Esta guía de estudio reúne ocho cuentos y una novela breve representativos de la narrativa de Felisberto Hernández. Mientras en ninguno de los cuentos el narrador da su nombre, y cuenta su relato en primera persona, en la nouvelle Las Hortensias se narra en una tercera omnisciente desde el punto de vista de los personajes de Horacio y de María.
“La casa de Irene” tiene la forma de un diario personal en el que el narrador anota sus visitas a la casa de una joven a quien quiere cortejar. La historia se centra en el modo en el que Irene y el narrador interactúan con los objetos de aquella casa, mientras el narrador percibe un misterio blanco en torno a la simpatía y la espontaneidad de ella. Un día, el narrador se siente movido por una violencia inesperada a tomarle las manos a la joven; luego le da un beso. Irene sale corriendo y el narrador vuelve a su casa. Mientras intenta dormir, el narrador siente que la imagen de Irene se le distorsiona en la oscuridad. En la última entrada cuenta que le fue bien con Irene, y que el misterio blanco fue desapareciendo de a poco.
En “Nadie encendía las lámparas”, el relato dura el tiempo que tarda en caer el sol. El narrador nos ubica dentro de una casa, en la que está relatando un cuento para un grupo de personas. Su mirada se detiene en las viudas dueñas de casa, en una estatua que ve desde la ventana y en una mujer que apoya su cabeza en la pared. Cuando el narrador termina de relatar, un político quiere contar su historia, pero le cuesta encontrar las palabras y todos se impacientan. A continuación, el narrador se pone a charlar con dos hombres y con la mujer que vio antes, que es sobrina de las viudas. Más adelante, narrador y sobrina se van juntos a una habitación, ella le pregunta por la mujer de su cuento y si siente curiosidad por el porvenir. Luego, el narrador se pone a tocar el piano, pero una de las viudas se pone a llorar porque la música le recuerda a su esposo. Mientras algunos invitados se van, el narrador, la mujer y otras personas charlan con voces que se van apagando con la luz del sol. La casa se queda a oscuras porque nadie enciende las lámparas. En el final, el narrador se está por ir y la mujer le quiere pedir algo, pero en vez de hablar recuesta su cabeza en la pared y le toma al narrador la manga del saco.
“El acomodador” es la historia de un empleado de teatro que una noche descubre que puede ver en la oscuridad, con una luz que emana de sus ojos. Al principio se pone a observar objetos que cuelga en su habitación de pensión, pero después busca ingresar en la sala de una casa donde cena gratis dos veces por semana gracias a un hombre adinerado. El acomodador consigue que el mayordomo de la casa le abra la sala en la noche, y allí se dispone a observar las vitrinas repletas de objetos, recostado en un colchón. En la segunda sesión, se encuentra con la hija del dueño de casa, que camina sonámbula con un candelabro, escena que se repite en las sesiones nocturnas, en las cuales la mujer pasea por la sala y pasa por encima del narrador sin notar su presencia. Una noche, al salir del teatro, el acomodador ve a la sonámbula con un hombre: los dos parecen una pareja de extranjeros y la mujer no lo reconoce. El narrador los persigue hasta que la pareja acude a un policía. En la siguiente sesión, el acomodador le arroja una gorra a la sonámbula, que suelta un grito, deja caer el candelabro y cae desmayada. Entonces el acomodador se levanta del colchón y empieza a observarla con su luz, hasta ver sus huesos. El mayordomo enciende las luces y llega el dueño de casa, que increpa al acomodador. Este le dice al hombre adinerado que no podrá entenderlo, y lo incita a llamar a la policía, pero el dueño de casa responde que ha sido su invitado y que él sabrá lo que debe hacer. El acomodador se va y, a los pocos días, lo echan de su empleo. De a poco va perdiendo la habilidad de ver en la oscuridad.
