Resumen
El narrador es un escritor empobrecido, a quien Alcides, su amigo, le ha conseguido un empleo como remero de una señora de “cuerpo inmenso” (p.275) llamada Margarita. La casa de aquella señora se encuentra en el medio de una llanura árida, pero ha sido inundada por su encargo con la ayuda de un arquitecto. El narrador sospecha que el marido de Margarita está enterrado en una isla de la casa, pero luego recuerda que Alcides, novio de la sobrina de la señora, le contó que ella perdió a su marido en un precipicio de Suiza, y que nunca hallaron su cuerpo.
En el verano, Margarita hace inundar su casa y manda a llamar al narrador. Este es recibido por el botero, un hombre de blanco que le cuenta que el estanque del patio fue llenado de tierra para ser una isla en el agua. También le cuenta que Margarita echó a Filomena, su mujer, por haber dejado que un pan llegue nadando hasta la pieza de la señora. Ya en la casa, el narrador conoce a María, una empleada española que lo lleva hasta su habitación. Esa noche Margarita llama al narrador por teléfono y le dice que solo le pedirá que reme en su bote y que soporte algo que tiene que decirle.
Al día siguiente, el narrador se encuentra con Margarita al pie de la escalera. Esta le dice que él no es como ella se imaginaba, y el narrador le responde que tiene mucha curiosidad de conocerla y de saber qué pasará. En el primer paseo en bote, Margarita carraspea la garganta como para empezar a conversar, pero permanece un tiempo en silencio. Finalmente, dice que ese día no puede hablar, y agrega que, aunque el narrador no tiene la culpa, le molesta que sea tan diferente. El narrador le contesta que él, por su parte, se alegra de que ella sea como es. La señora se avergüenza y el narrador se arrepiente de lo que dijo. Sin embargo, al volver del paseo, Margarita le dice que tendrá muchas ganas de conversar con él, y el narrador sube contento a su cuarto. Aquella noche Margarita le pide que vuelvan a dar vueltas con el bote en silencio, y así lo hacen.
Se repiten los días en que salen a pasear sin que Margarita se anime a decir lo que tiene que decir. El narrador siente pereza y aburrimiento, pero al mismo tiempo empieza a imaginar que Margarita tiene “un pasado tenebroso” y a sentir por ella una “amistad equivocada” (p.276). Una mañana encuentra al hombre que construyó la casa inundada con un plano azul de los caños que pasan por las paredes. El hombre del agua le empieza a explicar al narrador cómo funcionan las máquinas para hacer una tormenta artificial, hasta que llega María y advierte que a Margarita no le gusta ver los planos, porque le desagrada la vista de los “caños retorcidos” (p.284), que asemejan intestinos. También le cuenta al narrador que, a la noche, Margarita pondrá velas en budineras para que floten alrededor de su cama, y hacerse la ilusión de que está en su propio velorio. Cuando comienza aquella sesión, el narrador decide quedarse en su cuarto, sin ganas de asombrarse de nada.
Otra noche, durante un paseo en bote, Margarita pide que se queden quietos y pegados a la isla del estanque. Mientras el narrador se entretiene pensando en la soledad de la señora, ella hace su carraspeo y le pide que no le haga ninguna pregunta hasta que le haya contado todo. Margarita cuenta que, cuatro años atrás, salía de Suiza cuando decidió detenerse en una pequeña ciudad de Italia, porque los ruidos del ferrocarril le eran insoportables. Se hospedó en la habitación de un hotel, donde, al rato de estar acostada, oyó unos ruidos. Se levantó y miró por una ventana que daba al patio; allí vio una fuente de agua. El agua le parecía inocente y creía que la observaba. La noche siguiente volvió a mirarla y sintió que “alguien quería comunicarse con ella, que había dejado un aviso en el agua y por eso el agua insistía en mirar y en que la miraran” (p.287). Esa misma noche pensó que todo era distinto y le cayeron lágrimas de sus ojos, esperadas hacía mucho tiempo.
