Los objetos
Uno de los temas presentes en toda la narrativa de Felisberto Hernández son los objetos y su relación con las personas que los poseen, los crean, los codician, los desean. Los objetos se subjetivan o humanizan en la medida en que los personajes les atribuyen sentimientos e intenciones, construyendo un vínculo particular con ellos. A veces aparecen como testigos de la relación entre dos personajes, como en “La casa de Irene”, otras veces forman parte de un ritual de apreciación y posesión, como en “El acomodador”, “Menos Julia” o Las Hortensias, y en otras ocasiones se convierten en intereses amorosos de los personajes, como en “El balcón” y también en Las Hortensias. A su vez, los sujetos sufren un proceso de objetivación o cosificación cuando algún personaje se detiene en una parte del cuerpo y la singulariza con su mirada o su tacto, como los rostros de las muchachas en el túnel de “Menos Julia”, los ojos de las viudas y la cabeza de la mujer joven en “Nadie encendía las lámparas”, o las piernas y la pollera de la maestra en “Mi primera maestra”. De esta manera, objetos y partes del cuerpo se autonomizan y cobran vida a través de una escritura que desnaturaliza su presencia cotidiana y los ubica en relaciones inhabituales con personas singulares.
Las casas también forman parte de este entramado de relaciones entre los objetos y los personajes felisbertianos. Como espacios de lo íntimo y lo privado, las casas constituyen lugares privilegiados para que personajes como Horacio (Las Hortensias), el amigo del túnel (“Menos Julia”), la hija del anciano (“El balcón”) o Margarita (“La casa inundada”) se entreguen libremente a sus costumbres excéntricas, aunque, algunas veces, aparecen amenazas externas que invaden el interior de los hogares, como los ruidos de las máquinas en Las Hortensias o del carnicero cortando huesos en “El acomodador”. Las casas, o partes de las casas, pueden ser elementos centrales del vínculo sujeto-objeto. Este es el caso del balcón en “El balcón”; la casa de Margarita, con sus islas y avenidas de agua en “La casa inundada”; el túnel de la quinta en “Menos Julia”, o el gran salón y sus vitrinas de la casa negra en Las Hortensias. En este sentido, las casas constituyen espacios donde habitan los personajes y sus posesiones, pero también pueden ser objetos en sí mismas.
El artista y el mecenas
Como pianista y escritor, Felisberto Hernández padeció las penurias del artista que debe luchar por conseguir los medios para vivir de su arte. Tal vez por eso los personajes artistas de sus relatos, que en muchos casos narran en primera persona, son personajes empobrecidos o fracasados, que se ven obligados a tomar trabajos mal pagos o ajenos a su oficio artístico, como el concertista devenido vendedor de medias de “El cocodrilo”, o que son empleados o asistidos por personas adineradas, como el contador de cuentos de “Nadie encendía las lámparas” o el escritor de “La casa inundada”. En otras ocasiones, los artistas aparecen como personajes secundarios que son contratados por algún mecenas para componer los objetos y los espacios de sus particulares sesiones artísticas, como Facundo, el fabricante de muñecas, y los muchachos que realizan las escenas y que componen las leyendas para Horacio en Las Hortensias, el hombre del agua que ha construido la casa de Margarita en “La casa inundada”, o Alejandro, que elige y organiza los objetos del túnel en “Menos Julia”.
Los personajes mecenas de Felisberto Hernández realizan rituales artísticos con sus posesiones, pero no quieren conocer el proceso material que atraviesan sus empleados-artistas para llevar a cabo estos rituales, como si aquel conocimiento de la realidad rompiera la ilusión de su consumo estético. Así sucede con el dueño del túnel en “Menos Julia”, que demanda silencio durante la sesión nocturna; con Margarita en “La casa inundada”, que no quiere conocer la ingeniería que permite la inundación de su casa; con Horacio en Las Hortensias, que pide no conocer el mecanismo detrás de las muñecas. De esta forma, mecenas y artistas se diferencian en la medida en que pertenecen a estratos distintos de la sociedad, como ricos y pobres, empleados y empleadores, obreros y burgueses, productores y consumidores.
El arte
El arte es un tema en la literatura de Felisberto en la medida en que se presenta de una forma inusual. Arte es la selección y organización de los objetos en el túnel ("Menos Julia"), la exhibición de sombrillas abiertas en un corredor ("El balcón"), la representación de escenas con muñecas (Las Hortensias) o la inundación de una casa ("La casa inundada"). En estos casos, vemos a personajes que le quitan funcionalidad a los objetos y a las casas para convertirlos en obras de arte de sus rituales excéntricos.
También podemos interpretar como arte la capacidad de llorar a voluntad del narrador de "El cocodrilo", porque él logra que esa capacidad lo consagre como artista. Caso similar es el de "El acomodador", que si bien no puede ser apreciado por los otros por la luz que emana de sus ojos, él convierte en un ritual esa práctica de observar objetos en la oscuridad, a la manera de los personajes mecenas que se disponen a disfrutar del arte hecho para satisfacer su gusto artístico.
