; el amigo, por su parte, dice que cuando oía “chillar una radio” se le perdía “el concepto de los árboles y de [su] vida”, que su “propia quinta” ya no le parecía suya y hasta que pensaba que “había nacido en un siglo equivocado” (p.160). En el túnel, el amigo le pide al narrador que no le pregunte nada a Alejandro, porque sus preguntas arruinan el encanto del extrañamiento de los objetos, y es por eso por lo que siguen la sesión en silencio. De noche, cuando cada uno está en su habitación, el amigo le pedirá a su visita que deje de caminar porque el ruido le molesta. De esta manera, reconocemos una tensión entre el deseo de silencio y el deseo de compartir, que produce fricciones entre anfitrión y huésped.

El narrador quiere entender la “enfermedad” de su amigo y participar en ella. Pero lo que parece llamarle más la atención es su propio amigo, a quien ve como “el gran objeto del túnel” (p.163). La primera imagen que tenemos del amigo es la que proviene del recuerdo de la infancia: la imagen de “una gran cabeza negra apoyada sobre una pared verde pintada al óleo” (p.157). Es así como el personaje, convertido en una cabeza, se cosifica como si fuera un cuadro pintado. Más adelante, el narrador siente curiosidad por su amigo mientras este pasea solo por su quinta. El misterio de su comportamiento se intensifica cuando aparecen unos ruidos extraños que interrumpen el silencio de la noche: pasos de unas pezuñas en la casa y gemidos mimosos en el túnel. No sabemos la procedencia de estos ruidos, pero en ambos casos el narrador supone que se trata de un perro. Podríamos asociar estos ruidos misteriosos, casi fantásticos, al amigo, cuyas rarezas no podemos conocer del todo.

Las muchachas parecen provocar celos en su empleador, que no quiere que el narrador toque sus rostros en la oscuridad y que se molesta cuando una de ellas le da un beso a su huésped, sin respetar que están en su casa. De las muchachas solo conocemos un nombre, el de Julia, a quien el amigo parece buscar en la oscuridad. Algo de la relación entre Julia y su amigo llama la atención del narrador, que se queda espiando cuando su amigo ordena que salgan todos del túnel menos ella. La conversación que oye es extraña, casi inverosímil: el amigo dice que el rostro de Julia le recuerda el de una veneciana a la que conoció en París por medio de su esposo, que se accidentó cuando intentaba sacarse una foto encima de un caballo de madera, para fingir que hacía gimnasia. También cuenta que fue con aquel hombre y su señora a buscar un vino en una bóveda con una vela. La anécdota se interrumpe allí, pero luego Julia le dice al amigo que le ha dejado la cara ardiendo, como si su rostro se hubiera quemado con la vela de aquella historia.

Al enterarse de que el narrador los ha espiado, el amigo le dice que no quiere que este vaya más al túnel. Notamos que el narrador ha transgredido un lugar íntimo de su amigo, atraído por sus ganas de saber, de revelar el misterio. Luego nos enteramos de que el padre de Julia quiere que el amigo se case con su hija, pero Julia impone la condición de que el hombre no toque más caras en el túnel, y eso es algo que el amigo no puede dejar de hacer. Tocar rostros aparece entonces como algo secreto, privado y prohibido, que insinúa un deseo sexual que impulsa, a su vez, el vínculo entre el amigo de la infancia y las muchachas. En el final, cuando el amigo esconde su cara, revelando su cabeza de pelo crespo, la imagen vuelve sobre el inicio de la historia, lo que refuerza la idea de que, para el narrador, el objeto por descubrir es su amigo de la infancia: “entonces pensé que había rozado un objeto del túnel” (p.169).

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