Resumen
A la madre de Lázaro Echave hace tiempo que ya nadie la puede mirar a los ojos. Su hijo es un preso político de dieciséis años, pero fue capturado por error: lo confundieron con un medio hermano de ella del mismo nombre, del cual ni siquiera estaba al tanto de que existiera.
Un día, mientras observa una fotografía del carnet de estudiante de su hijo, ella comienza a llenar la imagen a besos: su hijo es demasiado hermoso. En ese instante, “la maligna palabra «apetecible»” (24) se entromete en sus pensamientos y la llena de horror; un horror de sí misma y, sobre todo, de lo que pueda pasarle a su hijo con los soldados del ejército.
Ella vive sola en la casa que compartía con su hijo. Es una maestra jubilada y recuerda cuando descubrieron que interrumpía sus clases para acariciarle la cabeza a los niños mientras lloraba desconsolada. A los niños eso los asustaba, pero ella no se daba cuenta de eso.
Ahora comparte la casa con un prisionero que puso ahí su medio hermano para que le devuelvan a su hijo en un intercambio. Cuando llega ese momento, se esconde en la habitación contigua a la de su hijo para oír a través de la pared. Sin embargo, durante tres días, los soldados, el prisionero y su hijo conviven en la casa sin que ella consiga verlos siquiera. Por momentos oye la voz de Lázaro y advierte que está sano por los movimientos que realiza en la habitación.
Cuando llega el momento del intercambio, algo sale mal y los soldados terminan asesinando a su hijo. De algún modo, su medio hermano consigue acabar con la vida, como represalia, del otro prisionero. Ella aún escucha el disparo que ha matado a su hijo.
Ahora se dirige al funeral. Quiere llegar temprano para conseguir un buen lugar. Considera, pese a todo, que es mucho tener lo que tiene: “un féretro, un cadáver ante el cual llorar” (29).
Análisis
Nuevamente, Arredondo vuelve a plasmar sus reflexiones acerca del tema de lo femenino a través de sus cuentos. En este caso, la experiencia específicamente femenina que se narra aparece vinculada a la cuestión de la maternidad, al sufrimiento de una madre cuyo hijo ha sido secuestrado y asesinado por el ejército. Su dolor como madre resulta incomprendido en la sociedad donde vive, lo que pone de manifiesto la dificultad de esta mujer para encontrar redes de contención en una situación tan difícil.
En un principio, esto se manifiesta en el hecho que ya no le puedan sostener la mirada: “Nadie me mira, ya, a los ojos” (23). Pero ello se enfatiza aún más hacia el final del relato, cuando rememora el funeral de su hijo, donde están “el arzobispo (...), el cuerpo oficial y diplomático” que “darán sus pésames a las mujeres veladas que no entienden nada, como yo” (29). Ella es consciente de que sus saberes y sentimientos son poco valorados debido a su condición de género, y la injusticia que atraviesa es mayor aún en la medida en que participa del funeral el mismo ‘cuerpo oficial’ implicado en su tragedia.
La narración en primera persona nos permite a los lectores acceder a la psiquis profundamente atormentada de este personaje, lo que trae a colación los temas de la experiencia límite y la locura. Signada por el dolor, su voz entremezcla los tiempos narrativos en un bucle que dificulta comprender, al menos hasta el final del relato, si lo contado sucede antes o después del asesinato del hijo. Este estado de confusión y depresión extrema se produce como consecuencia de la muerte, una experiencia límite que la arrastra más allá de lo tolerado. Quizás el ejemplo más ilustrativo del extraño funcionamiento del tiempo en el relato se produce cuando oye el disparo que acaba con la vida de su hijo, una imagen acústica que la mujer no puede dejar de oír: “Ya volveré a quedarme quieta, pegada a la pared, escuchando el disparo mientras vienen a buscarme, escuchándolo siempre. Siempre” (29).
La última línea del cuento permite comprender la tragedia que atraviesa esta mujer en línea con los distintos procesos dictatoriales que ha atravesado la historia política latinoamericana a lo largo del siglo XX. Pese a su sufrimiento, la protagonista manifiesta cierto agradecimiento por contar con el cuerpo de su hijo para, al menos, llorarlo: “Es mucho tener lo que tengo, féretro, un cadáver ante el cual llorar” (29). Con este comentario, se insinúa el hecho de que otros muertos a manos del ejército nunca son encontrados, quedando así desaparecidos. Esta línea interpretativa se potencia si tenemos en cuenta que, pese a que el relato no aluda en forma directa a ningún acontecimiento histórico puntual, sí sabemos que el hermano de la protagonista pertenece a algún tipo de organización armada enfrentada al gobierno.