El misterio
Los relatos de Felisberto Hernández suelen estar construidos en torno a algo que no se dice o no se revela, o que una vez dicho o revelado sigue conservando un halo de misterio. Muchas veces el misterio tiene que ver con la relación particular y cotidiana de un personaje con sus objetos, como en “La casa de Irene”, “Menos Julia” y “El balcón”, y otras veces, con las capacidades fantásticas o extrañas que tiene el protagonista-narrador, como el pianista-vendedor de “El cocodrilo”, que puede largarse a llorar sin motivo aparente, o el narrador-acomodador de “El acomodador”, que puede ver los objetos en la oscuridad con una luz que emana de sus ojos. En “La casa inundada”, el misterio se construye primero en torno a lo que Margarita le contará al escritor-narrador, y después se traslada a los recuerdos que se conservan en el agua y que Margarita quiere descifrar.
El intento de descubrir un misterio puede estar acompañado de un desplazamiento que va de lo público a lo privado y de lo externo a lo interno. Para el niño-narrador de “Mi primera maestra”, el movimiento es de intrusión, desde el afuera hacia el adentro de la casa de la maestra, pasando por debajo de la mesa del comedor hasta intentar meterse dentro de su pollera, lugar de lo desconocido en donde quiere habitar a pesar de saber que no lo tiene permitido. En “El acomodador” también hay un ingreso trasgresor del narrador en la propiedad privada del hombre adinerado, para poseer con sus ojos a su hija y los objetos. Por otra parte, en “Nadie encendía las lámparas”, son los lectores los que quedan suspendidos en el misterio de desconocer varios aspectos de un relato que se va apagando con la luz del sol, que deja de iluminar el interior de una casa y los sucesos que transcurren en ella.
El doble
Varios personajes de la literatura de Hernández se desdoblan en otros o sufren la disociación de su yo en cuerpo y alma, o del todo en sus partes. Incluso, el individuo puede aparecer separado de sus propios pensamientos. En “El cocodrilo”, el pianista-vendedor se identifica con un músico ciego empobrecido que tiene dificultades para tocar, lo que nos permite ver en el personaje ciego un doble que le recuerda al narrador sus penurias musicales. En “La casa inundada”, en cambio, el tema del doble se representa en el narrador y su percepción de dos Margaritas; la que el escritor-botero imagina en los paseos silenciosos por el agua, y la que se revela una vez que la propia Margarita se dispone a contar su historia. Aquí también los personajes perciben sus recuerdos y pensamientos como cosas separadas de ellos y que pueden colocar o encontrar en el agua.
El relato que más explora el tema del doble es Las Hortensias, donde el protagonista, Horacio, busca en el desdoblamiento una forma fallida de escapar a la muerte. Las muñecas, objetos antropomorfos, representan la duplicación de la vida en la muerte, porque para Horacio pueden contener el alma de las personas que ya no están. Otra forma de la duplicación aparece en los vínculos entre personas y muñecas (Horacio y María, Hortensia y Horacio, María y Hortensia, Hortensia y sus otras versiones), en las sorpresas de María, que pone a Hortensia en su lugar o se pone ella en el lugar de las muñecas, y también en los espejos, donde Horacio se ve a sí mismo como un muñeco de cera.
Los recuerdos
La disociación del yo y sus pensamientos nos permite aislar los recuerdos como entidades autónomas. A veces los personajes van en búsqueda de sus recuerdos, tal es el caso de Margarita, que, en “La casa inundada”, busca en el agua el recuerdo de su marido; otras veces, los recuerdos aparecen en la mente sin ser buscados, como le sucede al narrador de “El balcón”, que disfruta la manera en que la memoria le trae acontecimientos de días pasados, o al vendedor de medias de “El cocodrilo”, a quien le vienen recuerdos difusos que le permiten fingir el llanto. Los recuerdos pueden ser lejanos, venir de la infancia –en “Menos Julia”, por ejemplo, el narrador evoca los recuerdos de su amigo de la escuela– o del lugar de origen –los recuerdos que abruman a los extranjeros de “El acomodador”– y también pueden venir de un pasado reciente, como los que repone en su diario el narrador de “La casa de Irene”. Independientemente de la lejanía o de la cercanía, los recuerdos aparecen como objetos codiciados pero escurridizos, que pueden tener la clave para descifrar algún misterio.
El deseo sexual
Varios objetos y personajes de Felisberto Hernández aparecen como objetos de deseo de otros personajes, deseo que se carga encubiertamente de tensión sexual.
En “El acomodador”, el narrador es llevado por una “lujuria de ver” (p.85) a observar con la luz que emana de sus ojos las posesiones de un hombre adinerado, y luego querrá poseer con su mirada a la hija sonámbula de aquel hombre.
Cuentos como “Mi primera maestra”, “Menos Julia” y “Nadie encendía las lámparas” revelan cómo el deseo de los personajes cosifica a otros personajes, porque sus miradas y su tacto se detienen en partes de su cuerpo: el narrador niño de “Mi primera maestra” quiere vivir debajo de la pollera de su maestra para acariciar sus piernas, el amigo de la infancia de “Menos Julia” no puede renunciar a su anhelo –que describe como una enfermedad– de tocar los rostros de las muchachas en la oscuridad del túnel, y en “Nadie encendía las lámparas” el narrador relator de cuentos muestra en el juego de seducción un interés especial por la cabeza de la sobrina de las viudas.
Por otra parte, otros objetos se ven personificados por el deseo de los personajes, como en “El balcón”, donde una joven construye un vínculo matrimonial con su balcón, o Las Hortensias, relato en el que el protagonista, Horacio, quiere convertir a sus muñecas en amantes.