Resumen
Lótar es amante de don Hernán. No es su nombre real, pero fue bautizado de ese modo por él y mantiene el nombre desde entonces. Don Hernán es un rico y poderoso hacendado que tiene por costumbre utilizar un fuete para imponer su poder sobre los demás. Además de ser su amante, Lótar es el encargado de conseguir las adolescentes jóvenes que don Hernán exige para acostarse con ellas. De ese modo conoce a Raquel, una joven de dieciocho años que trabaja como maestra. Para atraerla, Lótar comienza a prestarle libros, que ella lee con avidez.
Un día, Raquel parece adivinar sus intenciones ocultas, por lo que Lótar le pregunta si es virgen y, ante su afirmación, hace explícita su propuesta: “Te ofrezco quinientos pesos en oro por tu virginidad. Dos horas de una noche. Nada más” (83). Raquel está al tanto de que don Hernán tiene una hacienda lujosa, con una gran biblioteca y una jaula repleta de aves exóticas. Por ese motivo accede, pero afirma que no quiere el dinero, sino ver los libros y las aves.
Habiendo acordado, Raquel y Lótar se dirigen a la hacienda de don Hernán. Allí, Raquel se pone una “bata blanca, inmaculada” (85), e ingresa en la habitación destinada para concretar el encuentro. Lótar se queda esperando afuera, pero las horas pasan y ni Raquel ni don Hernán salen de la habitación. Cuando la ansiedad comienza a desesperarlo, don Hernán abre la puerta y lo manda a llamar: no solo no tuvieron relaciones sexuales, sino que ha decidido que Raquel comience a vivir con ellos.
A partir de entonces, Raquel pasará a llamarse Lía y Lótar, pese a sus celos, será el encargado de enseñarle los modales que le corresponden a una dama. Además, don Hernán dispone que estudie equitación, literatura, idiomas, piano y buenas costumbres, al tiempo que le manda a hacer una gran cantidad de prendas caras.
Con el tiempo, Lía consigue más y más poder en la hacienda. Una noche, Lótar espía en la habitación de don Hernán y advierte que le gusta desnudar a Lía para luego vestirla únicamente con las lujosas joyas que heredó de su madre. En ese periodo la presenta en sociedad y todo el mundo queda encantado con ella y sus habilidades con el piano.
Llega el día en que don Hernán organiza un largo viaje alrededor del mundo y pasan dos años visitando los lugares más históricos de varios países. La formación y la inteligencia de Lía se expanden en cada uno de los destinos. Además, Don Hernán no duda en consentirla con cada cosa que ella pide, mientras Lótar se resiente cada vez más, ya que Don Hernán le ordena que la persiga y la cuide constantemente.
Cuando por fin regresan a la hacienda, Lótar deduce que Lía ya ha adquirido demasiado poder: “Lía era ya una mujer hecha y derecha. Era sumamente poderosa. Solamente faltaba un paso (...) para que ella fuera soberana absoluta” (113).
Un día, Lía se mete vestida en el Río San Lorenzo y sale toda sucia. Lótar se indigna, pero don Hernán solo atina a reír. Luego, la joven libera a dos periquitos australianos de don Hernán, quien tampoco se enoja por ello.
Finalmente, don Hernán la llama para volver a vestirla con las joyas de su madre. Nuevamente, Lótar espía la situación desde una ventana y ve que, a diferencia de otras veces, Lía no se queda tiesa mientras don Hernán la usa de modelo. Por el contrario, se aferra a él con la intención de tener relaciones sexuales. Don Hernán se resiste a hacerlo y, a consecuencia de ello, Lía lo agrede tirándole uno de los collares a la cara. Enojado, Don Hernán saca el fuete para castigarla, pero no se anima a hacerlo. Esa noche, Lía deja la casa para siempre.