Durante el día había unas mujeres cerca del estanque. Margarita salió a pasear y se sintió conmovida por el agua que salía de la regadera de un pobre viejo. Aquella noche, mientras tomaba agua de un vaso, pensó que aquel líquido tenía un secreto para ella. Al amanecer fue a ver el estanque de nuevo, y entonces supo que “hay que cultivar los recuerdos en el agua, que el agua elabora lo que en ella se refleja y que recibe el pensamiento” (p.289). Salió a caminar y, al llegar a la orilla de un arroyo, se dio cuenta de que esa agua no se dirigía a ella, pero más tarde pensó que ella debía tener esperanzas como el agua que corre. También se le ocurrió que el agua debe ser igual en todas partes, y resolvió subirse de nuevo al ferrocarril. Allí lloró y pensó que debía preferir el agua quieta, porque se parece más a la que lleva dentro suyo.
Aquí Margarita suspende su relato. De regreso en su habitación, el narrador se da cuenta de que él ha pensado mucho en Margarita, y que desde el momento en que ella empezó a hablar, él sintió que era arrastrado por su angustia. El narrador percibe que el agua se le presenta como “el espíritu de una religión” (p.291) de la que Margarita y él son los únicos fieles, pero luego piensa que él tiene su angustia propia, y que sus fieles le reclaman otras cosas. Una tarde el narrador imagina cómo sería estar casado con Margarita, sin que le importen las burlas de sus amigos y de sus antiguas novias; también reconstruye una Margarita desconocida, en la que su imaginación puede intervenir con mayor libertad.
Una mañana, Margarita le pide que vaya a Buenos Aires mientras quitan el agua de la casa para limpiarla. En el ferrocarril, el narrador se siente celoso y piensa que lo une a ella la angustia sentida entre los ruidos de las ruedas. Cuando el narrador vuelve a la casa inundada, María le cuenta que hubo dos accidentes el día que se fue. Primero llegó Filomena para pedirle a Margarita que la vuelva a emplear. Margarita la empujó y Filomena cayó al agua; el marido fue a rescatarla y no volvieron más. Aquí María le cuenta al narrador que Filomena no había sido despedida solo por haber dejado nadar el pan, sino también porque Margarita la encontró seduciendo a Alcides. El otro accidente ocurrió cuando la señora Margarita incendió el tocador de su habitación, al tirar de un cordón para que el tocador se acercara en una de las gomas infladas sobre las que flotan sus muebles en el agua.
Después de algunos días, Margarita retoma su historia. Le cuenta al narrador que, al salir de Italia, ella pensaba que el agua era igual en todas partes del mundo, pero que no era así, y que muchas veces tuvo que esforzarse para encontrarse con su propia agua. En un barco se dio cuenta de que el agua del océano, en el que se ocultaban “seres desconocidos” (p.295), no le pertenecía. Un día cayó lluvia sobre el mar, y Margarita primero se rio imaginando que el agua era como una niña equivocada, que en vez de llover sobre la tierra llovía sobre el agua, pero luego se llenó de tristeza pensando que el océano se tragaba el agua y que aquella niña iba a su muerte. Margarita termina esta parte del relato y manda al narrador a su pieza.
Al día siguiente, el narrador recibe un llamado telefónico de Margarita, invitándolo a una sesión de “homenaje al agua” (p.296). Entonces, el narrador se da cuenta de que el velorio es en realidad otra cosa. Él ingresa a la habitación de Margarita y la ayuda a instalar las budineras con velas desde la cama. En aquel lugar han colgado un montón de regaderas de distintas formas y colores, que reciben agua de un recipiente suspendido del techo. Margarita ordena al narrador que toque un gong y se prenden los motores. El agua empieza a agitarse y se lleva todas las budineras. Después de observar esto, el narrador se sube al bote y empieza a alejarse por el movimiento del agua. Llega hasta el patio y la corriente lo hace girar en torno de la isla. Al narrador le viene una “síntesis triste de [su] vida” (p.299) mientras siente que nunca se encontrará plenamente con Margarita.
