Resumen
Enterrar al ladrón del coche resulta difícil porque los ciegos no pueden encontrar una pala. La mujer del médico se ofrece voluntariamente para ir a pedir una, y tiene que fingir que está ciega cuando lo hace. Después de que el ladrón del coche es finalmente enterrado, sin ceremonia, un grupo de ciegos se reúne junto a la puerta para esperar las cajas de comida.
Sorprendidos por su número y su afán, los soldados encargados de entregar la comida entran en pánico y abren fuego. Varios internos mueren. Una vez más, se pide a los sobrevivientes que entierren a sus muertos. El desacuerdo sobre si hacerlo antes o después de comer conduce a una primera crisis de liderazgo. Finalmente, se decide que cada sector enterrará a sus propios muertos después de comer. Más tarde, tras haber comido y enterrado a los muertos, el médico va al baño y reconoce que su estado es calamitoso. Se da cuenta de que pronto se convertirán en animales.
Análisis
Esta sección desarrolla el tema de la decadencia social. Esto se evidencia en dos eventos concretos. El primero es el entierro de los cadáveres, y el segundo es la creciente preocupación por la higiene.
El entierro de los propios muertos es un ritual que ha distinguido a la sociedad humana de los animales desde el comienzo del registro histórico. Es central para la constitución humana la noción de que un cadáver fue una vez una persona, y no se trata simplemente de una cosa. Aquí, los internos deben enterrar a sus propios muertos sin las herramientas adecuadas, un espacio designado ni un ritual que lo enmarque. Los soldados que cometieron los asesinatos, por su parte, se muestran indiferentes a esos cuerpos, y bien los dejarían allí, pudriéndose al aire libre, si no fuera por el miedo al contagio. Esto es el reflejo de una separación de los internos de la sociedad. Esta separación es sumamente dramática y profunda, porque la escisión se produce, como decíamos, en uno de los fundamentos más elementales de la condición humana.
Otra faceta fundamental de la vida moderna y urbanizada es la regulación del sistema de gestión de residuos, a menudo invisible para quienes viven entre tales lujos. En la cuarentena, este no es el caso y el hecho se le hace evidente al médico en este capítulo.
En esta sección también se confirma que el ejército trata a los ciegos, no como conciudadanos, sino como enemigos, tras confirmar que el asesinato que cierra el capítulo anterior no es un caso aislado, sino una disposición institucional. Así, la ruptura total con el mundo anterior y la entrada a una verdadera distopía, anunciada con el homicidio del ladrón del coche, se confirma definitivamente con este episodio. Como resultado, se solidifica aún más la distinción entre el mundo de los ciegos y el mundo exterior, haciéndose evidente que quienes no se han quedado ciegos temen y, por tanto, odian a quienes sí lo han hecho. En la posible lectura alegórica que nos propone la novela, esto puede resultar irónico, en tanto la ceguera blanca sería simplemente la encarnación de nuestra ignorancia cotidiana. La ironía será cada vez más evidente cuando la ceguera se convierta en la norma.