Resumen
Al despertar, la esposa del médico se da cuenta de que se ha olvidado de darle cuerda al reloj. La gravedad de su situación finalmente la golpea y se derrumba. La muchacha de las gafas oscuras se acerca a consolar al médico y a su esposa. Los representantes de cada sector se reúnen y deciden repartir la comida de acuerdo con el número de internos en cada área.
No obstante, cuando llegan los alimentos surge la confusión, porque los ciegos avanzan vacilantes, con miedo a ser fusilados. Los soldados, por su parte, también tienen miedo de acercarse a los ciegos y contagiarse. En un momento, uno de los ciegos pierde el rumbo, separándose del grupo, y apenas logra escapar de los disparos de los guardias.
Mientras el grupo celebra que aquel ciego finalmente logra volver sano y salvo, unas cajas de comida desaparecen. El grupo se plantea entonces encontrar a los ladrones, pero resulta difícil.
Poco después llegan unos 250 internos más. El gran tamaño del nuevo grupo supone que será necesario habitar todas las salas, incluso aquellas que estaban reservadas para quienes todavía no se habían quedado ciegos. Los nuevos internos se apiñan cerca de la entrada mientras más y más personas son forzadas a entrar, por lo que varias personas resultan pisoteadas y heridas. Los internos que habían estado en contacto con personas infectadas por la epidemia, pero que todavía no estaban ciegos, intentan prohibirles la entrada a los nuevos internos a su ala del edificio, pero esto resulta imposible. Son demasiados.
Después de un largo período de confusión y desorden, todos se terminan acomodando. Un anciano con una venda negra en el ojo entra a trompicones en la primera sala y toma la cama que el ladrón del coche dejó libre.
Análisis
En la novela, la naturaleza humana se muestra egoísta y vil, con pocas pero brillantes excepciones. Muchos de los pequeños conflictos que tuvieron lugar entre los internos durante los primeros días llegan a un punto crítico en esta parte debido a la gran afluencia de personas.
En primer lugar, el robo abierto de la comida ejemplifica el triunfo de la naturaleza humana egoísta sobre los atisbos de solidaridad que habían aparecido entre los internados. El robo se comete porque a los ladrones no les interesa el bien común, y porque saben que pueden salirse con la suya, sin hacerse responsables de sus actos. Este desorden y la insatisfacción que provoca llevarán eventualmente al régimen del ciego de la pistola.
En segundo término, el gobierno demuestra ser, simplemente, una versión amplificada de estas tendencias de la naturaleza humana. Esto queda demostrado por su cínico desprecio por aquellos que están en cuarentena; muy particularmente por los que aún no están infectados. Por un lado, los ciegos son tratados como ganado; se los hace ingresar a trompicones, provocando accidentes y dejando personas heridas que, por supuesto, no son atendidas. Por el otro, el gran tamaño del nuevo grupo obliga a los internos a ocupar todo el espacio, mezclando infectados y potenciales infectados y dejando así a estos últimos sin esperanzas.