Esa noche, la señora lo manda a llamar y reanuda su historia en el momento en que compró la casa y la preparó para inundarla. Entonces le cuenta que lo que ella quería, sobre todo, era comprender el agua. Margarita cierra su relato diciendo que es feliz con el agua y que nadie le prohibirá que conserve sus recuerdos en ella, y se despide al narrador estrechando su mano. Al día siguiente, el narrador recibe una carta de Margarita mientras el hombre del agua le cuenta sobre las máquinas de las regaderas. En la carta, Margarita dice que le tomó simpatía el mismo día que lo conoció y que por eso quiso que la acompañara todo este tiempo; de lo contrario, le hubiera contado la historia enseguida y lo habría mandado de regreso a Buenos Aires. Le agradece su compañía, le avisa que sobre su economía se entenderán por medio de Alcides, y le desea que sea feliz. En una postdata, le da permiso para que escriba todo lo que ella le contó, con el único pedido de que en el final diga que esta es la historia que Margarita le dedica a José, esté vivo o muerto.
Análisis
“La casa inundada” entra en la serie de relatos de Felisberto Hernández que se sitúan dentro de una casa especial, cuyo dueño tiene alguna costumbre o ritual excéntrico, como sucede en “Menos Julia” o en “El balcón”. Aquí, la dueña es una señora viuda y adinerada, que puede darse el lujo, por así decir, de inundar su casa para pasear en bote por ella. El narrador es un escritor que, antes de conocer a Margarita, se encontraba “muy débil” (p.277) por falta de comida, y que describe el “cambio brusco” (p.276) que le significó conocer a esta señora como un pasaje de la “miseria” a la “opulencia” (p.276). Reconocemos entonces una circunstancia típica del narrador felisbertiano: la de un artista empobrecido que entra en relación de dependencia con un mecenas, en este caso, la señora que ha leído los libros que escribió y que lo emplea como su botero, y que, como consumidora de arte, no quiere saber cómo están diseñadas las tuberías internas que hacen circular el agua, del mismo modo que Horacio, en Las Hortensias, no quiere enterarse de la mecánica detrás de sus muñecas.
Pronto en la historia nos enteramos de que Margarita no solo ha empleado al narrador para que la acompañe en sus recorridos en bote por la casa, sino que también quiere que él “soporte” (p.279) algo que tiene para decirle. En efecto, el narrador soporta el peso “monstruoso” (p.281) de esta señora que tiene “un mundo de cosas en que pensar” (p.282), como si su peso corporal tuviera que ver con la carga de sus pensamientos. Lo que Margarita le cuenta es la historia que explica el motivo de la casa inundada, historia que el narrador repone con sus palabras. En este sentido, en “La casa inundada” aparece un relato dentro del relato, porque el narrador cuenta, en el relato marco, cómo conoció el relato enmarcado que nos está contando.
Pero el narrador no inicia el relato marco desde el comienzo, sino que nos da una imagen del primer recuerdo que le viene a la memoria: él remando en el bote con Margarita, antes de que ella revelara su historia. Describe el agotamiento de remar y de esperar “las palabras que [le] vendrían de aquel mundo, casi mudo, de espaldas a [él] y deslizándose con el esfuerzo de [sus] manos doloridas” (p.275), pero reconoce que aquel cansancio y la espera de que se revelara el misterio “era una pequeña mentira confundida entre un poco de felicidad” (p.275), porque el narrador empieza a querer a esta Margarita silenciosa, que le permitía confabular sus sospechas y crear un vínculo imaginado con ella. Es así como el narrador –acudiendo al tema del doble y al motivo de los ruidos y los silencios– construye dos Margaritas: la primera, la que él inventa en el silencio, y la segunda, la que se revela cuando Margarita hace un ruido de carraspeo y se decide a hablar. El motivo de los ruidos también aparece en la historia de Margarita: es el ruido del ferrocarril que la invade en el momento en que Margarita está de luto. Luego, el narrador intentará que aquel ruido lo una a ella, aunque sabe que aquella similitud no es suficiente: “Los dos hemos tenido angustias entre ruidos de ruedas de ferrocarriles. Pero esta coincidencia era tan pobre como la de haber acertado solo una cifra de las que tuviera un billete premiado” (p.293).
