Como hemos mencionado, Francis Bacon fue un filósofo, un científico y un estadista. A menudo se le atribuye haber sido uno de los precursores de lo que hoy conocemos como el método científico: un modo empírico de adquisición del conocimiento que se basa en la formulación de hipótesis, la experimentación y la evidencia para obtener conclusiones sobre el mundo natural.
En el caso de Bacon, su aporte al desarrollo del método científico estuvo ligado a su conocida defensa del empirismo: una teoría epistemológica que toma la experiencia sensorial como punto de partida para el conocimiento. Los empiristas sostenían que las ideas se originan, ante todo, a partir de la evidencia empírica, es decir, aquella obtenida a través de los sentidos. En la práctica, esta concepción suele asociarse con la idea de la “tabula rasa”: según el pensamiento empirista, los seres humanos nacen con la mente en blanco y solo desarrollan ideas y comprensión a través de su experiencia con el mundo.
El método científico ha sido parte del quehacer científico desde el siglo XVII, justamente la época en la que Bacon escribió la mayoría de sus ensayos y obras, incluida La Nueva Atlántida, publicada póstumamente en 1626. Si bien este método ha evolucionado con el tiempo, aún conserva sus principios fundamentales: la observación, la formulación de hipótesis por razonamiento inductivo, la experimentación sistemática y la deducción. Los primeros defensores del método, como Bacon, sostenían que el escepticismo era un componente esencial de la investigación científica, ya que los sesgos individuales o las influencias externas podían distorsionar la interpretación de los fenómenos observados.
No sorprende, entonces, que el cuerpo utópico de la Casa de Salomón opere en aislamiento respecto del resto de la isla en La Nueva Atlántida. Esta separación refuerza la idea de que la ciencia debe desarrollarse en un entorno protegido, libre de corrupción, ideología o intereses particulares. La obra de Bacon, en ese sentido, expone un modelo de investigación racional dentro de una visión utópica en la que el conocimiento empírico se convierte en la base del progreso social, espiritual y moral.