La podredumbre en la cuarentena
Las condiciones cada vez más inhumanas al interior del hospital psiquiátrico abandonado se describen con imágenes visuales y, sobre todo, olfativas y táctiles, en coherencia con la ceguera de la mayoría de las personas que son testigos de ellas (recordemos que el narrador focaliza en diferentes personajes a lo largo del texto).
Luego de que nuevos internos se sumen a los pocos que conformaban el primer grupo, el narrador comenta que “Hasta la atmósfera de la sala parecía haberse vuelto más espesa, con hedores que flotaban, gruesos y lentos, con súbitas corrientes nauseabundas (…)” (p.67). Poco después, cuando el médico va a los baños, "Le asfixiaba el hedor. Tenía la impresión de haber pisado una pasta blanda, los excrementos de alguien que no acertó con el agujero o que había decidido aliviarse sin más" (p.88). Y más adelante:
"No era sólo el olor fétido que llegaba de las letrinas en vaharadas, en exhalaciones que daban ganas de vomitar, era también el hedor acumulado de doscientas cincuenta personas, cuyos cuerpos, macerados en su propio sudor, no podían ni sabrían lavarse, que vestían ropas cada día más inmundas, que dormían en camas donde no era raro que hubiera deyecciones." (p.125)
Las estatuas y pinturas en la iglesia
Cuando el médico y su mujer llegan a la iglesia, ella observa que las estatuas tienen los ojos vendados y las imágenes religiosas, en las pinturas, tienen los ojos pintados con pinceladas blancas. El narrador enumera las imágenes intervenidas y, mediante el uso de la aliteración, crea una imagen visual detallada e impactante:
"(...) todas las imágenes de la iglesia tenían los ojos vendados, las esculturas con un paño blanco atado alrededor de la cabeza, y los cuadros con una gruesa pincelada de pintura blanca, y más allá estaba una mujer enseñando a su hija a leer, y las dos tenían los ojos tapados, y un hombre con un libro abierto donde se sentaba un niño pequeño, y los dos tenían los ojos tapados, y un viejo de larga barba, con tres llaves en la mano, y tenía los ojos tapados, y otro hombre con el cuerpo acribillado de flechas, y tenía los ojos tapados, y una mujer con una lámpara encendida, y tenía los ojos tapados, y un hombre con heridas en las manos y en los pies y en el pecho, y tenía los ojos tapados, y otro hombre con un león, y los dos tenían los ojos tapados, y otro hombre con un cordero, y los dos tenían los ojos tapados." (p.284)
El caos y la violencia en las calles
Tras salir de la cuarentena, el grupo recorre las calles de la ciudad y, a través de los ojos de la mujer del médico, vemos escenas de caos y violencia que dan cuenta de un desmoronamiento total de la estructura social:
"La basura en las calles, que parece haberse duplicado desde ayer, los excrementos humanos, medio licuados por la lluvia violenta los de antes, pastosos o diarreicos los que están siendo evacuados ahora mismo por estos hombres y mujeres mientras vamos pasando, saturan de hedores la atmósfera, como una niebla densa a través de la cual sólo con gran esfuerzo es posible avanzar. En una plaza rodeada de árboles, con una gran estatua en el centro, una jauría está devorando a un hombre. Debía de haber muerto hace poco, sus miembros no están rígidos, se nota cuando los perros los sacuden para arrancar al hueso la carne desgarrada con los dientes. Un cuervo da saltitos en busca de un hueco para llegar también a la pitanza." (p.235)
Animales
La novela de Saramago apela a una imaginería asociada al mundo animal para reflexionar sobre la naturaleza humana y sobre los límites de la civilización. Así, el narrador y los personajes establecen numerosas analogías entre el mundo animal y el humano. Recién ingresado a la cuarentena, por ejemplo, el médico no llega a hacer sus necesidades en el baño, se ensucia y piensa: "Hay muchas maneras de convertirse en un animal (...), y esta es solo la primera" (p.89).
Poco más adelante, temerosos de los violentos soldados, los internos dudan de salir a buscar los alimentos y el narrador reflexiona: "La amenaza no venció al temor, solo lo empujó hacia las últimas cavernas de la mente, como un animal perseguido que queda a la espera de una ocasión para atacar. Recelosos, intentando cada uno ocultarse detrás de otro, fueron saliendo los ciegos hacia el rellano de la escalera" (p.95). Es el médico, por su parte, quien repite hasta convertir casi en una máxima: "Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales" (p.109).
Luego, el narrador describe a un grupo de mujeres recién violadas por el grupo de malvados: "estaban encogidas en sus camas, como bestias apaleadas, los hombres no se atrevían a tocarlas, ni siquiera intentaban acercarse a ellas porque empezaban a chillar" (p.163). Asimismo, ya fuera del recinto, cuando el grupo de ciegos protagonista va a la casa de la muchacha de las gafas oscuras y encuentra a su vecina, la anciana, viviendo en estado prácticamente salvaje, ella repara, en relación con sus conejos y gallinas que "los animales son como las personas, se acostumbran a todo" (p.221), explicitando de este modo la analogía entre un mundo y el otro.