El narrador de “Menos Julia” inicia el relato con el recuerdo de un amigo de la infancia con quien se escapaba de la escuela. Tiempo después, el narrador acompaña a su hija a un bazar y se reencuentra con su amigo; este le revela que tiene una enfermedad de la que no quiere curarse. Un sábado, el amigo lo invita a pasar el fin de semana en su quinta. En el camino le revela que su enfermedad tiene que ver con un túnel de la quinta, al que ingresa por las noches para llevar a cabo una sesión de adivinanzas en plena oscuridad. En la pared izquierda del túnel se ubican las muchachas con las que trabaja en el bazar, a las que les toca el rostro para reconocerlas. En la derecha, Alejandro, otro trabajador del bazar, dispone objetos en un mostrador para que el amigo descubra por medio del tacto qué son. En la primera sesión a la que asiste el narrador, el amigo se acerca a un de las muchachas y la llama Julia, pero la muchacha responde que ella no es Julia. El narrador toca un objeto y le pregunta a Alejandro qué es; este le responde que es la cáscara de un zapallo y el amigo se enfada, porque ha revelado la identidad de un objeto que él no ha adivinado. Al día siguiente, el narrador se pasa todo el día en su habitación y el amigo recorre la quinta; los dos disfrutan de su soledad. En la cena, el narrador le pregunta a su amigo si entró un perro la noche anterior, y este le responde que él salió de madrugada a recoger flores. El otro fin de semana regresan a la quinta y vuelven a tener una sesión en el túnel, en la cual el amigo no reconoce a Julia cuando habla con una de las muchachas. Esa noche, mientras duermen, el narrador oye unos ruidos de pezuñas que bajan la escalera; el amigo sube a ver qué sucede y el narrador le dice que ha entrado un perro. En una última sesión en el túnel, se oyen los gemidos de un perro y todos ríen. El amigo les pide a todos que se retiren, con excepción de Julia, pero el narrador se queda, sin que se note su presencia en la oscuridad. Oye la conversación de Julia y el amigo hasta que vuelve a gemir el perro, y entonces los dos salen del túnel. El narrador se ve en la necesidad de tocar la puerta para que lo dejen salir; revelada su transgresión, el amigo le dice que no quiere que vuelva al túnel. Pocos días después, el narrador recibe en su casa la visita de su amigo. Este le cuenta que el padre de Julia le ha pedido que no toque más el rostro de su hija y que se case con ella. El amigo confiesa que la ama, pero que no puede casarse porque Julia no quiere que toque más caras en el túnel. El narrador toca la cabeza de su amigo, que ha ocultado su rostro en las rodillas, sintiendo que ha rozado un objeto del túnel.
“El balcón” es un cuento sobre un pianista que visita por unos días una casa antigua en la que vive un hombre anciano con su hija. La muchacha nunca sale de la casa y se la pasa todo el día en el balcón de su habitación, desde donde observa la calle y recoge elementos para inventar historias sobre personajes ficticios. En la primera cena, el narrador disfruta de la comida y de los objetos dispuestos en la mesa, pero siente que estos pierden dignidad cuando son tocados por Tamarinda, la sirvienta de la casa. Luego empieza a sentirse desgraciado cuando la hija del anciano se dispone a leer un poema cursi que escribió sobre su camisón. Otra noche, la hija lo invita a tocar el piano de su madre, que ha fallecido. El pianista llega a tocar algunos acordes hasta que una cuerda se rompe, haciendo que la hija largue un grito. La noche siguiente, pianista y anciano cenan sin la presencia de la hija, pero cuando el narrador se va a su habitación, esta le toca la puerta y entra para recitarle unos poemas. Mientras el narrador hace un esfuerzo por no dormirse, otro grito de la joven indica la presencia de una araña en posición de saltar. El pianista logra matar a la araña, pero la hija se retira, espantada. Esa mañana el pianista avisa que debe irse a otra ciudad para realizar unos conciertos, pero promete volver. A los pocos días de irse, recibe un llamado del anciano, que le pide que vuelva en seguida. El pianista regresa y se encuentra con el anciano en un bar, que le revela la desgracia: el balcón se cayó. Ahora la joven se la pasa todo el día encerrada, sin querer ver la luz del día. El narrador va a visitarla y esta le dice que el balcón se tiró por la noche en que ella fue a su habitación, y asegura que la araña fue un aviso de que esto sucedería. Luego se acerca al vacío donde estaba el balcón y el pianista teme que se tire, pero la hija del anciano toma su cuaderno de versos y se pone a recitar un poema: “La viuda del balcón”.
En “Mi primera maestra” el narrador trae un recuerdo de su infancia, cuando a sus 6 años le gustaba ir a la casa de su maestra de la escuela. En la primera visita ve a una gallina sentada encima de sus pollitos, y a partir de entonces empieza a imaginar cómo sería vivir debajo de la pollera de su maestra. En varias ocasiones, el niño ingresa sin ser visto a la casa de la maestra. Una noche se esconde debajo de la mesa y la observa mientras ella levanta los platos de la cena. Cuando la maestra se sienta a leer, el niño intenta meterse debajo de su pollera, sorprendiéndola. Ella larga un grito, se cae y se enfada con el niño, pero después se ríe y lo manda de regreso a su casa, diciéndole que le contará todo a su padre. El niño se va, pero se siente aliviado, porque cree que a su maestra le gusta que él se meta debajo de su pollera.
