Resumen
Horacio llega y encuentra a las mellizas probándose los vestidos de su mujer frente a los espejos destapados, que siempre están cubiertos. Ve el cuerpo de Hortensia sobre la mesa y les pregunta a las mellizas dónde está María. Ellas responden que María avisó que haría un largo viaje y que les dejó esos vestidos. Horacio no siente pena por Hortensia; de hecho, ya pensó en traicionarla. Aquella mañana visitó a Facundo, que le mostró otra muñeca, una rubia. El fabricante hizo correr la voz de que diseñó unas muñecas especiales cuyo nombre genérico es el de Hortensia. Un hombre tímido ya se comprometió a adquirir una de ellas por un precio elevado. Como Facundo ya está construyendo otras muñecas, Horacio le pidió que le enviara la rubia cuando estuviera terminada.
Horacio se siente con suerte de que todo ocurrió mientras no estaba y se confía de que María regresará. Se pone a tapar los espejos porque le da mala impresión mirarse en ellos; el color oscuro de su cara le recuerda unos muñecos de cera que vio en un museo el día que un comerciante fue asesinado; esos muñecos también representaban cuerpos asesinados y el color de la sangre en la cera le hacía pensar en su propio cuerpo muerto a puñaladas. En un espejo ve sus manos y descubre que también tienen color de cera. Entonces recuerda unos brazos que vio en el escritorio de Facundo, y le pide que le mande piernas y brazos de las muñecas que no necesite para usar en las escenas.
En la cama, encuentra una carta de María en la que le dice a Horacio que ha apuñalado a “su amante” (p.51) sin el pretexto de mandarla al taller para que le hagan “herejías” (p.52), que él le ha asqueado la vida y que no trate de buscarla. Horacio no puede dormir. Primero se pasea por la casa y luego sale. Pasa por un hotel cuya entrada está repleta de espejos y sigue de largo, pero luego resuelve luchar contra sus manías, entra al hotel y elige la habitación más linda, en la que hay tres espejos. Se da cuenta de que le falta el ruido de las máquinas y piensa que, si María estuviera a su lado, sería feliz.
Una noche en el hotel, oye gritos que lo despiertan y ve llamas en los espejos. Se asoma a la ventana y ve que enfrente hay un incendio. En otra de las ventanas del hotel, ve a María. Horacio va hasta la habitación de su esposa y llama a la puerta. María abre y le dice que no conseguirá nada con seguirle, y le cierra la puerta en la cara. Horacio contesta que no fue a buscarla, pero que deberían ir juntos a la casa. Desde adentro, María le dice que vaya él solo.
Al otro día, Horacio decide volver y se siente feliz en la comodidad suntuosa de su casa. A la noche, después de cenar, se acerca al piano y le parece que es un gran ataúd. Lo abre y, para su horror, encuentra a Hortensia con el pelo enredado entre las cuerdas y la cara achatada por la tapa del piano. Pregunta gritando quién metió a Hortensia allí, y Alex responde que la señora vino a la tarde a buscar ropa. Horacio le ordena que llame a Facundo para que se lleve a Hortensia y que traiga a la otra. Luego se va a dormir a otro hotel.
La noche siguiente hace colocar grandes espejos en el salón para que “[multipliquen] las escenas de sus muñecas” (p.56). Horacio se pone un antifaz para no ver su propio rostro. Cuando quiere tomar vino, se quita la máscara y ordena acomodar los espejos de manera que reflejen desde el suelo recostados en una silla, así él puede disfrutar de los reflejos sin verse la cara. Esa noche duerme en su casa, y a la mañana llega un chofer a pedir dinero de parte de María. Horacio se lo da sin preguntar dónde está ella. Cuando llega la muñeca rubia, Horacio la hace llevar al dormitorio, y por la noche pide que la vistan con un traje de fiesta. Se sienta a la mesa con la rubia y le pregunta a Alex qué opina. Este le responde que la muñeca parece una espía que conoció en la guerra. Horacio les dice a las mellizas que deben llamarla Eulalia, aunque secretamente ellas la llaman la espía.
María espera en el hotel a que Horacio vuelva. Por la noche toma un libro de poesía y elige un poema mientras se siente una mártir por su sufrimiento. También sale a pasear con el libro y le gusta pensar en que Horacio la podía encontrar así, caminando sola entre los árboles con un libro en la mano. Decide irse a la casa de Pradera, una prima soltera que vive en las afueras. Allí le pide al chofer que vaya a buscar dinero a la casa negra, y le ordena que, si Horacio pregunta por ella, le cuente que se pasea entre árboles con un libro en la mano, y que le informe dónde está, si él desea saberlo. Su prima le pregunta qué piensa hacer con “ese indecente” (p.59), y María responde que va a esperar a que vaya y lo perdonará. Pradera le dice que él la maneja a ella como a una de sus muñecas.
