Río subterráneo

Río subterráneo Resumen y Análisis "Atrapada"

Resumen

Paula recuerda el comienzo de su relación con Ismael, un joven y apuesto arquitecto, que dio origen a su tragedia.

Un día, en su periodo de noviazgo, Ismael la lleva a conocer a sus amigos. La situación le resulta desagradable, ya que su grupo de amigos —sobre todo Toti, la peor— comienza a burlarse de una joven llamada Abigaíl que se acostó con varios de ellos. Luego, cuando Ismael intenta presentar a Paula, Toti se burla de su origen étnico. Paula se enfurece y deja el lugar. Federico, el mejor amigo de Ismael, la acompaña a su casa.

Al día siguiente, Ismael la va a buscar para reconciliarse. Paula sigue enojada, pero él la convence de que el maltrato de Toti se debe a que la envidia. Poco tiempo después, Paula e Ismael contraen matrimonio.

Una mañana, Paula se despierta al lado de Ismael y comienzan a jugar de forma erótica. La situación se frena cuando él la mira fijamente “con sus ojos profundos adoloridos” (122). Paula no termina de comprender qué es lo que le sucede y le habla cariñosamente. Ismael le dice que se comporta como una niña, que usa palabras cursis como “«mi vida», «amor», todo eso”, y que “el amor no es una ilusión ni una novela rosa” (123). Avergonzada de sí misma, Paula asiente a todo lo que dice.

Tiempo después se van a vivir a un pent-house en un moderno edificio de Ismael. En ese periodo ella se acostumbra a estar siempre pendiente de él, a esperarlo, a educarse y compararse constantemente con su marido. Él le dice que debe acostumbrarse a vivir entre cosas bellas, la insta a que sea más justa y empática con el resto, y la impulsa a hacerse un cambio en “Esos cabellos largos y lustrosos, pesados, que eran mi orgullo” (125).

Pasado un tiempo, ella tiene un aborto espontáneo terriblemente doloroso. Una vez en el hospital, él insinúa que prefiere que haya perdido a su hijo, ya que “los hijos se interponen” (127). Con mucho dolor, ella acepta que nunca será madre.

Los días siguientes, mientras se recupera físicamente, Paula recibe muchas visitas de Federico, el amigo de Ismael. Por su parte, Ismael el pasa poco tiempo con ella porque se impacienta cuando la ve triste. Federico intenta convencerla de que lo enfrente, pero ella le reclama que hace exactamente lo mismo, que él también accede a todo y cambia de opiniones para mantener satisfecho a Ismael. En ese momento, Paula le dice a Federico que sabe que él también está enamorado de Ismael, pero promete no decir nada. Esa noche, luego de que Federico se vaya, Paula comprende que ya no es la misma del pasado: “si vieran quién era yo ahora se horrorizarían” (133).

Cuando Paula comienza a sentirse mejor, Ismael la invita a una reunión en la casa de Toti para que ya “no hayan chismes ni interpretaciones falsas” (135). En su comentario se induce la posibilidad de que haya estado saliendo con ella. Los días siguientes Paula se encuentra angustiada pero, pese a que Federico intente convencerla de lo contrario, se propone reprimir sus sentimientos para no contrariar a Ismael.

Después de que el matrimonio asista a la reunión en lo de Toti, Ismael compra un viejo caserón para vivir con Paula, quien lo considera como un acto de reconocimiento hacia ella. Durante un largo tiempo, la pareja se dedica a restaurar el lugar y Paula se siente muy satisfecha por ello. Incluso llega a refaccionar una habitación para ella, utilizando sus viejos muebles y los “objetos queridos” (141) de cuando era soltera.

Cuando se acerca la fecha de la inauguración, Paula se cruza con Malvina, la secretaria de Ismael, quien le coordina telefónicamente una cita con una amante. Aunque ella y Paula tienen una buena relación, Malvina la maltrata. Está visiblemente enojada, lo que lleva a que Paula piense que Ismael también se acuesta con ella. Tras este episodio, Paula se encuentra con Ismael, quien no se ve preocupado en absoluto. Más aún, le avisa con alegría que ha conseguido vender el viejo caserón. Paula se queja de que ahí tiene sus objetos más preciados y él la acusa de ser avariciosa. En ese momento, ella comprende que Ismael es extremadamente desprendido, tanto de las cosas como de las personas.

