Resumen
Una niña comparte la cama con su padre debido a que una tormenta no la dejaba dormir. La tormenta ya pasó, pero ella sigue allí sintiéndose retenida por la presencia del hombre. Su madre no está con ellos: se encuentra en alguna otra habitación de la casa o bien ha muerto. Lo único cierto es que él “tenía otra mujer” (37) y que por ese motivo ella había enloquecido.
Al principio, las ondulaciones de la vela que está situada al lado de su padre le hacen creer que él está muerto, pero luego confirma que no es así, ya que la mira fijamente desde su posición estática: “No es la muerte lo que estamos compartiendo. Es otra cosa que nos une” (37). De cualquier forma, sabe que no puede escapar de allí, pues la imagen de su padre le hace sentir el cuerpo “hipnotizado y atraído” (37).
Eventualmente, una rata se entromete en la habitación y comienza a recorrer el cuerpo del hombre hasta que se acuesta en sus hombros. La narradora dice que la rata es “Adelina, la hija de la fregona” (37), y le llama la atención que haya podido ingresar a la habitación a través de un caño, pese a que tiene siete años. Desde allí, la rata le muestra los dientes. La niña se pregunta nuevamente sí su padre está muerto, pero en ese momento ve que, “dulcemente, sonríe complacido” (38).
Análisis
La especialista en la obra arredondiana Claudia Albarrán señala con agudeza que una de las características que reúnen todos los cuentos de Arredondo es la de poseer un elemento de misterio que exige una actitud activa por parte del lector para desentrañar los sentidos que se ocultan tras la escritura:
Inés introduce en los cuentos una serie de signos, de señales —más o menos complejas— que, si son percibidas por el lector, constituyen verdaderas herramientas para comprender la dimensión de lo narrado. Y es que el sentido ulterior de muchos de los cuentos no está definido, delimitado: es un enigma construido a partir de una serie de indicios, lo cual implica, por parte de los lectores de Arredondo, un esfuerzo de análisis, de interpretación de cada uno de esos signos para desentrañar el «misterio» que la escritora ha querido ocultar en ellos y darle su justo sentido” (1998: 151).
Es decir, muchos de los cuentos de Arredondo no contienen un mensaje explícito que permita comprenderlos sin vacilaciones en su totalidad. Por el contrario, poseen una ambigüedad irreductible y distintos elementos simbólicos o alegóricos que invitan a ser interpretados por el lector. En este sentido, “Apunte gótico” es, quizá, uno de los cuentos de más difícil interpretación en toda la selección que reúne Río subterráneo.
El cuento está narrado en primera persona por una niña que descansa en la misma cama junto a su padre. Esta primera persona resulta indispensable para sostener la ambigüedad de sentido, porque nos impide a los lectores obtener información objetiva respecto de las imágenes que ve la niña. Ella permanece sin moverse, al igual que su padre, y todo lo narrado corresponde a lo que observa desde su posición en la cama. Debido tanto a que en la habitación no hay más luz que la que proyecta una vela ubicada al lado de su padre, como al estado de adormecimiento que domina a este personaje, las imágenes que nos presenta son confusas e ininteligibles.
No obstante, la escena es sugerente respecto a diversas interpretaciones. La primera duda que se nos presenta es si su padre está muerto o no, porque la narradora lo afirma y lo niega a lo largo de todo el relato: “Ahora sí creo que mi padre está muerto. Pero no, en este preciso instante, dulcemente, sonríe: complacido. O me lo ha hecho creer la oscilación de la vela” (38).
La segunda duda, aún más terrible, es si hay algo de incestuoso en la escena que estamos presenciando. Esta lectura, defendida por gran parte de la crítica, se sostiene por varios motivos. Si bien es cierto que no se produce ningún contacto físico entre ambos personajes, tanto la escena como el modo en el que la narradora la presenta sugiere esta relación. En principio, el padre tiene el “cuerpo desnudo, medio cubierto por la sábana” (36). También se menciona la posible muerte y la locura de la madre de la protagonista, locura cuyo origen se justifica en el hecho de que “él tenía otra mujer” (37). En este punto, los lectores podríamos preguntarnos si esa otra mujer no es, de hecho, la propia narradora. Más aún, cuando se pregunta si su padre ha muerto, ella menciona: “Me mira y no me toca: no es la muerte lo que estamos compartiendo. Es otra cosa que nos une” (37). Esa otra cosa, nuevamente, nunca se explicita.
Si el sentido del texto parece ya confuso, la cosa se complica más aún cuando hace presencia la figura de la rata. La rata surge de la oscuridad y adopta rápidamente la forma de otra niña: “Adelina, la hija de la fregona” (37). En este punto, los lectores podemos intuir que el adormecimiento de la niña le produce ensoñaciones o, incluso, que es testigo de algún acontecimiento tan traumático que debe distorsionar lo contemplado para poder tolerarlo. Esta rata, que “va por su presa” (37), se arrastra sobre el cuerpo del padre —no sabemos si para devorarlo o con otras intenciones— y desde allí le “hace una mueca” y le “enseña los dientes”(38) a la narradora. Aquí, la ambigüedad del relato nos hace vacilar entre interpretar a esta niña, Adelina, como una víctima sexual de su padre, como una proyección que realiza de sí misma la narradora o como una rata verdadera que se ha acercado al cuerpo muerto del hombre con el fin de devorarlo. En suma, esta bifurcación de sentidos posibles nunca se resuelve porque al final, y pese a su aspecto cadavérico, el padre de la niña “sonríe: complacido” (38).