A la tarde, una mujer que hace la limpieza le trae a María un diario. Hay una nota que se titula “Las Hortensias de Facundo”. El artículo cuenta que en la tienda La Primavera se hará una exposición de muñecas, y que algunas de ellas serán Hortensias, a las que la nota describe como una “nueva falsificación del pecado original” (p.59). María se pone furiosa, dice que pedirá el divorcio y que hará un escándalo. Al otro día manda al chofer a traer a una de las mellizas. Esta le cuenta de la nueva muñeca. María pregunta si se parece a ella, y la melliza le contesta que no. María se tira al sillón y empieza a llorar, a los gritos.
Horacio reanuda sus sesiones con las muñecas, acompañado de Eulalia. En una vitrina hay cinco muñecas que representan la comisión de una sociedad que protege a jóvenes abandonadas. Esa noche disfruta de sus muñecas, pero al día siguiente amanece cansado y con un gran miedo a la muerte. Siente que le cuesta estar solo y que las muñecas no son buena compañía. Otro día llega un cajón de Facundo con los brazos y las piernas que Horacio le pidió. Este les explica a los muchachos cómo utilizarlas, pero el primer resultado no le gusta: la escena representa a una viuda pidiendo limosnas con un montón de brazos y con una cantidad impresionante de piernas que se asoman de su pollera. Horacio se enoja porque no se trata de usar todas las partes del cuerpo que haya.
Un día, Horacio pasea en el auto de Facundo, y este le señala una casa en la que un hombre tímido vive con su muñeca, “hermana” de Eulalia y “cuñada” (p.62) de Horacio. Aquel hombre solo va a la noche porque tiene miedo de que la madre se entere. Al día siguiente, Horacio va hasta aquella la casa y soborna al guardabosque para entrar a ver la muñeca durante el día. Horacio la encuentra en el dormitorio y la lleva a un lugar escondido en el bosque, pero no se siente tranquilo y se lamenta de no poder disfrutar de la Hortensia como hubiera querido. Oye un murmullo raro que proviene de un muchacho en bote, que le hace muecas horribles. Horacio toma la muñeca y la lleva de vuelta a la casa del tímido. De regreso en su casa, va a su dormitorio con la idea de sacar de allí a Eulalia y se encuentra con María tirada en la cama, llorando. Ordena que se lleven la muñeca y luego le confiesa a su esposa la desilusión que tuvo con las muñecas y lo mal que la pasó sin ella.
María cree en la desilusión de Horacio y los dos se entregan a las costumbres felices de antes. Una tarde pasean cerca del árbol en el que María le hizo una sorpresa con Hortensia y, pensando que realmente la mató, se pone a llorar. Entonces Horacio piensa que María desmerece mucho sin Hortensia.
Una tarde, en la salita, Horacio empieza a tener angustia y remordimiento de que Hortensia no esté ahora con ellos. Entonces lo sorprende un gato negro que María trajo a la casa. María está feliz con el gato y Horacio no quiere contrariarla, pero pronto el animal se convierte en motivo de discordia. Por las noches el gato duerme en la cama con la pareja, y Horacio espera a que María se duerma para sacarlo, moviendo las piernas por debajo de las cobijas. Una noche el gato va a la salita y desgarra las cortinas de la puerta. Horacio se enfada y María le dice que él la obligó a deshacerse de Hortensia y que ahora querrá que mate al gato.
Horacio sale a pasear, piensa en los remordimientos de ambos, en su muerte y en su alma. Va hasta el Parque de las Acacias, donde ve a una pareja ingresar en un conjunto de casitas que están en alquiler. Vuelve a la suya y se reconcilia con María, pero piensa en alquilar una casita del parque y llevar allí una Hortensia. Llama a Facundo y este le dice que en la tienda hay una sola Hortensia. Entonces Horacio piensa que su caída en el “vicio” es una “fatalidad” (p.68). A los días ya está instalado en la casita con una Hortensia vestida de carnaval, con antifaz y un traje del Renacimiento. La llama Herminia.
Poco tiempo después se realiza una exposición en la tienda La Primavera. Una gran cantidad de gente concurre con la intriga de saber cuáles de todas las muñecas son Hortensias. La vitrina está dividida en dos secciones. Una fue compuesta por los mismos muchachos que arman las escenas de la casa negra, y representa la leyenda de una mujer solitaria que da vueltas en torno a un lago. En la otra sección hay unas muñecas indígenas semidesnudas. Facundo le dice a Horacio que aquellas son todas Hortensias. Horacio siente predilección por una de piel negra y se la pide a su amigo, pero este le dice que no puede quitarla de exhibición por un tiempo.
Pasan veinte días hasta que Horacio recibe la muñeca en la casa del parque. La encuentra acostada y tapada hasta el cuello. Cuando va a separar las cobijas, la muñeca suelta una carcajada infernal. Es María con el rostro pintado, que descarga su venganza con palabras hirientes mientras explica que se enteró gracias a que la mujer que limpia en la casa es la misma que va a lo de su prima. Pero Horacio tiene una expresión extraviada. La mira como si no la conociera y empieza a girar su cuerpo con movimientos pequeños. María va al baño a quitarse el maquillaje y, cuando vuelve al dormitorio, Horacio ya se ha ido. Lo encuentra en la casa, encerrado en una pieza para huéspedes sin querer hablar con nadie.