A partir de entonces, Paula se siente profundamente sola y deprimida, vacía y sin identidad. Un día se lo comunica a Ismael, quien le dice que es demasiado dependiente y por eso no tiene autenticidad. Él afirma que el único modo de amar es a través de la renuncia a la persona amada: si uno tiene necesidades no es amor, sino esclavitud. Ella dice no comprenderlo y se siente más miserable al pensar que otras mujeres sí pueden hacerlo.

La depresión aumenta durante los meses siguientes y Paula se siente cada vez más vieja, fea y vacía. No logra gozar ni disfrutar con nada, lo ve “todo como tras una vidriera” (151). Un día, mientras camina sin rumbo por la calle, oye que la llaman por el que era su apodo de joven: Nuna. Es Marcos, un antiguo amor del pasado. A pesar del modo en que ella se siente interiormente, Marcos la sigue viendo bella. Deciden tomar un café juntos para luego ir leer a un parque. En su compañía, Paula siente que recupera su identidad y su alegría largamente olvidadas. Finalmente se dirigen al departamento de Marcos, donde tienen relaciones sexuales.

Tras ello, Paula llama a su casa y miente, diciendo que se ha quedado a comer en el centro. Marcos la desconoce y le pregunta por qué miente, le dice que quiere estar con ella de verdad y sin engaños. Paula sostiene que ahora es distinta, que está “contaminada” (156). A pesar de haberse sentido realmente feliz, Paula sabe que Marcos no accederá a que sean amantes y, por eso, lo deja para siempre. Tras ello, vuelve entonces a su casa para seguir esperando y sufriendo por Ismael, “el enemigo amado” (157).

Análisis

“Atrapada” puede vincularse con “En las sombras” en el hecho de que ambos relatos tematizan lo femenino presentando historias de mujeres que renuncian a sus deseos, intereses y objetivos vitales con el objeto de complacer a sus maridos. Sobre ello, la crítica Claudia Albarrán comenta que “Las protagonistas de "En la sombra" y "Atrapada" viven una existencia ajena, a la sombra de sus maridos, en espera de que ellos las miren, las reconozcan; son mujeres tradicionales, víctimas pasivas, silentes, que soportan las infidelidades de sus esposos (¿o sería mejor llamarlos verdugos?), como si vivieran una condena” (1998: 207).

Nuevamente, Arredondo reflexiona en este texto acerca de las relaciones de pareja ofreciendo una mirada desesperanzadora que hace foco en las consecuencias negativas que el amor tiene en los personajes, sobre todo femeninos, que lo anhelan.

Otra cosa en común entre ambos cuentos es la relevancia del tema de la incomunicación como un tópico que explica los desencuentros de la pareja. En esta historia, el matrimonio fracasa, no solo por el egoísmo y la falta de empatía de Ismael, sino también por el hecho de que Paula no consiga comunicarse para defender sus deseos, tal como se explicita en esta conversación que mantiene con Federico:

—No es sano esto que haces ¿Por qué toda la culpa ha de ser tuya? Habla con Ismael, dile todo esto que me has dicho a mí.

—Te estás tratando de engañar. Sabes perfectamente que con Ismael es imposible discutir sobre él mismo. Se cierra, es su fuerza.

(137)

A diferencia de “En las sombras”, sin embargo, esta sensación de profunda insatisfacción se produce de forma progresiva a lo largo de la vida de la protagonista, de modo que los lectores somos testigos de la lenta degradación del vínculo y la depresión que paulatinamente domina a este personaje.

Un primer atisbo de la poca consideración que tiene Ismael para con su pareja se nos presenta cuando permite que la humillen en la primera reunión en lo de Toti: “—¿De dónde la sacaste? Estabas cansado de lo conocido y te fuiste a buscar algo exótico ¿eh?” (118). Sin embargo, Paula perdona en esta oportunidad a Ismael y pronto se casan. A partir de entonces, los desaires y maltratos de Ismael no hacen más que empeorar, mientras Paula renuncia a sus deseos y delega su autonomía y personalidad para ajustarse a los parámetros exigidos por su marido respecto a cómo debe ser y comportarse una mujer: “Me abandoné a su deseo” (122).