Las Hortensias trata sobre un hombre adinerado que tiene la costumbre de observar escenas representadas por muñecas en un salón de su casa. El ritual de Horacio consiste en presenciar las vitrinas e intentar adivinar las leyendas que explican las escenas, mientras oye el ruido de las máquinas de una fábrica cercana. Horacio teme que su esposa María muera, y manda a fabricar una muñeca igual a ella. Hortensia, la muñeca, pasa a formar parte de su relación: marido y mujer pasean y duermen con ella, y María la utiliza para sorprender a Horacio, colocándola en lugares inesperados o poniéndola en su lugar, para que Horacio las confunda. Horacio le encarga a Facundo, el fabricante de muñecas, que modifique a la muñeca para que emane calor y sea más blanda. Él empieza a sentir que está enamorado de Hortensia, y pronto planea otra modificación para hacerla su amante. María ve a su marido cambiado y piensa que él se lamenta porque no pueden tener hijos, y que Hortensia es como una hija para ambos. Un día encuentra a sus empleadas mellizas observando debajo del vestido de la muñeca. María se acerca y descubre la verdad; entonces apuñala a la muñeca y se va de la casa, acusando a Horacio de haberle asqueado la vida. Horacio se va a dormir a un hotel lleno de espejos, en los que no quiere verse porque su rostro le recuerda unos muñecos de cera. Allí se encuentra con María y le pide que vuelva a la casa, pero ella decide irse a lo de una prima. Mientras tanto, Horacio consigue otra muñeca, a la que lleva a presenciar sus escenas, pero se siente solo. María se entera de esta nueva adquisición y regresa a la casa, desconsolada. Entonces Horacio le confiesa que se ha desilusionado con las muñecas. Por un tiempo vuelven a las costumbres felices de antes, pero poco después Horacio encarga otra muñeca y alquila una casita para estar con ella. A pesar de su remordimiento, Horacio se siente atraído por una nueva Hortensia que ve en la exhibición de Facundo y pide que se la envíen a la casita alquilada. Va a visitarla y, cuando la destapa, la muñeca le devuelve una sonrisa infernal: es María disfrazada de la muñeca, que de nuevo ha descubierto su engaño. Pero Horacio ha quedado trastornado por el susto y se encierra en una habitación de su casa, sin querer moverse ni hablar. Arrepentida, María logra que Horacio asista a una última sesión de escenas. En una de las vitrinas, Horacio siente que una de las muñecas toca su mano: es María que le pide perdón, pero Horacio se pone rígido e intenta salir de allí, desencajado. María va a pedir ayuda y, cuando regresa, encuentra a Horacio cruzando el jardín, siguiendo el ruido de las máquinas.
En “La casa inundada”, el narrador es un escritor que ha caído en la miseria y que consigue un trabajo como remero de una viuda, de nombre Margarita, que ha inundado su casa para pasear en bote. Margarita, que ha perdido a su marido en un precipicio de Suiza, le dice al narrador que tiene algo para contarle, pero en los primeros paseos habla de cosas sin importancia o permanece en silencio. El narrador empieza a imaginar el pasado de esta señora y a construir su propia imagen de Margarita, hasta que ella se decide a hablar y le otorga otra imagen. Margarita le cuenta que, cuando salía de Suiza, no pudo soportar los ruidos del ferrocarril y se detuvo en una ciudad de Italia. Allí descubrió un estanque en el que el agua parecía querer comunicarse con ella; desde entonces, Margarita cree que los recuerdos se cultivan en el agua y que esta recibe y refleja los pensamientos de las personas. El narrador se siente arrastrado por la angustia de Margarita, y se considera un fiel de la religión del agua. Un día, Margarita le ordena ir a Buenos Aires mientras quitan el agua de la casa para limpiarla. Cuando regresa, ella lo invita a presenciar una sesión en homenaje al agua en su dormitorio inundado. Allí colocan velas en una budinera y observan cómo un mecanismo que hace mover el agua se las lleva. El narrador se sube al bote y sale flotando hasta una isla del patio, donde siente que nunca se encontrará plenamente con Margarita. Esa noche, Margarita le dice que lo que ella quiere es comprender el agua y conservar sus recuerdos en ella. Luego estrecha la mano del narrador y lo despide. Al día siguiente, el narrador recibe una carta de Margarita en la que le agradece su compañía y le da permiso para contar su historia, con el único pedido de que, en el final, diga que esta es la historia que Margarita le dedica a José, esté vivo o muerto.
“El cocodrilo” es la historia de un concertista que se convierte en vendedor de medias para viajar y costear sus gastos. Él cree que vender medias será más fácil que organizar conciertos, pero descubre que le resulta muy difícil, y está a la espera de que lo despidan en cualquier momento. Un día entra en una tienda y se pone a jugar con un niño fingiendo que llora, pero se sorprende al sentir que su cara está llena de lágrimas. Al darse cuenta de que puede provocar sin motivo aparente el llanto, empieza a llorar para conseguir que le compren medias. Sus ventas suben y el gerente del negocio lo llama para que haga una demostración de su llanto. El narrador accede, pero pide exclusividad en este método de venta. Después de una buena temporada de ventas, el narrador decide volver a una ciudad en la que sus conciertos tuvieron algo de éxito. En el medio de la primera función se pone a llorar, y una persona del público le grita “cocodrilo”. Él cree que tiene razón, porque él no sabe por qué llora, como tampoco sabe por qué llora el cocodrilo. La ciudad hace una fiesta para agasajar al concertista. Allí el narrador se siente feliz y recibe una caricatura suya como un cocodrilo. De regreso en su hotel, siente placer por haber engañado a todo el mundo con su llanto, pero mientras se mira al espejo, su cara empieza a llorar. Se va a dormir llorando y, cuando se despierta, siente las lágrimas secas en su rostro, pero, ante el temor de ponerse a llorar de nuevo, se queda quieto en la cama, girando los ojos en la oscuridad.