María le pide muchas veces perdón a Horacio, pero este guarda silencio y se la pasa la mayor parte del tiempo encerrado y sin moverse. María llama a un médico y empiezan a darle inyecciones a las que Horacio les toma terror, aunque empieza a tener más interés por la vida. Con la ayuda de los muchachos, María consigue que Horacio concurra a una nueva sesión de escenas. En la primera vitrina, hay una gran piscina donde se mueven brazos y piernas sueltas. Horacio se queda un rato viendo las combinaciones que se producen entre los miembros sueltos, y después va a ver la otra vitrina.
En la segunda escena hay una muñeca con corona de reina recostada en una cama y tres monjas inclinadas a sus pies. Horacio ve al gato en la cama y se enfurece de que los muchachos lo hayan dejado entrar. Lee la leyenda, que dice que una reina murió en el momento en que daba una limosna y que no tuvo tiempo de confesarse. Horacio vuelve a ver la muñeca y ve que el gato no está más, pero se queda nervioso a la espera de que le dé una mala sorpresa. Apoya su mano en la cama y, en ese instante, una mano de las muñecas se apoya en la de él. María, disfrazada de monja, le pide perdón, pero él no llega a oírla: se pone rígido y abre la boca moviendo la mandíbula como un bicharraco. María se asusta y lanza un grito. Horacio intenta salir de la vitrina, pero se tropieza con la monja y se pone a golpear las paredes de vidrio. María va a buscar a Alex y cuando vuelven, Horacio ya no está en el salón. Lo encuentran cruzando el jardín, caminando en dirección al ruido de las máquinas.
Análisis
La caída en la locura de Horacio se manifiesta en lo que llama sus “manías”. Una de sus manías es que no puede ver su rostro en el espejo –otra forma del desdoblamiento– porque se ve a sí mismo en la imagen reflejada como un muñeco de cera que le recuerda a la muerte. Él consigue controlar aquella visión horrible tapando los espejos de su casa, pero cuando sale de aquel ámbito privado para hospedarse en un hotel lleno de espejos, la realidad que él conocía y manejaba empieza a distorsionarse: “entonces se le ocurrió que podrían inventar espejos en los cuales se vieran los objetos pero no las personas. Inmediatamente se dio cuenta de que eso era absurdo; además, si él se pusiera frente a un espejo y el espejo no lo reflejara, su cuerpo no sería de este mundo” (p.54).
Otra manía de Horacio, si bien él no la llama así, es la que María llama “herejías” (p.52), refiriéndose a la modificación de Hortensia para que Horacio pueda tener relaciones sexuales con la muñeca. Horacio siente remordimiento por este deseo sexual que lo hizo destruir su matrimonio, pero al mismo tiempo no puede controlar la tentación de seguir adquiriendo muñecas para que sean sus amantes. Eulalia, Herminia y todas las Hortensias son duplicaciones de la primera Hortensia. En ellas, Horacio no busca solo satisfacer su deseo sexual, sino hallar el amor que ha perdido. En este sentido, su miedo a la muerte también se relaciona con un miedo a estar solo, que sus compañeras inanimadas no logran ahuyentar: “las muñecas no le hacían compañía y parecían decirle: ‘Nosotras somos muñecas; y tú arréglate como puedas” (p.61).
Al principio, la parafilia fetichista de Horacio es del orden de lo secreto y lo privado. Pero pronto la Hortensia será descubierta no solo por María, sino también por la sociedad, que irá intrigada a observar las Hortensias de Facundo. Es así como la novela hace un pasaje del salón privado de la casa negra a las vitrinas públicas de la tienda en que se exhiben las muñecas. La nota del diario que denuncia esta invención como “una nueva falsificación del pecado original” (p.59) sugiere con ironía que los hombres feos o tímidos podrán encontrar en las muñecas “un amor silencioso, sin riñas, sin presupuestos agobiantes” (p.59); es así como el deseo de Horacio se transforma en un motivo de parodia y de interés obsceno que degrada la apreciación artística del mecenas.
La locura de Horacio, como pérdida de control, también se materializa en el gato negro de mal augurio, que aparece y desaparece en los espacios que forman parte de su ritual, y en las últimas sorpresas de María, en las que se invierte el desdoblamiento: antes, la muñeca (objeto inanimado) se ponía en el lugar de la persona (sujeto animado); ahora es María (sujeto animado) la que finge ser una muñeca (objeto inanimado). Con estas sorpresas, Horacio experimenta el horror de los objetos que cobran vida, temor que lo hará rendirse a la locura. María se ha convertido en una de sus muñecas y ya no puede reconocerla, por eso la mira extrañado. En el final, lo vemos seguir los ruidos que provienen de la fábrica, imagen de que su razón, como sus recuerdos de María, se han esfumado.