Análisis
“Mariposas nocturnas” es el único relato de esta selección en el que una protagonista femenina logra triunfar por sobre las desigualdades entre hombres y mujeres. Si bien Lía accede a prostituirse con don Hernán, lo que la motiva a hacerlo no es una necesidad económica, sino su avidez de adquirir un capital cultural e intelectual. En este punto reside su capacidad para invertir la relación de dominación con don Hernán, a quien primero consigue someter a todos sus caprichos y luego, cuando finalmente adquiere conciencia de su propio deseo sexual, este supera la capacidad de él para complacerlo. Tal como señala el crítico Víctor Hugo Vázquez Rentería, “Lía quiere satisfacer su deseo; ha tenido ya la abundancia, posee cierto tipo de conocimiento; ahora es menester saber qué siente el cuerpo, percibir a través de él. Por eso se marcha, ya no hay en la casa algo que no conozca, tampoco la posibilidad de satisfacer ese deseo intenso, por primera vez, doloroso de tan puro” (2007: 27). De este modo, Lía deja la casa “erguida, sin nada entre las manos” (114), pero con su dignidad intacta, y habiendo capitalizado para sí todas las experiencias y el aprendizaje de sus años en la hacienda.
Cabe preguntarse, entonces, qué es lo que diferencia a este personaje femenino de otros, como las protagonistas de “Atrapada” o “Entre sombras”, e incluso de Lótar, el narrador de este relato. La diferencia parece radicar en el hecho de que Lía no subordina sus deseos y aspiraciones a la decisión de un hombre, ni tiene interés en complacerlo. Ella posee una voz y la utiliza para expresar e imponer sus deseos, adquiriendo así las herramientas que le permiten dejar la casa de don Hernán habiendo crecido intelectualmente, dominado distintas destrezas, conocimientos e idiomas: “Lía era ya una mujer hecha y derecha. Era sumamente peligrosa. Solamente faltaba un paso, el que podría darse esa noche, para que ella fuera la soberana absoluta” (113).
En el extremo opuesto, tanto Lótar como las narradoras de “Atrapada” y “Entre sombras” son personajes que no consiguen hacerse valer por las personas que aman. Esto los lleva a situaciones de sumisión y dependencia tales que terminan despersonalizados y depresivos. En el caso de Lótar, aunque él sea el amante de don Hernán, las funciones que cumple a su lado son más bien las de un empleado que debe acatar inmediatamente sus órdenes sin lugar a reclamos: “Mi zozobra no había tenido más remedio que tragármela y sudarla. ¿Qué pasaba? La reglas del juego habían sido rotas; reglas que yo no inventé, que simplemente asumí cuando era un adolescente” (86).
El triunfo de Lía se realza aún más si consideramos el tipo de masculinidad déspota y autoritaria que encarna don Hernán. Este personaje es un rico hacendado de Eldorado que utiliza a su amante Lótar para recolectar adolescentes vírgenes y acostarse con ellas con el único objetivo de saciar su “naturaleza coleccionista” (87). La perversidad de este personaje lo vuelve casi un monstruo, tal como él mismo se caracteriza al compararse con el Minotauro, una famosa bestia de la mitología griega que devoraba a los jóvenes que le eran entregados como sacrificio. Más aún, don Hernán califica su práctica pedófila como “el holocausto de las vírgenes” (87), expresión que alude a una gran matanza de personas que tiene como objetivo eliminar a un grupo social determinado, sea por motivos étnicos, religiosos o políticos, entre otros.
Como vemos, el género y el dinero de este personaje lo vuelven extremadamente poderoso, tal como podemos comprobar en la relación que tiene con el resto de los personajes que acatan cada uno de sus caprichos. El fuete, herramienta que utiliza para seleccionar a sus víctimas y hacerlas obedecer, simboliza, en este punto, su terrible poder, su potestad para tratar a los demás como animales.
Así y todo, Lía consigue subvertir esta relación, subversión que posee un importante sentido irónico, ya que, aunque don Hernán cree tener poder sobre ella, al final del relato nos damos cuenta de que es todo lo contrario. En las últimas líneas del cuento, la incapacidad de don Hernán a la hora de golpearla ilustra el debilitamiento de su poder frente a ella:
“Ella lo miró con una mirada seca, despreciativa, se arrancó el collar y se lo arrojó a la cara. El golpe lo encegueció y se tapó los ojos con las manos. Se repuso casi de inmediato y rápidamente fue al lugar donde dejaba el fuete al acostarse, y corriendo con él en alto atravesó la habitación lleno de ira. Ella seguía ahí, como una estatua resplandeciente. El fuete en alto estaba a la altura de su cara. Luego, el brazo que lo empuñaba cayó desgonzado” (114).