Resumen
Al día siguiente, la esposa del médico dice que se están quedando sin comida y que tienen que hacer otro viaje al almacén de la tienda. Al dirigirse hacia allí, escuchan a otro grupo de personas dando discursos, esta vez sobre organización: economía, tráfico, gobierno, democracia, etc.
Cuando llegan al supermercado, se sorprenden al ver que no hay nadie buscando comida a tientas. La esposa del médico piensa que puede que sea demasiado tarde, pero decide buscar de todos modos. Una vez adentro, el perro de las lágrimas comienza a gemir y no quiere acompañarlos al almacén del sótano. Una vez allí, la mujer del médico se sorprende por el olor a podrido y las luces parpadeantes. Cuando enciende la luz, ve una enorme masa de cuerpos en descomposición y algunas llamas sobre ellos. Parecería que algunos ciegos intentaron bajar y cayeron. Luego de que la secuencia se repitiera varias veces, los cadáveres acumulados estaban produciendo fuegos fatuos por la acumulación de hidrógeno fosforado, producto de la descomposición. La mujer del médico está abrumada por el horror de la imagen, y su esposo tiene que sacarla a rastras del sótano.
Salen y encuentran una iglesia donde la esposa del médico puede descansar. Una vez dentro, sin embargo, se sorprende al descubrir que todas las estatuas y todas las pinturas tienen los ojos cubiertos de blanco. Alguien, antes de quedarse ciego, fue y cegó a todos los santos. Cuando las personas rindiendo culto allí escuchan esto, les provoca un gran malestar. Los dos regresan a casa, sin comida.
Esa noche, solo el niño come, mientras el resto se acomoda para escuchar la historia. Cuando el primer ciego está a punto de quedarse dormido, le perturba el hecho de que ve negro a pesar de que tiene los ojos cerrados y está despierto. Entonces abre los ojos, para reconocer que ha recuperado la vista. Muy pronto, todos siguen su ejemplo y se pueden escuchar gritos en toda la ciudad: "Veo, veo".
Análisis
El grupo de personas ciegas que da discursos sobre organización contrasta con el grupo que daba discursos el día anterior. Este sentido de organización atrae al médico, que ha estado intentando, en vano, organizar a la gente desde el comienzo de la novela.
El incidente del supermercado, el descubrimiento de los cadáveres en el almacén, es ciertamente impactante, pero debemos preguntarnos por qué la esposa del médico reacciona de manera tan extrema: "Cuando salieron del corredor, los nervios de ella se desataron de golpe, el llanto se convirtió en convulsión (...)" (p.281). La respuesta se encuentra en las dudas que sintió cuando se llevó la comida del almacén. Guardar el secreto de que allí había alimentos le parecía un poco inhumano. No obstante, cometió el error de comer algo antes de salir y el olor la puso en evidencia. Aparentemente, alguien descubrió el acceso al almacén luego de esto, por lo que las acciones de la mujer del médico llevaron, directa o indirectamente, a la muerte horrible de todas estas personas.
Aquí se pone en evidencia la incómoda posición en la que se encuentra la mujer del médico, que debe ser egoísta, y hasta cruel, para proteger a su pequeño grupo, a la vez que carece de la inocencia de los ciegos, que se ahorran visiones de la degradación y la violencia de las personas.
La ceguera de los íconos en la iglesia es un episodio interesante que se puede leer de dos formas. Bajo la primera lectura, esta ceguera puede responder a una fe perdida; incluso a una abierta agresión hacia la idea de lo divino. Los feligreses podrían haber cegado los íconos como una forma de hacerle a Dios lo que Dios les ha hecho a ellos. Pero la ceguera de los íconos también se puede leer como la máxima expresión de que Dios no es sino tan bueno como aquellos que le rinden culto. Si Dios, y la religión en general, solo se materializan a través de la comunidad de creyentes, entonces tendría sentido que las imágenes que aluden a lo religioso estuvieran ciegas. Una vez más, nos enfrentamos aquí al horror de un mundo de ciegos sin escapatoria. La ceguera sería tolerable si los ciegos supieran que algunas personas pueden ver, o si por lo menos Dios, fuera del mundo que habitan, puede hacerlo. La sugerencia de que este no es el caso lleva a los fieles al pánico:
"(...) la idea de que las sagradas imágenes estaban ciegas, de que sus misericordiosas y sufridoras miradas no contemplaban más que su propia ceguera, les resultó súbitamente insoportable, fue igual que si les hubieran dicho que estaban rodeados de muertos-vivos, bastó que se oyera un grito, y luego otro, y otro, luego el miedo hizo que todos se levantaran, el pánico los empujó hacia la puerta (...)". (p.286)
Cuando el resto de la gente en la ciudad comienza a recuperar la vista, la mujer del médico se preocupa por perder la suya. ¿Por qué? Ella cree que se salvó para poder dar testimonio de lo sucedido. No se trataba tanto de estar destinada a ayudar a los demás como a ver lo que hacían, en qué se habían convertido, y recordarlo. Si este es el caso, entonces ella no tiene ninguna razón para mantener la vista una vez que los demás recuperan la suya. Por suerte para ella, este no es el caso.
El hecho de que, al final de la narración, los personajes recuperen la vista es una prueba más de la condición alegórica del relato. Debemos recordar que las alegorías son a menudo, hasta cierto punto, didácticas. Se espera de ellas que transmitan un mensaje o una moraleja. Este mensaje o moraleja a menudo funciona a costa de lo que podemos llamar realismo. Tal es el caso de Ensayo sobre la ceguera, donde la repentina y bastante improbable recuperación de la vista de los personajes deja en claro que su ceguera era simplemente un medio, casi un explícito recurso narrativo, para mostrarles el estado de ignorancia e irracionalidad en el que suelen vivir, independientemente de si pueden ver o no.
Las lágrimas de la mujer del médico hacen saber al lector que el rol del único que puede ver, es decir, del filósofo, no es más grato que el del ciego. Ser capaz de ver el mundo como realmente es significa estar al tanto del horror y del dolor humano en todo su esplendor. Mientras que los ignorantes o irracionales son felizmente inconscientes de su propia falta de conocimiento, quien puede ver no es capaz de ignorar los horrores que trae consigo la verdad. Así, el llanto de la mujer del médico puede leerse como uno de alivio: ya no está sola contemplando el horror.