La primera Margarita, la que el narrador ha imaginado y “pensado demasiado” (p.293), no se condice del todo con la Margarita real. Él dice que “envolvía a esta señora con sospechas que nunca le quedaban bien” y que siente por ella “una amistad equivocada” (p.276); incluso se arrepiente de haberle dicho que se alegraba de que ella fuera como es, porque siente que sus palabras “mostraban un fondo de insinuación grosera” (p.283). La imagen de esta Margarita está compuesta también de retazos de otras Margaritas, como la de Alcides, sin el cual el narrador no conocería un elemento importante de la historia: el del marido que cayó de un precipicio. Pero Alcides cree que Margarita “fue trastornada toda su vida” (p.287), mientras María atribuye “la rareza de su ama a ‘tanto libro’” (p.287). Tal vez ninguno de ellos conoce “la pena” (p.287) de la señora Margarita, que el narrador empieza a sentir desde el momento en que ella comienza a hablar: “sentí una angustia como si su cuerpo se hundiera en un agua que me arrastraba a mí también” (p.291). De esta forma, el narrador sucumbe al relato de la segunda Margarita y a su “religión del agua” (p.291), de la que se percibe fiel, y siente un desdoblamiento en forma de conflicto dentro suyo, entre seguir la “angustia propia” y sus “pensamientos culpables” (p.292) o entregarse a la atracción de Margarita, que ejerce sobre él la fuerza de un planeta sobre un “satélite” (p.292).
“Entonces supe, por primera vez, que hay que cultivar los recuerdos en el agua, que el agua elabora lo que en ella se refleja y que recibe el pensamiento” (p.289). Esto dice Margarita en una de las partes del relato en el que el narrador cita entre comillas la fuente de su historia, citas que se hacen más frecuentes, hasta que, en el final, el discurso de Margarita empieza a desplazar al del narrador. Las palabras de Margarita nos dan una idea del modo en que se representa el tema de los recuerdos en “La casa inundada”: se trata de recuerdos que se desprenden de las personas y que toman entidad propia, convirtiéndose en misterios para quienes quieren retenerlos y comprenderlos.
Al igual que tantos otros objetos inanimados en la obra de Felisberto, el agua aparece en este cuento personificada como una entidad que se comunica con Margarita y como un elemento conductor, que “lleva dentro de sí algo que ha recogido en otro lado y no sé de qué manera me entregará –dice Margarita– pensamientos que no son los míos y que son para mí” (p.300). La sesión de homenaje al agua se presenta, de este modo, como el intento de descifrar aquellos pensamientos, simbolizados en las velas que son arrastradas por el agua como el propio narrador, que se aleja en el bote mientras Margarita lo observa “como si [él] hubiera sido una budinera más que le diera la esperanza de revelarle algún secreto” (p.299). El narrador, que había empezado a sentir que le nacía otra alma para seguir a la señora Margarita “no solo en el agua, sino también en la idea de su marido” (p.291), se entrega finalmente a la segunda Margarita, porque le cede el final de la historia colocando allí su carta, en la que ella le dedica la historia a su esposo. En este sentido, podemos pensar que Margarita desea conservar sus recuerdos en el agua del mismo modo en que desea que el narrador cuente su historia, porque está convencida de que el agua y la literatura le pueden devolver de alguna forma al marido que perdió.