Su primer día de casados, por ejemplo, Ismael trata de infantil el modo en que Paula se comunica afectivamente: “Los motes, las palabras dizque cariñosas que usan todos, están gastadas (...), el amor no es una ilusión ni una novela rosa, es algo muy diferente, y cuando lo comprendas…” (122-123). Tiempo después, ignora por completo su deseo de ser madre, justo en el momento en que ella ha sufrido la dolorosa pérdida de un hijo: “Pero ha sido mejor así, no estamos preparados, y un niño… (...) Los hijos se interponen, lo sabes…” (126-127).

La soledad comienza a dominarla cuando comprende que su yo del pasado ya no coincide con el de su presente; nadie puede reconocerla como está ahora, y por eso debe abandonar a los otros: “Pensé en Marcos, en mis padres, y encontré que la que ellos conocían y querían había muerto, y que si vieran quién era yo ahora se horrorizarían. El desconocimiento de los míos, la aceptación de una vida desligada del pasado y sin futuro previsible, esa era la nueva faceta de mi soledad” (133).

Pese a esta sensación, ella insiste en agradarle a Ismael y acceder a todas sus iniciativas, a pesar de que muchas vayan contra sus propios deseos. Se hace así cambios en sus “cabellos negros y lustrosos, pesados” que eran su “orgullo” (124-125) para complacerlo, y hasta accede a ir a una reunión en lo de Toti después de enterarse de que él la está engañando con ella.

La transformación de Paula alcanza un punto de no retorno cuando Ismael vende la casa de San Ángel, en cuyo interior se encontraban todos sus objetos y muebles de soltera. Cuando ella le reclama al respecto, Ismael la acusa de estar demasiado aferrada a las cosas materiales: “—Basta, Paula. Tienes la avaricia de todas las mujeres. Los objetos son objetos, intercambiables, adquiribles, uno no puede pegarse a ellos, depender de ellos” (146). La venta de sus objetos personales presenta un momento de quiebre en la historia de Paula: simboliza el golpe de gracia en el que renuncia a su identidad y a su pasado.

En suma, tal como menciona Claudia Albarrán,

Paula va dando cuenta de ese doloroso y lento aprendizaje —el cual consiste en vaciarse de sus creencias y valores, en desprenderse de sus nociones sobre el amor, en sacrificar sus deseos, su fidelidad e incondicionalidad hacia su marido—, mientras que, a la vez, va asumiendo, también paulatinamente, la nueva propuesta de Ismael: la no resistencia al mal, que se alcanza mediante el autosacrificio. El lento desapego de lo que Paula consideraba suyo (el marido, la casa de San Ángel, el proyecto de tener un hijo) la va vaciando, despojando de su ser, aunque, simultáneamente, las nuevas experiencias que su esposo la obliga a vivir la van llenando de lo ajeno como si fuera una esponja, hasta que se mancha completamente (1998: 210-211).

El tema del mal adquiere entonces su protagonismo central, entendido como el proceso de aceptación de su nueva vida junto a Ismael, una vida signada por la desdicha y la anulación de su carácter. Este tópico se vuelve explícito cuando la propia Paula expresa su ingreso al dominio del mal en una charla con Federico: “¿Has oído hablar de la no resistencia al mal? Uno no lucha más que con sus pasiones; con nada externo ¿ves?, y no es otra cosa que un agente receptor, una esponja que absorbe todo el mal y no lo rechaza ni lo devuelve, sino que se queda con él dentro, y lo rumia, lo envuelve, lo fracciona, hasta que puede digerirlo y con eso aniquilarlo” (136).

A su vez, esta aceptación del mal en su vida explica el motivo por el cual rechaza a Marcos al final de la historia, pese a que un breve encuentro con él basta para que se sienta nuevamente feliz y confiada de sí misma. Así, cuando Marcos le insiste para que vuelvan a estar juntos, su respuesta condensa los cambios que han operado en su interior, su entrega al mal:

―No puedes luego levantarte y decir fríamente lo que has dicho, no te corresponde.

―Puedo porque estoy contaminada, porque soy otra.

(156)

De este modo, la insatisfacción la conduce a una insuperable sensación de soledad y desesperanza que acaba con toda posibilidad de un vínculo feliz, y que expresa los pensamientos de Arredondo respecto a la vida de muchas mujeres en el matrimonio: “Aquella tarde volví a mi casa sin remordimiento ni nostalgias, a esperar y a sufrir al hombre de mi vida, al enemigo amado” (157).