Río subterráneo

Río subterráneo Resumen y Análisis "En la sombra"

Resumen

Una mujer se encuentra en su casa a la espera del regreso de su marido. Él la engaña con otra y sabe que ella está al tanto, pero que no puede hacer nada para evitarlo. El saberse engañada la atormenta profundamente: imagina que la otra mujer es hermosa como ella lo fue hace tiempo. Recuerda la felicidad pasada y eso la atormenta aún más. Por momentos querría morir o vivir otra vida, pero no puede hacer nada de eso.

Su marido llega a la casa al amanecer. Se lo ve radiante y feliz, sobre todo en contraposición con ella.

En el almuerzo, ella no le dice nada: querría que él se dé cuenta solo de su sufrimiento, que advierta su presencia, que la reconozca. Pero él, animado y feliz, hace de cuenta que no pasa nada. Tras almorzar, avisa que no volverá a comer a la noche, ya que tiene asuntos pendientes en el trabajo. Tácitamente, ambos saben que ella no se tragó la mentira.

Cuando finalmente se va, ella se queda reflexionando: le parece una injusticia que no advierta que también es una mujer deseante, que ella misma podría ser “esa mujer, esa aventurera, o ese amor” (75).

A las cuatro de la tarde, la mujer se dirige al parque. Allí, entre las niñeras y los pequeños que juegan, descubre que “tres pepenadores singulares” (77) la miran lascivamente. Luego de observarlos con detenimiento, nota que el más joven de ellos se lleva la mano a la entrepierna “en un gesto entre amenazante y prometedor” (79), y luego le sonríe de forma desvergonzada. Aunque desvía la mirada, sabe que no debe huir. La tentación la lleva a caminar hacia ellos.

A diferencia de lo que siente con su marido, de ellos recibe “la comprensión contaminada y carnal que (...) anhelaba” (79). La impureza del encuentro, esa “experiencia del mal” (80), la hace sentir que ya no es una víctima como con su marido. Algo en ella ha cambiado. No obstante, es inútil, ya que él nunca se va a enterar de ello.

Análisis

Junto con “Atrapada”, este relato es uno de los que mejor ilustran el tópico de lo femenino y su relación con los temas de la incomunicación y el amor. Es decir, la historia que nos llega desde “En las sombras” problematiza el modo en que el matrimonio puede llegar a presentarse como una institución opresiva para las mujeres. Esto sucede en la medida en que sus voces, sus deseos y aspiraciones tienden a verse eclipsadas o subordinadas a la imposición masculina, producto del orden patriarcal en el que el matrimonio se concibe.

En este caso, nos encontramos ante una protagonista que sufre las reiteradas y evidentes infidelidades de su marido mientras debe quedarse en su casa, encargándose de las tareas domésticas y el cuidado de su hija. Cabe mencionar que la estructura familiar que reproducen estos personajes no presenta una excepción a los modos en los que se concebía el matrimonio en la época en desde la que escribe Arredondo. Tradicionalmente —y en buena medida, aún hoy—, el matrimonio implicaba una división de las tareas basada en la diferencia sexual, en el que los hombres eran los encargados de salir de la casa para sustentar económicamente el hogar a través del trabajo. El espacio público, por ende, se presentaba como su lugar de dominio. Mientras tanto, las mujeres quedaban relegadas a los asuntos domésticos y a las tareas del cuidado. Sin tener obligaciones por fuera de la casa, su existencia se desarrollaba sobre todo en el ámbito privado.

Como vemos, esta división de las tareas y los espacios explica los acontecimientos que se nos presentan en esta historia. La protagonista casi no sale de su hogar y se encuentra constantemente pendiente de las actividades que realiza su marido: “En la calle se oían pasos… ahora llegaría… mi carne temblorosa se replegaba en un impulso irracional, avergonzada de sí misma” (69).

Salvo por su hija —que nunca se presenta en el relato, pero sabemos de su existencia porque tiene una habitación—, la protagonista se encuentra sola y sin nadie con quien compartir sus penurias: “El tiempo era algo vivo junto a mí, despiadado pero existente, casi una compañía” (69). Por su parte, el marido tiene un libre acceso al mundo exterior que se encuentra justificado por sus actividades comerciales. Él puede ir y venir a su antojo, lo que le ofrece la coartada perfecta para engañar a su mujer:

“—No vendré a comer. Vázquez quiere que sigamos tratando el asunto después de la junta.

No contesté. Sabía que ya no tenía que fingir que creía ninguna disculpa. Todo estaba claro” (75).

De este modo, la desigualdad de género experimentada en la institución matrimonial se vincula en este relato con el tema de la incomunicación, en la medida en que la protagonista ni siquiera tiene la posibilidad de expresar lo injusto de su trato: “Yo hubiera podido mencionarla y desencadenar así algo, pero no me atrevía a hacerme esa traición (...). Mientras me siguiera viendo como a un objeto era inútil pretender siquiera una discusión, porque mis palabras, fueran las que fueran, cambiarían de significado al llegar a sus oídos o no tendrían ninguno” (73).

La ensayista Fabbiene Bradu señala que en estos relatos de Arredondo “la mujer no es nadie, no tiene existencia, ni belleza ni dolor propios, porque es como un ser vacío que el otro —el hombre amado— vendría a llenar con su amor. Si se retira la mirada, el abismo se abre, infinito porque es sin redención; la mujer vuelve a su estado de no ser, descubre o redescubre la nada que la acecha” (1998: 32). En efecto, esta es justamente la sensación que tiene sobre sí misma la protagonista de este relato: “Un gusano inmolado, no he sido otra cosa” (76). Aquí, la metáfora del gusano se asocia tradicionalmente a lo despreciable, por su aspecto y tamaño, y por lugares putrefactos en los que suele encontrarse. La inmolación, por su parte, refiere al sacrificio de una víctima; en este caso, al sacrificio del honor de la narradora que posibilita el amorío de su marido.

Esta situación la lleva a un estado de profunda depresión, lo que permite traer a colación el tema de la locura y las afecciones mentales. La narradora, incluso, llega a contemplar la posibilidad del suicidio: “Yo prefería la muerte a la ignominia. La muerte que recibía y que prefería a otra vida en que pudiera respirar sin que eso fuera una culpa” (69).

Hacia el final de la historia, la angustia que le genera su matrimonio lleva a la protagonista a atravesar una experiencia límite, en la que se termina acostando con tres trabajadores humildes en un espacio público. El tema del mal ocupa aquí un lugar central, entendido como una transgresión de los límites que definen la identidad de la narradora: “Ante la mirada despiadada y sabia de los pepenadores caminé lentamente, segura de que esta experiencia del mal, este acomodarme a él como a algo propio y necesario, había cambiado algo en mí” (79-80).